viernes, 12 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capitulo 16

«Estás perdiendo el juicio», se dijo. ¿Iba a perder la cabeza por la cocina de su ayudante o por su peculiar vestuario? Sus habilidades culinarias acabarían provocándole una úlcera y los colores que elegía le obligarían a usar gafas de sol. No necesitaba más pruebas de que no estaba bien de la cabeza. Así que no tenía más remedio que tomar medidas urgentes. Y con esa idea, entró en la cocina. Para apagar el deseo que pudieran sentir el uno por el otro, tendría que mostrar la peor faceta de sí mismo.


—¡Anoche te llevaste el ordenador sin mi permiso! —exclamó.


—Buenos días. ¿Qué tal has dormido? —respondió ella. 


Al volverse, se ruborizó con una mezcla de candor y timidez que desarmó completamente a Pedro. Para contrarrestar el efecto, se recordó que debía mantener una actitud despótica.


—¡No hagas como que no me has oído! —gruñó.


—No me hago la sorda —dijo ella, sonriendo con una picardía que demostraba que era inmune a su malhumor. Jugueteó con el botón de su blusa—. Me limité a llevar el ordenador al despacho para que…


—¡Deja de hacerte la inocente! —Pedro hubiera querido gritarle que dejara de jugar con el botón. Se mantuvo firme en el intento de resultar desagradable y despectivo—. No mientas. Tu cara es un libro abierto. No puedes ocultar lo que piensas.


Paula abrió los ojos desmesuradamente.


—¿De verdad? Mis hermanas suelen decir que digo lo que pienso, pero nunca me habían dicho eso —miró hacia el cuarto de la lavadora como si quisiera salir huyendo—. Siento haberte quitado el ordenador —se cuadró de hombros como si recuperara aplomo—. Comprendo que te sientas frustrado, pero no puedes negar que necesitabas descansar. Tienes que seguir los consejos del médico.


Pedro sabía que tenía razón y que el día anterior se había excedido. Por la noche, le dolía el tobillo y se sentía cansado, pero no tenía otra opción. Después de todo, tenía que seguir dirigiendo su empresa.  Una vez más, Paula había conseguido que se sintiera en la necesidad de defender su postura en lugar de atacarla por su comportamiento. ¿Cómo lo conseguía?


—Si ayer hubieras querido de verdad que te devolviera el ordenador, me habrías gritado para que lo hiciera —concluyó ella con una irritante convicción.


Pedro la contempló atónito. No sólo tenía razón, sino que insinuaba que seguiría utilizando las mismas tácticas. Podía ser irritante, pero no había duda de que era intuitiva y perspicaz. Deslizó la mirada por su cabello rojo, la cola de caballo recogida en un lazo rojo, la ajustada blusa negra, los pantalones crema y las botas rojas, y creyó ver unos pelos que podían ser de gato en la blusa.


—¡Qué aspecto tan doméstico! —masculló con un tono de pretendido desprecio, pero que sonó a admiración. 


Dió media vuelta y se sentó a la mesa. Podía imaginarla en su departamento de Melbourne, en un acogedor piso con media docena de gatos… Su cerebro no debía de estar funcionando bien. Quizá necesitaba desayunar para pensar con claridad.


—Perdona, no te he oído bien —dijo ella mientras vaciaba el contenido de un cazo en dos cuencos. En el fogón, el café desprendía un olor peculiar.


—Era una tontería —dijo él. Y se sirvió un vaso de agua mientras intentaba convencerse de que no sentía ninguna curiosidad por lo que Paula hubiera preparado para desayunar. 

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