jueves, 27 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Epílogo

Era septiembre  y el sol aún brillaba con fuerza en el Mediterráneo. Paula se asomó al balcón de su cuarto y vió a Theo, Milo y a su hijo Mateo jugando en la piscina.
En todos los meses que había pasado sola, nunca imaginó una felicidad tan completa.
—Paula, son más de las nueve y tu maleta está lista —dijo Pedro, llegando tras ella y abrazándola por la cintura—. Es nuestro segundo aniversario y tenemos que empezar a celebrarlo...
—Creo que ya lo empezamos a celebrar a medianoche —sonrió ella, traviesa.
—Pues tenemos que seguir haciéndolo —prometió él—, pero el helicóptero está esperando y quiero que lleguemos antes de medianoche. Tengo una sorpresa para tí.
—¿Estás seguro de que Mateo estará bien solo?
—¿Solo? —rió él—. Solo no va a estar ni un segundo. Tiene a todo el servicio, a Theo y a Milo a sus pies.
—Tienes razón —dijo ella, y lo besó en la mejilla—. Iré a ducharme. Sola —informó al ver brillar sus ojos—. Tenemos prisa, ¿recuerdas?
Paula no había dejado de sonreír cuando salió de la ducha. Los últimos catorce meses habían sido de pura felicidad. Habían pasado el tiempo entre la casita de Sussex, Atenas y la casa de Zante. Mateo había nacido en la casita para desmayo de su padre, con la ayuda de la mujer de un granjero, el día antes de su primer aniversario de boda. Era la viva imagen de su padre.
El día anterior había sido su cumpleaños, y en medio de la fiesta, el niño había decidido dar sus primeros pasos.
—Vamos, Paula... nos están esperando —Pedro estaba tan atractivo y atento como siempre, aunque se impacientara un poco a veces.
Una hora después y tras muchos besitos al niño, subieron al helicóptero que había aterrizado en el jardín.
—Sólo vamos a estar una noche fuera, tampoco es para tanto —murmuraba él, pero Paula sonrió porque él había pasado tanto tiempo despidiéndose de Mateo como ella.
Paula quedó sorprendida cuando el helicóptero aterrizó en el tejado del hotel de Zante donde pasaron su noche de bodas. Miró a Pedro sin comprender muy bien aquello... iban allí a menudo; no era una sorpresa muy original.
—Sé lo que estás pensando —dijo él, pasándole un brazo por los hombros—, pero esto no es la sorpresa.
—¿Entonces dónde vamos?
—Paciencia...
Pero su paciencia empezaba a agotarse cuando el taxi les dejó al pie de las escaleras que llevaban a su casa. Pedro se detuvo al llegar al final de los escalones.
—Ahora es cuando empieza la sorpresa: tengo que vendarte los ojos.
Ella lo miró con ojos brillantes. Estaba guapísimo.
Pedro le vendó los ojos y la condujo por la cintura hasta que se detuvo.
—Ya hemos llegado —y le quitó la venda—. Esto es.
Ella estaba junto al jardín que había ideado para su tía, donde estaba la tumba de la niña que no llegó a nacer, y en el acantilado, a dos metros de altura, había un nicho de mosaico con una escultura de una virgen con el niño. Los ojos se le llenaron de lágrimas que derramó sin vergüenza.
—Sé que a tu tía le hubiera gustado más una lápida, pero esto me pareció un buen sustituto y que tal vez te gustara —le dijo él, abrazándola por la cintura—. Lo siento si me he equivocado. No llores, por favor. No soporto verte llorar.
Paula levantó la cara con una gran sonrisa. Sus lágrimas eran de alegría y un toque de tristeza por lo que aquella virgen representaba. Sabía que Pedro la amaba, pero la sensibilidad de ese regalo le llegó muy dentro.
—No te has equivocado, Pedro. Me encanta. Y te quiero —dijo ella—. A mí no se me hubiera ocurrido, pero seguro que a la tía Mary le habría gustado. Es una sorpresa preciosa.
Él la besó tiernamente y cuando por fin levantó la cabeza, fue para hacer otra confesión.
—He de decir que tengo otro motivo para traerte aquí.
—¿En serio? —entre sus brazos como estaba, a Paula no le era difícil notar su erección, y ella empezó a excitarse también. Creía imaginar lo que él estaba pensando.
Y no estaba equivocada del todo.
—Sí, es una tradición que quiero retomar —dijo, besándole el cuello y acariciándole los pechos—. Theo fue concebido en esta playa, y mi madre también. Si estás de acuerdo, me gustaría que nuestro siguiente hijo siguiera la tradición familiar...
Y nueve meses después, nació Olivia...

Llegamos al final de esta hermosa historia, se la dedico a @pedropaulaoli4, gracias mari porque sin tu ayuda no hubiera sido posible que esté subiendo noves, y  por escucharme, estar, por todo, gracias amiga!!!

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 44

No le había durado mucho tiempo la humildad, se dijo ella. Le pasó las manos por el pecho y después le rodeó el cuello. Se acercó a él tanto como la barriga le permitía y dijo:
—Me parece bien. Me gusta que el hombre al que amo esté cerca de mí y de nuestro hijo —Paula vió la sorpresa en sus ojos, y entonces la besó con ansia y a la vez ternura.
—Dime que esto es real —pidió él, acariciándole el pelo—. Dime otra vez que me quieres.
Ella se apartó ligeramente.
—Te quiero, Paula —sus labios se abrieron en una sonrisa de enorme satisfacción.
Él la besó con un deseo ardiente de llegarle al alma. Sus manos se deslizaron desde la nuca para acariciarle los pechos, y después el vientre.
—No deberíamos estar haciendo esto —gruñó él—. Estás embarazada.
—Claro que debemos —dijo ella, sintiendo cómo sus pechos se hinchaban bajo la fina tela del vestido—. Pero no aquí, sino arriba —murmuró, y él la tomó en sus brazos para llevarla donde ella le indicó.
Una vez allí, la dejó en el suelo y la miró como si fuera la primera vez que la veía, haciendo que Paula se pusiera nerviosa.
—¿Te gusta mi cuarto? —preguntó ella.
—Tú llenas mis ojos, mi corazón, llenas mi mente y no dejas lugar para nada más —le puso las manos sobre los hombros y bajo los finos tirantes del vestido, que cayó inmediatamente a los pies de Paula—. ¡Dios mío! —exclamó al ver su figura—. Antes pensaba que eras perfecta, pero ahora, eres como una fruta madura, eres... exquisita.
—Paula... —dijo ella con emoción.
—Paula, no te merezco —dijo, ocultando la cara en su hombro—, pero te quiero locamente y siempre lo haré.
Ella sintió que se le hinchaba el corazón en el pecho. Todas sus dudas y temores se habían desvanecido al ver el amor que brillaba en sus ojos de plata.
—Paula —repitió, temblorosa, mientras él le besaba la frente.
El la tumbó sobre la cama como si fuera del más fin cristal, se quitó la ropa y se echó junto a ella.
Le acarició los pechos hasta que ella gritó suavemente de placer. Se inclinó sobre ella y volvió a besarla mientras recorría todo su cuerpo con la mano. Paula lo buscó al sentir la pasión incendiarse en su interior.
—Paula, mi amor —murmuró él contra su piel, acariciándola cada vez con más urgencia.
Ella le clavó las uñas en la piel y él gruñó de placer al poseerla por fin.
No tuvo nada que ver con lo que habían conocido hasta entonces; fue una unión total, de cuerpo y alma, que les hizo conocer el placer y la gloria de ser uno en realidad.
Más tarde, Paula le besaba el pelo mientras le acariciaba el vientre.
—Bueno, Theo estará por fin contento; su bisnieto se quedará con su casa.
—¿Cómo? ¿Tú no estás contento?
—Contento no es suficiente para describir la profundidad de mi amor por tí. Te amo más de lo que pueda decir con palabras.
—Entonces, muéstramelo de nuevo —ella sonrió, y él obedeció.

Estos caps se los dedico a @SilvinaAraceliR, Sil espero que te gusten estos que son los últimos gracias por leer y comentar siempre.

Casada por Obligación: Capítulo 43

Paula lo miró a los ojos y lo vió vulnerable. Nunca había visto a Pedro como entonces, y lo miró con una incertidumbre que se parecía mucho a la esperanza. Ella quería creerlo, pero tenía miedo de volver a sufrir.
—¿Cuándo te diste cuenta? —preguntó sarcástica, para proteger sus sentimientos.
—El día que visitamos la casa de Zante —respondió él con una sonrisa—. Mientras estábamos tumbados en la cama de tu tía. Después me dijiste que yo no creía en el amor, y decidí esperar para decírtelo porque me pareció pronto —le apretó con fuerza los brazos y la miró fijamente—. Me mentiste cuando me dijiste que no sabías quién era el amante de tu tía, y eso me dolió porque no confiaste en mí.
—¿Cómo puedes saberlo?
—Cariño, eres como un libro abierto para mí, pero olvídalo. No me lo tienes que decir ahora. Haré todo lo que esté en mi mano para hacer que confíes en mí.
—También dijiste que te había decepcionado...
—Creo que dije demasiado —murmuró él—. ¿Cómo puedo hacer que entiendas? En cuanto te vi, se me rompieron los esquemas sobre el amor. Eres la mujer de mis sueños, pero aquello se convirtió en una pesadilla cuando dijiste que estabas casada. Me pasé un año intentando olvidarte, un año de abstinencia. Desesperado, empecé a salir con Anabella, pero juro que no la he vuelto a tocar desde entonces. Vino por sorpresa a mi oficina para desearme feliz cumpleaños, pero la eché de allí antes de hablar contigo. ¿Crees que puedo hablar así y hacerle el amor a otra mujer como lo hago contigo? —preguntó con dureza—. Tú eres mi amor, mi pasión y mi vida.
Ella recordó esa pasión, la ternura y cómo le hacía el amor, y se le encogió el corazón. ¿Estaría diciendo la verdad?
—Cuando te obligué a casarte conmigo, no me importaba que siguieras enamorada de Alan. Te deseaba. Sabía que éramos compatibles y pensé que podría basar nuestro matrimonio en eso, pero pronto me di cuenta de mi error. Te amo y quiero mucho más que eso de tí —le dijo, acariciándole la barbilla—. Mírame, Paula. Soy un hombre muy posesivo y tenía unos celos insanos de tu marido fallecido.
—Rompiste mi colgante a propósito.
—Le habría roto el cuello si hubiera estado vivo. Así de despreciable soy,Paula—respondió él inmediatamente.
Paula abrió mucho los ojos y miró a Pedro a la cara; parecía estar sufriendo una tortura.
—No lo dices en serio...
—Tal vez no, pero volví de Nueva York decidido a hacerte saber lo que sentía, porque descubrí después de nuestra conversación que estaba llegando a algo contigo. Especialmente cuando accediste a buscar una casa.
—Creía que sería para nosotros, pero después pensé que era tu modo de decirme que me marchara —apuntó Paula.
—Acertaste la primera vez —Pedro sonrió—. Pero cuando llegué y te íi llorando en tu antigua casa, algo saltó dentro de mí —cerró los ojos angustiado y después los abrió de nuevo—. Paula estuve a punto de tomarte sin tu permiso. ¿Podrás perdonarme?
—¡No! —gritó ella. No podía soportar ver ese tormento en sus ojos—. No lo hiciste. Estabas enfadado al principio, pero yo te deseaba —dijo ella, poniéndose roja y sintiendo crecer la esperanza en su corazón a cada segundo.
—Gracias, pero me he dado cuenta de que no me puedo fiar de mí mismo cuando estás cerca. Cada vez estaba más desesperado deseando que me amaras. Soy tan egoísta que quería ser el centro de tu universo. Hice todo lo que pude para que me amaras, sin resultado. Ya no me quedaba esperanza y supuse que tendría que marcharme antes de destrozar los pocos sentimientos que tenías por mí —le retiró la mano de la barbilla—. No me sorprende que no me dijeras lo del embarazo. Probablemente tuvieras miedo de mí.
Paula no podía soportar oír a su orgulloso  Pedro hablar tan humildemente.
—Miedo de tí... nunca —dijo ella con una sonrisa.
—Espero que lo digas en serio, Paula —le dijo él—, porque voy a estar mucho tiempo contigo y con el niño.

martes, 25 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 42

Paula sentía un terremoto en su interior. Su presencia le había sacudido las entrañas y no pudo obviar su magnífico cuerpo junto a ella, su aroma y la intensidad de su presencia. ¡Y ella que había pensado que en ciertas etapas del embarazo disminuía el deseo sexual!
—Nunca te mentí. En ese momento creía tener el periodo. Después supe que es frecuente que las mujeres manchen en las primeras etapas del embarazo —le explicó, a pesar de que no creía deberle ninguna explicación. ¡No le debía nada!
Ella dió un paso atrás y tropezó con la tumbona. Ágil de reflejos, Pedro la agarró por la cintura con las dos manos.
—Estoy bien —dijo ella, y sintió cómo el niño daba una patadita en ese momento contra su mano.
Los rasgos de Pedro se suavizaron y la ira de sus ojos se tornó en sorpresa al mirarla.
—El niño acaba de dar una patada... ¿Te hace daño? —le preguntó en voz baja.
—No, estoy bien —logró decir ella. Al menos había estado bien hasta la llegada de Pedro. Ahora estaba cualquier cosa menos bien—. Ya puedes soltarme y contarme cómo me has encontrado y por qué estás aquí.
Él la soltó y le sonrió sarcásticamente.
—Me sorprende que Liz no te llamara para avisarte; ella parece ser la única persona que dejas que se acerque a ti.
—¿Liz te lo dijo? ¡No puedo creerlo! —en ese momento recordó las dos llamadas que no había llegado a tiempo de responder.
—No te preocupes. Liz no te ha traicionado. Ha sido Manuel. Lo ví en una fiesta de la empresa ayer y me dijo que como padre creía que era importante que yo lo supiera.
—Pues ya lo sabes —dijo ella encogiéndose de hombros, pero por dentro estaba como un flan. Después de casi cinco meses creía haber logrado convencerse de que no quería a Pedro y de que no lo necesitaba. Tenía que ocuparse de su nueva casa y de su bebé, pero ahora que lo volvía a ver, sentía la misma atracción hacia él.
Estaba más delgado y tenía más arrugas, pero su magnetismo sexual era tan poderoso como siempre.
—¿Qué quieres, Pedro? —preguntó ella lentamente. Aún era su esposa, y podía ponerle las cosas difíciles si quería ejercer sus derechos sobre el niño.
—Eres mi mujer y llevas a mi hijo en tu vientre —dijo Pedro con precisión, y la tomó en sus brazos antes de que ella pudiera adivinar sus intenciones.
—¿Estás loco? ¡Déjame en el suelo! —chilló ella, pero tuvo que agarrarse a él mientras la llevaba hacia la casa.
—No. Lo que quiero es protegerte a tí y a mi hijo —entró a la cocina y la dejó en el suelo. Miró a su alrededor con interés—. Es muy agradable.
—No me interesa tu opinión —le espetó Paula, furiosa—. Y no sé a qué juegas, pero estás perdiendo el tiempo. No te quiero aquí —y le dio la espalda para ir por un vaso de agua.
Él la agarró por el hombro y la obligó a girarse.
—No tienes opción —¿dónde había oído eso ella antes?, se preguntó, resentida—. Me voy a quedar aquí todo el tiempo que haga falta. Para siempre, si es necesario. Te quiero y no pienso volver a dejarte marchar.
Paula lo miró asombrada. No podía haberlo entendido bien.
—Dí eso otra vez.
—Te quiero, Paula. Siempre te he querido —dijo él con voz profunda y llena de emoción.
Ella escuchó sus palabras y por un momento lo creyó. Hasta que sintió al bebé moverse en su interior.
—No, no te creo —¿cómo podía haber olvidado que Pedro era un maestro de la manipulación y que siempre conseguía lo que quería? Y lo que quería era al niño—. Me estás mintiendo para quedarte con mi bebé.
Entonces se dio cuenta de que Pedro debía haberse dado cuenta de que ella lo amaba y por eso le ofrecía precisamente eso.
—No tengo motivos para mentir, Paula. Soy el padre de tu hijo, y él será mío pase lo que pase entre nosotros. Es a ti a quien quiero —insistió, y alargó la mano hacia ella—. Es a tí a quien necesito en mi vida, y desesperadamente. He tratado de vivir sin tí y era como estar en el infierno.
La emoción de su voz le llegó al corazón y empezó a ablandarse. Cielos, deseaba tanto que la amara...
—Tienes que creerme, porque no voy a dejarte marchar de nuevo.
Su comentario fue como una ducha fría justo cuando empezaba a creerlo.
—Tú nunca me dejaste ir, Pedro. Lo que hiciste fue dejarme a secas declarando que no querías volver a verme. Y yo sé por qué —le espetó—. ¿Es que crees que soy *******? Vienes aquí y me declaras tu amor incondicional esperando que caiga rendida a tus pies. ¿Es que crees que no sé lo de Anabella? Sé que salías con ella antes de que nos casáramos, y fue ella quien respondió al teléfono cuando te llamé el día de tu cumpleaños, aunque tú dijiste que era tu secretaria. Pero era la misma Anabella con la que apareces en las fotos de una revista reciente.
El la soltó y se sonrojó levemente.
—No te molestes en negarlo. Seguro que a los dos les parecía muy divertido que tú hablaras conmigo por teléfono cuando ella era el objeto de tu conversación erótica. Me pones enferma. Y en vez de decirme que buscara una casa porque el apartamento no era de mi estilo, me podías haber dicho que me fuera de casa. Y pensar que yo ya había decidido dejar atrás el pasado y hacer que nuestro matrimonio funcionase... Qué ironía de la vida —lo miró y se rió sin ninguna alegría—. Lárgate, Pedro. Voy a descansar —y quiso marcharse de la cocina temblando por la fuerza de su descarga emocional.
—Ni se te ocurra, Paula —le dijo él, atrayéndola de nuevo a sus brazos—. No te vas a escapar tan pronto. Estás celosa de Anabella, y no sabes lo feliz que me hace eso, el saber que tú has sentido una pizca de la angustia que me tiene ahogado desde que te conozco —Paula abrió la boca para protestar—. ¿Tienes idea de lo que me ha costado romper tu frialdad? ¿La de veces que, saciado de sexo en la cama, sabía que una muralla se interponía entre los dos? No sabes lo que me has hecho, a mí, Pedro Alfonso, el que nunca había creído en el amor —sacudió la cabeza—. Y me he enamorado perdidamente de una mujer que está encerrada en la memoria de un amor de su pasado.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 41

Pedro reconoció el coche de Paula y aparcó el suyo detrás. Estaba rojo de furia según se acercaba a la casita. Al llegar a la puerta, llamó al timbre. Después dio unos pasos atrás y miró la casa. Los arbustos de la entrada estaban floridos y la casa tenía un aspecto de cuento. Era muy del estilo de Paula, y si no hubiera estado tan enfadado, habría sonreído.
Volvió a llamar sin respuesta. El canto de los pájaros llenaba la cálida mañana de junio, y él, impaciente, rodeó la casa y descubrió que se componía de dos alas con un patio intermedio con una fuente en el centro.
Estaba embarazada. Aun desde la distancia podía ver su vientre hinchado y la rabia se incrementó.
Ella estaba en una tumbona, pero no se movió cuando él se acercó. Pedro se detuvo para mirarla; estaba tan guapa que se quedó sin respiración y sintió una fría náusea en el estómago: los síntomas de enamoramiento que no había logrado dejar atrás.
Paula llevaba un leve vestido de muselina de tirantes que dejaba entrever la curva de sus pechos. Tenía una mano colocada a modo de protección sobre la barriga. Estaba embarazada de él y no se lo había dicho.
—Entonces es verdad, Paula.
Ella abrió los ojos y creyó estar soñando.
—Pedro... —murmuró soñolienta. Llevaba unos chinos y un polo y estaba... —. ¡Pedro! —no era un sueño. El pulso se le aceleró y él siguió mirándola con ojos furiosos.
—¿Cómo has podido pensar que podrías ocultarme tu embarazo?
—preguntó él con dureza.
—No sé de qué me hablas. Mi embarazo no es ningún secreto —dijo ella, poniéndose de pie y volviendo a sentir el dolor de su separación—. Pero puesto que dijiste que no querías volver a ver nunca más, no es raro que no te enteraras de mi embarazo —le espetó ella.
¿Es que Paula no tenía ni idea de lo que había pasado aquellos meses? Enfermo de amor por ella, echándola de menos, sin poder dormir por las noches... había trabajado incesantemente para apartarla de su mente. Había hecho mucho dinero en el proceso que no necesitaba, pero nada le curaba de su necesidad de Paula . Por desesperación había invitado a Anabella, sólo a cenar, una noche, pero fue un desastre antes de empezar. Ahora Paula estaba frente a él, mirándolo desafiante y él ya había sufrido bastante.
—No tientes mi paciencia —le dijo—. Sabes muy bien a qué me refiero. No pensabas decirme que estabas embarazada. Te pregunté si había alguna posibilidad cuando nos separamos, y me mentiste diciendo que no, pero no vas a poder volver a decirme eso.

Casada por Obligación: Capítulo 40

Y tras ese comentario, su padre se marchó. Paula no pudo evitar echarse a reír.
Pero las semanas siguientes no estuvieron marcadas precisamente por la risa. No podía comer, no podía dormir y era todo culpa de Pedro Alfonso. Había intentado evitar el dolor de amarlo, pero había ocurrido de todos modos.
El primer día de primavera, Paula salió de la consulta del médico en estado de shock. Había acudido a visitarlo porque se había desmayado en el trabajo y Liz había insistido en que tenía que verla un médico.
Era un milagro... ¡estaba embarazada! No sabía ni qué pensar. El médico le había dicho que era frecuente que se manchara en los primeros meses, y ella había pensado que era el periodo... En cualquier caso, estaba embarazada de tres meses y el momento no podía ser mejor. Paula casi fue bailando hasta el coche. Había vendido su casa y se había mudado la semana anterior a una preciosa casita de campo en Sussex con un gran jardín. Si antes había tenido alguna duda sobre su decisión de vivir fuera de Londres e ir a trabajar tres días a la semana, ya no le quedaba ninguna.
—¿Qué te ha dicho el médico? —le preguntó Liz nada más entrar en la tienda.
—Ven a la parte de atrás y te lo contaré.
—¿Qué vas a hacer con Pedro? —le preguntó Liz nada más enterarse de su estado—. Tienes que decírselo.
—¡No! —exclamó Paula inmediatamente, y no quiso escuchar los argumentos de Liz para que hiciera lo contrario—. Vamos, Liz. Ví una de tus revistas hace poco, aunque trataste de ocultármela, con la foto de Pedro y Anabella agarrados del brazo. No tiene ninguna gana de volver a verme; incluso me mandó mis cosas a casa por correo.
Liz sacudió la cabeza.
—No lo sabía. ¡Qué *******! Pero sigo pensando que tendrías que decírselo; tiene derecho a saber que va a ser padre.
—Si te hace sentir mejor, se lo diré si lo veo —dijo Paula, y pensó «cuando las vacas vuelen».
Pocas semanas después, Paula recibió una carta de Theo. En ella le contaba que las reparaciones de la casa de Zante habían finalizado y que esperaba que el que su nieto y ella se hubieran separado, no rompiera su amistad. Ella le respondió y le dijo que podía usar la casa cuando quisiera. Se sintió culpable por no decirle nada, pero aún era demasiado pronto y sus emociones estaban aún muy frescas.
A mediados de abril Paula tuvo una desagradable sorpresa mientras comía con Liz.
—Manuel y yo cenamos ayer con Pedro y más gente de la empresa. Vino solo, y tenía un aspecto lamentable.
—No me sorprende, con la vida que lleva... —dijo Paula secamente.
—Preguntó por tí...
—Dime que no le dijiste nada —pidió ella.
—No, sólo le dije que te estabas recuperando —respondió Liz con sequedad.
Paula empezó la baja por maternidad al fin de semana siguiente diciéndose a sí misma que lo hacía para asegurarse de que el niño estaba bien. Pero lo cierto era que le preocupaba encontrarse a Pedro en Londres. Desde que se habían separado, no había vuelto a verlo ni a tener noticias de él, y así era como ella quería que siguieran las cosas. Él seguía pagándole religiosamente su pensión, y ella la dejaba intacta en su cuenta. Estaba embarazada de cuatro meses, pero todavía no se le notaba. Sólo Liz lo sabía, y ella quería que siguiera de ese modo todo el tiempo posible.
Le encantaba su casita, su jardín y el milagro de tener una vida creciendo en su interior. Consiguió encerrar su amor por Pedro en un rincón de su mente, y sólo se escapaba a veces por las noches. Paula era una experta en esconder sus sentimientos. Tenía mucha práctica.
Oyó el teléfono y buscó las llaves en su bolso, pero para cuando abrió la puerta, ya había dejado de sonar. Bueno, si era importante, ya volverían a llamar. Fue directamente a la cocina y dejó una lata de pintura que acababa de comprar sobre la mesa. Había decidido pintar el cuarto del bebé de amarillo.
Aquella mañana había estado en el médico haciéndose un examen rutinario por los seis meses de embarazo, y después había ido a la compra. La casa estaba a un par de kilómetros de la ciudad más cercana, con un caminito bordeado de árboles que llevaba casi hasta la puerta. La había construido el anterior propietario cuando se casó hacía cincuenta años. Tenía cinco habitaciones, la habitación principal, y tres baños. Era demasiado grande para Paula, pero se había enamorado perdidamente del lugar nada más verlo.
Paula salió a por el resto de cosas al coche; oyó el teléfono de nuevo y tampoco esta vez llegó a tiempo, pero no le importó.
Recogió la compra, se preparó una manzanilla y salió al jardín. Observó los preciosos parterres, la verde hierba, y no pudo contener un suspiro de satisfacción. Se acostó en una tumbona frente a la fuente, feliz con la vida, y cerró los ojos.

Casada por Obligación: Capítulo 39

Alan nunca la había hecho sentir de ese modo. Su amor había surgido de la amistad y el cariño, pero Pedro dominaba sus pensamientos y su cuerpo con exclusividad. Había gastado todas sus energías en mantener una barrera entre los dos y ahora, cuando era demasiado tarde, se daba cuenta de que amaba a Pedro.
El dolor la hirió profundamente, pero Paula no quiso que él viera el daño que le había hecho. Se colocó lo que le quedaba de blusa sobre los hombros y se puso en pie. Le llevó toda su decisión el lograr decir:
—Como quieras —e incluso logró encogerse de hombros—.
—Tu padre y la empresa seguirán teniendo mi apoyo financiero tal y cómo acordamos —se le torció el gesto—. Y si hay alguna posibilidad de que estés embarazada, tendremos que seguir manteniendo una relación amistosa.
—No, no estoy embarazada. Y Theo no tiene de qué preocuparse: puede quedarse en la casa de Zante siempre que quiera —era irónico, pero ella era la única que no conseguía lo que quería.
—Gracias, pero te pagaré un alquiler por el tiempo que él esté allí. Él no tiene por qué enterarse.
Ella lo miró, irritada de que pudiera sugerir eso, pero antes de poder replicar, él ya se había marchado.
Paula volvió a sentarse en la cama, con los ojos vidriosos, intentando comprender qué había pasado. Pedro se había marchado a Nueva York sin dar ningún indicio de que algo iba mal, y la noche que lo había llamado...
Contuvo el aliento. Una mujer había contestado al teléfono: Anabella, y ése era el nombre de la chica con la que había estado saliendo antes de casarse con ella. Entonces Paula lo vió claro. Pedro debía haber vuelto con ella y todo lo que le dijo por teléfono había sido una broma pesada. Paula se tomó lo de que buscara casa como si ésta fuera para los dos, pero seguro que lo que él quería era echarla de su apartamento para poder estar con la otra mujer.
Cómo podía haber estado tan ciega. Pedro tenía otra mujer y, para ser sincera, lo había esperado desde el principio. Aún tenía que considerarse afortunada de que su matrimonio hubiera durando cuatro meses, pero la verdad es que no se alegraba en absoluto. Parpadeó con fuerza, pero fue incapaz de contener las lágrimas.
Pedro subió a su coche y cerró la puerta de un portazo. Tenía que alejarse de allí cuanto antes. Estaba sorprendido por su propio comportamiento; había estado a punto de tomar a Paula sin pensar si ella quería o no. Nunca había sentido una rabia como aquélla en toda su vida. Ella lo obsesionaba hasta el punto de la locura.
Le había dado todo, se moría por su amor y, después de tres frustrantes días en Estados Unidos, se había dado cuenta de que lo único que le faltaba por hacer era decirle que la amaba. Por eso había vuelto inmediatamente a Londres, esperando que ella cayera inmediatamente en sus brazos.
Lo supo en cuanto Patty le había dicho que estaba en Bayswater, pero no quiso creerlo. Al entrar en su cuarto y verla llorando en la cama por su marido muerto, había perdido los nervios. El amor lo había convertido en un ******* enfurecido. Siempre había tenido éxito en su vida, pero con Paula había fallado. Sólo le quedaba acabar con aquello, antes de que la pasión por ella lo destrozara.
Una semana más tarde, Paula comía con Liz pretendiendo que disfrutaba.
—Anímate, Paula. Pedro volverá el sábado —le sonrió Liz—. Seguro que tenéis planes para después de cenar...
—No, no volverá —declaró, sin fuerzas para seguir manteniendo las apariencias—. Se acabó.
—No, no me lo creo. Pedro te adora.
—Ya sabes lo de su reputación... lo mujeriego que es. Estoy segura de que está con otra.
—No te haría algo así. Tiene que ser un error —protestó su amiga.
—No me equivoco. Lo ví el jueves; había venido a Londres para decirme en persona que habíamos terminado. Está harto de mí y no quiere volver a verme.
—¡No me lo puedo creer! —y Liz se explayó con los playboys súper ricos y mujeriegos.
—Eso mismo pienso yo —dijo Paula, y se levantó—. ¿Nos vamos a otro sitio?
Paula temía el momento de decírselo a su padre, pero descubrió que no iba a hacer falta. El fin de semana siguiente, cuando esperaba a una pareja para enseñarles la casa, su padre apareció en la puerta.
—Paula, ¿estás bien? —para su sorpresa, él la abrazó—. Lo siento mucho. De verdad creía que Pedro podía hacerte feliz, no dejarte de este modo.
Ella se retiró de sus brazos. El que Pedro le dijera a su padre que la había dejado había sido la humillación final.
—No te preocupes, papá. Tu posición en la empresa y el dinero de Pedro están garantizados —dijo, con un cinismo que sólo podía ser una defensa instintiva.
—Lo sé, Pedro me lo dijo, pero estaba preocupado por tí. Debes estar muy disgustada...
—No, no tanto —dijo ella, negando que tenía partido el corazón—. Siempre supe que Pedro era un mujeriego y pronto se fijaría en otra —Pedro no era el único que podía dar una versión de los hechos—. Estuvo bien mientras duró, pero no pasa nada más. Papá, me gustaría seguir charlando contigo, pero va a venir una pareja a ver la casa.
—¿La vas a vender? Me parece muy bien. Puedes encontrar algo más lujoso. Pedro podrá seguramente pagar un poco más por su libertad.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 38

Paula lo miró asombrada al ver lo furioso que estaba sin poder comprender... ¿Estaría celoso?
—Yo nunca...
—¡Calla! —le gritó—. No puedo seguir soportando tus mentiras. Te agarras a tu pasado como un cojo a sus muletas, pero tu cuerpo no siente esas limitaciones, ¿o sí, mujercita mía? —y la levantó en brazos—. Podría tomarte en esa cama en un segundo.
Pedro le sujetó la cabeza de modo que estaba totalmente inmóvil.
—Pedro, por favor... —gimió ella.
Antes de decir nada más, su boca capturó la de ella y la besó con brutalidad. Cuando se retiró, ella intentó apartarse, temblando de pies a cabeza, pero al tomarla por sorpresa, él la empujó sobre la cama.
Ella se quedó sin aliento y empezó a enfurecerse: no sabía qué había hecho para enfurecerlo tanto, pero, celoso o no, no iba a dejar que la tratara de ese modo. Quiso levantarse, pero él se puso sobre ella, inmovilizándola.
—¡Pedro!
—Sí, dí mi nombre —su sonrisa era heladora—. Quiero que sepas quién te va a poseer en la cama de tus queridos recuerdos. No podrás volver a dormir aquí sin acordarte de mí.
Ella intentó apartarlo, pero su pecho era una muralla sólida. Él le arrancó la blusa y le quitó el pantalón sin miramientos. Después empezó a tocarla febrilmente, mientras ella le pedía que parara a la vez que la familiar sensación de excitación le corría por las venas.
Pedro se colocó entre sus piernas y le devoró los labios y la boca, a lo que ella correspondió con igual deseo. Paula empezó a gemir y a sacudir la cabeza, frenética de placer. Lo buscó con las manos, su pelo y su pecho. Era consciente de la erección que se movía contra ella, del calor de sus cuerpos acercándose a la incandescencia, cuando de repente él se detuvo.
Por un momento se quedó sobre ella, intentando recuperar el aliento y mirándola.
—¿Qué estoy haciendo?
Ebria de pasión y excitación, no pudo soportar verlo retirarse y arreglarse los pantalones y el jersey.
—Y pensar que llegué a creer que podía que... —Pedro se detuvo y sacudió la cabeza—. Menos mal que me he enterado a tiempo. No eres más que una mujer que se vende al mejor postor.
—¿Cómo puedes decir eso? —gritó ella, sentándose de un salto, y él no la miró a los ojos—. ¿Qué te ocurre? —le dijo, con cierto tono de súplica en la voz.
—¿Es que no te lo imaginas? Te encuentro aquí, en la cama de tu marido fallecido, llorando.
—No estaba llorando... —dijo ella, pero él no la escuchaba.
—Me has decepcionado —le espetó, y Paula sintió un escalofrío—. Quiero la separación —la miró despectivamente—. Fui un tonto al pensar que las cosas podrían funcionar. Haré que te envíen tus cosas del piso. Mantendrás tu pensión y puedes hacer lo que quieras con ese dinero. No quiero volverte a ver.
Ella lo miró y vio un profundo desagrado en sus ojos grises, en la fina línea de sus labios, los mismos labios que la habían vuelto loca hacían unos segundos... Paula se giró y empezó a ponerse los pantalones. Había deseado a Pedro en ese momento con un ansia que la avergonzaba, y por fin se admitió a sí misma lo que sabía desde el primer día.

Casada por Obligación: Capítulo 37

El jueves por la tarde, Paula volvió a su casa de Bayswater con una caja de cartón en las manos. Allí olía a cerrado y a vacío, como huelen las casas donde no vive nadie. El martes por la mañana, después de una noche entera dando vueltas y pensando en Pedro, había tomado la decisión. Se había mirado a sí misma y no le había gustado lo que había visto; aceptó casarse con la esperanza de tener un hijo y con el sexo como base de su relación. Estaba tan decidida a no implicarse en su relación con Pedro más allá de un nivel superficial, que no había sabido cuándo era su cumpleaños, ni se había preocupado de preguntárselo.
¿Cuándo había empezado a tener miedo a implicarse emocionalmente con la gente? Se dió cuenta de que había sido tras la muerte de su madre. No había intentado acercarse a su madrastra ni a su hermanastra, y prefirió aferrarse a su tía y a Alan. Al perder a Alan había quedado destrozada, y el perder a su tía, fue la gota que colmó el vaso.
Desde entonces no había dejado que nadie intentara romper la barrera de protección que se había construido a su alrededor, como había hecho Pedro. Había temido dejar que se acercara a ella demasiado, había temido el dolor que seguiría si lo perdía a él también.
Esa madrugada, se había dado cuenta de que no podía seguir mirando al pasado y negándose un futuro maravilloso con Pedro. Tal vez estuviera embarazada, y su hijo se merecía una madre que no fuera tan débil emocionalmente.
El día anterior había descubierto con tristeza que no estaba embarazada, pero eso no cambió su decisión. Ya había preguntado en una inmobiliaria sobre la casa que compraría con Pedro, y también para vender, por fin, su casa. El tasador iría al día siguiente y ella había acudido a recoger algunas cosas a las que tenía cariño: fotos de familia y de Alan para algún día mostrarle a su hijo su familia para que viera de dónde venía.
Dejó la caja sobre la mesa del salón y empezó a hacer lo que sabía que tenía que haber hecho hacía mucho tiempo. Recogió unas cuantas cosas, miró a su alrededor y se dió cuenta de que no había mucho más que quisiera conservar, aparte de algunas cosas que conservaba en un cajón en su habitación. Después limpiaría un poco el polvo y pasaría el aspirador, y habría acabado.
Paula no oyó que la puerta de la entrada se había abierto, ni los pasos de alguien que subía las escaleras. Estaba sentada sobre la cama, llorando por una caja que había encontrado llena de recuerdos de su infancia: una colección de caracolas que había recogido en las últimas vacaciones que pasó con su madre, y algunas cosas similares.
Secándose los ojos, cerró la caja y se puso en pie. Ya no le quedaba tristeza, sino bonitos recuerdos. Fue hacia la puerta y se quedó helada.
Pedro estaba allí, vestido con ropa informal, y el corazón le dió un vuelvo de sorpresa y placer.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¡No te esperaba hasta dentro de diez días! —dijo ella, sonriente.
Sus ojos grises la miraron enigmáticos, pero algo en su lenta sonrisa la puso muy nerviosa.
—Pensé en darte una sorpresa, y al no encontrarte en el piso, llamé a la floristería. Patty me dijo que habías ido a tu casa de Bayswater —dijo suavemente—. Pensé que la habías vendido hacía mucho tiempo, pero debí suponer que no tenías intención de deshacerte de este mausoleo de tu marido.
—No, te equivocas —intentó corregirlo ella.
—¿En serio? —preguntó él, dando unos paso hacia ella y mirándola con insolencia—. Seguro que duermes aquí siempre que yo no estoy.
—No —repuso ella, perpleja al verlo tan enfadado—. He venido hoy a recoger algunos recuerdos porque el tasador vendrá mañana.
Él levantó una ceja en un gesto muy sarcástico.
—Vaya, creía recordar que ya quedaste con un tasador el año pasado.
—Sí, bueno —Paula se sonrojó—. Fue un error. Nunca llegué a decidirme.
—No te molestes en mentir, Paula. Ya me sé la historia —la agarró por la muñeca y la obligó a acercarse a él.
—No era una mentira, pero no parabas de presionarme —trato de explicar ella, sintiendo placer al estar tan cerca de su cuerpo.
—¿Que yo te presioné? Creo recordar que te metiste en mi cama en cuanto pusiste los ojos sobre mí, y la segunda vez tampoco necesitaste mucha insistencia —dijo amargamente—. ¿Te crees que soy un *******? Yo no soy segundo plato de nadie.

sábado, 22 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 36

Alguien llamó a la puerta y lo sacó de sus ensoñaciones. ¿Quién sería? Todos se habían marchado ya a casa...
—¡Sorpresa! —Anabella Lovejoy apareció en la puerta con una botella de champán en la mano—. ¡Felicidades, querido!
—Gracias —respondió él. Estaba tan guapa como de costumbre, pero el saber que era todo artificial le repelía un poco. De todos modos, ella sí sabía cuándo era su cumpleaños.
—Abre esto —le dijo, sonriendo—. Haremos un brindis como viejos amigos y te desearé feliz cumpleaños como mandan los cánones.
No había nada «como mandan los cánones» en la proposición que ella acababa de hacerle. Él ignoró la invitación, pero era demasiado caballeroso como para rechazar el brindis. Abrió la botella y fue a buscar dos copas al mueble bar.
En ese momento sonó el teléfono de su despacho:
—¿Contesto yo?—y Anabella no esperó respuesta—. Oficina de Pedro Alfonso, Anabella al habla. ¿Puedo ayudarla?... ¿Quién ha dicho que es?... ¿La esposa de Pedro?...—¡Paula! —Pedro le quitó el auricular a Anabella. Ella no lo había llamado nunca antes; tenía que haber pasado algo—. ¿Ha ocurrido algo?
—No, nada —fue la respuesta, y él se sintió eufórico cuando oyó:—. Siento molestarte, Pedro, sólo llamo para desearte feliz cumpleaños. No sabía que era hoy, pero Theo llamó esta mañana para felicitarte y me sentí fatal por no haberte comprado nada. Tal vez pueda comprártelo para cuando vuelvas... un maletín nuevo, o lo que quieras. Puedes decidirlo tú.
Pedro nunca había oído a Paula hablar atropelladamente como en ese momento, pero escuchar su voz era todo un placer y sus preocupaciones anteriores se desvanecieron como el humo.
—A lo mejor quieres que te sorprenda... ¿prefieres eso? Mira, voy a colgar. Seguro que estás ocupado en este momento —dijo a toda velocidad.
—No, en absoluto. Mi secretaria me acaba de sorprender con una botella de champán —miró a Anabella y le hizo un gesto para que se marchara—, pero ya se ha ido —Pedro se sentó en su silla y vió a Anabella salir y dar un portazo tras de sí—. Estaba a punto de marcharme.
—Oh, bueno, no te entretendré.
—Claro que sí. Ni se te ocurra colgar ahora —ordenó él—. Estoy encantado de que me hayas llamado para preguntarme qué quiero por mi cumpleaños —oyó cómo ella contenía el aliento y dejó volar su imaginación mientras le contaba exactamente qué quería.
Paula llevaba toda la tarde pensando en llamar a Pedro, pero no se decidió a hacerlo hasta medianoche. Sabía que los nervios habían hecho que balbuceara como una colegiala, pero al oírlo murmurar cosas de lo más sensuales por teléfono, se quedó de lo más sorprendida.    
—Pedro... no deberías decir eso por teléfono —dijo, pero empezaba a notar que le subía la temperatura—. Es tarde y me tengo que ir a la cama.
—A pensar en mí, supongo —saltó él, y ella oyó la sonrisa en su voz.
—Sí, dalo por seguro después de la explicación que me has dado de tus fantasías... —respondió ella, y lo oyó reír con ganas.
—Bien, porque creo que yo me voy a pasar la noche bajo el chorro de agua fría. Intentaré volver lo antes posible. Mientras, a lo mejor podías empezar a buscar una casa... Sé que no te gusta el apartamento, y me gustaría que empezaras a buscar algo más grande y fuera de la ciudad, con jardín, que encajara más con tu personalidad.
Por un momento, Paula se quedó helada ante la dimensión de lo que le estaba diciendo. Quería que se fueran a vivir al campo, y la idea le encantó.
—De acuerdo —dijo ella, llevándose una mano al estómago—. Buenas noches —y colgó.
Al otro lado del Atlántico, Pedro se sirvió una copa de champán y sonrió. Con el sonido de la voz de Paula aún resonando en sus oídos, su cumpleaños había mejorado un cien por cien.

Casada por Obligación: Capítulo 35

¿Es que estar casada con Alan no daba suficientes puntos para entrar en el club de las esposas sexys? De repente se dió cuenta de que hacía siglos que no pensaba en Alan, y cuando lo hacía era para sonreír por los buenos recuerdos de su matrimonio, no para llorar.
Recordó cómo Pedro le había invitado a acompañarlo a Nueva York, arrogante y seguro de sí mismo, y cómo ante su negativa, se había marchado enseguida. Paula se sintió culpable. ¿Qué esposa no sabía la fecha del cumpleaños de su marido?
Pedro se levantó de su despacho, cerró el maletín y suspiró. Para lo que le había servido el trabajo, podía haberse quedado en casa. Pero, ¿dónde estaba su casa? En cualquier parte donde se encontrase su sexy esposa. Había empezado a desagradarle el apartamento de Londres porque, a pesar de que Paula estaba allí, no había intentado imponer su propia personalidad al lugar. Ni siquiera había puesto un cuadro o una planta, y el piso era tan frío como Theo le había dicho. Nada parecido con el acogedor hogar que Paula había compartido con su marido.
Pedro suspiró... vaya cumpleaños. Desde que le había dicho a Paula que lo acompañara y ella se había negado diciendo que no era parte del trato, no había logrado sacudirse el mal humor. Había esperado que Paula superara las circunstancias de su matrimonio, pero al parecer no había sido así.
Pero lo cierto era que no podía culparla por ceñirse al trato: si alguien seis meses antes le hubiera dicho que se casaría y se enamoraría de su esposa hasta el punto de abandonar su trabajo, se habría reído en su cara.
El problema lo tenía él: había intentado complacerla con regalos caros, pero ella no quería nada de él, excepto sexo.
La mayoría de los hombres serían felices con una esposa siempre dispuesta, pero incluso eso empezaba a desesperarlo. En lo físico, se lo daba todo, pero él había llegado a comprender que había una parte de ella muy íntima que le ocultaba.
Al amarla se había hecho más débil. Había descuidado su trabajo; normalmente no hubiera pasado más de dos semanas en Londres en los últimos cuatro meses, pero lo cierto era que ya pasaba allí la mayor parte del tiempo, con Paula...
El sexo era adictivo, pero empezaba a comprender que el amor lo era aún más, y ya era hora de que tomara una decisión. Tenía que seguir como estaba, pero reorganizaría su trabajo para que la central estuviera en Londres. Tal vez comprar una casa más grande y conformarse con lo que tenían... o cortar por lo sano y echar a correr. Dios... ¿cómo podía ponerse de tan mal humor sólo porque su mujer hubiera olvidado su cumpleaños?
No, no lo había olvidado. Paula no sabía cuándo era su cumpleaños porque no se había molestado en preguntar, pero él podía habérselo dicho... sólo que su orgullo no le había dejado. Qué niñería.

Casada por Obligación: Capítulo 34

Por extraño que parezca, ella lo creyó. A pesar de su fama de hombre de negocios despiadado y de mujeriego, Paula sintió que había una fuerza incorruptible en su interior. Tal vez lo heredara de su abuelo, o tal vez se estuviera equivocando totalmente, pero sentía la necesidad de confiar en él. El peso del secreto de su tía empezaba a ser demasiado para ella.
—Hace veinte años, mi tía se quedó embarazada de su amante. Estaba de cinco meses y salieron a navegar, como tantas veces. Lamentablemente, al bajar del barco, mi tía se resbaló y cayó al suelo. Tuvo un aborto al cabo de una hora. Todo ocurrió muy rápido y no tuvieron tiempo de pedir ayuda, aunque tampoco hubiera servido de mucho. El bebé era una niña, y ellos enterraron el feto al pie del acantilado con unas pocas piedras encima de la tumba para marcar el lugar. La tía me dijo que en esa época no había nada de ilegal en su acción. Para mi tía, esa hija era el símbolo de un vínculo amoroso de por vida con su amante. Como no pudieron poner una lápida, yo arreglé las rocas y planté las flores como recuerdo, y también prometí preservar el lugar de descanso del bebé —a Paula se le llenaron los ojos de lágrimas al recordar el dolor de su tía al contarle esa misma historia.
Pedro no era un sentimental, pero podía comprender por qué la casa le había sido cedida a Paula para que la traspasase a sus hijos, y éstos a los suyos propios. De lo que no estaba tan seguro era de que aquello fuera justo para Paula. Al ver la expresión triste de su rostro, le acarició el pelo y la besó en la frente.
—No digas nada más, cariño. Lo comprendo —y la abrazó con fuerza a la vez que le frotaba la espalda para reconfortarla.
Paula se sintió mucho mejor en los brazos de Pedro, y el compartir el peso del secreto fue toda una liberación.
—¿En serio? —murmuró suavemente—. Tú no crees en el amor, y tal vez eso sea lo mejor. Causa demasiado dolor —no notó cómo la mano de Pedro se retiraba de su espalda y no vió cómo apretaba los labios—. Mi tía siempre amó a un hombre que no pudo tener y siempre quiso una familia que no consiguió. En su lugar, tuvo que conformarse con unas pocas semanas al año compartidas con su amante. ¿No te parece trágico? —Paula miró la bahía—. Este lugar parece el paraíso, pero tal vez haya una serpiente por aquí escondida.
—No vayas tan lejos —le dijo él—. Tu tía eligió su estilo de vida y hubiera dado igual el lugar donde estuviera.
—Puedes creer lo que quieras —le dijo, temerosa de haberle contado tantas cosas, y se levantó—. Pero tengo la impresión de que la casa da mala suerte. No le dio suerte a mi tía, y me parece que a Theo tampoco, pues ahora su única familia eres tú.
Pedro se levantó y la miró. Ella vió en sus ojos una emoción que no reconoció, y después vio que intentaba relajarse y sonreír.
—Olvídate de la casa. Tú y yo nos vamos a marchar de esta isla para pasar el resto de nuestras vacaciones de crucero en mi yate y trabajando en el proyecto de crear mi pequeña familia.
El ruido del agua corriendo en la ducha fue lo que despertó a Paula. Se estiró, abrió los ojos y miró el despertador. Eran las seis de la mañana. Entonces recordó que era lunes y que Pedro se iba a Nueva York. Tenía que haberse marchado la noche anterior, pero en el último momento cambió de idea, y sus doloridos músculos le recordaron el motivo.

Casada por Obligación: Capítulo 33

Al verla salir, Pedro supo que hacer feliz a Paula en la cama no era lo más importante para él: quería mucho más. Quería que ella fuera incapaz de abandonarlo, quería ser el centro del universo. Pedro Alfonso, el hombre que no creía en el amor, había quedado cautivo en sus redes. Había intentado negárselo a sí mismo desde el día que se conocieron, pero sólo porque pensaba que estaba casada. Por eso se había pasado casi un año de celibato, cuando desde su adolescencia no había pasado dos meses seguidos sin tener a una mujer; entonces debió darse cuenta de que algo no iba bien. Había empezado a salir con Anabella por pura desesperación, pero cuando volvió a ver a Paula y supo que era libre, trazó un plan y gastó una fortuna en hacerla suya.
Sorprendido, miró a su alrededor. Aquél era un lugar ideado por dos amantes, pero no por Pedro. En realidad, a él no le importaba nada la casa; era el sueño de Theo, no el suyo, aunque lo había usado junto con la tragedia personal de su padre para obligar a Paula a casarse con él.
Demonios... ¿Cómo podía esperar que ella se enamorara de él con ese comportamiento? De hecho, si ese terror que le retorcía las tripas era el amor, no estaba seguro de quererlo en su vida.
Paula respiró más tranquila al llegar al borde del agua.
Pero el miércoles, después de que Pedro le enseñara a Juan , el arquitecto la casa mientras Paula permanecía en el exterior, ya no estaba tan seguro de ello.
Juan era joven y guapo, y al ver la habitación se le iluminaron los ojos, aunque nada comparable a cuando salieron fuera, después de dibujar un plano, y se encontraron a Paula en biquini tomando el sol.
Pedro se dió cuenta de que no le gustaba nada que el resto de los hombres compartieran su aprecio por el cuerpo de su esposa, ni que el arquitecto le comentara en griego si de verdad quería deshacerse de la habitación. Él lo miró de tal manera que le borró la sonrisa de un golpe, y después fue hacia Paula.
—Creo que ya has tomado bastante el sol por hoy,Paula—le dijo, y le ofreció la mano para ayudarla a levantarse. Después tomó la toalla y la tapó con ella. En sus ojos vió que estaba sorprendida y se dió cuenta de que había estado muy brusco, pero nunca antes había estado celoso...—. El arquitecto ha hecho un bosquejo, y seguro que te gusta —dijo, rodeándola con el brazo, posesivo—. La casa tendrá forma de «L», con cuatro habitaciones. Además, haremos un cobertizo para barcos y acondicionaremos el muelle. Con eso resolveremos el acceso de Theo a la casa.
—¿Quieres decir que habrá que tapar el jardín y las rocas?
—Sí. Es muy lógico, ¿no te parece? —dijo él, cada vez más entusiasmado—. El sol da a ese lado por la tarde, y podríamos construir un porche a lo largo del edificio para que dé sombra. El resto será un patio enlosado para poder cenar fuera. Podrás tener plantas en tiestos y todo lo que quieras. Así tampoco requerirá mucho mantenimiento.
—No —rechazó ella firmemente, y le dijo a Juan—. Lo siento, pero tendrás que hacer otros planes. Tal vez otro piso en la casa, o restaurar las dos habitaciones que había al principio.
Pedro estaba asombrado y algo dolido por su inmediato rechazo del plan.
—Paula ten en cuenta que ése es el único terreno aprovechable. Además, el jardín no es necesario con la belleza natural de la bahía alrededor.
—Para mí sí lo es —declaró ella, sin mirarlo a los ojos.
Él ya sabía lo mucho que le gustaba a ella la jardinería, pero aquello rozaba el ridículo.
—De acuerdo —le dijo a Juan—. Enséñale el bosquejo y tendrá que admitir lo bueno que es.
Pero para su sorpresa, Paula tomó el papel y lo hizo trocitos.
—Me temo que mi esposo te ha confundido, Juan. Esta casa es mía y sólo mía, y si se altera de algún modo, tendrá que ser bajo mi consentimiento. ¿Está claro, Pedro? —preguntó, mirándolo furiosa—. Por lo que recuerdo, así lo firmamos en el contrato prematrimonial —recordó con toda la intención—. Tú te quedas lo tuyo para tí, y yo hago lo mismo con lo mío. Y ahora, si me disculpas, me voy a bañar —y se quitó la toalla para dirigirse al agua.
Pedro tuvo ganas de estrangularla, pero en su lugar, acompañó al arquitecto a la entrada de la propiedad. Para cuando bajó del acantilado, Pedro había tenido tiempo de pensar y su malhumor se había calmado.
Era un nombre inteligente que había hecho una fortuna interpretando las fluctuaciones de la Bolsa, así que intentó aplicar sus habilidades para comprender a su esposa. Paula era una mujer sexy como una diablesa, pero también dulce y leal. Todo el mundo la adoraba y ella se sentía a gusto con todo el mundo. Nunca se había compenetrado sexualmente de ese modo con otra mujer, y no se saciaba de ella. De hecho, la fuerza de sus sentimientos casi lo asustaba; lo que tenía con ella no era sólo una conexión física, sino también mental. La amaba y no había sentido nada igual en su vida.
Por eso sabía que no era propio de ella reaccionar como lo había hecho con el arquitecto. ¿Por qué era tan importante el jardín? Se quitó la ropa, se quedó en bañador y fue hacia el agua. Como Afrodita surgiendo de las aguas, ella se puso de pie y se echó el pelo a un lado. Después inclinó la cabeza y se escurrió la melena. Él pudo ver cómo se ponía tensa en cuanto lo vió, pero empezó a caminar lentamente hacia él.
Se encontraron al borde del agua... ¡Dios, era preciosa! Pero se sacudió la cabeza. No era el momento de pensar en aquello. Lo que quería era saber lo que había hecho que se comportara de un modo tan poco propio en ella.
—Juan se ha marchado y no volverá hasta que tú quieras —le colocó la mano en la suya—. Tenemos que hablar.
—Eso suena muy serio —dijo ella, pero él la condujo hasta la toalla extendida sobre la arena, se sentó y la obligó a imitarlo—.Pedro, tengo que vestirme. Tenías razón en lo de que ya he tomado mucho el sol.
—No vas a ir a ningún lado hasta que no me digas por qué es tan importante el jardín para no poder solarlo. Estoy seguro de que me ocultas algo.
Paula se estremeció. Pedro estaba casi desnudo y aunque ella había perdido gran parte de su inhibición en la última semana, inhibición que había ignorado poseer hasta que Pedro fue su amante, empezaba a costarle respirar, así que pensar en una mentira creíble era inviable.
—Ni lo intentes —le dijo él—. Tus ojos te delatan siempre. Intenta confiar en mí esta vez.
Confiar en Pedro... ése sí era un concepto nuevo que no había tenido en cuenta.
—Te prometo que tu secreto estará seguro conmigo.
—¿Se ha acabado ya la fiesta? —dijo Pedro tras ella, con expresión divertida.
—Me parece que sí —respondió Paula—. Ahora lo que quiero es volver a nuestro cómodo hotel y ser mimada de arriba abajo.
Pedro le tomó la cara entre las manos; ella tenía el pelo suelto y brillaba con la luz. Ella lo miró y Pedro quiso decirle cómo se sentía para ver la melancolía desaparecer de sus ojos y que éstos brillaran de emoción. Pero no lo hizo. En su lugar, la besó tiernamente. Paula era suya; haría todo lo que pudiera para mantenerla, y eso era todo lo que necesitaba saber...

lunes, 17 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 32

Pedro la miró con el ceño fruncido. Tenía el pelo extendido alrededor de la cabeza y el rostro adorablemente sonrojado, pero sus ojos de ámbar se negaron a mirarlo y él supo que estaba mintiendo.
—¿Y eso? ¿Tu tía no te dió ninguna pista? —insistió, dándole una segunda oportunidad para salir con buen pie de aquello.
—No —respondió ella, y se levantó—. Y ahora que está muerta, ya no importa —se giró para mirarlo—. ¿Te das cuenta de que hemos acabado al revés en esta cama?
—No hay «al derecho» ni «al revés» en una cama redonda —sonrió él, consciente de que ella intentaba cambiar de tema, y decidió dejarlo correr. Al fin y al cabo, aquello no era asunto suyo, pero le sentaba mal saber que Paula lo había mentido y que no le había confiado el secreto.
¿Qué le importaba? Ella se había casado con él, y la compatibilidad sexual era increíble. Sólo tenía que tocarla para que respondiera inmediatamente, pero eso no evitaba que él se preguntara que secretos le escondería.
—Supongo —sonrió ella, y un escalofrío la recorrió. De repente, la habitación le resultó claustrofóbica y sintió una terrible urgencia de salir de allí. Recogió su ropa rápidamente y se vistió a toda velocidad.
A Pedro le tranquilizó su sonrisa hasta que vió la sombra que cruzó su mirada y la ansiedad con la que se vistió. ¿Se arrepentía de lo que habían hecho en aquella cama o estaría recordando a su marido, deseando haber compartido aquello con él?
No, no podía ser eso. Pedro había aprendido en los últimos días que su bella mujer, a pesar de haber estado casada, tenía muy poca experiencia en los asuntos de alcoba, aunque estaba deseosa de ponerse al día. Había visto su mirada de asombro cuando él buscó entre sus rizos con la lengua y la llevó hasta un increíble climax; después le confesó que nunca antes había experimentado algo así y que no sabía que aquellas sensaciones fueran posibles. Además, no había oído hablar de las erecciones matutinas... tal vez su marido no fuera una fiera en la cama.
La miró colocarse las sandalias, embelesado. Le encantaban sus pies... Le encantaba todo de ella y lo único que deseaba era hacerle el amor una y otra vez.
Paula había resultado ser una amante increíble... tímida, pero cada vez más segura de sí misma. Al recordar sus risas al mostrarle la habitación y la pasión con la que había acudido a él, volvió a excitarse. Su mirada voló al bello escote de sus tormentos mientras ella se abrochaba los botones de la blusa. No la había visto usar sujetador ni una sola vez, pero no lo necesitaba. Ella era tan natural como las flores que tanto le gustaban y aún más exquisita. Pero había estado con otro hombre.
Otra vez la infantil curiosidad de saber qué tipo de amante había sido su marido. Maldición, ¿por qué le molestaba tanto? Eso no era propio de él. Hasta entonces no se había preocupado nunca por los compañeros anteriores de sus amiguitas, y él nunca hablaba de las mujeres de su pasado. Él ya sabía que era buen amante y que Paula estaba satisfecha, y eso debía ser lo más importante... ¿no? En ese momento la vió dirigirse a la puerta.
—¿Te vas tan pronto?
—Sí —respondió ella, mirándolo por encima del hombro—. Ya has visto el lugar, así que volveremos pasado mañana con el arquitecto. Tenías razón en lo de que será una bonita casa de vacaciones, pero me parece que Theo no debería vivir aquí; el acceso es demasiado complicado —y sin esperar respuesta, salió al exterior en busca de aire fresco.

Casada por Obligación: Capítulo 31

—Cada vez que te miro me dan ganas de desnudarte —le confesó Pedro, y librándose de toda su ropa, fue a reunirse con ella en la cama. Después se echó a reír—. ¡Un dosel con espejo! ¡Esto cada vez se pone más interesante!
—¿Verdad? —ella le pasó la mano por los bíceps y el pecho, y al sentir la dureza de sus músculos, la necesidad la embargó.
—Me encanta que me acaricies, pero tenemos que ir despacio —le dijo él, quitándole el lazo que le ataba el pelo. Después la tumbó en la cama y la desnudó lentamente sin dejar de mirarla.
Paula se quedó sin aliento al sentir la ferocidad de su erección.
—Es para tí —sonrió él, travieso e increíblemente seductor a la vez—. Pero aún no —le tomó las dos manos y se las puso a los lados del cuerpo—. Quédate así —dijo, mientras bajaba la mirada desde sus pechos rosados hasta el suave vello dorado entre sus piernas.
Paula se aferró a las sábanas de seda, temblorosa como una hoja al viento, mientras él le tomaba los pechos entre las manos. Después le acarició los duros pezones hasta que ella no pudo contener más un gemido de puro placer.
—Tranquila, Paula, quiero aprovechar esta fantástica habitación —dijo, y empezó a hacerle cosquillas en la boca con sus labios y su lengua antes de profundizar el beso con una pasión que hizo que su sangre fluyera ardiente y viscosa como la lava de un volcán.
Cuando ella levantó los brazos para abrazarlo, él volvió a colocárselos sobre la cama.
—No me puedes tocar —dijo—. Aún no.
Y empezó a juguetear con sus pechos, esta vez con la boca, succionando con fuerza a la vez que le acariciaba sexualmente todo el cuerpo, hasta que ella gritó su nombre.
—¿Te gusta?
—Sí —susurró ella mientras él empezaba a deslizar las manos bajo los suaves rizos dorados. Sus dedos buscaban los húmedos pliegues para acariciarlos con sabiduría.
—Oh, sí —gimió ella, sintiendo su cuerpo arder. Entonces abrió los ojos, vio su imagen en el espejo y se quedó sin aliento.
Estaba abierta bajo él, prisionera del tormento que le inflingían sus caricias. Vio el sudor correr sobre el cuerpo musculoso de Pedro y su potente erección. Temblorosa de deseo, abrió más aún los ojos al ver a Pedro retirarse ligeramente para después hundirse en las aterciopeladas profundidades de su cuerpo.
Con las rítmicas penetraciones, ella perdió el control. Le clavó las uñas en la espalda y sus músculos internos se aferraron a él en toda su longitud.
—Paula... —gimió, retirándose.
—No pares —suplicó ella.
—Ni lo sueñes —la besó—. Pero ahora me toca mirar a mí.
Él se giró para ponerla sobre él, cabalgándolo, con los ojos plateados ardientes como carbones.
Paula dejó caer la cabeza hacia atrás y se perdió en el balanceo de sus cuerpos unidos. En una mezcla de brazos y piernas, él la volvió en la cama para penetrarla con fuerza en el momento final, cuando un rugido desgarrado surgió de su garganta y todo el mundo explotó alrededor de Paula en oleadas de éxtasis tan sublime que pensó que iba a morir de placer. Apenas consciente de que estaba sollozando su nombre, vió a Pedro sobre ella de nuevo estremeciéndose, y su mente se deslizó a un estado de semiinconsciencia.
Cuando volvió a abrir los ojos, Pedro estaba sobre ella y aún dentro de su cuerpo. En el espejo observó su magnífico cuerpo bronceado, su piel perlada de sudor, su trasero prieto, y volvió a cerrar los ojos.
Poco después oyó la voz de Pedro en su oído:
—Peso demasiado y no quiero aplastarte —le dijo, apartándose a un lado.
Paula abrió los ojos y sus miradas se encontraron a través del espejo. A ella le había gustado contemplarlo a él en el espejo, pero se dio cuenta de que ella también estaba desnuda y ya no se sintió tan cómoda. Era normal que dos amantes se vieran desnudos, pero había un punto de voyeurismo en mirarse en un espejo.
—Tu tía debió ser una mujer de lo más especial —dijo Pedro—, y con una imaginación erótica de lo más interesante —en ese momento se fijó en una pintura de la pared que estuvo a punto de hacerlo sonrojar... y eso sí que sería una novedad para él—. Aunque tal vez fuera idea de su amante.
—¿Sabes? Tal vez no fue el vino lo que me arrastró a tu yate aquella tarde, sino haber pasado diez días durmiendo en este cuarto con mi tía —río ella—. Tal vez fuera un mensaje subliminal o algo...
A Pedro le parecía mucho mejor esa opción que la de que ella lo hubiera usado como sustituto de su marido muerto. Él sabía apreciar la lujuria en estado puro, como seguramente también lo hacía el hombre que había pagado aquel nido de amor.
—¿Sabes quién fue el amante de tu tía? —preguntó él sin mucho interés.
—No, no tengo ni idea.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 30

Pedro miró los escalones tallados en la roca y volvió a mirar a Paula.
—¿Es el único modo de bajar?
—Hay un muelle ruinoso para acceder por barco, pero eso es todo —dijo ella, sonriendo—. Espero que estés en forma.
—No, espera —Pedro la agarró del brazo—. Deja que baje yo primero para que pueda agarrarte si tropiezas —no tenía intención de perder a su mujer en aquellas rocas.
—Oh, qué caballeroso —bromeó ella.
La casa de la tía Mary en Zante era una construcción típica de la isla, de un solo piso y de unos ocho por dieciséis metros. Estaba situada en una estrecha lengua de tierra un poco más alta que la playa. Había sido reformada hacía una década añadiendo otros quince metros para crear una salita con cristaleras que aprovecharan las maravillosas vistas.
—No está tan mal como pensaba —dijo Pedro al ver la original puerta de la casa. Paula se permitió una sonrisita pensando en la sorpresa que le esperaba—. He quedado con un arquitecto para que venga a verla el miércoles.
Eso le borró la sonrisa a Paula. No quería que nadie viese la casa de su tía, y mucho menos en su presencia, pensó avergonzada mientras Pedro entraba hacia la salita.
Paula conocía los viejos muebles y la decoración anticuada, pero sabía que el espíritu de su tía estaba allí. Inquieta, fue a mirar por la ventana pensando en si ella hubiera aprobado lo que había hecho.
Pedro fue tras ella y le puso un brazo alrededor de la cintura. Ella se apoyó contra él, contenta por una vez de tener su apoyo.
—No sé por qué decías que no era habitable. Es un poco pequeña, pero está bien para pasar las vacaciones. Y ya sé por qué Theo quería volver: la vista es espectacular.
—Sí —asintió Paula, mirando el acantilado que protegía la pequeña bahía de los elementos. Después miró un caminito de tierra que llevaba al jardín detrás de la casa.
—Vamos, veamos las habitaciones. Theo dijo que había dos, pero seguro que cambiaron esa distribución cuando hicieron la reforma —sugirió él, girándola en sus brazos para besarla.
La ya familiar excitación la pilló casi por sorpresa, y lo rodeó con los brazos, apretándose mucho contra él, deseosa de su contacto. Por un momento, Paula se abandonó al placer físico que sólo Pedro  podía producir en ella. Pero sólo por un momento. Enseguida tuvo una idea mejor.
—¿No querías ver la habitación? —dijo, risueña, y echó a correr hacia el pasillo.
Pedro  la miró asombrado y la siguió. Ella, sonriente, abrió la puerta y encendió la luz.
—¡Ta—chán!
—¡Dios mío! —exclamó Pedro.
Su expresión no tenía precio, y Paula se echó a reír con todas las ganas. Las dos habitaciones originales y el baño se habían convertido en una lujosa suite. Tres de las cuatro paredes aparecían decoradas con murales representando figuras eróticas desnudas de la antigua Grecia en posiciones inexplicables. El techo estaba cubierto de seda salvaje y en el centro había una cama dorada con dosel, con cuatro serpientes talladas en los postes de la cama; el colchón era redondo.
—Ahora comprendo por qué no querías que Theo viniera a visitar la casa —dijo Pedro, entrecerrando los ojos—, pero no sé por qué no te parecía apropiada para nosotros dos.
A Paula se le quedó la boca seca y un súbito ardor se le instaló en el vientre.
—Tal vez porque no te conocía tan bien cuando lo dije —respondió ella, sorprendiéndose a sí misma por su sinceridad, y lo abrazó. La atmósfera del cuarto chispeaba con la tensión sexual acumulada.
—¿Y ahora que me conoces mejor, te apetece que nos quedemos un rato? —sugirió él.
—Oh, sí. Yo... —pero él le tapó los labios con su boca antes de que pudiera decir nada más.
Él la tomó en brazos y la llevó hasta la cama mientras ella se deshacía de las sandalias por el camino.

Casada por Obligación: Capítulo 29

Él le dijo algo a Karadis en Griego, Karadis respondió y después echó a reír antes de volverse hacia Paula.
—Me ha encantado conocerte, Paula, pero debo marcharme. Espero que volvamos a vernos pronto.
—Lo mismo digo —respondió ella, y lo observó alejarse.
—Conmovedor, pero ¿por qué tienes que esconderte y flirtear con todos los hombres mayores con los que te cruzas? —gruñó Pedro.
—No estaba flirteando ni me estaba escondiendo. Sólo pretendía tomar un poco el fresco —pero ver a Pedro con el cuello de la camisa abierto no ayudaba en absoluto a refrescarse.
En los últimos días, con Pedro, había aprendido a comprender mejor a su tía. Al parecer las dos compartían una misma pasión por los hombres griegos y por las plantas, pensó, sonriendo.
—Si tú lo dices —repuso él, y se encogió de hombros, pero ella supo que aún seguía enfadado—. Podrás tomar todo el aire que quieras en el helicóptero. Es hora de que nos despidamos de los invitados y nos marchemos a Zante —y tomándola de la mano, la llevó con el resto de la gente.
Poco después, Paula bajó del helicóptero que había aterrizado sobre el tejado de un edificio.
—¿Dónde estamos? —preguntó.
—En nuestro hotel —respondió él.
 Un extraño cosquilleo en la espalda fue lo que sacó a Paula de un profundo sueño. Cuando abrió los ojos vio un pecho masculino frente a ella, y suspiró antes de darse la vuelta.
—Por fin te despiertas —dijo él, sonriendo y rodando sobre ella—. Empezaba a pensar que tendría que comenzar sin tí.
Pala  no tenía duda alguna de su excitación, pues podía notar su erección perfectamente contra su muslo.
—Eres insaciable —murmuró ella, sonriendo lánguidamente.
—Tal vez, pero todos los hombres tienen erecciones por las mañanas. Es algo terrible que soportamos como podemos —explicó él, burlón, mientras le acariciaba un pecho.
—¿En serio? No lo sabía —respondió ella, y suspiró ante la deliciosa sensación que empezaba a inundar todo su cuerpo.
—Entonces tienes que haber sido muy poco observadora con los hombres que han pasado por tu vida. Lo cual me recuerda... —se distrajo jugueteando con sus pechos—. Tuve una charla con Liz sobre lo de levantaros a las cinco de la mañana, y los dos estuvimos de acuerdo en que sería mejor para todos que vuestro empleado se ocupase de ese turno.
—¿Que has hecho qué? —Paula se puso tensa ante aquella declaración—. No tienes por qué hablar de mi negocio a mis espaldas con nadie. No tengo ningún problema con los turnos tal y como los tenemos establecidos, al igual que Liz hasta que tú dijiste nada.
—Si hubiera creído que las dos estabais contentas con las cosas tal y cómo las llevabais, no habría interferido, pero sé que a Liz no le gustan demasiado. Sólo alterna los turnos contigo porque sois amigas.
—¿Te dijo eso? —Paula estaba asombrada—. Nunca me ha dicho nada.
—Como te he dicho antes, Paula, se te da muy bien lo de meter la cabeza en un agujero y ver sólo lo que quieres ver.
—Pero le he preguntado cientos de veces si le importaba, y siempre dijo que no...
—Probablemente porque no quiere aprovecharse de su situación de casada y con un hijo, pero seguro que ha pasado muchas malas noches con el niño y después ha tenido que levantarse al alba para trabajar.
—¡Demonios! —juró Paula. ¿Por qué no le habría insistido más a Liz? Lo cierto era que a ella tampoco le gustaba ese turno—. Tienes razón —admitió avergonzada.
A Pedro se le iluminaron los ojos, y volvió a acariciarle como antes.
—Como casi siempre —bromeó—, pero basta de peleas —le besó suavemente en los labios mientras le acariciaba el pezón con los dedos. Ella se relajó y se dejó vencer por el placer—. Como consolación, te diré que tú también tenías razón en lo de que soy insaciable. Y sé que te encanta —ella vió sus ojos brillar de pasión antes de que la besara lenta y sensualmente.
Media hora después, ella rechazó su oferta de ir a ducharse con él. Con el cuerpo aún tembloso por el tórrido encuentro sexual que acababan de tener, se quedó tumbada en la cama un rato más. Era lunes por la mañana y, desde que llegaron el sábado por la noche, apenas habían salido de la cama.
Pedro le había mostrado una nueva dimensión de su sexualidad mostrándole algo que ella desconocía por completo. Ella había amado a Alan, y recordaba haber llorado después de la primera noche que pasaron juntos de la emoción. Hacían el amor con frecuencia, y aunque ella no siempre llegaba al orgasmo, no le importaba porque se sabía amada. Su muerte le había provocado un dolor horrible que casi no pudo superar, y había decidido no volver a pasar nunca por algo así.
Pero Pedro no le provocaba esas emociones, y ningún deseo de llorar. La había conducido por todos los caminos del erotismo hasta volverla loca de deseo, pero la única emoción que provocaba en ella era un arrebato carnal de devorarlo entero. ¿En qué la convertía eso?
Paula se levantó y se cubrió con una toalla para ir hacia la ventana con vistas al mar. Oyó el ruido del agua de la ducha y se imaginó a Pedro desnudo bajo el chorro.
Se contestó a sí misma yendo hacia el baño: probablemente fuera la esposa perfecta para Pedro, el mujeriego que consideraba el matrimonio como un negocio más. Los dos querían sacar algo de aquella unión, pero el amor no entraba en la ecuación. A Paula  no le parecía mal del todo. Se quitó la toalla que la cubría y fue a la ducha con Pedro.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 28

Sin la presencia de Pedro a su lado desde hacía horas, Paula miró a la multitud que la rodeaba, incrédula. Se acababan de casar en los jardines de su casa de Grecia, y si eso era lo que él consideraba una fiesta sencilla, intentaría no estar cerca cuando organizase una grande.
Había cerca de doscientas personas. Ella llevaba un vestido color marfil con corpino de un famoso diseñador. Pedro y ella se habían sentado juntos para presidir el impresionante banquete y después abrieron el baile en el centro de la terraza.
Paula miró por un momento a su ya marido. Un grupo de hombres lo habían arrastrado al centro de la pista de baile, se habían quitado las chaquetas y estaban bailando una danza tradicional griega. La música y los gritos la ensordecían, pero estaba tan sexy que la cabeza empezó a darle vueltas. Apartó la cabeza y vio el balcón del nivel superior, cuyas columnas de mármol estaban rodeadas por una vieja parra. Fue hacia allí y se recostó contra una de las columnas. El frío del mármol le sentaba bien.
Lo había hecho: estaba casada y todo el mundo era feliz. Theo estaba radiante. Sonrió al recordar la alegría del anciano cuando la recibió el día anterior. El abuelo de Pedro, con su gentileza, la había ayudado mucho a calmar los nervios que sentía por casarse con Pedro.
La noche anterior y a pesar de las protestas de Pedro, le habían dado una habitación para ella sola. Paula se había alegrado de tener su propio espacio después de haber pasado las dos noches anteriores en la cama con Pedro. Adoptar la actitud sofisticada de cara al sexo de Pedro era mucho más difícil de lo que había pensado.
Por la mañana y para su sorpresa, Theo le llevó el desayuno a la habitación y le dijo básicamente que Pedro era un buen hombre y que estaba seguro de que la quería. Pero también sabía que podía ser demasiado agresivo cuando deseaba algo, y que si Paula tenía dudas acerca de casarse con él, debería decirlo.
Paula lo tranquilizó y le pidió disculpas por haberle mentido en Londres; la excusa que le dio era que Chris estaba en esos momentos saliendo con Jan. Theo pareció aceptar la historia, pero ella supo que el hombre veía mucho más allá de lo que Pedro creía.
—Disculpe... —un hombre mayor muy atractivo y con una abundante melena blanca estaba frente a ella—. Me preguntaba si podría hablar con usted.
—Por supuesto... Usted es el señor Karadis, ¿verdad? —recordaba su nombre porque cuando lo había visto en la fila de invitados que acudían a felicitar a los novios, él había parecido muy sorprendido al verla. En esos momentos, el hombre estaba acompañado por su esposa y alguien de la edad de Pedro, más o menos, en silla de ruedas.
—Usted es... o era... Paula Chaves, ¿verdad?
—Sí, ¿por qué? —al ver cómo los ojos del hombre se llenaban de emoción, Paula se preguntó si debía hablar con un extraño...
—Usted es la... ¿cómo se dice? ¿Sobrina? De mi preciosa Mary, ¿verdad?
Cinco minutos más tarde, Paula  tenía los ojos llenos de lágrimas mientras agarraba las manos del hombre entre las suyas. Él había sido el amante de su tía Mary durante cuarenta años, y si no había dejado a su mujer, había sido por su hijo enfermo. Paula habló al hombre del testamento de su tía y de la casa de Zante, y los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Disculpa a este viejo, pero ahora sé que mantendrás vivo su recuerdo en ti y que guardarás nuestro secreto —se inclinó y la besó en la mejilla—. Si alguna vez necesitas algo, llámame.
¿Dónde demonios se había metido? Pedro, que caminaba hacia la casa, se detuvo de inmediato. Su esposa desde hacía pocas horas estaba en el balcón con Karadis, agarrados de las manos mientras él le besaba en la mejilla. Demonios, acababa de conocer a aquel hombre, que probablemente fuera el único en toda Grecia tan rico como Pedro. ¿Qué tenía Paula para los hombres mayores? Theo había caído presa de su embrujo con sólo mirarla y Karadis, un hombre conservador, lo había imitado.
—Así que aquí es donde te escondías —dijo, y Paula levantó la cabeza al oír la voz de Pedro.

Estos caps se los dedico a @mimiroxb, que sé que le encanta la nove.

Casada por Obligación: Capítulo 27

Pedro era todo masculinidad, y ella ya sabía de sus proezas sexuales. Lo que le sorprendía era ser capaz de igualarlo y disfrutar con él aún sin tener ningún lazo emocional con la persona con la que estaba teniendo sexo. Tal vez se estuviera convirtiendo en una mujer sofisticada, pero no era momento para pensar eso... Pedro volvía a mirarla de ese modo, así que se apartó un poco de él y cuadró los hombros.
—Antes de que llegaras, estaba buscando algo.
—Por eso estabas agachada y vi tu trasero en esa posición tan provocativa —rió él.
—Bueno, mi colgante no está bajo la mesa —repuso ella, que no se lo estaba pasando tan bien—. Debe haber rebotado por aquí, así que ten cuidado con dónde pisas. No quiero que se rompa; me lo regaló Alan cuando cumplí los veintiún años.
 Pedro se quedó helado ante la revelación de Paula. Hasta ese momento estaba más que satisfecho; Paula le respondía sexualmente y había accedido a casarse, pero ya no estaba tan contento. El que ella pudiera cambiar de registro tan rápidamente, de un sexo tan intenso a su marido fallecido en tan poco tiempo, no resultaba halagador para su ego masculino.
—Te ayudaré a buscar —dijo, pero la triste sonrisa de Paula lo enfadó aún más. Miró a su alrededor y enseguida vió el colgante. Como si nada, dio un paso y lo pisó—. Oh, vaya. Parece que lo he encontrado —se agachó y tomó el estropeado colgante del suelo para dárselo a ella—. Lo siento mucho, Paula —no estaba orgulloso de sus actos, pero todo valía en la guerra y en el amor. ¿Amor? ¿De dónde demonios había salido esa palabra? Amor no era una palabra que estuviera en su vocabulario... —. Tengo que ducharme y cambiarme —dijo, sintiéndose ahogado de repente—. Te compraré otro colgante.
—No es necesario —respondió ella, mirando el último vínculo físico que la unía a Alan. Bueno, aún tenía la casa y no quiso sentirse culpable por mentir a Pedro.
—Como quieras —dijo él, pero no pudo mirarla a los ojos y Paula sintió que había roto el colgante a propósito—. Me apetece una taza de café, pero no te molestes en preparar nada para comer. Tengo que trabajar un rato y después podemos salir a cenar —dijo empezando a desabotonarse la camisa.
¡Cómo podía irritarla tanto! Ella no había tenido intención de cocinar para él y estuvo a punto de decírselo, pero al final se contuvo. No había pensado en cómo sería el vivir con Pedro, pero estaba obligada a ello. En tres días serían marido y mujer, y si no quería que su vida fuera un infierno, tendría que ignorar los motivos de su matrimonio y mantener una relación civilizada. Cerró el puño sobre el colgante... el fin de una era...
—De acuerdo. Iré a prepararte el café —y salió de la habitación. En su frágil estado, no necesitaba verlo desnudo, y se marchó corriendo a la cocina.
Más tarde, en un bonito restaurante, disfrutando de una deliciosa taza de café tras una deliciosa cena, Dulce se permitió una sonrisa.
—¿Qué es lo que te divierte? —preguntó Pedro tomando un sorbo de brandy de su copa.
—Estaba pensando que es irónico acabar en este restaurante, donde había pensado traer a mi padre a comer el día de su cumpleaños. Al final, acabé contigo y dentro de unos días estaremos casados, pero ésta es nuestra primera cita. ¿No te molesta no saber nada de mí, Pedro?
La cena había sido maravillosa y Paula había descubierto que Pedro era un agradable compañero e ingenioso conversador, cuando no intentaba arrastrarla a la cama...
—En absoluto —dejó su copa sobre la mesa y le cubrió la mano con la suya—. Sé lo que necesito: eres una mujer preciosa y sexy. Sé que somos compatibles en lo sexual; hay una química indudable entre nosotros. Te derrites cuando te toco, y a mí me pasa lo mismo. Eso es un punto a favor en cualquier matrimonio. En cuanto al resto... Tenemos toda una vida para llegar a conocernos.
A Paula le ardían las mejillas. La tensión sexual volvía a instalarse entre ellos y ella suspiró aliviada cuando él calló, pero pronto retomó la palabra:
—Los dos queremos lo mismo: tener uno o dos niños y formar una familia a la vez que hacemos a nuestras propias familias felices.
—¿Eso te parece bastante?
—Es mucho más de lo que la gente aspira a conseguir en estos días —repuso él—. La gente tiene hijos sin dar más importancia a la decisión que a la de comprarse un abrigo, y por eso se liberan de la responsabilidad con la misma facilidad con que se quitan una prenda —se inclinó hacia delante—. Paula, aunque ahora viajo mucho, en cuanto tengamos un hijo reajustaré mi agenda para pasar tiempo con él. No seré un padre ausente.
Su comentario la sorprendió, y no supo decir si le resultaba tranquilizador o no. Entonces Pedro se levantó, dejó varios billetes sobre la mesa y alargó la mano para tomar la suya y marcharse.
A la mañana siguiente, Paula se despertó en la cama de Pedro dolorida en zonas de su cuerpo que no sabía ni que tenía hasta ese momento. Pedro no estaba por ningún lado, y saltó rápidamente de la cama para meterse en la ducha. Por suerte, el día anterior se había llevado ropa, y cuando salió del baño, se puso un pantalón caqui, una blusa a juego y unos mocasines de ante. Se cepilló el pelo y lo ató con una cinta de colores. Después y con toda su determinación, salió del cuarto.            
El piso parecía vacío y Paula se preparó un café sin saber muy bien qué hacer. Acababa de decidir marcharse cuando apareció Pedro, espectacular con su traje gris, y tuvo que luchar para no sonrojarse.
—Venía a despertarte, pero veo que ya estás vestida. Bien. Mi abogado vendrá en un cuarto de hora para que firmemos el acuerdo prematrimonial —fue hacia ella, sonriente, y la besó en la frete—. Todo está listo para la boda. Por cierto, si no has puesto aún tu casa a la venta, mi gente puede ocuparse de ello por tí.
Estaba relajado y contento. Una noche de sexo apasionado no tenía más efecto sobre él que el de ponerle una sonrisa de satisfacción en la cara.
—No, no será necesario. Lo tengo todo controlado —mintió ella, pero no supo qué otra cosa podía decir.
El abogado de Pedro era de lo más eficiente y se empeñó en leer todo el contrato prematrimonial. Básicamente, los dos conservaban lo que tenían por separado, pero Paula no tendría derecho a nada de Pedro si se divorciaban en los tres primeros años de matrimonio, cosa normal, puesto que él estaría ingresando dinero en Vanity Flair durante ese tiempo. Después, Pedro se marchó con el abogado diciéndole que volvería a las seis, y Paula pudo irse por fin a casa.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 26

Sorprendida por su aparición y consciente de su escrutinio masculino, el corazón se le desbocó. Ignorando su mano, Paula se levantó sin elegancia alguna.
—Pues ya es hora de que lo intentes. No es muy educado darle palmadas en el trasero a una mujer.
—Paula, tal vez tu vida sexual hasta ahora haya sido demasiado acomodada —le dijo, burlón, lo que hizo que ella se enfadara aún más.
Lo cierto era que en todas esas noches a solas, con el recuerdo de su encuentro fresco en la memoria, ella había empezado a pensar lo mismo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le dijo, para cambiar de tema—. Se supone que no volvías hasta mañana.
—He acabado antes de lo esperado —y dió un paso hacia ella, ante lo cual,  Paula retrocedió, pero la cómoda la detuvo—. No podía esperar más—le puso las manos sobre la cintura y después le acarició la espalda hasta la nuca—. Para verte... —inclinó la cabeza, y el instinto de Paula fue zafarse de él—. Y hacer esto...—le dijo, y empezó a deslizar la lengua entre sus labios separados. El sabor de su lengua le provocó a Paula un vuelco en el corazón y olvidó toda intención pasada de librarse de aquel placer.
Se fundió contra él, intoxicada con su aroma y el poder de su abrazo, así que cuando se separó, ella gimió en protesta.
 Pedro murmuró algo que ella no pudo comprender y la colocó sobre la cómoda. Con la boca recorrió su cuello y lamió la suave piel con una intensidad feroz. Cuando le bajó el tirante del vestido y le cubrió el pecho con una mano, el pezón se irguió casi inmediatamente contra su palma.
Apartó la mano y ella gimió, pero él cubrió el pezón con sus labios para volverla loca con la lengua y los dientes. Después le levantó la falda para acariciarle entre las piernas, por encima de la seda de sus bragas. Ella emitió un quejido y el levantó la mirada. Sus ojos se encontraron y no fue necesario preguntar ni responder nada. Él deslizó los dedos bajo la fina tela y volvió a atrapar su pecho con la boca para seguir dándole la dulce tortura que ella deseaba.
Paula nunca había experimentado nada igual, nunca se había excitado tanto y tan rápido, y separó las piernas por instinto, ya al borde del climax. En ese momento, él se detuvo, se incorporó y le quitó las bragas con increíble rapidez.
Ella lo miró, deseosa, mientras se bajaba la cremallera. Después, en un frenesí de pasión, le agarró el trasero y lo atrajo hacia sí para penetrarla con fuerza. Ella se agarró a él rodeándolo con las piernas y sus bocas volvieron a encontrarse. A cada penetración, sus cuerpos se elevaban y se elevaban hasta llegar a un climax simultáneo de fuego y calor líquido.        
Cuando se detuvo, Pedro maldijo entre dientes. No había tomado a una mujer tan rápidamente desde que era un jovencito, y lo último que quería era asustar a Paula antes de la boda. Al ver la sorpresa en sus ojos y cómo se colocaba el tirante del vestido, Pedro se retiró de su cuerpo. Sujetándola con una mano, él se colocó la ropa y se subió la cremallera. Después la dejó sobre el suelo y le alisó el vestido.
—¿Estás bien?
Ella estaba demasiado sorprendida para decir nada y demasiado avergonzada para mirarlo a la cara. Él estaba completamente vestido, no se había quitado ni la corbata, y ella había estado completamente expuesta, subida a una cómoda, con el vestido arrebujado en torno a la cintura. Nunca en su vida había sentido tanto deseo.
—Estoy bien —dijo cuando por fin pudo articular palabra. Después se echó a reír—. Creo que tienes razón y que soy un poco inocente en cuanto al sexo. Nunca había experimentado una lujuria animal así —le dijo sinceramente—. Supongo que puedo acostumbrarme, pero creo que prefiero la cama.
—¿Es eso una sugerencia? —sonrió él, apartándole unos mechones de la cara.
—No —respondió ella, intentando devolverle una sofisticada sonrisa.

Estos capítulos se los dedico a @LauyValenPyP que siempre me comentás los caps muchas gracias Lau  espero que te gusten.

Casada por Obligación: Capítulo 25

Demonios! ¡Era Pedro de nuevo! —maldijo Paula colgando el teléfono mientras miraba a Liz—. Parece que mañana me voy de compras con Jan porque él así lo ha decidido. ¿Es que cree que no sé vestirme sola?
—No —rió Liz—. Como buen hombre que es, habrá pensado que eso ayudará a que Jan y tú liméis asperezas. Está claro que está loco por tí y me parece de lo más romántico que te llame varias veces al día. Si tuvieras un poco de cabeza, te tomarías el resto de la semana libre y te dedicarías a mimarte para cuando regrese.
A Paula no le parecía que hubiera nada de romanticismo en todo aquello, pero no dijo nada. El viernes anterior le había dicho a Liz que estaba prometida y le había contado la versión de Pedro de los hechos. Sorprendentemente, su amiga se había tragado toda la historia y estaba encantada por ella. Ya era martes, y Pedro no volvería hasta el jueves. El viernes se marcharían a Grecia con su familia para asistir a la boda al día siguiente. Si la llamaba una y otra vez era para mantenerla informada al minuto de los preparativos de la boda, como si a ella le importase mucho. El teléfono volvió a sonar y Paula dió un respingo.
—Contesta tú, Liz, y si es él, dile que he salido —soltó—. Dile que he ido a hacer la mudanza.      
—¿Y lo vas a hacer? —preguntó Liz, alargando la mano para responder al teléfono.
—Sí —dijo Paula—. De hecho, me tomaré el resto de la semana libre, como has sugerido. ¿Estás segura de que puedes apañártelas?
—Por supuesto.
—Genial. Entonces te veré en la boda, el sábado —y salió a toda prisa de la tienda antes de que Liz pudiera cambiar de idea. Si oía otro comentario más sobre la suerte que tenía de casarse con un multimillonario tan guapo, empezaría a gritar. Además, tenía que hacer una visita que no podía retrasar más tiempo.
Pasó por casa a cambiarse y después se encaminó a Eastbourne. No le apetecía contarle a sus suegros que iba a casarse de nuevo, pero, sorprendentemente, Sid y Mavis se alegraron mucho por ella y le dijeron que era demasiado joven para permanecer soltera el resto de su vida, y que Alan le habría dicho lo mismo.
Cuando llegó a casa la tarde siguiente después de estar todo el día de compras con Jan, estaba agotada. Se colocó el tirante del vestido de seda azul que llevaba una vez más sobre el hombro y entró en el salón. Se le acababa el tiempo. Pedro volvería al día siguiente y no había hecho las maletas ni había organizado la casa. ¿Tenía que hacerlo realmente? Tomó la foto de su boda en la mano y sonrió, pero ya había tomado una decisión, y la dejó enseguida en su sitio.
Una hora más tarde cerraba la puerta tras ella dejando su casa tal y como estaba. En el maletero de su coche llevaba tres maletas con las cosas necesarias para los siguientes días.
Sam, el portero, se empeñó en ayudarla con las cosas y ella se lo agradeció con una sonrisa y una generosa propina. El salón del apartamento de Pedro era tal y como lo recordaba: frío y desangelado, al igual que la cocina y el comedor. Las habitaciones no eran muy distintas, aunque el estudio, con sus altas estanterías repletas de libros y el escritorio antiguo, supuso un cambio a mejor.
Paula tomó una maleta y la llevó a la habitación principal. La última vez que había estado allí no se fijó demasiado en la decoración, y se llevó una grata sorpresa. Estaba decorada en color crema e índigo, con una alfombra con motivos griegos en el suelo. Las cortinas ocultaban un ventanal que daba a una terraza amueblada con un sofá, un sillón y una mesita baja. El ambiente en general era mucho más acogedor que el del resto de la casa.
Al mirar la enorme cama, Paula se sonrojó. Rápidamente apartó la mirada y decidió explorar adonde daban las dos puertas de la pared opuesta a la cama. Enseguida descubrió un lujoso baño con dos duchas y un jacuzzi, mientras que en la puerta de al lado había un armario apenas ocupado por algunos trajes de Pedro, lo que claramente confirmaba que pasaba muy poco tiempo allí. Paula deshizo las maletas rápidamente mientras se alegraba de esto último. Fue a dejar su joyero sobre la cómoda, pero no calculó bien la distancia y la caja y su escaso contenido acabaron en el suelo.
Cinco minutos después, Paula seguía buscando de rodillas bajo la mesa, la última joya que le faltaba por encontrar: el colgante de diamante y platino.
—Vaya, eso es lo que yo llamo un agradable recibimiento —el cuerpo de Pedro respondió lleno de masculino entusiasmo al ver el trasero de Paula apenas cubierto por el vestido de seda azul, y se echó a reír. Había reconocido ese trasero con alegría, y eso junto con el hecho de encontrar a Paula en su piso, lo puso eufórico. Incapaz de resistir, le dio una palmada.
Ella oyó la voz familiar un momento antes de sentir la mano sobre su trasero. Levantó la cabeza rápidamente y se golpeó con el borde de la mesa.
—¿Qué demonios...? —chilló, y salió gateando de donde estaba, enfurecida—. Qué poca delicadeza.
—Lo siento —dijo él, entre risas pero sin dejar de observar su precioso pelo, la seda ajustándose a las curvas de su cuerpo y la redondez de sus pechos, lo que hizo que su pulso se acelerara un punto más—. Pero tienes un trasero delicioso, Paula y no he podido resistirme —le ofreció una mano para ayudarla a ponerse en pie.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 24

—¿Vas a hacerme esperar hasta la boda, Paula? —dijo, e inmediatamente se maldijo por su estupidez. Tenía una mujer maravillosa entre los brazos y se paraba a preguntar—. ¿Tomas la pildora? —añadió, como si con ello quisiera justificarse.
—No a las dos cosas —respondió ella, rindiéndose a los dictados de su cuerpo, y se pasó la lengua por los labios hinchados, recordando el sabor de Pedro. Él la levantó inmediatamente en brazos y ella chilló—. ¿Qué estás haciendo?
—Te llevo a la cama —dijo, riendo ante su sorpresa, y segundos después, Paula se vió en la habitación.
Pedro se desabrochó los botones de la camisa con aire triunfal mientras ella, consciente de su semidesnudez, se cruzaba de brazos, pero sin dejar de mirarlo, fascinada.
Era un hombre magnífico, de espaldas anchas y pecho musculoso cubierto de un fino vello negro que desaparecía bajo el elástico de sus bóxers de seda negra. Paula se sonrojó aún más al ver bulto que se adivinaba bajo la fina tela, pero era incapaz de quitarle los ojos de encima. ¿Qué le estaba pasando?
—No tienes que sonrojarte, Paula —dijo él, tumbándose a su lado—. Y tampoco tienes que ocultar tu precioso cuerpo —le tomó una de las manos y se la colocó sobre sus hombros, y la otra sobre la cama, revelando sus preciosos pechos a sus ojos—. Tienes unos pechos perfectos —murmuró, y ella se estremeció por dentro. Después se inclinó para lamer primero un pezón y luego el otro, haciendo que ella se arquease hacia él—. Quiero verte desnuda —el vestido y las braguitas de encaje cayeron al suelo—. Quiero ver tu pelo extendido sobre mi almohada — y le soltó el moño.
Temblando de excitación, a Paula lo que menos le importaba era su pelo. Deseaba que la besara de nuevo, e intentó atraerlo hacia ella. Él sabía lo que Paula quería y, con una sonrisa, le rozó los labios con los suyos. Ella gruñó desilusionada.
—Paciencia, Paula. Quiero explorarte entera, quiero saborearte entera — y la acarició desde los pechos hasta los muslos, mientras dejaba un rastro de besos por sus labios, sus párpados, sus mejillas—. Esta vez no quiero que te queden dudas de a quién perteneces.
Paula abrió los ojos de golpe al oír eso, pero hacía mucho que no estaba desnuda en brazos de un hombre y que no sentía el fiero placer de la excitación. Deseaba a Pedro y lo atrajo hacia sí. Esta vez el beso no la decepcionó.
Pedro le tomó el pecho con una mano mientras acariciaba con los dedos la sensible punta. Ella dejó escapar un gemido; estaba ardiente de deseo por él. El deslizó la mano más abajo, hasta encontrar el cálido centro de su feminidad y sus gemidos de placer se incrementaron, a la vez que le clavaba las uñas en la espalda. El cuerpo de Paula estaba tenso como un arco y deseoso de sentir al máximo su posesión, pero no quería que dejara de acariciarla de un modo tan delicioso.
—Ábrete para mí, Paula —murmuró él, y volvió a atrapar su boca en un beso salvaje mientras se colocaba entre sus piernas.
Ella sintió la dura erección contra sus muslos, pero él no fue más allá. Ella gimió, desesperada por más, pero él la miró con una furia casi salvaje y dijo:
—Aún no. Quiero que recuerdes esto toda tu vida.
Después volvió a lamerle los pechos y ella se aferró a sus hombros con una mano mientras con la otra buscaba entre sus muslos su dura erección. Estaba atrapada en un juego en el que sólo él conocía las reglas, y por eso él le apartó la mano y se la sujetó contra el colchón mientras seguía explorando su cuerpo y dándole un placer que ella no había imaginado que pudiera sentirse. Volvió a besarla e introdujo los dedos entre sus piernas para volverla loca de placer. Paula no podía aguantar más y suplicó:
—Por favor, Pedro...
Al escucharla, él le levantó las caderas y la penetró profundamente con una fuerza que le hizo gruñir de delirio. Por primera vez en veinte años estaba haciendo el amor sin protección, y se detuvo para mantener el control de una situación que amenazaba con hacer explotar cada átomo de su cuerpo.
—Pedro—gritó ella, sintiéndolo retirarse—. No, no... no pares —gimió.
—No podría aunque quisiera —masculló él, y empezó a penetrarla una y otra vez a un ritmo primitivo que Paula correspondió hasta que pocos segundos después, su cuerpo se convulsionó en un brutal climax.
Paula sintió que Pedro la acompañaba y derramaba su semilla en su interior justo antes de caer sobre ella. Se aferró a él por instinto, sorprendida por la intensidad del acto. Sus respiraciones atormentadas era lo único que se oía en el cuarto.
Unos minutos después, él se apartó a un lado y la miró a la cara.
—Ha sido fantástico, Paula —declaró con una gran sonrisa—. Por si tienes dudas, es la primera vez que lo hago sin protección desde que era adolescente, y estoy completamente sano, así que no tienes nada de lo que preocuparte.
Su tono de satisfacción masculina fue lo que enfureció a Paula, mostrándole que no estaban igualados en el terreno sexual. Ella , sólo había estado con Alan, mientras que él era todo lo contrario.
—Te lo agradezco —repuso ella, irónica—. Pero ahora tengo que marcharme —y se apartó de él—. Los viernes siempre hay mucho trabajo y además me toca ir al mercado a las cinco de la mañana.
Se puso el vestido sin molestarse con la ropa interior antes de atreverse a mirar a Pedro. Él estaba aún tumbado en la cama, con el pelo revuelto y la cabeza apoyada en la mano.
—¿Seguro que no puedo tentarte para que vengas a la cama de nuevo? Yo no salgo para Nueva York hasta las nueve.
Paula sabía que él sería capaz de tentar hasta a una santa.
—No, recuerda nuestro trato, Pedro. Yo seguiré con mi trabajo.
—De acuerdo —se levantó de la cama maravillosamente desnudo—. Pero recuerda que tienes que trasladarte antes de que yo vuelva de Nueva York —la besó con fuerza en la boca—. Dame cinco minutos y te llevaré a tu casa.
Paula se preguntó si Pedro estaría celoso de su marido y de la vida que había llevado con él... No, era imposible. Eso significaría que ella le importaba, y tenía claro que no era de ese modo.
Cuando él salió del baño, ella estaba ya completamente vestida intentando volver a recogerse el pelo.
Veinte minutos después, la dejó frente a su puerta con un beso, físicamente agotada, pero sin poder detener sus pensamientos. Ya no se reconocía... ¿Qué la había impulsado a casarse con Pedro? ¿Cómo dejaba que un hombre al que no quería y en el que no confiaba le hiciera el amor? Cerró los ojos, avergonzada. Lo cierto era que no sólo había dejado que él le hiciera el amor, sino que ella había participado activamente, como su cuerpo dolorido no dejaba de recordarle.


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Casada por Obligación: Capítulo 23

¿Aquello era una conversación? Pedro  ya lo tenía todo decidido, pero ella tenía sus propios planes y no iba a dejar que se los arruinara.
—No será posible —dijo ella, con toda la serenidad que pudo—. Tengo dos semanas de vacaciones y me marcho a Grecia el sábado que viene. He quedado en Zante con el hombre que cuida de la casa de mi tía para ver qué reparaciones necesita. La boda tendrá que ser cuando vuelva.
—No hace falta —repuso él. Tenía la camisa ligeramente abierta y al ver su piel morena y su vello negro, ella empezó a sentirse tan acalorada como en el coche—. Será perfecto, porque puedo organizar la boda en Grecia en una semana.
—¿En Grecia?
—Sí. Nos casaremos en mi casa y así Theo no tendrá que volar. Pasaremos la primera semana de la luna de miel en Zante y después podemos ir a otro sitio. Theo puede ocuparse de supervisar las reparaciones.
—No, no podemos quedarnos en la casa —repuso ella—. Y Theo tampoco. La casa no está habitable.
—De acuerdo, nos quedaremos en un hotel y Theo tendrá que esperar para ver su antiguo hogar —le brillaron los ojos—. Pero la verdad es que ya tengo ganas de ver la casa que me está costando una fortuna y mi libertad.
—¿No conoces la casa? Creía que habías nacido allí.
—No. Theo sí nació allí, al igual que mi madre —Pedro  vació su vaso y lo dejó sobre la mesa con el ceño fruncido—. Yo nací en Atenas, y mi madre no estaba casada, así que como ves, soy el bastardo que decías.
 Paula se sonrojó ante su falta de tacto. Si lo hubiera sabido, nunca lo habría insultado de ese modo. Quiso disculparse, pero él no la dejó.
—Déjalo, no me importa, pero a mi abuela sí. Ella insistió en que Theo vendiera la casa y se trasladaran a Atenas, donde nadie los conocía. Mi madre murió pocos días después de mi nacimiento y mis abuelos se encargaron de criarme. Theo hablaba de Zante de vez en cuando, pero mi abuela no, y nunca me interesó ese lugar. De hecho, me avergüenza admitirlo, pero no tenía ni idea de que Theo sentía que le faltaba algo y que había intentado comprar la casa tras la muerte de mi abuela.
—¿Por qué no lo intentó antes? —preguntó ella.
—No se atrevía —sonrió Pedro—. Mi abuela era una mujercita adorable, pero tozuda como una mula, y había prohibido que se hablara de Zante en su presencia. Se hubiera necesitado un hombre más valiente que Theo o que yo para derrotarla.
Podía ser humano, se dijo Paula, tratando de imaginar a la mujer que tenía el poder de intimidar a Pedro Alfonso.
—Me hubiera gustado conocerla —comentó Paula con una sonrisa torcida—, y aprender sus secretos.
Y le sonrió de verdad por primera vez desde que se conocían. Pedro contuvo el aliento y le tomó la cara entre las manos, mirándole los labios.
—Tengo la sospecha de que tal vez ya los conozcas —le susurró antes de besarla.
Al principio sintió su resistencia, pero cuando sus alientos se mezclaron y sus lenguas se rozaron, toda ternura desapareció por completo. Él la besó más profundamente, con deseo y pasión, explorando el interior de su boca, hasta desear empezar a explorar el resto de su cuerpo que tan bien recordaba. Ella le rodeó el cuello con los brazos y Pedro gruñó al sentir sus caricias en la nuca.
Le bajó la cremallera del vestido y la descubrió hasta la cintura. Tuvo que contenerse para no tomarla allí mismo, en el sofá. Sus ojos ambarinos brillaban de deseo y sus pezones rosados pedían a gritos que los saboreasen.