domingo, 2 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 2

Haz lo que te aconsejo: vende tus acciones cuanto antes. Y de la casa... olvídate. ¿Es que no estás a gusto en la casa que mandé construir? Nunca antes te habías quejado.
—No. Es una casa muy bonita, pero desde que tu abuela murió, me siento un poco solo. Tú nunca vienes.
—En eso tienes razón —admitió Pedro, pero lo cierto era que le molestó el no haber sabido que Theo pretendía comprar la casa de Zante; eso revelaba la poca atención que le había dedicado a su abuelo en los últimos años—. Intentaré ir más a casa, Theo, pero te aseguro que Zante ya no es como cuando tú eras joven. Ahora está lleno de turistas —Pedro lo sabía porque había ido allí con su yate el año anterior y, aunque el lugar era precioso, sólo había pasado una noche.
—Te equivocas —dijo el anciano con ojos chispeantes—. Por fin he encontrado un modo de recuperar la casa de mi familia. Cuando me enteré de que Mary James había muerto, compré más acciones —levantó una mano—. Antes de que protestes, te digo que las compré baratas.
Si la empresa se hundía esas acciones le saldrían caras, pensó Pedro, pero no quiso seguir discutiendo.
—La semana pasada recibí una notificación de una junta de accionistas, pues soy uno de los mayores inversores —continuó Theo—. Estuve en la junta y después Sutherland me invitó a cenar a su casa esta noche y a la fiesta de cumpleaños de su hija el fin de semana.
—Muy interesante, pero eso no explica cómo te torciste el tobillo y que si Milo no me hubiera llamado a Nueva York, yo no me habría enterado de nada.
—Te iba a llamar en cuanto saliera del hospital, pero Milo se me adelantó. Me tropecé en el escalón del salón —dijo Theo, observando la decoración del apartamento de soltero de su nieto.
—Pues me alegro de que Milo estuviera contigo...  
—Claro. Milo tiene tantas ganas como yo de que recupere la casa de mi familia. Nosotros nos conocimos en Zante y siempre se quedaba en casa con tu abuela y conmigo cuando su barco atracaba allí. Siempre pensé que tenía debilidad por tu madre, pero...
—Bueno, pero ¿cómo vas a recuperar la casa? —apremió Pedro.
—No voy a hacerlo yo, sino tú —declaró Theo con una ancha sonrisa—. Conocí a la hija de Sutherland en la junta. Es una mujer encantadora que no sabe nada del negocio de la familia, pero tiene uno propio. Estuvimos charlando y me contó que había acudido a la junta porque era la heredera de su tía. Además, no sólo había heredado sus acciones, sino también la casita de Zante.
—Qué bien —Pedro fue hacia el mueble bar y se sirvió un vaso de whisky con agua—. Entonces ella ha accedido a vender y quieres que yo pague la casa, ¿no?
—No, le pregunté que si me vendería la casa, pero me dijo que no creía que eso fuera posible. No necesito que me ayudes a pagar la casa, pero sí que vayas a la cena en mi lugar esta noche. Quiero que utilices todos tus encantos con esa mujer y que la ablandes. Después, cuando yo vaya a su fiesta de cumpleaños el sábado, le explicaré lo mucho que significa esa casa para mí y que quiero dejársela a mi nieto. Cuando le pida que me la venda, estará dispuesta a acceder a todo lo que le pida.
—¿Quieres que la seduzca? —dijo Pedro, mirando a Theo con una ceja levantada—. Me sorprendes, teniendo en cuenta lo mucho que me criticas por mujeriego.
—No necesito que llegues tan lejos, aunque no creo que fuera un gran sacrificio para ti, porque es una chica encantadora —Theo esbozó una sonrisa picara—. Si tuviera cuarenta años menos, me ocuparía de esto en persona.
Pedro echó a reír.
—Eres incorregible. Está bien, dile a Sutherland que yo iré a la cena en tu lugar y haré lo posible por encantar a esa mujer. ¿Cómo se llama?
Theo estaba ya marcando el número de Sutherland en el teléfono:
—Paula... algo así, o... jam, creo.
Pedro fue al baño para darse una ducha pensando en el lío en que se había metido y deseando por lo menos que la tal Paula fuera presentable.
Pedro volvió después de medianoche, cansado, pero con una sonrisa de satisfacción en la cara.
—¿Qué ha pasado? ¿La viste? ¿Te gustó? ¿Le gustaste tú a ella? —preguntó Theo en cuanto él cruzó el umbral.
—Sí a todo —respondió Pedro—, pero no me tenías que haber esperado despierto.
—Eso da igual. ¡Dime qué pasó!
Pedro se dejó caer en el sofá y se aflojó la corbata.
—Sutherland me presentó a su hija Paula, y por una extraña coincidencia, ya la conocía.
—¿Que la conocías? ¿Estás seguro?
—Créeme, abuelo. La conocí en Nueva York hace años; ella era modelo y salimos unas cuantas veces. No tienes nada de qué preocuparte, el asunto está en el bote. Te lo prometo. Paula estaba encantada de verme y casi se abalanzó sobre mí cuando me vio. Mañana iré a cenar con ella y para el domingo la tendré comiendo de mi mano —se puso en pie y añadió—. Ahora, si no te importa, me voy a acostar. Y te sugiero que hagas lo mismo.

—Paula, te llaman por teléfono —gritó Liz—. Es tu madrastra.
Paula se quitó los guantes y dejó la cesta que estaba rellenando con flores de verano para ir a responder al teléfono.
—Dime, Leanne.

3 comentarios: