lunes, 24 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 39

Alan nunca la había hecho sentir de ese modo. Su amor había surgido de la amistad y el cariño, pero Pedro dominaba sus pensamientos y su cuerpo con exclusividad. Había gastado todas sus energías en mantener una barrera entre los dos y ahora, cuando era demasiado tarde, se daba cuenta de que amaba a Pedro.
El dolor la hirió profundamente, pero Paula no quiso que él viera el daño que le había hecho. Se colocó lo que le quedaba de blusa sobre los hombros y se puso en pie. Le llevó toda su decisión el lograr decir:
—Como quieras —e incluso logró encogerse de hombros—.
—Tu padre y la empresa seguirán teniendo mi apoyo financiero tal y cómo acordamos —se le torció el gesto—. Y si hay alguna posibilidad de que estés embarazada, tendremos que seguir manteniendo una relación amistosa.
—No, no estoy embarazada. Y Theo no tiene de qué preocuparse: puede quedarse en la casa de Zante siempre que quiera —era irónico, pero ella era la única que no conseguía lo que quería.
—Gracias, pero te pagaré un alquiler por el tiempo que él esté allí. Él no tiene por qué enterarse.
Ella lo miró, irritada de que pudiera sugerir eso, pero antes de poder replicar, él ya se había marchado.
Paula volvió a sentarse en la cama, con los ojos vidriosos, intentando comprender qué había pasado. Pedro se había marchado a Nueva York sin dar ningún indicio de que algo iba mal, y la noche que lo había llamado...
Contuvo el aliento. Una mujer había contestado al teléfono: Anabella, y ése era el nombre de la chica con la que había estado saliendo antes de casarse con ella. Entonces Paula lo vió claro. Pedro debía haber vuelto con ella y todo lo que le dijo por teléfono había sido una broma pesada. Paula se tomó lo de que buscara casa como si ésta fuera para los dos, pero seguro que lo que él quería era echarla de su apartamento para poder estar con la otra mujer.
Cómo podía haber estado tan ciega. Pedro tenía otra mujer y, para ser sincera, lo había esperado desde el principio. Aún tenía que considerarse afortunada de que su matrimonio hubiera durando cuatro meses, pero la verdad es que no se alegraba en absoluto. Parpadeó con fuerza, pero fue incapaz de contener las lágrimas.
Pedro subió a su coche y cerró la puerta de un portazo. Tenía que alejarse de allí cuanto antes. Estaba sorprendido por su propio comportamiento; había estado a punto de tomar a Paula sin pensar si ella quería o no. Nunca había sentido una rabia como aquélla en toda su vida. Ella lo obsesionaba hasta el punto de la locura.
Le había dado todo, se moría por su amor y, después de tres frustrantes días en Estados Unidos, se había dado cuenta de que lo único que le faltaba por hacer era decirle que la amaba. Por eso había vuelto inmediatamente a Londres, esperando que ella cayera inmediatamente en sus brazos.
Lo supo en cuanto Patty le había dicho que estaba en Bayswater, pero no quiso creerlo. Al entrar en su cuarto y verla llorando en la cama por su marido muerto, había perdido los nervios. El amor lo había convertido en un ******* enfurecido. Siempre había tenido éxito en su vida, pero con Paula había fallado. Sólo le quedaba acabar con aquello, antes de que la pasión por ella lo destrozara.
Una semana más tarde, Paula comía con Liz pretendiendo que disfrutaba.
—Anímate, Paula. Pedro volverá el sábado —le sonrió Liz—. Seguro que tenéis planes para después de cenar...
—No, no volverá —declaró, sin fuerzas para seguir manteniendo las apariencias—. Se acabó.
—No, no me lo creo. Pedro te adora.
—Ya sabes lo de su reputación... lo mujeriego que es. Estoy segura de que está con otra.
—No te haría algo así. Tiene que ser un error —protestó su amiga.
—No me equivoco. Lo ví el jueves; había venido a Londres para decirme en persona que habíamos terminado. Está harto de mí y no quiere volver a verme.
—¡No me lo puedo creer! —y Liz se explayó con los playboys súper ricos y mujeriegos.
—Eso mismo pienso yo —dijo Paula, y se levantó—. ¿Nos vamos a otro sitio?
Paula temía el momento de decírselo a su padre, pero descubrió que no iba a hacer falta. El fin de semana siguiente, cuando esperaba a una pareja para enseñarles la casa, su padre apareció en la puerta.
—Paula, ¿estás bien? —para su sorpresa, él la abrazó—. Lo siento mucho. De verdad creía que Pedro podía hacerte feliz, no dejarte de este modo.
Ella se retiró de sus brazos. El que Pedro le dijera a su padre que la había dejado había sido la humillación final.
—No te preocupes, papá. Tu posición en la empresa y el dinero de Pedro están garantizados —dijo, con un cinismo que sólo podía ser una defensa instintiva.
—Lo sé, Pedro me lo dijo, pero estaba preocupado por tí. Debes estar muy disgustada...
—No, no tanto —dijo ella, negando que tenía partido el corazón—. Siempre supe que Pedro era un mujeriego y pronto se fijaría en otra —Pedro no era el único que podía dar una versión de los hechos—. Estuvo bien mientras duró, pero no pasa nada más. Papá, me gustaría seguir charlando contigo, pero va a venir una pareja a ver la casa.
—¿La vas a vender? Me parece muy bien. Puedes encontrar algo más lujoso. Pedro podrá seguramente pagar un poco más por su libertad.

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