viernes, 26 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 46

Pero eso era el pasado. Aquel día, Paula había conducido por una carretera de montaña al borde de una escarpada pendiente con unas vistas espectaculares. Al llegar al parque, Pedro, que no había abierto la boca ni hecho ningún comentario sobre el paisaje ni sobre su nuevo aspecto, se limitó a pagar la visita guiada. Ella tuvo que morderse la lengua para no gritar de frustración.


—No pensarás que voy a montarme en eso —fue el primer comentario de Pedro al ver el vehículo en el que harían el recorrido.


Se trataba de una especie de quart, con sitio para el conductor y dos asientos a su espalda para los pasajeros. El dueño de la propiedad esperaba pacientemente para iniciar la visita.


—Te va a encantar —dijo Paula. Y se puso unas enormes gafas de sol al tiempo que caminaba hacia el vehículo lentamente para asegurarse de que Pedro podía seguirla—. ¿Nunca te has preguntado cómo funciona un sitio como éste? Lo tienes al lado de casa y nunca lo has visitado. Luego podemos comprar algunas flores y secarlas para decorar tu casa. Estoy segura de que, en el fondo, te ha encantado la sorpresa.


Pedro se detuvo bruscamente. Frunció el ceño y siguió caminando.


—Claro que estoy encantado. Ha sido una gran idea —concedió finalmente.


Y Paula le perdonó su malhumor al instante. Pedro estrechó la mano del dueño y se subió al vehículo. Ella le imitó con una sonrisa triunfal.


—¿Listos? —se trataba de un hombre joven, moreno. Y lanzó una mirada apreciativa a Paula que irritó a Pedro—. Mi hermana trabaja en la tienda. La verán luego.


Paula pensó que en cualquier otra ocasión lo había encontrado atractivo, pero en aquel momento tenía todos sus sentidos puestos en Pedro.


—Listos —dijo. Estamos deseando conocer su propiedad.


—La temporada alta es entre abril y Navidades —dijo, arrancando y conduciendo entre los parterres—. Producimos quince tipos distintos de flores autóctonas y las vendemos por todo el país.


En unos minutos, Pedro empezó a sentir un verdadero interés y comenzó a hacer preguntas y escuchar las respuestas atentamente. Paula suspiró y se acomodó para disfrutar del recorrido. Al final de la excursión, el propietario entregó a Soph un enorme ramo de flores secas.


—Es un regalo de la casa —explicó—. ¿Quieren pasar a la tienda?


—¿Puedes caminar un rato? —preguntó Paula a Pedro.


La sonrisa relajada de éste le indicó que su sorpresa había sido un éxito. Tomó el brazo de Pedro y siguieron al dueño al interior de un edificio en el que estaba la tienda. Al instante, y a pesar de su aparente calma, Paula notó que él se tensaba y terminó soltándolo mientras intentaba convencerse de que podía seguir actuando como su ayudante, que no había ningún motivo para que no pudiera cumplir su contrato con él. Afortunadamente, habían pasado a otro plano en su relación. Al menos, ella lo había logrado.


—Les dejo para que echen una ojeada —se despidió el granjero—. Mi hermana les atenderá enseguida. 

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