miércoles, 3 de enero de 2024

juntos A La Par: Capítulo 4

Precedió a Pedro al interior y siguió el sonido del timbre hasta el despacho.


—Paula Chaves. El señor Alfonso no está disponible. Por favor, diga quién es y deje un número de teléfono, fax o correo electrónico y le daré el mensaje.


—Soy Tomás Coates, director del departamento de arquitectura Empresas Alfonso —tenía una voz amistosa, pero sonaba preocupado—. Pedro me ha llamado para que le pusiera al día sobre el proyecto Mitchelmore.


—Iré a ver si el señor Alfonso se puede poner —Paula presionó el botón de llamada en espera y se volvió. Pedro estaba justo detrás de ella y volvió a sentir que el corazón le daba un saltito. Le tendió el auricular diciéndole quién llamaba.


—Pásamelo —dijo Pedro—. Algunas cosas son demasiado importantes como para hacer caso a los médicos.


Paula no estaba de acuerdo, pero le dió le teléfono. Pedro se sentó en una silla de oficina adoptando una incómoda postura y ella notó que no tenía un apoyo para los pies.


—Tomás —Pedro concentró toda su atención en su interlocutor—. ¿Sabes algo más sobre las recalificaciones?


Paula fue al coche y volvió con el programa de software. Como su jefe seguía hablando, lo dejó sobre el escritorio y recogió a su adorable aunque problemático conejo. Primero le buscaría un sitio y luego se ocuparía de su jefe. Con una jaula plegable en una mano y la cesta con Simba en la otra, fue al jardín trasero. En cuanto vió un rincón tras un árbol y un arbusto de flores, suspiró aliviada. Un pequeño cobertizo lo ocultaba a la vista desde la casa.


—Aquí tienes un montón de hierba, Simba —Paula desplegó la jaula y lo metió, luego corrió a llenar un cuenco de agua y puso comida en otro.


Para que tuviera sombra, cubrió parte de la jaula con una manta. Gracias a Leonardo, el mecánico, que tenía guardada la jaula desde su infancia, y a su vecina, una madre soltera que sabía de cobayas y conejos, tenía todos los útiles necesarios. Hizo varios viajes para vaciar el coche. Tendía a cargar siempre con muchas cosas y en aquella ocasión había incluido algunas pensando en su jefe. Terminó con prontitud y llegó al despacho a tiempo de oír a Pedro hablando a un micrófono. A continuación, dejó escapar varios exabruptos al ver lo que aparecía impreso en la pantalla del ordenador.


—He pasado por la cocina. ¿Hay algo especial que quiera cenar?


En la despensa había encontrado ingredientes básicos, nada especialmente apetitoso. Afortunadamente, ella había llevado provisiones y ése era un frente que no le preocupaba. Su jefe se quitó los cascos y los tiró sobre el escritorio. 

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