miércoles, 17 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 26

 —Esto no puede seguir así, ¿verdad? —dijo él, sujetándola de un brazo.


Ese leve contacto lo cambió todo. La mano de Paula se movió de propia volición y se posó sobre el torso de Pedro. Él dejó escapar un gemido y el corazón de ella se aceleró cuando tuvo la seguridad de que iba a besarla. Podía haber dado un paso atrás, haber dicho o hecho algo para detenerlo, pero en lugar de hacerlo, esperó. Y en cuestión de segundos, los labios de satén de él se apretaban contra los de ella, decididos y exigentes. El corazón de Pedro se aceleró bajo la mano de Paula. Su piel caliente y su rizado vello le acariciaban la punta de los dedos. Él le soltó el brazo y le sujetó el rostro mientras con el otro brazo la atraía hacia sí. Se besaron ciega y apasionadamente hasta que tuvieron que separar sus labios para respirar. La barrera de tela que los separaba no significaba nada. Podían haber llevado forros polares en medio de un iceberg y sus cuerpos abrían seguido ardiendo. A Paula le asustó la forma en que había reaccionado porque nunca había sentido nada igual al ser besada por otros hombres. Era la primera vez que participaba en un beso con todo su ser. «Porque sentías curiosidad, porque evitarlo no estaba sirviendo de nada», se dijo, para explicar lo inexplicable.


—No sé… Qué hacer o… Cómo responder a esta intensidad — balbuceó.


—Yo tampoco —Pedro retrocedió un paso.


—Ha sido… Inesperado —Paula se preguntaba si él había sentido lo mismo o si sólo había sido un beso más.


—Inesperado… Además de una equivocación —la voz de Pedro y la expresión velada de su rostro indicaron a Paula que también estaba afectado, y su corazón volvió a acelerarse.


Aunque sabía que no conducía a nada, lo cierto era que saber que Pedro estaba alterado le hizo sentirse poderosa y feliz.


—Tienes razón, ha sido un error —confirmó ella.


—Siempre puedo dominarme —Pedor apretó los labios.


Paula no lo dudaba. Tenía la prueba ante sí. Podía ver cómo se estaba aislando para no dejar que ella tuviera la capacidad de alterarlo, para anular el interés que despertaba en él.


—Supongo que ninguno de los dos deseaba que pasara esto, pero quizá tenía que suceder porque los dos sentíamos curiosidad —dijo ella, alzando la barbilla con aparente frialdad—. Ahora que ya hemos satisfecho nuestra curiosidad, podemos olvidarlo. No volverá a repetirse.


—Coincido plenamente contigo —dijo él, entornando los ojos.


—De hecho, me gustaría hablar de nuestra relación profesional — Paula hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para introducir el tema—. Quiero poner una serie de condiciones.


—¿Cuáles? —preguntó él, frunciendo el ceño.


—Tienes que prometer que vas a ser sincero conmigo respecto a tu salud y que seguirás las recomendaciones del médico —necesitaba ese compromiso por parte de Pedro para aclarar el lugar que ella ocupaba y para demostrarle que el beso no le había derretido el cerebro—. Necesito que me dejes hacer mi trabajo.


La expresión de Pedro se dulcificó. 

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