lunes, 22 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 37

Ella le rodeó el cuello con un brazo mientras con el otro le acariciaba la nuca. Sus ojos lo miraban llenos de pasión y algo prendió en el interior de Pedro, algo en lo que no quería pensar pero que le obligaba a poseerla, a conseguir que ella se entregara a él, a darle por su parte lo máximo de sí mismo, aunque no supiera qué ni cuánto. La escayola era un impedimento. Para compensar, exploró con sus labios el rostro y el cuello de Paula y ella se estremeció en sus brazos. El deseo lo consumía, ascendía por su columna vertebral, le agarrotaba la base de la nuca. Los quedos gemidos de Paula lo encendían. Recorrió con su mano su espalda, su cintura, sus caderas, hasta finalmente abarcar su seno a través de la ropa. Gimió y ella respondió a su caricia llevando la mano al pecho de él. En una fracción de segundo, y sin que ninguno de los dos fuera consciente de la transición, estaban echados en el sofá, sus cuerpos entrelazados; con dedos temblorosos desabrochaban botones, emitían gemidos de placer, profundizaban sus besos… Estaba encima de Paula con la mente cegada por el deseo de poseerla plenamente. Sus ojos marrones lo miraron anhelantes, dándole la bienvenida. Él ocultó la cabeza en su cuello y apoyó las dos manos en el sofá. Súbitamente, el dolor lo atravesó como un puñal y tuvo que echarse atrás.


—¿Te has hecho daño? —Paula se incorporó sobre las rodillas mirándole con una mezcla de preocupación y de deseo.


—Me había olvidado —dijo él.


Los dos sabían por qué. A medida que la nebulosa de la excitación y el hambre se disipó, Pedro fue consciente de lo que había estado a punto de suceder y de las razones por las que debía impedirlo. Había actuado alocadamente y casi había arrastrado a Paula a su cama para hacerle el amor.  Y de haberlo hecho, ¿Qué habría sucedido a continuación? No tenía nada que ofrecerle más haya de una inmediata satisfacción física, y eso no era justo para ella.


—Lo siento, ha sido mi culpa dejar que el deseo me cegara —dijo, apretando los dientes—. Ve a la cama, Paula, y da gracias a que me haya detenido. No puedo tener el tipo de sentimientos que tú necesitas, y no quiero hacerte daño.


Ella lo miró fijamente mientras intentaba recuperarse de la intensidad que acababa de experimentar y asimilaba lo que había sucedido y lo que no. Era evidente que sus sentimientos hacia Pedro estaban cambiando. Representaba una tentación tan fuerte que estaba dispuesta a tomar de él lo que quisiera darle por el tiempo que fuera. ¿Cuáles podían ser las consecuencias de actuar de esa manera? ¿Podría protegerse lo bastante como para evitar sufrir? No estaba segura y aquél no era el momento de decidirlo, así que se limitó a levantarse e ir a su dormitorio en silencio. No sabía si estaba o no de acuerdo con él, porque ya no tenía ni idea de qué pensaba. Sólo al poner la mano en el picaporte y girar la cabeza, vió que Simba la seguía dando saltitos. Se agachó y lo tomó en brazos, pero por primera vez, no le confortó sentir su suave piel. Porque en ese momento se dió cuenta de que Pedro la había rechazado, que aunque lo hubiera presentado como un honorable deseo de protegerla, lo cierto era que no la había deseado lo bastante como para seguir adelante. 

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