domingo, 16 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 29

Él le dijo algo a Karadis en Griego, Karadis respondió y después echó a reír antes de volverse hacia Paula.
—Me ha encantado conocerte, Paula, pero debo marcharme. Espero que volvamos a vernos pronto.
—Lo mismo digo —respondió ella, y lo observó alejarse.
—Conmovedor, pero ¿por qué tienes que esconderte y flirtear con todos los hombres mayores con los que te cruzas? —gruñó Pedro.
—No estaba flirteando ni me estaba escondiendo. Sólo pretendía tomar un poco el fresco —pero ver a Pedro con el cuello de la camisa abierto no ayudaba en absoluto a refrescarse.
En los últimos días, con Pedro, había aprendido a comprender mejor a su tía. Al parecer las dos compartían una misma pasión por los hombres griegos y por las plantas, pensó, sonriendo.
—Si tú lo dices —repuso él, y se encogió de hombros, pero ella supo que aún seguía enfadado—. Podrás tomar todo el aire que quieras en el helicóptero. Es hora de que nos despidamos de los invitados y nos marchemos a Zante —y tomándola de la mano, la llevó con el resto de la gente.
Poco después, Paula bajó del helicóptero que había aterrizado sobre el tejado de un edificio.
—¿Dónde estamos? —preguntó.
—En nuestro hotel —respondió él.
 Un extraño cosquilleo en la espalda fue lo que sacó a Paula de un profundo sueño. Cuando abrió los ojos vio un pecho masculino frente a ella, y suspiró antes de darse la vuelta.
—Por fin te despiertas —dijo él, sonriendo y rodando sobre ella—. Empezaba a pensar que tendría que comenzar sin tí.
Pala  no tenía duda alguna de su excitación, pues podía notar su erección perfectamente contra su muslo.
—Eres insaciable —murmuró ella, sonriendo lánguidamente.
—Tal vez, pero todos los hombres tienen erecciones por las mañanas. Es algo terrible que soportamos como podemos —explicó él, burlón, mientras le acariciaba un pecho.
—¿En serio? No lo sabía —respondió ella, y suspiró ante la deliciosa sensación que empezaba a inundar todo su cuerpo.
—Entonces tienes que haber sido muy poco observadora con los hombres que han pasado por tu vida. Lo cual me recuerda... —se distrajo jugueteando con sus pechos—. Tuve una charla con Liz sobre lo de levantaros a las cinco de la mañana, y los dos estuvimos de acuerdo en que sería mejor para todos que vuestro empleado se ocupase de ese turno.
—¿Que has hecho qué? —Paula se puso tensa ante aquella declaración—. No tienes por qué hablar de mi negocio a mis espaldas con nadie. No tengo ningún problema con los turnos tal y como los tenemos establecidos, al igual que Liz hasta que tú dijiste nada.
—Si hubiera creído que las dos estabais contentas con las cosas tal y cómo las llevabais, no habría interferido, pero sé que a Liz no le gustan demasiado. Sólo alterna los turnos contigo porque sois amigas.
—¿Te dijo eso? —Paula estaba asombrada—. Nunca me ha dicho nada.
—Como te he dicho antes, Paula, se te da muy bien lo de meter la cabeza en un agujero y ver sólo lo que quieres ver.
—Pero le he preguntado cientos de veces si le importaba, y siempre dijo que no...
—Probablemente porque no quiere aprovecharse de su situación de casada y con un hijo, pero seguro que ha pasado muchas malas noches con el niño y después ha tenido que levantarse al alba para trabajar.
—¡Demonios! —juró Paula. ¿Por qué no le habría insistido más a Liz? Lo cierto era que a ella tampoco le gustaba ese turno—. Tienes razón —admitió avergonzada.
A Pedro se le iluminaron los ojos, y volvió a acariciarle como antes.
—Como casi siempre —bromeó—, pero basta de peleas —le besó suavemente en los labios mientras le acariciaba el pezón con los dedos. Ella se relajó y se dejó vencer por el placer—. Como consolación, te diré que tú también tenías razón en lo de que soy insaciable. Y sé que te encanta —ella vió sus ojos brillar de pasión antes de que la besara lenta y sensualmente.
Media hora después, ella rechazó su oferta de ir a ducharse con él. Con el cuerpo aún tembloso por el tórrido encuentro sexual que acababan de tener, se quedó tumbada en la cama un rato más. Era lunes por la mañana y, desde que llegaron el sábado por la noche, apenas habían salido de la cama.
Pedro le había mostrado una nueva dimensión de su sexualidad mostrándole algo que ella desconocía por completo. Ella había amado a Alan, y recordaba haber llorado después de la primera noche que pasaron juntos de la emoción. Hacían el amor con frecuencia, y aunque ella no siempre llegaba al orgasmo, no le importaba porque se sabía amada. Su muerte le había provocado un dolor horrible que casi no pudo superar, y había decidido no volver a pasar nunca por algo así.
Pero Pedro no le provocaba esas emociones, y ningún deseo de llorar. La había conducido por todos los caminos del erotismo hasta volverla loca de deseo, pero la única emoción que provocaba en ella era un arrebato carnal de devorarlo entero. ¿En qué la convertía eso?
Paula se levantó y se cubrió con una toalla para ir hacia la ventana con vistas al mar. Oyó el ruido del agua de la ducha y se imaginó a Pedro desnudo bajo el chorro.
Se contestó a sí misma yendo hacia el baño: probablemente fuera la esposa perfecta para Pedro, el mujeriego que consideraba el matrimonio como un negocio más. Los dos querían sacar algo de aquella unión, pero el amor no entraba en la ecuación. A Paula  no le parecía mal del todo. Se quitó la toalla que la cubría y fue a la ducha con Pedro.

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