lunes, 15 de enero de 2024

Juntos A La Par: Capítulo 23

Paula se ocupó de su tobillo mientras le daba los mensajes, entre los que se incluían nuevas llamadas de sus madrastras. Diana para hablarle de un crucero, Silvia para pedirle el avión y Lucrecia para que reconsiderara lo de su asignación.


—Ya las llamaré, pero por hoy he terminado. Sólo quiero darme un baño y acostarme. Supongo que insistirás en traer incienso y manzanilla.


Lo dijo con resignación, pero Paula tuvo la certeza de que, aunque era demasiado orgulloso como para admitirlo, sabía que le habían sentado bien.


—Lo haré encantada —replicó con entusiasmo.


—Gracias —Pedro empezó a subir las escaleras—. Mañana tengo una cita con el médico y el fisioterapeuta. Pasaremos la noche en mi casa de Melbourne. Será mejor que descanses y estés preparada para el viaje.


—Muy bien —dijo ella, aunque hubiera preferido que le avisara con más tiempo—. Iré a prepararte el baño.


—Lo haré yo mismo. Puedes dejar el incienso y la infusión en el dormitorio. No hace falta que nos veamos hasta mañana —dijo. Y dió media vuelta como si ya se hubiera olvidado de ella.


—Puedo ir contigo al médico —dijo Paula, subiendo tras él—. Hay gente a la que… 


Pedro le lanzó una mirada asesina.


—No, muchas gracias. Sólo quiero que estés lista por la mañana. No quiero complicaciones de última hora.


Sólo entonces se dió cuenta Paula de que sí había una complicación en forma de ser peludo y de dientes largos. ¿Cómo no se había dado cuenta de que no podía dejarlo tanto tiempo solo?


—No habrá ningún problema —dijo, ruborizándose—. ¿Por qué iba a haberlo? —preguntó ansiosa, mientras se decía que encontraría una solución.


Pedro se despidió con un gesto de la cabeza.


—Buenas noches.


—Buenas noches —replicó ella—. Nos vemos por la mañana. Todo irá a la perfección.


Pedro la miró con suspicacia, pero entró en su dormitorio sin añadir nada. Paula se mordisqueó el labio. No podía dejar a Simba, así que tenía unas cuantas horas para decidir qué hacer con su mascota adoptiva. 


A las siete de la mañana del día siguiente, Paula acariciaba a Simba preguntándose cómo presentárselo a Pedro, cuando sonó el teléfono. Dejó a Simba en la cesta y entornó la puerta a su espalda sin molestarse en comprobar si había quedado cerrada. Bajó las escaleras corriendo y contestó:


—Paula Chaves, en nombre del señor Alfonso, ¿En qué puedo ayudarle?


Un hombre se disculpó por llamar tan temprano y preguntó si Pedro estaba despierto.


—Soy el doctor Cooper, su médico —concluyó.


Paula asió el auricular con fuerza. ¿Habría algún problema?


—Soy la ayudante del señor Alfonso mientras se recupera de sus lesiones.


El doctor Cooper carraspeó.


—Sólo quería asegurarme de que vendría a la cita.


—Ésa es su intención. Ayer hicimos planes para el viaje —entre los que no se incluyó el tema de Simba.


—Me alegro —tras una breve pausa, el doctor continuó—: ¿Qué tal están sus niveles de estrés? ¿Ha mejorado?


—Niveles de estrés… —repitió Paula al tiempo que se le formaba un nudo en el estómago—. No sabía que tuviera que observarlos —añadió.


Pero recordó la palidez de su rostro el día anterior y cómo se frotaba el pecho. 

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