viernes, 26 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 47

Había todo tipo de flores y floreros, además de numerosos objetos de cerámica con preciosos esmaltes.


—¡Mira, están hechos aquí! —exclamó Paula, volteando un florero cuidadosamente y leyendo la etiqueta.


Pedro se acercó y aspiró el aire profundamente.


—Compra algunos para la casa y elige uno para cada una de mis madrastras. Seguro que les gustan —dijo, antes de alejarse para estudiar los objetos de una vitrina.


Pronto volvió a acercarse.


—Puede que a Lucrecia le guste ése —dijo, señalando un florero—. Tenía un cuadro en el que había uno muy parecido.


Luego le ayudó a elegir los otros dos y Paula se sintió tan feliz que estuvo a punto de dar saltos de alegría. Pero Pedro cambió bruscamente de humor y se quejó de que la hermana del dueño tardara tanto. El Pedro cascarrabias entraba en acción y ella no pudo evitar sonreíraunque con cierta tristeza. Eligió unos imanes de nevera para sus hermanas e intentó no pensar en él. El propietario y su hermana entraron juntos. Soph pagó sus regalos y la mujer hizo la cuenta de Pedro mientras Paula salía con el dueño a esperarle fuera.


—Pensaba sugerir que fuéramos a comer a un pub —dijo Paula, aminorando la velocidad al llegar a la verja de la propiedad. ¿Y si Pedro estaba cansado o no quería pasar el resto del día en tan estrecha intimidad? ¿Y si adivinaba cuánto disfrutaba ella los ratos que pasaban juntos?


—Me parece muy bien —dijo él—. ¿No se supone que debemos entretenernos?


Paula suspiró. Al menos ella sí necesitaba entretenerse y dejar de pensar constantemente en Pedro o en cómo dominar sus emociones. Miró hacia delante y tomó la dirección del pub. Con un poco de suerte, un almuerzo en un lugar público sería más fácil de sobrellevar que uno a solas, en su casa. Tomó aire una vez más y asió el volante con fuerza. Mucho más fácil. Ella charló sin cesar mientras él apenas intercalaba algunos monosílabos. Cuando detuvo el coche delante del pub, vieron un perro tumbado en el felpudo de entrada, tan profundamente dormido que apenas se le veía respirar.


—Espero que sea pacífico —dijo Paula al tiempo que habría la puerta del coche.


—Igual es una escultura —bromeó Pedro.


Paula sonrió a su vez, pero desvió la mirada de Pedro al instante y miró al cielo, que empezaba a nublarse. No podía permitírselo, no podía. «No me estoy enamorando de él. Lo evitaré como sea».


—Tendremos que atrevernos a comprobarlo —dijo Pedro, bajando del coche—. A ver si nos distraemos un poco comiendo.


—Eso espero —Paula dudaba que fuera posible, pero no podía perderla esperanza.


En los pasos que los separaban de la puerta, sus manos se rozaron y eso bastó para que sintiera calor, tristeza y preocupación a un tiempo. Llegaron ante el perro y, para sacudirse el torbellino de emociones que sentía, bromeó:


—Igual se ha muerto y los dueños no se han dado cuenta —en ese momento el perro golpeó el felpudo con la cola.


Pedro rió:


—Parece que está vivo. 

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