miércoles, 10 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 13

 —Debe de irradiar mucho calor —hizo un gesto vago con la mano—. Por eso no necesitas la parte de arriba del pijama.


Un pijama cuya ausencia estaba haciendo que le subiera la temperatura de tal manera que, si no se controlaba, acabaría convirtiendo a la enfermera Paula en una emergencia médica.


—¿Qué haces aquí? —preguntó él con ojos centelleantes—. Te había dicho que me iba a acostar. 


—Por eso he venido a ayudarte —de todas forma, ya estaba aburrida de la televisión. 


Paula intentó no mirarle al pecho, pero estaba tan… presente. Y había habido tanto interés en la mirada de Pedro antes de que la controlara… También ella tenía que controlarse. Esa era la clave. No podía desear a su jefe. Y era evidente que él no quería desearla a ella.


—He venido a crear un ambiente agradable en tu dormitorio. Me he duchado y te he dado tiempo a organizarte. Por eso ya me he puesto el pijama. Me parecía una tontería vestirme otra vez —explicó.


Tomó con firmeza el quemador de incienso y unas cerillas para que Pedro no viera que le temblaban las manos. Él la miró con incredulidad.


—¿Has entrado sin ni siquiera llamar a la puerta —hizo un gesto circular con el brazo—, vestida con un caftán, descalza y Dios sabe con qué debajo? ¿No se te ha ocurrido que pudiera estar desnudo?


Pedro Alfonso. Desnudo. En aquel dormitorio con aquella cama gigante. «No es verdad, no estoy viendo esas imágenes en mi cabeza». En cualquier caso, aunque en ese momento se sentía como si él acabara de deslizar las manos por su cuerpo desnudo, lo cierto era que el caftán cubría un respetable pijama.


—La puerta estaba entornada. Dudo que la hubieras dejado así si no estuvieras… Presentable —se acercó a la cama y abrió las sábanas—. Métete. Vas a estar encantado con lo que te he traído.


Era la mejor manera de abandonar el terreno personal. Pero Pedro no se movió. Paula ahuecó las almohadas.


—Cuando te acomodes, te quitaré la férula del tobillo —quizá le haría sentir más cómodo si la veía trabajar. Fue hacia un lado, dejó el incensario en la mesilla, encendió la vela y la colocó debajo.


Su jefe asió las sábanas con fuerza y, sentándose en la cama, apoyo la espalda en el cabecero. 


—Puedes quitarme la férula y luego desaparecer. No necesito una niñera —dijo, tapándose con las sábanas y dejando sólo el tobillo al descubierto—. ¿Qué es eso que parece una fondue en miniatura?


—Incienso. He puesto aceite con aroma a bosque. Te relajará —Paula apoyó la cadera en la cama y liberó el tobillo de Pedro con delicadeza—. Y no estoy actuando como una niñera. Me limito a hacer mi trabajo.


Su trabajo y nada más que eso, aunque al entrar en el dormitorio y verlo, el corazón se le hubiera acelerado.


—El incienso te ayudará a conciliar el sueño, y esto también — añadió, tendiéndole la taza.


Al tomarla de sus manos, Pedro le acarició los dedos involuntariamente.

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