miércoles, 5 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 8

—Tal vez, pero pueden pasar años antes de que consigamos nuestro propósito, y aunque yo viva lo suficiente... ¿Te has parado a mirar a Paula ¿Puedes creer que una mujer como ella siga viuda mucho tiempo? Es joven y su marido murió hace dos años.
Pedro se incorporó de su salto. ¡Paula no estaba casada cuando estuvo con él!
—¿Dos años? ¿Estás seguro? —ya había cometido demasiados errores con ella, y no estaba dispuesto a cometer ninguno más. Se había equivocado tanto con ella que estuvo a punto de echarse a reír, pero la cosa no era divertida: su abuelo se había quedado sin la casa que deseaba y él se había acostado y después insultado a la mujer más sexy que había conocido.
—Sí. Me lo ha dicho poco antes de que nos fuéramos. No tiene solución y me voy a la cama —dijo, y se levantó con ayuda de su bastón—. Milo y yo nos volvemos a Grecia mañana por la mañana. Buenas noches.
Pedro vió el gesto derrotado de su abuelo al salir de la sala. No le gustaba admitirlo, pero el anciano tenía razón: era imposible conseguir la casa.
Recordó a la preciosa Paula, tan dulce con Theo y tan fría con él, y su cuerpo se endureció al recordar su cuerpo desnudo... la suavidad de su piel, la dulzura de sus pezones y la ardiente pasión que los había consumido.
Se puso en pie. Tenía que pensar algo. Tal vez si le ofrecía a Paula un montón de dinero por romper las condiciones del testamento, ella accediera; aparte de su abuela, nunca había conocido a una mujer a la que no le gustara el dinero. Y si el plan A fallaba, cosa que dudaba, buscaría un plan B. Tenía treinta y siete años y ya había pasado la edad en la que la mayoría de las personas se casa, pero tal fuera el momento de decidirse. Si se casaba con Paula y tenía un hijo con ella, sería el nieto de Theo el que heredase la casa, y eso le bastaría a su abuelo para hacer realidad sus deseos. Además, Pedro quería volver a tener a Paula en su cama, y él siempre conseguía lo que quería.
Sólo había un fallo en el plan B, y era que Paula no le haría ni caso, porque, aparte de haberla echado de su yate el año anterior, él estaba oficialmente saliendo con su hermanastra. Volvió a sentarse en el sofá y con el ceño fruncido, repasó lo que había ocurrido aquel día y la información que había recopilado de ella. Sus ojos grises brillaban de emoción ante el reto que se le presentaba, se levantó y se fue a la cama. Había tomado una decisión y sabía cómo hacer que su idea llegase a buen puerto.

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