viernes, 19 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 34

Paralelamente a esos pensamientos, otros la ponían alerta. Aquéllos que le advertían que tenía que olvidar lo cerca que tenía a Pedro y lo consciente que era de ello.


—Estás convencida de que soy un obseso del control —dijo él, clavando sus increíbles ojos verdes en ella.


Paula alzó la mirada al cielo.


—Creo que estás intentando aceptar que tu médico tenía razón, que estás furioso y que no soportas sentir que no puedes controlar la situación.


—No he dejado la compañía ni un solo día desde que me hice cargo de ella. Mi padre me dejó tres madrastras a las que mantener generosamente, y sus asignaciones proceden de los fondos de la empresa —dijo él con voz grave. Tras una breve pausa, continuó—: También dependen de mí mis quinientos empleados. Si yo me equivoco, ellos sufrirán las consecuencias.


—No creo que fracasaras ni aunque te lo propusieras.


—Pero sí crees que estoy obsesionado con controlarlo todo.


Paula vaciló porque no quería mentir. Pedro se puso en pie y le tendió la mano.


—Da lo mismo —dijo, ayudándola a ponerse en pie—. Vayamos dentro. Llevamos mucho tiempo aquí. Lo mejor será que llamemos para que nos traigan la cena; no habrá suficientes provisiones en la despensa y es casi hora de cenar.


Al levantarse, Paula se quedó tan cerca de él que rozó su musculoso cuerpo, e instintivamente, quiso alargar la mano para acariciarle el rostro. Todos sus sentidos reaccionaban a su proximidad. El aroma de su piel la embriagaba, su negro cabello reclamaba la caricia de sus dedos… Pero si se dejaba llevar, ¿Qué sucedería? Que acabaría siendo abandonada por Pedro, cuyo interés en ella no podía ser más que momentáneo. Se separó de él y lo precedió al interior. Pedro cerró la puerta de la terraza y se dejó caer sobre un sofá al tiempo que elevaba la pierna sobre una otomana.


—Hay un menú de un restaurante de comida para llevar en la puerta del frigorífico. ¿Quieres pedir algo y elegir una botella de vino de la bodega? 


Paula le preparó un baño y, cuando llegó la comida, cenaron charlando de temas intrascendentes. Luego Pedro ojeó una revista mientras ella sacaba a Simba al jardín para que se aireara. Había ayudado a Pedro con los ejercicios de rehabilitación y estaba tomando una segunda copa de vino, sentados en el sofá, cuando la sacudió un violento hipo. Se llevó la mano a la boca y abrió los ojos desmesuradamente.


—Lo siento, ¡Qué vergüenza! —exclamó, ruborizándose.


Pedro dejó escapar una carcajada. Por primera vez en todo el día desapareció todo atisbo de tensión en él y Paula se sintió halagada. La presión que ejercía el muslo de él contra el suyo se incrementó y la forma en que pasó a mirarla estaba cargada de un renovado interés. «Por favor, Pedro, no hagas que tu sonrisa me derrita, no hagas tu presencia tan irresistible. Ya me está costando bastante actuar con normalidad». Empezó a balbucear para ignorar sus propios pensamientos:


—Mis hermanas dicen que no tengo paladar, pero he elegido un buen vino, ¿Verdad?


Pedro deslizó la mirada hacia sus labios antes de volver a mirarla a los ojos. 

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