miércoles, 24 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 43

Paula se separó de él con expresión de alarma, los labios hinchados y provocadores. Pedro necesitó una fracción de segundo para reaccionar. No comprendía qué le pasaba, por qué se desbocaban unas emociones que siempre había mantenido bajo llave, por qué parecían dominarlo hasta hacerle perder el rumbo. Pero antes de que pudiera reflexionar sobre ello, reconoció el ruido que la había hecho reaccionar. Se acercaba un coche, o más de un coche. Giró la cabeza a tiempo de ver tres coches detenerse delante de la casa, y un gemido de rabia escapó de su garganta.


—¿Qué sucede? —Paula siguió su mirada y, como él, vió la flota de descapotables de colores llamativos parada delante de la puerta.


Azul metálico, rojo pasión, verde pistacho. Tres mujeres, vestidas con los mismos colores, bajaron de cada uno de ellos. Actuando todas a una, llamaron a la puerta. Al ver que nadie abría, desmontaron la mosquitera de una de las ventanas, y, volviendo a la puerta, entraron.


—¿Nos están robando? —preguntó Paula. Pero por la expresión de su rostro, Pedro supo que había adivinado la identidad de las ladronas—. ¿Son tus madrastras? ¿Cómo han entrado?


—Una vez les explique que, si se empeñaban en dejar una llave fuera de sus casas, era mejor ocultarla bajo una mosquitera que debajo del felpudo. Habrán decidido esperar dentro a que volvamos —dijo Pedro, que sólo quería olvidarlas y seguir besando a Paula por más que ello sólo condujera a aumentar su frustración y su deseo, y a querer olvidarse de lasconsecuencias o de cualquier sentimiento de culpa.


—¿Quieres que nos vayamos y evitarlas? Cuando me contrataste dijiste que debía librarte de intrusos —preguntó ella con aire protector.


Pedro sonrió. Paula era encantadora, dulce y sensual, y le encantaba que quisiera cuidar de él, aunque con ello sólo despertara en él un deseo recíproco. Ella se mordió su irresistible labio inferior.


—Si te estresan… —empezó a decir.


—No te preocupes —le interrumpió él.


Quizá le habían salvado de cometer una enorme estupidez. Dando un suspiro se puso en pie y tomó la mano de Paula para ayudarla. Luego la soltó.


—¿Vamos a su encuentro?


—Los dos —dijo ella como una orden más que como una pregunta.


Pedro sonrió.


—Por supuesto. Juntos. 


—Lucrecia, Silvia, Diana. ¡Qué sorpresa! —saludó Pedro con voz grave. 


Paula observó los rostros de las mujeres en los que había una mezcla de sorpresa y culpabilidad. Las tres dieron un paso hacia Pedro, pero se frenaron en seco.


—¿Estás bien?


—¿Te recuperas de tus lesiones?


—¿Te sienta bien el aire puro y el aislamiento?


Paula se ablandó un poco al ver sus caras de preocupación, que se transformaron en cuanto las tres empezaron a airear las mismas preocupaciones que ya habían comunicado por teléfono: Viajes, préstamos, pagos retrasados.


—Las lesiones están mejorando, gracias —fue todo lo que dijo Pedro cuando hicieron una pausa.


Señaló el sofá y las butacas para que tomaran asiento.


—Pensaba reunirnos cuando volviera a Melbourne, pero ya que están aquí…


Se sentaron y, tras explicar sus problemas en más detalle, lo miraron expectantes, como si asumieran que todos ellos serían solucionados al instante. 

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