miércoles, 17 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 28

Paula reflexionó profundamente durante el trayecto a Melbourne aprovechando el absoluto silencio de su acompañante. Simba iba en su jaula en el asiento trasero. El tráfico se intensificó en cuanto el perfil de la ciudad se vislumbró en el horizonte. No dejaba de pensar en el error que había cometido al besar a Pedro, y en que debía concentrarse y recuperar la profesionalidad con la que había comenzado su trabajo. Se miró de reojo en el espejo retrovisor y aprobó su nuevo aspecto, con el cabello rubio sin tintes añadidos y peinado en una trenza francesa.


—La próxima a la derecha —indicó Pedro con voz neutra.


—Gracias —Paula entró en otra lujosa calle residencial.


—Mi casa es la del remate azul.


Pedro señaló una imponente casa que sólo contribuyó a confirmar a Paula que pertenecían a mundos distintos. Durante el viaje, le habían asaltado confusas emociones sobre la necesidad de establecer vínculos de confianza, el abandono de sus padres y la relación no siempre sencilla con sus hermanas. Parecía que su mente estaba decidida a acumular preocupaciones. Y para distraerse decidió imaginar que el interior de la casa de él era horroroso, frío e impersonal, con un mobiliario espantoso, y horribles y carísimos cuadros. Apretó los dientes.


—Deja que acomode a Simba antes de ir a la cita.


—Primero tengo que desconectar la alarma.


Paula no supo identificar si sonaba enfadado, frustrado o, como ella, alterado por emociones que debía ignorar. Pedro no dejaba de mirar de reojo su blusa blanca atada delante con un lazo, y su falda sencilla. Para no preocuparse por su opinión, se repitió que presentaba la imagen que requería su trabajo, que no necesitaba complementos ni parecer más sofisticada de lo que era. Lo acompañó a la puerta principal, esperó a que desconectara la alarma y entró con él, ignorando los preciosos naranjos ornamentales, las icas cortinas y la exquisita decoración que creaba un ambiente cálido y acogedor. No notó nada de todo ello. Poco después, detenía el coche ante la consulta del médico. Pedro se volvió hacia ella.


—No creo que tarde. Si quieres ir a dar una vuelta, podemos quedar en la cafetería de al lado.


Era la primera frase larga que le dirigía en toda la mañana y Paula intuyó cierto nerviosismo. No pensaba dejarlo sólo. Y no porque se sintiera emocionalmente implicada, sino porque era su trabajo.


—Prefiero esperar en la sala de espera.


—Está bien —dijo él, mirándola fijamente antes de desviar la mirada—. Es por aquí.


No tardaron en hacerle pasar. La consulta, sin embargo, duró bastante más de lo que Paula había calculado y, cuando pasó de los cincuenta minutos, empezó a preocuparse. Cuando finalmente Pedro salió, ella saltó de su asiento y fue a su encuentro.


—¿Estás bien? ¿Qué ha dicho el doctor? Tardabas tanto que he llegado a pensar que había encontrado algo terrible y que te habían llevado al hospital sin avisarme —calló al darse cuenta de que estaba clavando los dedos en el brazo de Pedro. 

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