sábado, 1 de noviembre de 2014

Simplemente un beso: Epílogo

—¿Seguro que estoy bien? —preguntó Pedro.
—Cariño, por enésima vez, estás estupendo —sonrió Paula, dando un golpecito en la silla—. Siéntate. La señora Klein dijo que tendríamos que esperar unos minutos.
Pedro se sentó, intentando controlar los latidos de su corazón. Estaban en Miami, donde unos minutos después vería a su hijo Bobby por primera vez en muchos años.
Habían tardado tres meses en encontrarlo y solucionar todos los problemas burocráticos, pero por fin había llegado el día que Pedro pensó no llegaría nunca.
—¿Y si no le gusto?
Paula sonrió, tomando su mano.
—Le vas a encantar, como a mí. Como a Bautista.
Pedro apretó su mano y cerró los ojos, sobrecogido de emoción.
Paula y él se habían casado un mes antes y se habían instalado en Masón Bridge. Ella trabajaba en la consulta del doctor Edmund Hall y Pedro había vuelto al cuerpo de policía. Cada día era un regalo, cada día su amor por Paula y Bautista crecía un poco más.
Pedro miró entonces a Bauti, que estaba jugando en una esquina de la habitación. Bauti era un regalo del destino y el lazo que había entre ellos era cada día más fuerte.
Demasiado nervioso como para permanecer sentado, Pedro empezó a pasear por la habitación. ¿Y si Sherry, antes de morir, le había dicho al niño que su padre era un canalla? ¿Y si Bobby no quería saber nada de él?
Lo único que deseaba era una oportunidad para querer a su hijo, una oportunidad de ser un buen padre. Esperaba… rezaba para no haber llegado hasta allí y llevarse la mayor desilusión de su vida.
La puerta se abrió en ese momento. Barbara Klein entró y, tras ella, un chico de pelo oscuro y ojos marrones. El corazón de Pedro se paró durante una décima de segundo al ver a su hijo.
—Bobby, este es el hombre del que te he hablado —dijo Barbara—. Es Pedro Alfonso.
—Hola.
Bobby le ofreció una tímida sonrisa y Pedro tuvo que resistir el impulso de tomar a su hijo en brazos y apretarlo tan fuerte que nada ni nadie pudiera volver a separarlos nunca.
—Hola —dijo Pedro, luchando contra una emoción tan intensa que amenazaba con ahogarlo.
—Voy por una taza de café —dijo Barbara entonces.
—¿Le importa si Bautista y yo vamos con usted? —preguntó Paula. Pedro la miró, asustado, pero ella sonrió—. Necesitas estar a solas con tu hijo.
Pedro sabía que era verdad y la quiso aún más por saber lo que necesitaba y permitirle estar a solas con el hijo que había amado… y perdido.
Un momento después, Paula, Barbara y Bauti se habían marchado, dejándolo solo con Bobby.
—¿Quieres sentarte? —preguntó, señalando una silla.
—Vale —dijo el niño.
—¿La señora Klein te ha dicho quien soy?
Bobby asintió.
—Dice que eres mi padre biológico.
«Padre biológico». Aquello sonaba tan impersonal, tan frío.
—Sí, soy tu padre biológico y he estado buscándote, rezando para encontrarte durante los últimos cinco años.
—¿Ah, sí?
Bobby lo miró y en los ojos del niño, Pedro vió confusión y recelo.
—Claro que sí —contestó Pedro—. Durante todos estos años, ha habido una habitación para tí en mi casa. Cada año, te compraba un regalo el día de tu cumpleaños. Y en Navidad también. Te compraba algo que pensaba que te gustaría.
—¿Dónde vives?
—En un pueblo pequeño, a unas cuatro horas de aquí. Se llama Masón Bridge. Mi casa está en la playa y cuando eras pequeño, te sentaba en mis rodillas y el sonido de las olas te hacía dormir.
Bobby frunció el ceño, pensativo.
—Me parece que recuerdo eso.
Pedro hubiera deseado rodearlo con sus brazos para sentir su calor. Pero también sabía que tardaría tiempo en conseguir la confianza de su hijo. Y que tendría que ganarse su cariño.
—La mujer que estaba aquí contigo… ¿es tu mujer?
— Sí. Y tiene un hijo de dos años que se llama Bauti.
Bobby pensó un momento.
—¿Y vamos a vivir todos en la misma casa?
—Sí —contestó Pedro. Bobby, sé que todo esto debe ser abrumador para tí, pero te diré una cosa. Te quiero mucho. Te he querido desde el día que naciste y si nos das una oportunidad, creo que seremos felices juntos. ¿Quieres darnos una oportunidad?
Pedro contuvo el aliento, temiendo los días, meses, años perdidos. ¿Sería demasiado tarde? Sabía que para un niño, un día podía ser como toda una vida. ¿Habrían pasado demasiadas vidas para Bobby?
El niño lo miró y detrás de las dudas, detrás de la confusión, Pedro vió un brillo de anhelo y en ese anhelo vió esperanza.
Tiempo y cariño.
Pedro sabía que esos eran los ingredientes que borrarían el recelo y las dudas de sus ojos, el escudo que Bobby había levantado para protegerse. Tiempo y cariño. Y Pedro tenía mucho de las dos cosas.
—¿Qué dices? ¿Nos darás una oportunidad? — volvió a preguntar, ofreciendo su mano.
Bobby se quedó pensando un momento y después estrechó la mano que le ofrecía.
—Vale.
El mundo había dejado de girar y Pedro sintió que volvía a hacerlo cuando su hijo pronunció aquella palabra.
Un minuto después, Bobby y él salían de la habitación. Paula se puso de pie, preocupada. Pedro no la había amado nunca tanto como en ese momento.
Ella era la guardiana de sus sueños, de su corazón, de su alma. Cuando él sonrió, la expresión preocupada desapareció de su rostro.
—Bobby quiere que nos vayamos a casa.
Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas.
—Eso es maravilloso.
En ese momento, Bauti se acercó a Bobby y se abrazó a sus piernecitas.
—¡Bubi! —exclamó.
—Me parece que a Bautista le gusta tener un hermano mayor —dijo Paula.
Nate empezó a dar palmaditas, encantado porque su madre había entendido el mensaje. ¡Un hermano mayor! Era lo mejor que le había pasado nunca, además de tener a Papá Pedro.
Mientras los cuatro se dirigían al coche, Bauti le dió la mano a Bobby con la más encantadora de sus sonrisas. Se daba cuenta de que su hermano estaba un poco nervioso y le hubiera gustado poder decirle que todo iba a salir bien. Pero como no conocía las palabras de los adultos, hizo lo que se le daba mejor, sonreír.
Bobby sonrió también, tímidamente, pero era suficiente. Bauti supo que no tardaría mucho tiempo en darse cuenta de que Papá Pedro era el mejor papá del mundo y su mamá, la mejor mamá del mundo. Y Bauti pensaba ser el mejor hermano pequeño que Bobby hubiera podido desear.
Bauti soltó una carcajada infantil. Sí, la vida era estupenda. No solo había conseguido un padre, sino algo mucho mejor. Una familia.
Fin

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