viernes, 7 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 11

No tenía nada en común con aquel millonario sofisticado que era Pedro Alfonso. Ella se había educado en una familia de clase media, y fue tras la muerte de su madre y el matrimonio de su padre con su secretaria cuando cambiaron su cómoda casita por el moderno piso en el centro y la empresa empezó a crecer a instancias de su nueva madrastra. Fue entonces cuando la familia se hizo muy rica, según su padre, aunque eso a Paula no le afectaba. Ella vivía de su trabajo.
—Te he hecho una pregunta —dijo Pedro. Por su expresión adivinó que sus pensamientos habían volado lejos de él y eso no le gustaba—. ¿Por qué mentiste?
El tono de su voz captó la atención de Paula. Pensar en el pasado no la ayudaba a superar aquella situación, y su sentido común le decía que Pedro no se marcharía hasta tener una respuesta. Se levantó y lo miró.
—De acuerdo. Haremos un trato. Te diré lo que quieres saber —su sinceridad le empujaba a decirle la verdad—. Pero tienes que prometer que después te marcharas y no volverás a molestarme de nuevo.
—Me parece justo —aceptó él.
A ella no acababa de convencerle su palabra, pero decidió concederle el beneficio de la duda, aunque realmente no le quedaba otra opción para librarse de él. Paula cruzó la sala, tomó su foto favorita de Alan de la consola y volvió al sofá. Miró la foto un momentó y, al levantar la vista, vió que Pedro la miraba fijamente.
—El día que te conocí tenía que haber sido mi cuarto aniversario de boda —dijo ella. Al ver la mueca que hizo él, supo que había marcado un tanto—. Pero no fue sólo eso, sino una acumulación de... de desastres. Había llegado a Zante dos semanas antes, porque mi tía había insistido mucho. Era la primera vez que iba y ni siquiera sabía que mi tía tenía una casa allí. Ella quería verme por varios motivos, entre ellos, que el mes anterior, el médico le había dicho que le quedaba poco tiempo de vida. Yo estaba muy afectada, y ella murió pocos meses después de una fibrosis pulmonar —los ojos ambarinos de Paula se llenaron de sombras—. Esta enfermedad suele estar asociada a la industria del asbestos, y mi tía debió contraerla años atrás, cuando la protección contra incendios de los laboratorios eran paredes y techos de ese material. Bueno, no estaban siendo las vacaciones más felices de mi vida —continuó—, pero tratamos de divertirnos. Trabajando en el jardín, me cayó una piedra en la mano y los dedos se me hincharon tanto que tuvieron que cortarme la alianza —miró a Pedro, que tenía una expresión vacía—. Lo llevé a una joyería del pueblo para que lo repararan e intenté ponérmelo enseguida, pero aún tenía los dedos hinchados y no me entraba. Tú no lo entenderás, porque no has estado nunca casado, pero estaba muy disgustada. Normalmente no bebo, pero pedí un vaso de vino en la terraza de un bar mientras esperaba al autobús, pero el camarero trajo una jarra. Tomé un par de vasos, tal vez más, y estaba pensado en Alan y en nuestra boda cuando... bueno, ya sabes. Y apareciste tú —se detuvo y le ofreció la foto con toda la intención—. Échale un vistazo —él obedeció, pero no dijo nada—. Es mi foto favorita de Alan, y cuando te miré a los ojos ese día, me parecieron tan azules y cariñosos como los de él. Por eso te dije que me llamaba Pauli, que es como él me llamaba. Después, entre la confusión y la tristeza, te seguí. Admito que mi comportamiento fue lamentable, y para cuando recuperé la cordura me quedé horrorizada —levantó las cejas—. Tal vez fuera el reflejo del agua, porque tus ojos no son en absoluto como los de Alan, sino grises como el granito —dijo, y al ver que él fruncía el ceño, se dio cuenta de que estaba desviándose del tema—. Bueno, fui al baño, me vestí y me puse el anillo. Ya sabes el resto.
—¡Dios! —exclamó Pedro, pensando que la furia iba a hacer presa de él. Oírle decir que se había quedado horrorizada después de hacer el amor con él ya era bastante terrible, con que el resto... —. ¿Quieres hacerme creer que te acostaste conmigo porque te recordaba a tu marido? —dejó la foto y se levantó para acercarse a ella—. No me parezco en nada a ese hombre.
Nunca se había sentido tan insultado en su vida y no iba a dejar que Paula pisoteara su orgullo de ese modo. La miró de arriba abajo. El top de algodón se ajustaba a sus pechos sin dejar aire entre ellos.
Sorprendida por su enfado, Paula vió sus mejillas ardientes y su mirada fría y se dijo que tal vez no hubiera sido buena idea contarle a aquel hombre tan arrogante toda la verdad. A su ego no le gustaría descubrir que lo habían utilizado. Entonces recordó su fama de mujeriego y sonrió.
—No he dicho que te parecieras a él, sino que tus ojos me parecieron azules- dijo, intentando apaciguarlo—. Pero eso ya no importa, porque me prometiste que te marcharías en cuanto te dijera la verdad, y eso he hecho.
Paula había respetado su parte del trato.
—Desde luego que me marcho —dijo él, y por un momento Paula pensó que ya había acabado todo—. Pero primero te voy a demostrar que no engañas a nadie más que a ti misma —y antes de que ella pudiera reaccionar ante tan ofensiva declaración, él la abrazó y la apretó contra su cuerpo. Su boca sensual atrapó la de ella con una ferocidad punitiva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario