lunes, 8 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 7

Pedro suspiró profundamente y se bebió el resto de un trago. Para cuando dejó el tazón sobre la mesa, le brillaban los ojos y se le habían coloreado las mejillas. El rostro de Paula se iluminó con una sonrisa radiante.


—¡Te ha gustado! —exclamó triunfal.


—Estaba muy… Sabrosa —dijo él, bebiendo otro vaso de agua.


Paula aprobó que bebiera tanta agua. Saber que tenían gustos comunes, aunque fueran culinarios, le hizo sentirse más cercana a él. También le agradó que se mostrara un poco tímido al expresar su aprobación. Unos minutos más tarde, cuando habían acabado los sándwiches, miró a Pedro con severidad. 


—Es hora de que hagas los ejercicios que no puedes hacer solo. He estudiado la hoja y, si no los hicieras, la recuperación podría retrasarse. ¿Has hecho el de levantar peso?


—Sí, y por el momento no voy a hacer nada más. Tengo trabajo — dijo él, frunciendo los labios—. Además, ya he guardado la abrazadera.


—No debías haberlo hecho —dijo Paula, poniéndose en pie mientras se negaba a admitir que Pedro tenía unos labios que despertaban deseos de besarlo.


Era un espectacular gruñón que protegía su espacio personal como un tigre olvidando que la había contratado precisamente para entrar en él. Buscó en los cajones de la cocina hasta que encontró un trapo del tamaño adecuado.


—¿Vamos? Decías que tenías prisa —dijo. Y con paso decidido fue al salón confiando en que Pedro la siguiera—. ¿Por qué no te sientas ahí? — añadió, actuando con indiferencia para mitigar el efecto de estar dándole órdenes.


Pedro no estaba acostumbrado a que le mandaran ni a que pasaran por alto sus indicaciones.


—He dicho que no tengo tiempo.


—Ya, pero sólo nos llevará un par de minutos —Paula pestañeó con aparente inocencia y Pedro pensó que sus pestañas eran espectacularmente largas.


—Está bien —refunfuñó—. Pero date prisa.


—Primero tendré que quitarte la férula del tobillo —dijo Paula.


Pedro se sentó. Intentar detener a aquella mujer era como pretender atrapar un rayo. No se sentía capaz de dominar su entusiasmo. Paula se sentó a su lado, tan cerca que sus muslos se rozaban. Él sabía que era inevitable, pero ello no impidió que se tensara y se diera cuenta de que quería prolongar el contacto, o aún mejor, extenderlo. Tenía una piel dorada y suave, cuello de cisne y una cara que formaba un perfecto ovalo, con una nariz pequeña y recta y generosos labios hechos para ser besados. Mascullando algo, ella se inclinó hacia delante y le quitó la férula. Al incorporarse le dedicó una espléndida sonrisa, y la forma en que contuvo la respiración le indicó que también a ella le afectaba su proximidad.

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