sábado, 22 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 34

Por extraño que parezca, ella lo creyó. A pesar de su fama de hombre de negocios despiadado y de mujeriego, Paula sintió que había una fuerza incorruptible en su interior. Tal vez lo heredara de su abuelo, o tal vez se estuviera equivocando totalmente, pero sentía la necesidad de confiar en él. El peso del secreto de su tía empezaba a ser demasiado para ella.
—Hace veinte años, mi tía se quedó embarazada de su amante. Estaba de cinco meses y salieron a navegar, como tantas veces. Lamentablemente, al bajar del barco, mi tía se resbaló y cayó al suelo. Tuvo un aborto al cabo de una hora. Todo ocurrió muy rápido y no tuvieron tiempo de pedir ayuda, aunque tampoco hubiera servido de mucho. El bebé era una niña, y ellos enterraron el feto al pie del acantilado con unas pocas piedras encima de la tumba para marcar el lugar. La tía me dijo que en esa época no había nada de ilegal en su acción. Para mi tía, esa hija era el símbolo de un vínculo amoroso de por vida con su amante. Como no pudieron poner una lápida, yo arreglé las rocas y planté las flores como recuerdo, y también prometí preservar el lugar de descanso del bebé —a Paula se le llenaron los ojos de lágrimas al recordar el dolor de su tía al contarle esa misma historia.
Pedro no era un sentimental, pero podía comprender por qué la casa le había sido cedida a Paula para que la traspasase a sus hijos, y éstos a los suyos propios. De lo que no estaba tan seguro era de que aquello fuera justo para Paula. Al ver la expresión triste de su rostro, le acarició el pelo y la besó en la frente.
—No digas nada más, cariño. Lo comprendo —y la abrazó con fuerza a la vez que le frotaba la espalda para reconfortarla.
Paula se sintió mucho mejor en los brazos de Pedro, y el compartir el peso del secreto fue toda una liberación.
—¿En serio? —murmuró suavemente—. Tú no crees en el amor, y tal vez eso sea lo mejor. Causa demasiado dolor —no notó cómo la mano de Pedro se retiraba de su espalda y no vió cómo apretaba los labios—. Mi tía siempre amó a un hombre que no pudo tener y siempre quiso una familia que no consiguió. En su lugar, tuvo que conformarse con unas pocas semanas al año compartidas con su amante. ¿No te parece trágico? —Paula miró la bahía—. Este lugar parece el paraíso, pero tal vez haya una serpiente por aquí escondida.
—No vayas tan lejos —le dijo él—. Tu tía eligió su estilo de vida y hubiera dado igual el lugar donde estuviera.
—Puedes creer lo que quieras —le dijo, temerosa de haberle contado tantas cosas, y se levantó—. Pero tengo la impresión de que la casa da mala suerte. No le dio suerte a mi tía, y me parece que a Theo tampoco, pues ahora su única familia eres tú.
Pedro se levantó y la miró. Ella vió en sus ojos una emoción que no reconoció, y después vio que intentaba relajarse y sonreír.
—Olvídate de la casa. Tú y yo nos vamos a marchar de esta isla para pasar el resto de nuestras vacaciones de crucero en mi yate y trabajando en el proyecto de crear mi pequeña familia.
El ruido del agua corriendo en la ducha fue lo que despertó a Paula. Se estiró, abrió los ojos y miró el despertador. Eran las seis de la mañana. Entonces recordó que era lunes y que Pedro se iba a Nueva York. Tenía que haberse marchado la noche anterior, pero en el último momento cambió de idea, y sus doloridos músculos le recordaron el motivo.

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