viernes, 26 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 48

Tuvieron que pasar por encima y el perro ni se inmutó. En el interior, había un par de mesas ocupadas por hombres, y algunos más en la barra. Todas las miradas se volvieron y se oyó un silbido ahogado que hizo ruborizarse a Paula.


—¿Hay jardín? —preguntó Pedro al camarero que estaba detrás de la barra.


—Hay un comedor privado con vistas a… La parte de atrás —dijo el hombre. 


—Muy bien —Pedro se volvió hacia Paula—. ¿Qué quieres? —leyó de la pizarra en la que estaba anotado el menú—. ¿Merluza a la romana? ¿Asado del día? ¿Menestra?


—Pastel de carne con patatas fritas y… Un vaso de limonada.


Pedro pidió lo mismo para él y pagó. El camarero les indicó la puerta del comedor. Cuando se habían instalado en una de las mesas que encontraron, Paula comentó:


—No me hubiera importado comer en el otro comedor.


—Pero a mí no me apetecía compartirte con una veintena de admiradores —masculló Pedro.


Ruborizándose de nuevo, Paula miró por la ventana.


—¡Qué gran vista! —bromeó, al ver un jardín descuidado, con un cobertizo medio derruido.


—¡Desde luego! Muy rústico —Pedro miró a Paula y su expresión se suavizó. Luego le tendió un pequeño paquete que sacó del bolsillo—. Esto es para tí. He pensado que te gustaría.


El corazón de Paula dió un salto de alegría. Abriéndolo, exclamó:


—¡Es precioso! —sostenía sobre la palma un broche de cerámica y tuvo que reprimir el impulso de colgarse del cuello de Pedro y darle un fuerte abrazo.


Pedro la estaba mirando y sus ojos reflejaban la misma alegría que los de ella. Paula tragó saliva.


—La flor parece de verdad —en el centro, había una waratah roja, con pétalos lanceolados—. Gracias, Pedro. ¡Qué considerado!


—Me alegro de que te guste —Pedro la observó mientras se lo ponía en la pechera de la blusa. Con voz grave y aterciopelada, susurró—: Paula…


—Dos pasteles de carne con patatas —anunció el camarero, dejando los platos y la bebida sobre la mesa. Luego se fue silbando.


Pedro y Paula se concentraron en la comida y charlaron sobre temas intrascendentes. El ambiente del local era íntimo y acogedor, y ella casi susurraba. Se oyó un teléfono y sacó de su bolso el móvil de Pedro. Después de mirar la identidad de quien llamaba se lo pasó a él diciendo:


—Espero que no sea grave.


—Lo mismo digo —al tomar el teléfono, Pedro acarició los dedos de Paula y ella, temblorosa, retiró la mano y se la llevó al broche.


—Alfonso —dijo él al teléfono. 

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