lunes, 3 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 3

Paula escuchó las instrucciones de la mujer de su padre durante varios minutos sin decir nada. Su madre había muerto cuando ella sólo tenía doce años después de una larga enfermedad. Su padre se casó a los seis meses con su secretaria, madre soltera de una chica de dieciséis años, Janine, que había dejado los estudios para ser modelo.
Entonces Paula estudiaba en un internado y, aunque su padre adoptó a Janine y le dió su apellido, ellas nunca se vieron como hermanas, sino como amigas lejanas.
—¿Tienes alguna duda, Paula?
—No, todo está muy claro —respondió ella cuando por fin pudo decir algo—. Ya he pedido las flores que querías y estaré allí el sábado a primera hora para que la casa esté decorada para el cumpleaños de Jan —Paula colgó y le preguntó a Liz—. ¿Estás segura de que no quieres que cerremos la tienda el sábado por la tarde y te vienes conmigo?
—No, gracias —replicó Liz—. Ya sabes que sólo soporto a la bella Janine en pequeñas dosis. ¿Cuántos cumple? ¿Veintiocho por cuarto año consecutivo?
—¡No seas bruja! Aunque la verdad es que tienes toda la razón. Hey, al parecer Jan se encontró con un antiguo novio en la cena de ayer.
—¿La cena a la que no fuiste por un dolor de cabeza ficticio? —se burló Liz.
—Sí... al parecer él aún está soltero y es tremendamente rico. Jan quiere atraparlo, así que no se puede mencionar por ningún motivo su verdadera edad.

—No me sorprende en absoluto.

—¡Qué mala eres! —dijo Paula sonriendo.

—Ojalá tú fueras un poco mala a veces —suspiró Liz—. Ya es hora de que salgas a divertirte un poco de nuevo.

—Bueno, voy a ir a la fiesta del sábado —dijo ella—. Ya es hora de que te vayas a comer. Patty llegará en cualquier momento, y Ray también —Patty era una aprendiz y Ray un empleado que, aunque florista titulado, pasaba la mayor parte del tiempo haciéndose cargo de los repartos.

—Me voy, pero, Paula, lo digo en serio. Alan murió hace dos años y, por mucho que lo quisieras, ya es hora de que vuelvas a salir con hombres, o al menos, que vayas planteándotelo en lugar de quedarte petrificada frente a cualquier chico guapo. Aparte de ser aburrido, el celibato no es bueno para la salud.

Para gran vergüenza de Paula, ella no había llevado a rajatabla ese celibato en los últimos dos años. Había cometido un error enorme que había jurado no repetir, pero no se atrevía a confesarlo ni a su mejor amiga.

Una vez que Liz se hubo marchado, Paula se dijo a sí misma que ya había conocido a su alma gemela y que la había perdido. Todo empezó cuando la madre de Paula murió y ella empezó a pasar más tiempo con su tía Mary. A ella le encantaba la jardinería, pero su padre vendió su casita en el campo con su impresionante jardín para comprarse un apartamento en la ciudad, al gusto de su buena mujer. Por suerte, la tía Mary le dio total libertad para practicar su afición en su jardín. Ella era profesora de botánica en el Imperial College de Londres, algo que siempre fascinó a Paula, pero el joven investigador que trabajaba con su tía, Alan Chaves, la fascinaba aún más. Se enamoró perdidamente de él y éste acabó convirtiéndose en su amigo y confidente.

Cuando acabó el instituto, a los dieciocho años, Paula se dió cuenta de que no tenía un cerebro académico como para ir a la universidad, pero sí tenía cierto talento artístico. Por eso se matriculó en un curso de floristería de dos años. Allí fue donde conoció a Liz. Para entonces la relación con Alan se había convertido en un profundo amor, y fue él quien animó a las dos amigas a que abrieran su tienda. Su vida era maravillosa, y fue aún mejor cuando con veintidós años se casó con Alan en una boda de cuento de hadas.

Su felicidad fue breve, pues Alan murió cuatro años después en un accidente de aviación. A los dos les gustaba el vuelo sin motor, y Paula siempre se sintió culpable por no haber estado con él ese día por haberse quedado terminando un trabajo.

Cada vez que pensaba en él, se le encogía el corazón de tristeza, pero gracias al apoyo de Liz los últimos dos años, había superado la etapa de las lágrimas y ya podía enfrentarse al mundo, por pocas ganas que tuviera de hacerlo.

—Feliz cumpleaños, Jan —saludó Pedro nada más entrar en casa de los Sutherland, en Connaugh Square. Le había dado su regalo de cumpleaños el día anterior; un bolso de Prada, nada demasiado personal—. Creo que ya conoces a mi abuelo...

Ella no lo dejó acabar.

—Oh, claro que lo conozco —Jan le dedicó una sonrisa radiante—. Siento que se hiciera daño en el tobillo. Lo cierto es que no puedo negar que me encantó que Pedro viniera a la cena en su lugar —miró a Pedro—. El destino hizo que nos volviéramos a encontrar, ¿verdad, cariño? —e inclinó la cabeza para que él la besara.

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