sábado, 1 de noviembre de 2014

Simplemente un beso: Capítulo 41

Pedro sonrió, una sonrisa tierna que la tranquilizó un poco.
—Tengo que ser sincero contigo, Paula —dijo, acariciando su cara—. Siempre habrá un sitio en mi corazón que le pertenece solo a Bobby. Pero tengo un corazón grande y en él hay sitio suficiente para un pequeño «Terminator». Quiero a Bauti y te quiero a tí.
Por un momento, Paula no pudo decir nada. Lágrimas de alegría llenaban sus ojos y enredó los brazos alrededor del cuello del hombre, llorando y riendo al mismo tiempo.
—¡Eh! —los llamó la mujer del pelo gris desde el pasillo—. ¿Vas a casarte con él o no?
Pedro apretó a Paula entre sus brazos, como si tuviera miedo de su respuesta. Ella miró sus ojos… los ojos del hombre que amaba, los preciosos ojos del hombre que había estado siempre en sus sueños.
—Sí —contestó—. Voy a casarme con él. Antes de que pudiera decir otra palabra, Pedro selló aquella frase con un beso.
Un beso lleno de intensa, casi desesperada pasión, de amor y todas sus interminables posibilidades y sueños. Aquel beso la llenaba de calor, como si se hubiera tragado el sol. Y supo entonces que aquel era el hombre de su vida.
Cuando Pedro se apartó, la anciana había desaparecido en la consulta de urgencias.
—Cariño…
—Sigo sin poder creer que tú has resultado ser mi príncipe azul.
Él sonrió, con los ojos llenos de amor.
—Ahora ya no importa, ¿no crees? Lo único importante es que soy el hombre de tu vida y tú la mujer de la mía. Y que vamos a vivir juntos para siempre.
—Para siempre.
De nuevo, volvieron a besarse.
—Y hablando de «Terminator», ¿dónde está?
—En la guardería —contestó Paula, mirando su reloj —. Tengo que ir a buscarlo ahora mismo.
—Pues vamos —dijo Pedro. Se dirigieron al aparcamiento de la mano. Él seguía utilizando una muleta, pero parecía defenderse mejor—. Pensarás que estoy loco, pero sigo pensando que aquella mañana, en la playa… no me tropecé con Bauti. Yo creo que se puso en mi camino a propósito.
—Si eso es cierto, deberíamos darle las gracias —rió ella—. Si no te hubiera hecho tropezar, ahora solo serías un hombre que pasó corriendo por la playa.
Pedro se inclinó para besar su cuello.
—Es verdad. Recuérdame que le compre un buen regalo de cumpleaños.
Paula sintió un escalofrío de placer.
—Yo creo que el mejor regalo eres tú.
Él la miró, emocionado.
—Te quiero, Paula. Y merece la pena haberme roto una pierna por tí. Y ahora, vamos a buscar a nuestro hijo.
Paula salió del aparcamiento del hospital y se dirigió hacia… la felicidad eterna.
Bautista estaba deprimido. Llevaba deprimido desde que volvió de Florida, pero aquel era el peor día de todos porque había tenido que enfrentarse con las fastidiosas Claire y Julie en la guardería.
Llevaban todo el día tomándole el pelo porque había vuelto de la playa sin un papá, como les había prometido. Bautista había pasado casi todo el día en una esquina, jugando solo e intentando no prestar atención a sus torturadoras.
No lo entendía. Había hecho todo lo posible para que Pedro fuera su papá. Sabía que a su madre le gustaba Pedro y pensaba que a él también le gustaba ella. No entendía cómo los adultos podían estropearlo todo de esa forma.
Aquella noche, su mamá estaría tan triste como lo estaba todos los días desde que volvieron de la playa. Ella intentaba disimular, pero Bautista sabía que estaba triste. Echaba de manos a Papá Pedro y él también.
Mientras ponía un bloque rojo encima de otro azul, Bautista se preguntaba si tendría tiempo de construir un edificio antes de que su madre fuera a buscarlo.
—Hola, Bauti.
La voz le resultaba familiar. Bautista levantó los ojos y vió a Papá Pedro con su madre, en la puerta.
Inmediatamente, se puso de pie, con expresión de felicidad… una felicidad más grande que un pirulí, más grande que un camión rojo con las ruedas brillantes.
—¿Papá?
Cuando dió un paso hacia Pedro  y vió la cara de felicidad de su madre, entendió que su sueño se había hecho realidad. Pedro abrió los brazos y Bautista corrió hacia él.
De repente, estaba en los fuertes brazos de Papá Pedro , que lo levantaba hacia el cielo.
—¡Papá! —gritó el niño, feliz.
—Eso es, cariño. Voy a ser tu papá para siempre.
Bautista enredó los bracitos alrededor de su cuello, pensando en todas las cosas maravillosas que iban a compartir. Papá Pedro le pasó una mano a su mamá por encima del hombro.
—Vámonos. Tenemos que planear el futuro.
Bautista miró por encima de su hombro a Julie y Claire, que lo observaban, atónitas.
El niño sonrió y les dijo adiós con la manita mientras salía con su papá de la guardería.

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