viernes, 14 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 25

Demonios! ¡Era Pedro de nuevo! —maldijo Paula colgando el teléfono mientras miraba a Liz—. Parece que mañana me voy de compras con Jan porque él así lo ha decidido. ¿Es que cree que no sé vestirme sola?
—No —rió Liz—. Como buen hombre que es, habrá pensado que eso ayudará a que Jan y tú liméis asperezas. Está claro que está loco por tí y me parece de lo más romántico que te llame varias veces al día. Si tuvieras un poco de cabeza, te tomarías el resto de la semana libre y te dedicarías a mimarte para cuando regrese.
A Paula no le parecía que hubiera nada de romanticismo en todo aquello, pero no dijo nada. El viernes anterior le había dicho a Liz que estaba prometida y le había contado la versión de Pedro de los hechos. Sorprendentemente, su amiga se había tragado toda la historia y estaba encantada por ella. Ya era martes, y Pedro no volvería hasta el jueves. El viernes se marcharían a Grecia con su familia para asistir a la boda al día siguiente. Si la llamaba una y otra vez era para mantenerla informada al minuto de los preparativos de la boda, como si a ella le importase mucho. El teléfono volvió a sonar y Paula dió un respingo.
—Contesta tú, Liz, y si es él, dile que he salido —soltó—. Dile que he ido a hacer la mudanza.      
—¿Y lo vas a hacer? —preguntó Liz, alargando la mano para responder al teléfono.
—Sí —dijo Paula—. De hecho, me tomaré el resto de la semana libre, como has sugerido. ¿Estás segura de que puedes apañártelas?
—Por supuesto.
—Genial. Entonces te veré en la boda, el sábado —y salió a toda prisa de la tienda antes de que Liz pudiera cambiar de idea. Si oía otro comentario más sobre la suerte que tenía de casarse con un multimillonario tan guapo, empezaría a gritar. Además, tenía que hacer una visita que no podía retrasar más tiempo.
Pasó por casa a cambiarse y después se encaminó a Eastbourne. No le apetecía contarle a sus suegros que iba a casarse de nuevo, pero, sorprendentemente, Sid y Mavis se alegraron mucho por ella y le dijeron que era demasiado joven para permanecer soltera el resto de su vida, y que Alan le habría dicho lo mismo.
Cuando llegó a casa la tarde siguiente después de estar todo el día de compras con Jan, estaba agotada. Se colocó el tirante del vestido de seda azul que llevaba una vez más sobre el hombro y entró en el salón. Se le acababa el tiempo. Pedro volvería al día siguiente y no había hecho las maletas ni había organizado la casa. ¿Tenía que hacerlo realmente? Tomó la foto de su boda en la mano y sonrió, pero ya había tomado una decisión, y la dejó enseguida en su sitio.
Una hora más tarde cerraba la puerta tras ella dejando su casa tal y como estaba. En el maletero de su coche llevaba tres maletas con las cosas necesarias para los siguientes días.
Sam, el portero, se empeñó en ayudarla con las cosas y ella se lo agradeció con una sonrisa y una generosa propina. El salón del apartamento de Pedro era tal y como lo recordaba: frío y desangelado, al igual que la cocina y el comedor. Las habitaciones no eran muy distintas, aunque el estudio, con sus altas estanterías repletas de libros y el escritorio antiguo, supuso un cambio a mejor.
Paula tomó una maleta y la llevó a la habitación principal. La última vez que había estado allí no se fijó demasiado en la decoración, y se llevó una grata sorpresa. Estaba decorada en color crema e índigo, con una alfombra con motivos griegos en el suelo. Las cortinas ocultaban un ventanal que daba a una terraza amueblada con un sofá, un sillón y una mesita baja. El ambiente en general era mucho más acogedor que el del resto de la casa.
Al mirar la enorme cama, Paula se sonrojó. Rápidamente apartó la mirada y decidió explorar adonde daban las dos puertas de la pared opuesta a la cama. Enseguida descubrió un lujoso baño con dos duchas y un jacuzzi, mientras que en la puerta de al lado había un armario apenas ocupado por algunos trajes de Pedro, lo que claramente confirmaba que pasaba muy poco tiempo allí. Paula deshizo las maletas rápidamente mientras se alegraba de esto último. Fue a dejar su joyero sobre la cómoda, pero no calculó bien la distancia y la caja y su escaso contenido acabaron en el suelo.
Cinco minutos después, Paula seguía buscando de rodillas bajo la mesa, la última joya que le faltaba por encontrar: el colgante de diamante y platino.
—Vaya, eso es lo que yo llamo un agradable recibimiento —el cuerpo de Pedro respondió lleno de masculino entusiasmo al ver el trasero de Paula apenas cubierto por el vestido de seda azul, y se echó a reír. Había reconocido ese trasero con alegría, y eso junto con el hecho de encontrar a Paula en su piso, lo puso eufórico. Incapaz de resistir, le dio una palmada.
Ella oyó la voz familiar un momento antes de sentir la mano sobre su trasero. Levantó la cabeza rápidamente y se golpeó con el borde de la mesa.
—¿Qué demonios...? —chilló, y salió gateando de donde estaba, enfurecida—. Qué poca delicadeza.
—Lo siento —dijo él, entre risas pero sin dejar de observar su precioso pelo, la seda ajustándose a las curvas de su cuerpo y la redondez de sus pechos, lo que hizo que su pulso se acelerara un punto más—. Pero tienes un trasero delicioso, Paula y no he podido resistirme —le ofreció una mano para ayudarla a ponerse en pie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario