jueves, 6 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 10

Al oír a Pedro  llamarla Pauli, Paula salió de su ensoñación y cayó en la cuenta de lo vergonzoso de su comportamiento. Sólo Alan la llamaba Pauli; cuando su tía Mary se la presentó como «Pau», él declaró que ese nombre era muy largo y la había llamado Mimie hasta el día de su muerte. Oír ese nombre de boca de Pedro le pareció la peor de las traiciones.
—¡No te atrevas a llamarme así! —gritó, y se sacudió hasta que consiguió liberarse de sus brazos y corrió a refugiarse tras la mesa redonda del centro de la cocina. Roja y temblorosa, se agarró al respaldo de una silla para no perder el equilibrio.
Pedro se dió la vuelta y se recostó sobre la encimera. Al ver la fuerza con la que ella agarraba la silla y sus ojos asustados, maldijo entre dientes. No tenía que haber saltado sobre ella con tanta brusquedad, pero ella lo había enfurecido al llamarlo mujeriego, y había perdido el control, algo muy impropio de él.
—Con un «no» hubiera bastado, Paula —dijo él, decidido a descubrir por qué no quería que la llamara Pauli. Pero aquél no era el mejor momento—. Nunca he obligado a nadie a que se acueste conmigo y no pretendo hacerlo contigo, así que puedes soltar esa silla. Acepto el trago que me has ofrecido antes.
—¿El trago que he ofrecido? —repitió ella en tono incrédulo—. ¿Estás loco? Quiero que salgas de mi casa. ¡Ahora!
—¿Esa es manera de tratar a los invitados? —Pedro dió un paso adelante—. ¿Qué pensaría tu padre si supiera que su hija se ha comportado así con el nieto de uno de sus mayores accionistas? Y también está Jan, como antes has señalado —dijo, clavándole los ojos grises en el rostro.
—¿Mi padre? ¿Jan? — Paula no sabía dónde quería llegar, pero tuvo la desagradable sensación de que se trataba de una amenaza
—Jan, al igual que casi todo el mundo, cree que estás a un paso de la santidad y que has vivido como una monja desde que murió tu marido. Y la verdad es que yo no me dejaría cortar la lengua antes que admitir haberte tocado, como tú. De hecho, me haría muy feliz contarle a todo el mundo que te acostaste conmigo el año pasado, aunque tal vez eso estropee tu reputación de viuda perfecta.
Aquel duro comentario hirió a Paula profundamente. Su dolor no era fingido. Echaba de menos a su marido todo el tiempo; le faltaba su amabilidad, su cariño, su conversación y la sensación de amor y seguridad absoluta que Alan le había aportado. Pero aquel *******, que probablemente no había amado a nadie en su vida, tenía la cara dura de burlarse de su pérdida.
El desprecio de Pedro por sus sentimientos, transformó su dolor en rabia, y Paula soltó el respaldo de la silla y cuadró los hombros.
—¿De verdad harías eso? ¿Harías daño a Jan de ese modo? Lo cierto es que no me sorprende —añadió, sacudiendo la cabeza. Sin esperar respuesta, dijo—. Sigúeme y te serviré ese trago.
Salió de la cocina sin comprobar si la seguía y entró en el salón. Abrió una antigua vitrina y de ella sacó un vaso de fino cristal que llenó de whisky.
—Me temo que sólo tengo whisky —y se giró para ver que Pedro estaba tras ella, mirando interesado a su alrededor—. Ten —dijo, y se cuidó de que sus dedos no se rozaran al pasarle el vaso.
—Gracias —respondió él, y levantó una ceja de un modo que sólo sirvió para recordarle a ella que tenía que librarse de él cuanto antes.
—Es de malta irlandesa, y creo que es muy bueno. Yo no lo bebo, pero Alan sabía bastante de whisky —dijo, y fue a sentarse en un sofá junto a la gran chimenea victoriana que presidía la sala—. Era su favorito. Ahora, dime qué es eso tan urgente que tenías que decirme para venir a mi casa —y lo observó caminar por la sala, súbitamente empequeñecida por su presencia, con el vaso en la mano—. Puedes sentarte.
—Prefiero estar de pie, gracias —respondió él. Pedro se había dado cuenta de que aquél era el santuario del desaparecido Alan ... Tomó una fotografía enmarcada de entre otras muchas que adornaban una consola e hizo una mueca. Era de la boda de Alan y Paula, y ella miraba a su marido con una sonrisa de adoración. El tierno pero triunfante rostro del novio lo decía todo. El hecho de que fuera bastante guapo, con el pelo rizado y los ojos azules y alegres, no ayudó a mejorar el humor de Pedro—. Estabas muy guapa el día de tu boda —le dijo, mirándola. Ella hizo un gesto con la cabeza, pero no dijo nada.
Pedro dejó la foto en su sitio y miró las demás. Había una foto de grupo de la boda; estaba claro que no había sido un enlace sencillo. En otra foto la feliz pareja estaba en una barbacoa con amigos, y en otra, Paula al lado de su marido, junto a una piscina. La imagen de una Paula casi desnuda con aquel diminuto biquini agrió los sentimientos de Pedro aún más.
Frunció el ceño y tomó un trago de la bebida; era cierto que era bueno, pero beber el whisky de otro hombre y desear a la mujer de un muerto le dejaba un sabor amargo en la boca. Fue hacia ella, que lo miraba con ojos fríos, y se sentó en el sofá frente a ella.
—Tu marido era atractivo. ¿Cuándo lo conociste? —preguntó Pedro, sin saber muy bien por qué. Pero Paula lo tenía fascinado, como ninguna otra mujer en años, o en toda su vida. Serena y bella en el exterior, él ya sabía que guardaba una pasión ardiente en su interior.
—¿Quieres una historia resumida de toda mi vida? —preguntó ella fríamente.
—Si eso es lo que quieres darme... sí—aceptó él.
Paula empezó a hablar a toda velocidad.    
—Conocí a Alan cuando tenía doce años y él veintiuno. Era becario de investigación de mi tía Mary. Se convirtió en mi mejor amigo, y después en mi novio cuando yo salí del instituto. Me animó para convertirme en florista y me ayudó a montar mi negocio con Liz. Era amable, cariñoso y siempre estaba de mi lado. Nos casamos cuando yo tenía veintidós años y cuatro más tarde, él murió en un accidente haciendo vuelo sin motor.
—Tal vez fuera un modelo de virtud, pero también un poco estúpido para arriesgarse a perder la vida haciendo vuelo sin motor con una mujer preciosa, sexy y apasionada en casa —murmuró él,
A Paula no le gustó lo de «sexy y apasionada», que no tenía nada que ver con ella, pero no cambió su expresión.
—No lo conociste, así que tu opinión es irrelevante.
—¿Era un amante apasionado?
—Eso no es asunto tuyo —soltó ella, ofendida por su atrevimiento—. Y ya que te he dicho lo que querías saber, ¿te importaría marcharte?
—Me gustaría acabarme el whisky primero —dijo, mostrando su vaso, y tomando un sorbo. Después estiró las piernas perezosamente.
Paula pensó que había sido demasiado ingenua al creerlo cuando accedió a marcharse tan rápidamente. Deseó que se atragantara con el whisky, pero forzó una sonrisa y dijo dulcemente.
—Si tienes que hacerlo...
—Gracias. He de decir que tu marido tenía un gusto exquisito con el whisky, entre otras cosas —dijo, recorriendo su cuerpo con los ojos en un gesto muy masculino.
Ella estaba allí sentada, tan tímida y fría... y él sabía que no era ninguna de las dos cosas. Tenía la espalda recta, los brazos cruzados bajo aquellos pechos de lujuria, y las rodillas juntas. No podía estar más a la defensiva, y él se preguntó el motivo. Ya no era una niña, tenía veintiocho años, y no era virgen, así que, ¿por qué intentaba negar la química sexual que había entre ellos?
—¿Te has acostado con algún otro hombre aparte de conmigo después de la muerte de tu marido? —preguntó él, y sus ojos dorados brillaron de rabia.
—Desde luego que no —respondió ella sin pensarlo.
—Ya. ¿Y por qué yo? —repuso Pedro, mirándola fijamente a los ojos—. Tengo derecho a saberlo. No me pasa todos los días que elija a una mujer hermosa, le haga el amor y después ella se ponga una alianza en el dedo mientras declara que está casada.
—Los hombres decentes no hacen eso —dijo ella, enfadada por las preguntas tan personales.
—Igualmente se podría decir que las mujeres decentes tampoco hacen eso —le espetó él secamente—. Eso nos iguala, ¿no te parece?
Paula enrojeció ante el insultante comentario.
—Preferiría no estar aquí hablando contigo.
—Por desgracia, eso no es una opción. No tengo intención de marcharme hasta saber por qué te acostaste conmigo, aparte de por mis indudables encantos, desde luego —dijo con una sonrisa torcida—. Por lo que recuerdo caíste en mi cama por voluntad propia, y lo que siguió fue un encuentro de pasión salvaje satisfactorio para los dos. Pocas veces he estado con una mujer con la que me haya compenetrado tan bien, así que ¿por qué las mentiras con los nombres y con lo de tu matrimonio?
Se miraron en medio de un largo silencio cargado de tensión. Habían compartido un breve momento de apasionada intimidad que Paula intentaba olvidar a toda cosa, a pesar de que su piel se encendía al recordarlo. Y en cuanto a lo de la compatibilidad... el estómago se le encogió y apartó la vista de él para dirigirla a la ventana.

4 comentarios:

  1. Espectaculares los 2 caps Naty!!!!!!!!!!!! cada día más linda esta historia jaja

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  2. Muy buenos los 2 capítulos! Pedro es muy directo cunado habla! Pobre Pau! está re incómoda!

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  3. Me encantaron los caps!! Lo directo que le habla pedro.. sin dar vueltas..

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