lunes, 1 de enero de 2024

No Esperaba Encontrarte: Epílogo

 —Este jardín es muy embriagador, ¿No crees? —dijo Pedro, mirando las flores del jardín de detrás de la tienda de Leonardo, donde predominaba el rosa—. Después de esto, estoy seguro de que voy a apestar a flores durante una semana.


Pedro hablaba en voz baja para no ofender a su anfitrión. Leandro, el mecánico, el anfitrión en cuestión, estaba sobre la barbacoa. Parecía que a Paula y a sus hermanas les gustaba cómo cocinaba su amigo. No se habían separado del musculoso hombre desde que había comenzado a cocinar. Él podía haber sentido celos de su novia, de su futura esposa. Pero Paula le había explicado que eran sólo amigos.


—Las chicas le animaron a crear este jardín —dijo Iván Barret, sonriendo—. Leonardo se hizo amigo suyo cuando ellas se mudaron aquí, y eso significó mucho para todas.


—Entonces yo también le tengo que estar agradecido —dijo Pedro, atento a Paula.


Cuando ella lo miró y le sonrió coquetamente, a él se le aceleró el corazón. Entonces Valentina le tiró de la manga de la camisa para reclamar su atención.


—¿Qué quieres, piccola? —preguntó, agachándose al nivel de su hija.


—¿Podemos probar la comida? —preguntó la pequeña, sonriendo—. Huele muy bien.


Pedro tomó en brazos a su hija.


—Podemos comer lo que quieras. Quizá tu abuela tenga alguna sugerencia de lo que deberíamos probar primero.


María estaba al lado de Paula y de las hermanas de ésta. La tensión que su madre había tenido reflejada en los ojos ya había desaparecido. Al verlos acercarse, sonrió.


—Aquí está mi nietecita —dijo María con orgullo y placer. Entonces miró a Pedro con los mismos sentimientos reflejados en la mirada.


Valentina había aceptado sin problemas que María hubiera pasado a ser su abuela en vez de su tía. De hecho, le había agradado mucho tener una abuelita. 


—Tengo muchos familiares y tendré aún más —anunció Valentina.


Leonardo terminó de cocinar varios pinchos de carne y se los ofreció a loscomensales.


—Eso es —dijo Iván, agitando el brazo de la pequeña—. Tienes un padre y una nueva mamá, a tu abuela María, a la tía Carla y a la tía Sofía. Y a mí, el tío Iván.


Leonardo carraspeó e Iván prosiguió hablando.


—Y un tío honorario, porque Leonardo es como un hermano para Carla, Paula y Sofía.


Paula estaba muy contenta. Pedro sonreía, ya que su novia estaba más relajada cada día. Sus vestidos se estaban vendiendo rápidamente. ¡Hasta tenía a cuatro empleadas para ayudarla a coser! Él quería casarse con ella lo antes posible…


—¿Cómo está la comida? —preguntó Leonardo a sus invitados—. Quiero saber si el dinero que invertí en el curso de cocina ha merecido la pena.


—Todo está maravilloso.


—Divino.


—Nunca antes había probado algo tan rico —dijo Sofía—. Quizá yo misma haga un curso de cocina.


—Un brindis —dijo Leonardo, levantando su lata de cerveza. Carraspeó y miró a Pedro y a Paula.


Pedro abrazó a su novia, la cual se había mudado con él una semana después de haber aceptado su anillo. Se casarían dentro de un mes. Era poco tiempo, pero él no podía esperar más.


—Por Paula y Pedro —dijo Leonardo.


Todos los demás levantaron sus latas de bebida.


—Que su matrimonio sea estupendo y, si necesitan una persona que se encargue del servicio de cocina, consideraré ayudarlos.


Todos rieron ante aquello. Pedro miró a Paula y deseó llevarla a su casa, a su cama, y tenerla allí hasta que ya no pudiera demostrarle de más maneras cuánto la amaba. De repente, Carla se puso tensa e hizo un extraño sonido. Agarró a su marido del brazo y apretó, forzando una torcida sonrisa. 


—Hum, ¿Saben que hemos estado hablando de cuántos familiares nuevos tiene Valentina? Pues está a punto de tener otro. Acabo de romper aguas.


—Voy a telefonear a una ambulancia —dijo Paula, apresurándose a tomar su bolso—. Siéntala en una silla, Iván —espetó—. ¿No te das cuenta de que la mujer está a punto de dar a luz?


—Dios mío. Deprisa. Voy a acercar el coche a la puerta —Iván agarró a Carla por el brazo. Pero la soltó para buscar desesperadamente las llavesdel coche en sus bolsillos.


María se acercó a Carla y comenzó a tratar de tranquilizarla, en italiano, por lo que la parturienta no entendió nada. Pedro tomó en brazos a Valentina y agarró con su otra mano a Paula.


—¡Dense prisa! El bebé puede llegar en cualquier momento.


—Apagaré la barbacoa —dijo Leonardo—. Podemos ir en mi cuatro por cuatro. Podemos ir todos, y yo puedo conducir rápido.


Durante un momento de locura, todos comenzaron a dar vueltas, ansiosos, mientras Carla estaba allí de pie con los ojos como platos.


—¡Se calman! —gritó Sofía.


La impresión de ver a la pequeña de las hermanas Chaves tomar el mando, provocó que todos se estuvieran quietos.


—Leonardo, bájale a Carla unas toallas limpias de tu piso. ¡Ahora! — ordenó Sofía.


—Pedro y Paula, lleven a Valentina y a María en su coche. Nos veremos en el hospital —dijo, indicándoles el hospital que Carla había elegido para dar a luz—. Iván, tus llaves están en el bolsillo de tu camisa. Agárralas, lleva a tu esposa al coche y conduce con cuidado hacia el hospital. Yo iré con Leonardo y nos veremos allí.


En ese momento, Carla gimió y se agarró la tripa.


—Está bien. Conduce con cuidado, pero lo más rápido que puedas —le ordenó Sofía a Iván.


Mientras se dirigían a su coche, Paula miró a Pedro.


—Estoy a punto de convertirme en tía —dijo, con un brillo protector reflejado en la mirada—. Será mejor que cuiden bien de mi hermana en el hospital.


—Estará bien —la tranquilizó Pedro, dándole un fugaz beso en la boca—. Estaremos todos allí para asegurarnos de que así sea. 


Paula respiró profundamente.


—Está bien. Tienes razón. No tengo que perder los nervios. Sólo me encargaré de la situación si Iván se desmorona o si los médicos no hacen bien su trabajo o si… —su voz se fue apagando mientras se apresuraban hacia el coche.


Pedro iba detrás de ella, sonriendo.



—Esa es mi Paula.






FIN

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