martes, 11 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 19

A ella ni siquiera le gustaba él; era demasiado arrogante, demasiado poderoso y demasiado rico para ella, pero al menos tuvo la sensatez de no decirle todo eso a la cara.
—El amor no existe. Es sólo otra una excusa para el deseo —dijo él—. Y no tiene nada que ver con mi proposición. Yo me haré cargo de las deudas de Vanity Flair, compraré las acciones de los pequeños accionistas, sacaré la empresa de la Bolsa y volveré a convertirla en una empresa familiar en las que las acciones sólo podrán transmitirse entre miembros de la familia. Pondré a uno de mis hombres de confianza al frente para que tu padre, aunque manteniendo su posición, no pueda volver a robar de nuevo. Está claro que a cambio de todo ese dinero que invertiré, necesito una seguridad, y ahí es donde entras tú. Al casarme contigo entraré legalmente a formar parte de la familia. En caso contrario, no hay trato.
Paula tragó saliva para deshacer el nudo de miedo que empezaba a formársele en la garganta.
—Pero eso es chantaje... —susurró. Sacudió la cabeza y lo miró a los ojos buscando algún signo de que aquello era sólo una terrible broma.
Pero los rasgos austeros de Pedro no reflejaban ninguna expresión, como si estuviera en medio de una junta de accionistas. Y algo así debía ser aquello para él, excepto que esta vez estaba comprando un matrimonio, y para un hombre acostumbrado a comprar todo lo que quería, aquello no sería nada distinto, pensó ella amargamente.
—Sigo sin ver qué sacas tú de esto, a parte de una mujer infeliz —dijo ella—. Además, podría acceder y dentro de seis meses pedir el divorcio; eso me haría mucho más rica y a ti más arruinado.
—Buena idea, Paula —dijo él, levantándose para ponerle las manos, posesivo, sobre los hombros—. Siento disgustarte, pero no es tan simple. Hay una condición: quiero que seas madre de un hijo mío, y para asegurarme de que tú pones de tu parte, iré aportando el dinero a la compañía a lo largo de los tres próximos años.
«Madre de un hijo mío»: esas palabras tuvieron un efecto muy especial sobre Paula. En los recuerdos más felices de su infancia siempre estaba presente su madre, y en su carácter estaba el apreciar la continuación de la vida en todas sus formas. Por un momento, el pensar en tener un hijo de Pedro removió un instinto que permanecía dormido en su interior. Desde el día que se casó, Paula había querido tener un niño, pero Alan quiso esperar, y después fue demasiado tarde.
—¿Entonces, Paula? ¿Sí o no? —preguntó Pedro, y le puso la mano en la nuca para que lo mirara—. Sabes que nos acoplamos bien —bajó la cabeza... iba a besarla.
—No. No... —ella lo apartó de sí y se alejó. Por un momento se sintió seducida por su proposición, y por la vergonzosa necesidad de volver a saborear sus labios, pero Pedro intentaba obligarla a casarse... ¿Estaba loco?
—Una pena —dijo él, encogiéndose de hombros—. Dos hombres van a quedar muy decepcionados, y casi más tu padre que Theo, me temo.
Paula lo vió todo muy claro en ese momento.
—¡Dios mío! ¡Ahora lo comprendo! —gritó—. Yo pensaba que tu abuelo era un hombre adorable, pero entre los dos habéis tramado arruinar a mi padre simplemente para conseguir la casa de Zante. O al menos, para aseguraros que la conseguía un hijo tuyo. No me extraña de tí, pero nunca hubiera imaginado algo así de Theo —acusó amargamente—. ¿Por qué sois así los Alfonso? ¿Es que vuestra misión es la vida es destrozarme?
—No —dijo él—. Theo no tiene nada que ver con esto, no tiene por qué enterarse de que esta conversación ha tenido lugar. Después de la fiesta de Jan, me dijo que había hablado contigo y que había abandonado la idea de recuperar la casa, pues una mujer tan encantadora como tú no seguiría soltera y sin hijos mucho tiempo. Así que no dejes que esto estropee tu opinión de Theo.
—De verdad te importa —murmuró ella, sorprendida; no había creído que Pedro Alfonso fuera capaz de preocuparse por nadie.
—Por supuesto que sí. Sí que tengo sentimientos humanos, a pesar de lo que tú puedas pensar. Pero es cierto que nunca antes me había planteado casarme. Si lo hago ahora es porque le dijiste a Theo que tus hijos serían los herederos de la casa, y si puedo darle a Theo la tranquilidad de que un nieto suyo heredará la casa, eso vale todo el dinero que sea necesario para mí.
Por primera vez desde que lo conoció, Paula empezaba a ver al verdadero hombre que había en Pedro Alfonso, y sintió una pizca de respeto por él.
—¿Es Theo tu única familia?
—Sí, y puesto que tú has rechazado mi proposición, parece que así seguirán las cosas, aunque no sé por cuánto tiempo —dijo él—. Es un hombre mayor después de todo.
Aunque no le gustaba tener nada en común con Pedro, lo cierto era que Paula sabía cómo se sentía. Su padre era el único pariente que le quedaba.
—Si no me caso contigo, ¿qué le pasará a mi padre? —Paula eligió cuidadosamente sus palabras. Siempre había deseado un hijo, y tras la muerte de Alan, pensó que ya no tendría oportunidad de hacer su sueño realidad.
—Cuando esto salga a la luz —dijo él—, y eso pasará sin que yo diga nada, porque el resto de los accionistas se acabarán enterando, lo peor que puede pasar es que acabe en la cárcel. En el mejor de los casos, quedará completamente arruinado.
—¿Y si accedo, pero con algunas condiciones...? —Paula sabía que no volvería a enamorarse, y aunque había considerado la inseminación artificial para tener un hijo, la idea no le hacía enteramente feliz. Ahora tenía otra oportunidad; no era la oportunidad perfecta, pero tal vez funcionase.
—No estás en posición de poner condiciones, pero te escucho.
¿Quería hacer aquello de verdad? No estaba segura del todo. Estudió su rostro por un momento, pero en su cara no había expresión alguna. Sabiendo que podía tener a cualquier mujer que quisiese, no lograba entender por qué la había elegido a ella, hasta que supo lo de la casa de Zante. Pero ahora creía ver otros motivos: un hombre con el ego de Pedro no podía soportar el rechazo, y ella lo había rechazado dos veces, primero en el yate y después en su casa, hacía dos meses. De algún modo, eso le hacía más fácil seguir adelante, puesto que él se encapricharía de otra mujer y ella podría continuar con su vida y con un hijito al que amar.
—Sé que viajas mucho por tu trabajo y que pasas mucho tiempo en América y en Asia. Eso no va conmigo en absoluto. Quiero una garantía de que podré seguir con mi trabajo y con mi vida en Londres.
Pedro la miró con ojos enigmáticos.
—Si aceptas casarte conmigo, yo aceptaré tus condiciones—se preguntó si ella se daría cuenta de que le ofrecía la mejor opción: seguir con su vida, y tener una mujer y un hijo que lo esperaran en casa—, pero viviremos en mi piso y tú venderás tu casa. No habrá más hombres en tu vida, eso está claro, y espero que vengas conmigo a Grecia cuando vaya a visitar a Theo. Por el resto, como dices, mi trabajo me lleva por todo el mundo, y no espero que vengas conmigo a todas partes, y mucho menos cuando tengas a nuestro hijo.
A Paula las palabras «nuestro hijo» le resultaban muy seductoras. Si se casaba con Pedro, no traicionaría el amor que sentía por Alan, se dijo a sí misma, porque la suya no sería una relación amorosa, sino un trato para salvar a su padre y tener el hijo que tanto ansiaba.
—Paula, ¿eso es un sí o un no? ¿Trato hecho? —dijo él, levantándole la barbilla con un dedo—. Sabes que es razonable. Cásate conmigo y sé la madre de mi hijo.
Con un nudo en el estómago por la tensión, dudó un segundo. Pedro le dijo en una ocasión que a veces había que elegir lo menos malo, y sabía que tenía razón. ¿Qué era peor? ¿Una hija que se negaba a casarse con un hombre y condenaba a su padre a la cárcel o una mujer que se casaba con un hombre al que no amaba para salvar a su padre y tener el hijo que deseaba?
—Sí —dijo por fin.
—Bien —dijo él, e hizo un gesto hacia la mesa—. Vamos a recoger esto. Tenemos que elegir un anillo de compromiso antes de esta noche.

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