lunes, 8 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 8

 —Ahora, a hacer el ejercicio —dijo con aplomo.


—Muy bien. Cuanto antes acabemos, mejor —Pedro no quería hacer la rehabilitación ni estar aislado en el campo durante una semana, pero el doctor Cooper parecía preocupado por él.


Y todo porque algunos de los resultados habían dado porcentajes un poco altos, porque su madre había muerto joven de un ataque al corazón y su padre había tenido colesterol alto y todo un poco alto hasta que también murió.


—En realidad no sé por qué el médico se ha empeñado en que los haga —farfulló.


—La tabla parece muy razonable —dijo Paula.


En lugar de atenderle, Pedro se fijó en la forma en que el cabello le enmarcaba el rostro y en sus sensuales curvas. Había tenido que reprimir un gemido al verla a cuatro patas, y eso que las mujeres, a no ser que él quisiera, y desde luego nunca involuntariamente, jamás solían afectarle de aquella manera. Sin embargo, Paula le había impactado.


—¿Qué tal te sienta esto? —Pedro vió los labios de Paula formar las palabras y los imaginó acariciando su boca. Tuvo que apartar la mirada.


Paula Chaves era atractiva y llena de vitalidad, además de capaz de hacer una sopa imposible de describir, pero también era un tipo de mujer a la que muchos hombres querrían llevar a casa de sus padres. Él no llevaba a ninguna de sus mujeres a ningún sitio, excepto a su cama, y evitaba a las que tenían otros intereses. La idea de presentar una mujer a sus tres madrastras era inconcebible.


—¿Pedro? ¿El pie? —insistió ella—. Estoy intentando no hacerte daño.


—No puedes hacerme daño —dijo él. 


Con lesiones o sin ellas, ninguna mujer podía hacerle daño. Sin embargo, continuó su reflexión, él sí podía hacer daño a Paula Chaves. Era un hombre endurecido y acostumbrado a enfrentarse al mundo de los negocios. Su educación había contribuido a insensibilizarlo. Se había obligado a sentir afecto, una tras otra, hacia sus tres madrastras, pero finalmente había decidido que ninguna de ellas merecía su amor. Ella era demasiado dulce, delicada y joven. Tenía el aspecto de alguien capaz de cuidar de cualquiera que la necesitara, pero también de esperar lo mismo a cambio. Las mujeres como ella estaban hechas para el matrimonio, una institución que él respetaba, pero para la que no se consideraba preparado. Y si todo era tan claro y evidente, ¿Por qué no lograba librarse de la curiosidad y el interés que le inspiraba?


—Me alegro de que confíes en mí —dijo ella, dando una interpretación errónea a sus palabras—. Una de mis hermanas, Carla se rompió dos dedos del pie en una ocasión, cuando estábamos redecorando nuestro departamento —dejó escapar una risita—. De eso hace unos cuantos años pero Isabella, la mayor, se puso furiosa. Ahora vivimos separadas, pero por aquel entonces solíamos pasarlo muy bien.


Por un instante, Pedro percibió una nota de tristeza en el comentario, pero Paula siguió trabajando en su tobillo y contando anécdotas de su vida en tono animado y asumió que se había equivocado. 

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