miércoles, 17 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 27

 —Dejaré que hagas tu trabajo.


—Gracias. Creo que debemos ser completamente sinceros el uno con el otro.


—¿Tú crees? —Pedro clavó la mirada en un punto indefinido detrás de Paula y sus cejas se arquearon en un gesto de curiosidad.


Paula lo miró con inquietud.


—Sí. Creo que es importante.


—Si es así, ¿No te parece raro que haya surgido de tu dormitorio una rata gigante blanca que parece sentir un especial afecto por tí?


—Una rata gigante… —repitió Paula, desconcertada, hasta que súbitamente comprendió.


Con horror, giró la cabeza lentamente y allí estaba Simba, un conejo, no una rata gigante como su jefe sabía muy bien. Pero Simba era la prueba viviente de que ella no había cumplido con su parte de la sinceridad que tanto exigía, y el uso de la palabra «Rata» tenía, evidentemente, un doble sentido. Simba arrugó la nariz y avanzó hacia ella hasta detenerse, como una prueba incriminatoria, a sus pies. Convencida de que Pedro se pondría furioso, Paula lo miró con expresión suplicante.


—Tienes toda la razón al molestarte porque no te haya hablado antes de Simba, pero te juro que pensaba hacerlo esta misma mañana —se agachó para tomarlo en brazos. Su suave piel contribuyó a calmarla… Levemente. Lo bastante como para permitirle experimentar plenamente la vergüenza que sentía—. De hecho tenía que decirte que Simba debe venir con nosotros a Melbourne. Tendremos que salir con tiempo para dejarlo en tu casa antes de ir al médico.


—¿Está domesticado? —preguntó Pedro con aprensión.


—Todavía no ha tenido ningún accidente.


Pedro arqueó una ceja.


—¿Todavía? ¿Desde cuando lo tienes?


—Desde el día antes de venir —Paula desvió la mirada—. Lo encontré la noche anterior, abandonado fuera de mi casa.


—Y lo adoptaste —dijo él, haciéndolo sonar como si hubiera sido inevitable. 


—Sí —Paula no supo por qué, pero intuyó que Pedro había descubierto un profundo secreto de ella que debía haber ocultado con más cuidado.


—Al menos ahora sé de dónde venían los pelos de tu blusa —dijo él. Y fue hacia el dormitorio.


—¿Entonces… —Paula preguntó, titubeante— te importa que…?


—Recuerda que estoy cambiando de hábitos —Pedro se detuvo en el umbral de la puerta y giró la cabeza para mirar a Paula—. Puede que no me guste la idea de tener una mascota, pero estoy dispuesto a sobrellevarla.


—Iré a prepararme —dijo Paula, tan aliviada que no supo qué otra cosa decir.


Cuando Pedro cerró la puerta de su dormitorio, Paula se apoyó en la del suyo. Tenía la sensación de haber sobrevivido a una batalla en la que se mezclaban Simba, Pedro y sus secretos, el beso… Y no estaba segura de si la guerra había concluido o si sólo acababan de alcanzar una tregua. 

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