lunes, 10 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 18

Así fue como Paula  acabó, media hora después, con una copa de vino en la mano, en el sofá de cuero negro del piso de Pedro, con cara de circunstancias.
Él había pedido comida cantonesa a domicilio desde el coche y entonces fue cuando ella se dio cuenta de que había cometido otro error.
A Paula no le sorprendió nada la decoración fría y moderna, acero, cristal, negro y blanco, con la última tecnología a su disposición, del piso de Pedro. No parecía un hombre hogareño, y aquel lugar tenía la marca de un soltero.
Cuando consiguió calmarse un poco y empezó a pensar en lo que había pasado, se sintió mejor. Ella había heredado de su tía la tercera parte de las acciones de Vanity Flair y la casa de Zante. Vivía cómodamente de los beneficios de su floristería y el seguro de vida de Alan, que pretendía usar para ampliar su empresa. Nunca había pensado obtener dividendos de las acciones de la empresa familiar, pero era normal que, al poseer una buena parte de las acciones, su padre recurriera a ella para buscar una solución con Pedro. Estaba claro que él quería recuperar el dinero de las acciones que le había comprado a Theo, pero ella también tendría algo que decir acerca del futuro de la empresa.
—¿Más vino? —ofreció él, interrumpiendo sus pensamientos, pero ella puso la mano sobre su copa. Fue el vino el que le había metido en líos con Pedro la primera vez, y no iba repetir el mismo error dos veces.
—No, gracias. Tenemos asuntos de negocios de los que hablar, por eso estoy aquí —dijo ella—. Corrígeme si me equivoco, pero si estoy aquí es porque soy una de las mayores accionistas de la empresa y necesitas mi aprobación para actuar en la compañía de mi padre. Además, tampoco podrás decidir qué hacer con él sin mi aprobación.
Pedro se relajó en el sofá y esbozó media sonrisa.
—No estás equivocada del todo —hizo una pausa—. Eres la mayor accionista, y por eso eres la que más tiene que perder en todo esto. Legalmente, no se puede hacer nada sin tu consentimiento —eso hizo que Paula respirara aliviada, pero la sensación duró poco, pues Pedro siguió hablando—. Lamentablemente, los problemas de tu padre se remontan mucho más atrás en el tiempo. Según mi información, hasta que cumpliste los dieciocho años, tu padre se encargó de gestionar por ti el diez por ciento de las acciones que te dejó tu madre. Después, te convertiste en socia, junto con tu tía y tu padre, hasta que le vendiste las acciones que te había dejado tu madre, a tu padre, por lo que fuiste responsable también de la gestión de la compañía, con los otros miembros de tu familia. Por suerte no eras accionista en el momento de salida a Bolsa de la empresa, cuando tu padre cometió los mayores excesos, pero técnicamente, aunque no es probable, también podrías ser acusada de fraude junto con tu padre.
—¿Yo? —gritó ella—. ¿Estás loco? Eso es imposible. Nunca he tenido nada que ver en la empresa. Le vendí a mi padre las acciones que me dejó mi madre para pagar la casa que compré con Alan. Nunca había estado en una junta de accionistas hasta este verano, por insistencia de mi padre, cuando heredé las acciones de mi tía. Si alguien te ha dicho otra cosa, te ha mentido.
—Tu padre fue quien me lo dijo —repuso él, levantándose del sofá—. Y he visto tu firma en documentos de hace mucho tiempo. Es cierto que eras joven, pero seguro que cuando tu padre te enseñaba las cuentas, tú las verificabas antes de firmarlas.
Pálida, miró a Pedro. Empezaba a comprender la enormidad de la situación.
—Nunca las leí. Supuse que firmaba como mero testigo.
—Yo te creo, pero eso no altera el hecho de que el único modo de evitar el cierre de la empresa de tu padre y que el peso de la ley caiga sobre él, es una enorme inyección de dinero.
—¿Cuánto? —preguntó ella, segura de que mencionaría una cifra que tendría problemas para escribir, cuando menos para reunir—. Puedo vender mi casa, y en su momento, la casa de Grecia también, supongo —apretó los párpados para contener las lágrimas. Era demasiado pensar que su padre llevaba más de diez años delinquiendo, pero sabía que Pedro decía la verdad. La expresión culpable y derrotada de su padre al marcharse y dejarla en manos de Pedro, era la prueba más concluyente.
—Eso no sería más que una gota en medio del océano —se burló él, y fue a sentarse a su lado, poniéndole la mano bajo la barbilla para obligarla a mirarlo—. Pero tengo la solución. Puedo invertir todo el dinero que tu padre necesita pasa salir de ese embrollo y hacer que la empresa vuelva a ser rentable, pero quiero algo a cambio.
—Estoy segura de que mi padre hará lo que sea necesario —murmuró ella—. Realmente es un buen hombre, pero, bueno... tiene...
—Una mujer cara y un estilo de vida por encima de sus posibilidades —terminó Pedro por ella—. Pero no es tu padre quién me interesa, sino tú, Paula. Quiero casarme contigo.
Ese hombre había perdido el sentido común, fue lo primero que pensó ella, pero al ver el brillo de decisión que tenía en los ojos, ya no estuvo tan segura.
—Podemos anunciar nuestro compromiso en la fiesta de cumpleaños de tu padre, esta noche.
Aquello era tal barbaridad, que hizo que Paula saliera del estado de desesperación que amenazaba por consumirla. Al imaginar la cara de Jan, estuvo a punto de echarse a reír.
—¿Estás loco? —exclamó ella—. ¡Estás saliendo con mi hermana! —y entonces vió la solución perfecta—. Puedes pedírselo a ella. Seguro que está deseándolo.
—Jan no es más que una vieja conocida, nada más. Juro que no la conozco en el sentido bíblico de la palabra, como te conozco a tí —su mirada sensual empezó a tener cierto efecto sobre el color de las mejillas de Paula—. Así que eso no es un problema —sus dedos se deslizaron desde su barbilla para colocarle un mechón de pelo detrás de la oreja, y ella echó a temblar—. Olvídate de Jan. Si quieres salvar a tu padre, cásate conmigo. Tú tienes la elección, y quiero saber tu decisión ahora.
Otra vez la palabra «elección», y esta vez no tuvo duda de que la amenaza era real. Ella se apartó de él y se puso en pie de un salto.
—¿Por qué yo? —exclamó mirándolo. El estaba sentado cómodo y relajado mientras que a ella le temblaban las piernas, preguntándose cómo un día que había empezado tan bien podía haberse convertido en aquella pesadilla.
—¿En serio tienes que preguntarlo? —dijo él, mirándola con lujuria—. Ya has estado casada antes, Paula, no eres tan inocente.
—Exacto —saltó ella—. Y sé qué es lo más importante en un matrimonio. El amor, y nosotros no nos amamos.

4 comentarios:

  1. Ayyyyyyyyyy, Dios mío, espectaculares los 2 caps Naty. Qué aguerrida Paula, me encanta. Es tan buena la historia que hasta me imagino sus caras.

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  2. Qué capítulos!!! Cómo van a sobrellevar algo así! Él está tan decidido, y ella, pobre, no tiene muchas opciones!

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  3. Uyyy en el fondo mw da pena ella.. aunque casarce con un lindo millonario no es un gran sacrificio jajajjajaja me encanta la nove Naty. :))

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