viernes, 12 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 18

 —No necesito ni aceite ni masajes —Pedro cerró los ojos y aspiró profundamente. Al instante se sintió inundado por el olor a especias del café y el sutil perfume de Paula, demasiado embriagador para sus sentidos.


No necesitaba añadir a esas sensaciones la de sus manos recorriéndole la pierna.


—Como quieras —dijo ella, sonando decepcionada.


Pedro no quiso plantearse por qué podría sentirse así y prefirió asumir que se debía a su empeño en ser la enfermera perfecta.


—Tengo que ponerme a trabajar —dijo con voz grave. Asió la taza con fuerza y fue al despacho.


Se sentó ante el escritorio y, tras probar el café, suspiró al sentir la explosión de sabor en la boca. Colocó el pie en el improvisado escabel que Paula le había preparado el día anterior y comenzó a dictar con claridad usando el programa de reconocimiento de voz. Había alcanzado su objetivo. Había recuperado las riendas de la situación. Estaba al mando. 


paula recogió la cocina, adelantó la comida y ordenó el dormitorio de Pedro sin detenerse a aspirar su olor ni a imaginarlo en la cama, con la cabeza apoyada en las almohadas que ella ahuecó con esmero.


—Primero esa cinta —dijo Pedro en cuanto la oyó entrar en el despacho sin levantar la mirada de la pantalla.


—¿Cuándo haremos el descanso para los ejercicios? —Paula estaba dispuesta a llegar a un acuerdo sobre la hora, pero estaba decidida a cumplir con su deber.


—A las diez. Puedes preparar otro de esos cafés de mentira para entonces —Pedro frunció el ceño—. Como supongo que tú querrás otra taza, te resultará más práctico hacer suficiente cantidad para los dos.


Paula esbozó una sonrisa.


—Desde luego. Eres muy considerado —¡Le había gustado! Tenía que ser la única razón de que Pedro quisiera más—. No voy a insistir en lo del masaje —añadió—, pero no pienso deja pasar los ejercicios, ni media hora al sol ni la siesta de después de comer —se sentó ante su escritorio —y volviéndose hacia él con una perfecta imitación de su gesto severo, añadió—: Así que será mejor que te organices para poder hacer todas esas cosas. 


—¿Y qué sugieres que haga?


—Para empezar, podrías dejar de leer y responder con comentarios detallados a cada informe que recibes cuando bastaría con decir: Perfecto.


Tras esas palabras, Paula se colocó los cascos y empezó a teclear.


No quería oír lo que su jefe tenía que decir. Era evidente que tenía un magnífico personal pero exigía que lo tuvieran al tanto de los más nimios detalles. Evidentemente, su ansia de control era obsesiva. Ella, por el contrario, dejaba que la gente actuara según su propio criterio y no sentía la necesidad de estar pendiente de todo. Además, no era ella quien importaba, sino Pedro Alfonso y su actitud dictatorial. Ésa era la cuestión. Él masculló algo que no entendió. 

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