sábado, 15 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 27

Pedro era todo masculinidad, y ella ya sabía de sus proezas sexuales. Lo que le sorprendía era ser capaz de igualarlo y disfrutar con él aún sin tener ningún lazo emocional con la persona con la que estaba teniendo sexo. Tal vez se estuviera convirtiendo en una mujer sofisticada, pero no era momento para pensar eso... Pedro volvía a mirarla de ese modo, así que se apartó un poco de él y cuadró los hombros.
—Antes de que llegaras, estaba buscando algo.
—Por eso estabas agachada y vi tu trasero en esa posición tan provocativa —rió él.
—Bueno, mi colgante no está bajo la mesa —repuso ella, que no se lo estaba pasando tan bien—. Debe haber rebotado por aquí, así que ten cuidado con dónde pisas. No quiero que se rompa; me lo regaló Alan cuando cumplí los veintiún años.
 Pedro se quedó helado ante la revelación de Paula. Hasta ese momento estaba más que satisfecho; Paula le respondía sexualmente y había accedido a casarse, pero ya no estaba tan contento. El que ella pudiera cambiar de registro tan rápidamente, de un sexo tan intenso a su marido fallecido en tan poco tiempo, no resultaba halagador para su ego masculino.
—Te ayudaré a buscar —dijo, pero la triste sonrisa de Paula lo enfadó aún más. Miró a su alrededor y enseguida vió el colgante. Como si nada, dio un paso y lo pisó—. Oh, vaya. Parece que lo he encontrado —se agachó y tomó el estropeado colgante del suelo para dárselo a ella—. Lo siento mucho, Paula —no estaba orgulloso de sus actos, pero todo valía en la guerra y en el amor. ¿Amor? ¿De dónde demonios había salido esa palabra? Amor no era una palabra que estuviera en su vocabulario... —. Tengo que ducharme y cambiarme —dijo, sintiéndose ahogado de repente—. Te compraré otro colgante.
—No es necesario —respondió ella, mirando el último vínculo físico que la unía a Alan. Bueno, aún tenía la casa y no quiso sentirse culpable por mentir a Pedro.
—Como quieras —dijo él, pero no pudo mirarla a los ojos y Paula sintió que había roto el colgante a propósito—. Me apetece una taza de café, pero no te molestes en preparar nada para comer. Tengo que trabajar un rato y después podemos salir a cenar —dijo empezando a desabotonarse la camisa.
¡Cómo podía irritarla tanto! Ella no había tenido intención de cocinar para él y estuvo a punto de decírselo, pero al final se contuvo. No había pensado en cómo sería el vivir con Pedro, pero estaba obligada a ello. En tres días serían marido y mujer, y si no quería que su vida fuera un infierno, tendría que ignorar los motivos de su matrimonio y mantener una relación civilizada. Cerró el puño sobre el colgante... el fin de una era...
—De acuerdo. Iré a prepararte el café —y salió de la habitación. En su frágil estado, no necesitaba verlo desnudo, y se marchó corriendo a la cocina.
Más tarde, en un bonito restaurante, disfrutando de una deliciosa taza de café tras una deliciosa cena, Dulce se permitió una sonrisa.
—¿Qué es lo que te divierte? —preguntó Pedro tomando un sorbo de brandy de su copa.
—Estaba pensando que es irónico acabar en este restaurante, donde había pensado traer a mi padre a comer el día de su cumpleaños. Al final, acabé contigo y dentro de unos días estaremos casados, pero ésta es nuestra primera cita. ¿No te molesta no saber nada de mí, Pedro?
La cena había sido maravillosa y Paula había descubierto que Pedro era un agradable compañero e ingenioso conversador, cuando no intentaba arrastrarla a la cama...
—En absoluto —dejó su copa sobre la mesa y le cubrió la mano con la suya—. Sé lo que necesito: eres una mujer preciosa y sexy. Sé que somos compatibles en lo sexual; hay una química indudable entre nosotros. Te derrites cuando te toco, y a mí me pasa lo mismo. Eso es un punto a favor en cualquier matrimonio. En cuanto al resto... Tenemos toda una vida para llegar a conocernos.
A Paula le ardían las mejillas. La tensión sexual volvía a instalarse entre ellos y ella suspiró aliviada cuando él calló, pero pronto retomó la palabra:
—Los dos queremos lo mismo: tener uno o dos niños y formar una familia a la vez que hacemos a nuestras propias familias felices.
—¿Eso te parece bastante?
—Es mucho más de lo que la gente aspira a conseguir en estos días —repuso él—. La gente tiene hijos sin dar más importancia a la decisión que a la de comprarse un abrigo, y por eso se liberan de la responsabilidad con la misma facilidad con que se quitan una prenda —se inclinó hacia delante—. Paula, aunque ahora viajo mucho, en cuanto tengamos un hijo reajustaré mi agenda para pasar tiempo con él. No seré un padre ausente.
Su comentario la sorprendió, y no supo decir si le resultaba tranquilizador o no. Entonces Pedro se levantó, dejó varios billetes sobre la mesa y alargó la mano para tomar la suya y marcharse.
A la mañana siguiente, Paula se despertó en la cama de Pedro dolorida en zonas de su cuerpo que no sabía ni que tenía hasta ese momento. Pedro no estaba por ningún lado, y saltó rápidamente de la cama para meterse en la ducha. Por suerte, el día anterior se había llevado ropa, y cuando salió del baño, se puso un pantalón caqui, una blusa a juego y unos mocasines de ante. Se cepilló el pelo y lo ató con una cinta de colores. Después y con toda su determinación, salió del cuarto.            
El piso parecía vacío y Paula se preparó un café sin saber muy bien qué hacer. Acababa de decidir marcharse cuando apareció Pedro, espectacular con su traje gris, y tuvo que luchar para no sonrojarse.
—Venía a despertarte, pero veo que ya estás vestida. Bien. Mi abogado vendrá en un cuarto de hora para que firmemos el acuerdo prematrimonial —fue hacia ella, sonriente, y la besó en la frete—. Todo está listo para la boda. Por cierto, si no has puesto aún tu casa a la venta, mi gente puede ocuparse de ello por tí.
Estaba relajado y contento. Una noche de sexo apasionado no tenía más efecto sobre él que el de ponerle una sonrisa de satisfacción en la cara.
—No, no será necesario. Lo tengo todo controlado —mintió ella, pero no supo qué otra cosa podía decir.
El abogado de Pedro era de lo más eficiente y se empeñó en leer todo el contrato prematrimonial. Básicamente, los dos conservaban lo que tenían por separado, pero Paula no tendría derecho a nada de Pedro si se divorciaban en los tres primeros años de matrimonio, cosa normal, puesto que él estaría ingresando dinero en Vanity Flair durante ese tiempo. Después, Pedro se marchó con el abogado diciéndole que volvería a las seis, y Paula pudo irse por fin a casa.

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