miércoles, 10 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 11

 —El guiso va muy bien —necesitaba volver a un tema impersonal—. Como te gusta la comida especiada, he preparado un curry. Lo serviré con arroz —Pedro no pareció particularmente interesado y el silencio se alargó—. Tú… Hueles muy bien.


Paula se mordió la lengua y, yendo al despacho, se sentó y no volvió a levantar la cabeza del trabajo. Hasta que llegaron las seis de la tarde. A esa hora, apagó el ordenador con decisión y organizó los papeles que tenía sobre el escritorio antes de quedarse mirando a su jefe y esperar a que acabara con lo que estaba haciendo. Finalmente, Pedro alzó la mirada hacia ella. 


—Han dado las seis. Debes de haber trabajado desde la siete de la mañana. Así que has hecho una jornada laboral de once horas. ¿Quieres ducharte antes o después de cenar, y quieres que apague el ordenador mientras vas al salón a hacer el resto de la tabla de ejercicios? —hilvanó una pregunta tras otra, se cruzó de brazos y esperó la respuesta.


—Todavía tengo trabajo —dijo él, señalando la pantalla.


—Estoy segura de que tu empresa podrá sobrevivir hasta mañana —la mayoría de sus empleados se habían ido ya a su casa—. A no ser que hayas organizado turnos de veinticuatro horas, no habrá nadie en las oficinas.


—Puede que no, pero…


—Permíteme que te ayude —Paula se inclinó, guardó el correo en la carpeta de borradores y apagó el ordenador.


Pedro la miró atónito y echó la silla hacia atrás con la mala fortuna de que su hombro rozó el brazo y el pecho de Paula. Ella se quedó paralizada. Él también. Y los dos se separaron precipitadamente. Pedro se puso en pie y se volvió hacia ella con mirada airada al tiempo que intentaba enmascarar un gesto de dolor.


—No te molestes en decir nada —Paula alzó la mano—. No me has dejado otra opción.


¿Acaso no había aprendido a delegar? Era evidente que había algún asunto que requería su atención, pero también lo era que la mayoría de los informes que llegaban describían un perfecto funcionamiento de todos los departamentos. ¿Era verdaderamente imprescindible que estuviera pendiente de cada mínimo detalle? Paula alzó un dedo amenazador.


—Te duele el tobillo y llevas un par de horas sujetándote el brazo. Supongo que debería llevarlo en cabestrillo, pero te niegas a admitirlo. Te lo he preguntado antes y te has limitado a lanzarme una mirada furibunda antes de volver a tu gruñido de oso.


—¿Gruñido de oso? —Pedro se acercó hasta quedar a unos centímetros de ella.


La intensidad de su mirada le cortó la respiración.


—Es… Es el nombre que le he dado a tu voz en el programa — balbuceó. Porque sonaba como un acariciador gruñido junto al que le hubiera encantado poder acurrucarse… 

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