miércoles, 26 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 43

Paula lo miró a los ojos y lo vió vulnerable. Nunca había visto a Pedro como entonces, y lo miró con una incertidumbre que se parecía mucho a la esperanza. Ella quería creerlo, pero tenía miedo de volver a sufrir.
—¿Cuándo te diste cuenta? —preguntó sarcástica, para proteger sus sentimientos.
—El día que visitamos la casa de Zante —respondió él con una sonrisa—. Mientras estábamos tumbados en la cama de tu tía. Después me dijiste que yo no creía en el amor, y decidí esperar para decírtelo porque me pareció pronto —le apretó con fuerza los brazos y la miró fijamente—. Me mentiste cuando me dijiste que no sabías quién era el amante de tu tía, y eso me dolió porque no confiaste en mí.
—¿Cómo puedes saberlo?
—Cariño, eres como un libro abierto para mí, pero olvídalo. No me lo tienes que decir ahora. Haré todo lo que esté en mi mano para hacer que confíes en mí.
—También dijiste que te había decepcionado...
—Creo que dije demasiado —murmuró él—. ¿Cómo puedo hacer que entiendas? En cuanto te vi, se me rompieron los esquemas sobre el amor. Eres la mujer de mis sueños, pero aquello se convirtió en una pesadilla cuando dijiste que estabas casada. Me pasé un año intentando olvidarte, un año de abstinencia. Desesperado, empecé a salir con Anabella, pero juro que no la he vuelto a tocar desde entonces. Vino por sorpresa a mi oficina para desearme feliz cumpleaños, pero la eché de allí antes de hablar contigo. ¿Crees que puedo hablar así y hacerle el amor a otra mujer como lo hago contigo? —preguntó con dureza—. Tú eres mi amor, mi pasión y mi vida.
Ella recordó esa pasión, la ternura y cómo le hacía el amor, y se le encogió el corazón. ¿Estaría diciendo la verdad?
—Cuando te obligué a casarte conmigo, no me importaba que siguieras enamorada de Alan. Te deseaba. Sabía que éramos compatibles y pensé que podría basar nuestro matrimonio en eso, pero pronto me di cuenta de mi error. Te amo y quiero mucho más que eso de tí —le dijo, acariciándole la barbilla—. Mírame, Paula. Soy un hombre muy posesivo y tenía unos celos insanos de tu marido fallecido.
—Rompiste mi colgante a propósito.
—Le habría roto el cuello si hubiera estado vivo. Así de despreciable soy,Paula—respondió él inmediatamente.
Paula abrió mucho los ojos y miró a Pedro a la cara; parecía estar sufriendo una tortura.
—No lo dices en serio...
—Tal vez no, pero volví de Nueva York decidido a hacerte saber lo que sentía, porque descubrí después de nuestra conversación que estaba llegando a algo contigo. Especialmente cuando accediste a buscar una casa.
—Creía que sería para nosotros, pero después pensé que era tu modo de decirme que me marchara —apuntó Paula.
—Acertaste la primera vez —Pedro sonrió—. Pero cuando llegué y te íi llorando en tu antigua casa, algo saltó dentro de mí —cerró los ojos angustiado y después los abrió de nuevo—. Paula estuve a punto de tomarte sin tu permiso. ¿Podrás perdonarme?
—¡No! —gritó ella. No podía soportar ver ese tormento en sus ojos—. No lo hiciste. Estabas enfadado al principio, pero yo te deseaba —dijo ella, poniéndose roja y sintiendo crecer la esperanza en su corazón a cada segundo.
—Gracias, pero me he dado cuenta de que no me puedo fiar de mí mismo cuando estás cerca. Cada vez estaba más desesperado deseando que me amaras. Soy tan egoísta que quería ser el centro de tu universo. Hice todo lo que pude para que me amaras, sin resultado. Ya no me quedaba esperanza y supuse que tendría que marcharme antes de destrozar los pocos sentimientos que tenías por mí —le retiró la mano de la barbilla—. No me sorprende que no me dijeras lo del embarazo. Probablemente tuvieras miedo de mí.
Paula no podía soportar oír a su orgulloso  Pedro hablar tan humildemente.
—Miedo de tí... nunca —dijo ella con una sonrisa.
—Espero que lo digas en serio, Paula —le dijo él—, porque voy a estar mucho tiempo contigo y con el niño.

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