lunes, 29 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 51

 —Tengo que ir a por Simba y cambiarme de ropa. Tú también debes secarte —deslizó la mirada por el torso de Pedro antes de volverla a su rostro—. Hace frío. Ponte algo abrigado.


Salió precipitadamente hacia la parte trasera de la casa y escapó antes de que Pedro pudiera decir algo. Él encendió la calefacción en el salón y luego subió las escaleras. Todavía sentía la ausencia de Paula entre los brazos. Al contrario de lo que le había sucedido a él, Paula parecía haber salido fortalecida de la traumática experiencia. Lo bastante como para resistirse a una nueva aproximación. Quizá con un abrazo le había bastado. Quizá ni siquiera le habría importado quién se lo diera. La lluvia continuó azotando las ventanas el resto del día. Paula hizo todo lo que pudo por mostrarse animada y optimista, y por ocultar las emociones que Pedro despertaba en ella. Una vez cambiados y secos, y tras tomar varias tazas de café con cardamomo, llevó a Simba al salón y fue a preparar la cena a la cocina con sus CDs favoritos… Y la turbadora compañía de Pedro, que insistió en ayudarla. Paula ya no tenía el pelo verde. Como la lluvia había arrastrado parte del tinte, acabó de quitárselo en la ducha y, puesto que no tenía el menor interés en estar guapa para él, no se molestó en peinarse. Era una mera casualidad que llevara sus vaqueros y su jersey favoritos. Cenaron con rock y luego, en el salón, escucharon reggae y jazz. Cuando la música se puso demasiado romántica para el gusto de ella, la cambió por la banda sonora de una película infantil. No cesaba de llover.


—Espero que esta lluvia no cause problemas —comentó Pedro tras un prolongado silencio—. Los arroyos ya bajan con mucho caudal por el deshielo —se puso en pie y fue hacia la ventana.


—Tendremos que esperar a ver qué pasa —el corazón de Paula se acompasó a la rápida lluvia. 


Pedro le daba la espalda y podía observar sus anchos hombros, grabar en su memoria cada milímetro de su cuerpo. Los pantalones que llevaba le quedaban a la perfección, ajustándose lo bastante a su trasero y a sus muslos como para permitir apreciar su deportiva figura. Su estrecha cintura se ensanchaba hacia los hombros en una inmaculada camisa blanca. No podía seguir negándolo. Deseaba tanto hacer el amor con él que no podía quitarse la idea de la cabeza.


—Si se produjera una inundación, nos quedaríamos atrapados —dijo Pedro.


Dió media vuelta y, al encontrarse sus miradas, Paula vió en sus ojos una reprimida pasión que la hizo estremecer. La mandíbula, el cuello, todo el cuerpo de Pedro se tensó. 

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