jueves, 13 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 23

¿Aquello era una conversación? Pedro  ya lo tenía todo decidido, pero ella tenía sus propios planes y no iba a dejar que se los arruinara.
—No será posible —dijo ella, con toda la serenidad que pudo—. Tengo dos semanas de vacaciones y me marcho a Grecia el sábado que viene. He quedado en Zante con el hombre que cuida de la casa de mi tía para ver qué reparaciones necesita. La boda tendrá que ser cuando vuelva.
—No hace falta —repuso él. Tenía la camisa ligeramente abierta y al ver su piel morena y su vello negro, ella empezó a sentirse tan acalorada como en el coche—. Será perfecto, porque puedo organizar la boda en Grecia en una semana.
—¿En Grecia?
—Sí. Nos casaremos en mi casa y así Theo no tendrá que volar. Pasaremos la primera semana de la luna de miel en Zante y después podemos ir a otro sitio. Theo puede ocuparse de supervisar las reparaciones.
—No, no podemos quedarnos en la casa —repuso ella—. Y Theo tampoco. La casa no está habitable.
—De acuerdo, nos quedaremos en un hotel y Theo tendrá que esperar para ver su antiguo hogar —le brillaron los ojos—. Pero la verdad es que ya tengo ganas de ver la casa que me está costando una fortuna y mi libertad.
—¿No conoces la casa? Creía que habías nacido allí.
—No. Theo sí nació allí, al igual que mi madre —Pedro  vació su vaso y lo dejó sobre la mesa con el ceño fruncido—. Yo nací en Atenas, y mi madre no estaba casada, así que como ves, soy el bastardo que decías.
 Paula se sonrojó ante su falta de tacto. Si lo hubiera sabido, nunca lo habría insultado de ese modo. Quiso disculparse, pero él no la dejó.
—Déjalo, no me importa, pero a mi abuela sí. Ella insistió en que Theo vendiera la casa y se trasladaran a Atenas, donde nadie los conocía. Mi madre murió pocos días después de mi nacimiento y mis abuelos se encargaron de criarme. Theo hablaba de Zante de vez en cuando, pero mi abuela no, y nunca me interesó ese lugar. De hecho, me avergüenza admitirlo, pero no tenía ni idea de que Theo sentía que le faltaba algo y que había intentado comprar la casa tras la muerte de mi abuela.
—¿Por qué no lo intentó antes? —preguntó ella.
—No se atrevía —sonrió Pedro—. Mi abuela era una mujercita adorable, pero tozuda como una mula, y había prohibido que se hablara de Zante en su presencia. Se hubiera necesitado un hombre más valiente que Theo o que yo para derrotarla.
Podía ser humano, se dijo Paula, tratando de imaginar a la mujer que tenía el poder de intimidar a Pedro Alfonso.
—Me hubiera gustado conocerla —comentó Paula con una sonrisa torcida—, y aprender sus secretos.
Y le sonrió de verdad por primera vez desde que se conocían. Pedro contuvo el aliento y le tomó la cara entre las manos, mirándole los labios.
—Tengo la sospecha de que tal vez ya los conozcas —le susurró antes de besarla.
Al principio sintió su resistencia, pero cuando sus alientos se mezclaron y sus lenguas se rozaron, toda ternura desapareció por completo. Él la besó más profundamente, con deseo y pasión, explorando el interior de su boca, hasta desear empezar a explorar el resto de su cuerpo que tan bien recordaba. Ella le rodeó el cuello con los brazos y Pedro gruñó al sentir sus caricias en la nuca.
Le bajó la cremallera del vestido y la descubrió hasta la cintura. Tuvo que contenerse para no tomarla allí mismo, en el sofá. Sus ojos ambarinos brillaban de deseo y sus pezones rosados pedían a gritos que los saboreasen.

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