lunes, 15 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 21

 —Ese traje te favorece —concluyó con tanta naturalidad como fue capaz.


Pedro sonrió y el corazón le dio un salto.


—Necesito que me ayudes —dijo, poniéndose súbitamente serio—. El primer botón está muy ajustado y no puedo cerrarlo. Tampoco puedo ponerme la corbata.


—No te preocupes —dijo Paula que, después de todo, estaba allí para solucionar problemas, y que hubiera querido dar un grito de alegría ante la primera solicitud de ayuda explícita  que Pedro le dirigía. Evitó pensar en que, para hacer lo que necesitaba, tendría que acercarse estrechamente a él, violar su espacio personal…—. No es nada —tomó la corbata y la dejó sobre el escritorio—. Espero no ahogarte. No es fácil abotonar una camisa cuando la lleva otro.


—¿Tienes mucha experiencia? —preguntó Pedro automáticamente.


 Y por la expresión de su rostro, Paula dedujo que se arrepintió al instante de mostrar curiosidad. Lo cual sólo demostraba que era una estúpida por alegrarse de que Pedro estuviera luchando por el interés que sentía hacia ella, puesto que la clave era que intentaba reprimirla porque no quería sentirla. Exactamente igual que ella. Él seguía mirándola como si no pudiera apartar la mirada. Paula decidió ignorar el problema y le abrochó el botón. Luego tomó la corbata y se rodeó el cuello con ella para hacer el nudo. 


—He vestido a más de una muñeca —dijo, decidida a ocultar bajo un tono jovial la tensión que le causaba la intensidad con la que Pedro se concentraba en ella.


Trasladó la corbata al cuello de Pedro y, tras ajustar el nudo, observó el conjunto con cara satisfecha.


—Está muy bien —concluyó.


—Me gustaría ponerme chaqueta, pero con la escayola no puedo — dijo él. Y en tono sincero, añadió—: Gracias por ayudarme.


Era un hombre contradictorio, y para su desgracia, Soph encontraba esas contradicciones extremadamente atractivas e intrigantes.


—Me alegro de haber servido de ayuda. Vas a presentar una excelente imagen ante tu personal.


Pedro pasó a su lado hacia el escritorio, se sentó y apoyó el pie en el almohadón. Paula aprovechó la oportunidad para intentar calmarse. Se sentó a su vez y posó las manos sobre el teclado mientras se decía que tampoco era tan excepcional ver a un hombre atractivo vestido de traje.


—Es la hora de la conferencia. Escribe directamente y guarda muy a menudo —dijo él sin mirarla—. No importa que haya fallos. Lo importante es que anotes todo.


Cuando concluyó las instrucciones, Pedro concentró su atención en la conferencia. No lograba comprender qué le pasaba. Debía de ser un efecto secundario de las pastillas que le había recetado el médico. Era la única explicación posible a las inesperadas reacciones que despertaba en él su asistente temporal.


—Es una total insensatez —masculló. Y se sobresaltó al darse cuenta de que su mente había vagado—. Perdona, Juan. Repite lo que acabas de decir. Ha habido un pequeño fallo en la conexión. «En la de mi cerebro», pensó. 

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