lunes, 17 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 32

Pedro la miró con el ceño fruncido. Tenía el pelo extendido alrededor de la cabeza y el rostro adorablemente sonrojado, pero sus ojos de ámbar se negaron a mirarlo y él supo que estaba mintiendo.
—¿Y eso? ¿Tu tía no te dió ninguna pista? —insistió, dándole una segunda oportunidad para salir con buen pie de aquello.
—No —respondió ella, y se levantó—. Y ahora que está muerta, ya no importa —se giró para mirarlo—. ¿Te das cuenta de que hemos acabado al revés en esta cama?
—No hay «al derecho» ni «al revés» en una cama redonda —sonrió él, consciente de que ella intentaba cambiar de tema, y decidió dejarlo correr. Al fin y al cabo, aquello no era asunto suyo, pero le sentaba mal saber que Paula lo había mentido y que no le había confiado el secreto.
¿Qué le importaba? Ella se había casado con él, y la compatibilidad sexual era increíble. Sólo tenía que tocarla para que respondiera inmediatamente, pero eso no evitaba que él se preguntara que secretos le escondería.
—Supongo —sonrió ella, y un escalofrío la recorrió. De repente, la habitación le resultó claustrofóbica y sintió una terrible urgencia de salir de allí. Recogió su ropa rápidamente y se vistió a toda velocidad.
A Pedro le tranquilizó su sonrisa hasta que vió la sombra que cruzó su mirada y la ansiedad con la que se vistió. ¿Se arrepentía de lo que habían hecho en aquella cama o estaría recordando a su marido, deseando haber compartido aquello con él?
No, no podía ser eso. Pedro había aprendido en los últimos días que su bella mujer, a pesar de haber estado casada, tenía muy poca experiencia en los asuntos de alcoba, aunque estaba deseosa de ponerse al día. Había visto su mirada de asombro cuando él buscó entre sus rizos con la lengua y la llevó hasta un increíble climax; después le confesó que nunca antes había experimentado algo así y que no sabía que aquellas sensaciones fueran posibles. Además, no había oído hablar de las erecciones matutinas... tal vez su marido no fuera una fiera en la cama.
La miró colocarse las sandalias, embelesado. Le encantaban sus pies... Le encantaba todo de ella y lo único que deseaba era hacerle el amor una y otra vez.
Paula había resultado ser una amante increíble... tímida, pero cada vez más segura de sí misma. Al recordar sus risas al mostrarle la habitación y la pasión con la que había acudido a él, volvió a excitarse. Su mirada voló al bello escote de sus tormentos mientras ella se abrochaba los botones de la blusa. No la había visto usar sujetador ni una sola vez, pero no lo necesitaba. Ella era tan natural como las flores que tanto le gustaban y aún más exquisita. Pero había estado con otro hombre.
Otra vez la infantil curiosidad de saber qué tipo de amante había sido su marido. Maldición, ¿por qué le molestaba tanto? Eso no era propio de él. Hasta entonces no se había preocupado nunca por los compañeros anteriores de sus amiguitas, y él nunca hablaba de las mujeres de su pasado. Él ya sabía que era buen amante y que Paula estaba satisfecha, y eso debía ser lo más importante... ¿no? En ese momento la vió dirigirse a la puerta.
—¿Te vas tan pronto?
—Sí —respondió ella, mirándolo por encima del hombro—. Ya has visto el lugar, así que volveremos pasado mañana con el arquitecto. Tenías razón en lo de que será una bonita casa de vacaciones, pero me parece que Theo no debería vivir aquí; el acceso es demasiado complicado —y sin esperar respuesta, salió al exterior en busca de aire fresco.

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