miércoles, 12 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 21

Él podía haberla detenido con facilidad, pero contuvo su rabia y no lo hizo.
—Tienes razón. El compromiso ya es público y ya hemos estado aquí bastante tiempo —después la besó suavemente en los labios y ella se ruborizó, cosa que a él le supo a recompensa—. Te doy diez minutos y después iré a buscarte —le dijo antes de verla desaparecer entre la gente.
Pedro  sonrió travieso. Para haber estado casada, Paula era muy inocente. Desde luego, debía imaginarse que él prefería estar a solas con ella que rodeada de toda esa gente. La sangre le ardió en las venas al pensar en la noche que les esperaba.
Paula, por su parte, no pudo evitar sonrojarse, pero al ver a su padre salir de la sala, se olvidó de Pedro . No iba a dejar a David escaparse de aquélla: quería oír la verdad de sus labios. Quería saber si estaba enterado de los planes de Pedro  desde el principio. ¿Y qué había querido decir con eso de que si Pedro y ella habían resuelto sus diferencias?
Ella llegó al pasillo justo a tiempo para verlo desaparecer en su estudio, pero antes de poder seguirlo, Jan, ligeramente ebria, la alcanzó.
—Paula, tengo que admitirlo: nunca lo habría imaginado... Pedro me llevó a comer después de mi cumpleaños y me dijo que sólo me consideraba una amiga. Después me preguntó por tí, pero nunca se me ocurrió que lo conocieras tan bien... hasta...
—¡Lo sabía! —exclamó Paula, quedándose blanca como una sábana. Pedro debía haberle contado todo a Jan sobre su encuentro en Zante. ¿Cómo podía ser tan cruel?
—Puedes dejar de hacerte la viuda recatada, Paula. Mi madre me dijo lo vuestro en cuanto llegué esta tarde.
—¿Leanne te lo dijo? —aquello estaba empeorando por momentos y Paula no se dió cuenta de que su padre había vuelto hasta que estuvo a su lado.
—No pasa nada, Paula—dijo el hombre, abrazándola—. No tienes que aparentar estar sorprendida. Sabes que Pedro insistió en que le contara a Leanne lo de la empresa. Se quedó un poco sorprendida al principio, pero cuando le dije que vosotros dos os conocíais desde hace un año, que os habíais separado tras una pequeña discusión, pero que ahora él quería resolver las diferencias, y con suerte, casarse contigo, quiso llamarte enseguida —Paula no podía comprender la expresión orgullosa de su padre—. Le dije que no tenía que interferir, aunque mi futuro yerno se había ofrecido para salvar mi negocio. ¿Y ves cómo tenía razón? Con sólo comer juntos, habéis decidido hacer las paces, y yo no podría estar más feliz.
Ni más aliviado, pensó ella amargamente.
—¿Pedro te dijo que ya nos conocíamos? —preguntó.
—No te hagas la sorprendida, Paula —dijo Jan—. Tenías que haberme dicho en la fiesta que lo habías conocido en Grecia y que habías estado en su yate en lugar de hacerme quedar como una tonta intentando llevármelo a la cama. Pero no te guardo ningún rencor: lo mejor después de un marido rico es un cuñado rico. Tenía que habérmelo imaginado cuando me ofreció invertir en mi empresa a la vez que insistía en que sólo éramos amigos.
Paula era incapaz de articular palabra. Pedro lo había orquestado todo para parecer el amante atento y generoso. ¡Tenía que ser una broma! Por un momento estuvo a punto de decir toda la verdad, pero al ver sus rostros sonrientes, decidió morderse la lengua.

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