miércoles, 24 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 42

 —Primero: No me has ganado a los crucigramas; te has limitado a ayudarme a completar uno —Paula imitó una de sus despectivas exclamaciones y Pedro quiso besarla—. ¿Qué planes has hecho, Paula?


Vio cómo el precioso rostro de Paula enrojecía, no de vergüenza, sino por la llamarada que prendía cada vez que se miraban. Ella desvió la mirada hacia la manta multicolor y masculló:


—¿No prefieres que sea una sorpresa? Me diste libertad total para organizar tu tiempo.


—No recuerdo haber dicho nada parecido —dijo Pedro. Y tenía razón, porque no era cierto—. De hecho, lo que dije fue que buscaría entretenimiento en Internet. Y también recuerdo haberme ofrecido a ayudarte en la cocina y a hacer un inventario de la casa para redecorarla.


—La casa está perfectamente como está —Paula le lanzó una mirada llameante, tal y como había hecho cuando Pedro había mencionado ese tema con anterioridad—. Es acogedora y refleja perfectamente tu personalidad.


El comentario borró la sonrisa de los labios de Pedro y lo dejó sin habla. Paula tenía la capacidad de decir cosas que lo desconcertaban, y no estaba acostumbrado a nada parecido. Como en tantas otras ocasiones, se preguntó qué quería de ella. La respuesta era complicada y sencilla a un tiempo: Nada de lo que deseaba, nada que tuviera derecho a pedir; nada que pudiera durar más allá de los días que iban a pasar juntos. Y eso no era bastante. «Para Paula» concluyó. Pero otra voz interior añadió: «¿Y por qué has querido jugar a casitas con ella cuando no lo habías hecho antes con ninguna otra mujer?». Porque no había sido más que una de las ideas que se le habían ocurrido para pasar el tiempo.


Paula hizo un gesto con la mano.


—En cualquier caso, lo de mañana será una sorpresa. Así estarás expectante.


—¿Tú crees? —preguntó Pedro. Y se inclinó lo bastante hacia adelante como para poder aspirar su aroma.


Mirándola fijamente, alzó la mano y la posó sobre el hombro de Paula, que se tensó bajo la blusa de gasa naranja. Sin poder desviar la mirada de él, ella jugueteó con el collar de flores silvestres que llevaba al cuello. Pedro siguió el movimiento de su mano y, consciente de que rompía las ataduras del control, susurró:


—Me estás volviendo loco. 


Ella levantó el rostro hacia él y le asió el hombro.


—Y… Tú a mí.


—Esto no significa nada —le advirtió él—, y no tendrá consecuencias.


Ella lo miró con gesto digno.


—Nadie te ha pedido nada —dijo.


—Pero quería avisarte —dijo él. Aunque sabía que se lo decía a sí mismo.


Ya nada podía detenerlo. Acortando la distancia que los separaba, se apoderó de los labios de Paula para demostrarse a sí mismo que no podían proporcionarle nada que no hubiera sentido ya con anterioridad. Pero el sabor de su boca puso en evidencia lo equivocado que estaba, cuando estalló en su interior y despertó cada terminación nerviosa de su cuerpo, cada… Sentimiento. 

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