lunes, 10 de noviembre de 2014

Casada por Obligación: Capítulo 17

¡Oh, Dios mío! Theo debe haber perdido una fortuna.
—Él no ha perdido nada porque yo le compré sus acciones hace dos meses, así que por quién te tienes que preocupar, es por mí. Ya has oído a tu padre: vamos a comer y lo sabrás todo.
—Tú —dijo ella, abriendo mucho los ojos—. ¡Esto es todo culpa tuya!
—No, fue tu padre el que decidió empezar a robar —señaló Pedro, pero vió miedo en aquellos preciosos ojos dorados y sintió la necesidad de protegerla. Paula no tenía ni idea del alcance de la traición de su padre, y por un instante dudó de qué camino tomar en aquel momento.
—Mi padre no es un ladrón. La única persona reprochable de aquí eres tú —le espetó ella—. Sería mucho más lógico que te acusaran a ti de robo.
Él la agarró con más fuerza y se acercó mucho a ella. Pronto la fina seda de su traje le pareció lana de la más gruesa por el calor que le daba, y empezó a tener miedo. Intentó escaparse, pero no tuvo que esforzarse mucho, pues él la soltó enseguida y dio un paso atrás.
Cualquier duda que Pedro pudiera haber tenido, se desvaneció con sus insultos. Había aguantado demasiado de aquella mujer, y la miró de arriba abajo con determinación.
Tenía el pelo recogido en un moño, del que se habían escapado algunos mechones. La chaqueta, muy ajustada, dejaba ver la curva de sus pechos, definía bien su cintura, y la falda se ceñía a sus caderas para acabar pocos centímetros por encima de las rodillas. ¡Maldición! La deseaba y la tendría.
—Nunca he robado nada en toda mi vida, pero olvidaré que has dicho eso porque sé que esto ha sido una sorpresa para tí—Pedro  podía sentir su confusión—. Si quieres salvar a tu padre y a la empresa de la ruina, te sugiero que vayamos a comer. Tengo hambre y soy mucho más generoso con el apetito aplacado, pero te toca a ti elegir...
«Elegir». Aquella palabra resonó en la mente de Paula y recordó la última vez que había visto a Pedro. En aquel momento, sintió la amenaza implícita en la palabra, pero lo había achacado a su imaginación; ahora sabía que no se había equivocado. Pedro la miraba retador y a ella se le cayó el mundo a los pies. ¿Qué opciones tenía? Hasta su padre le había dicho que fuera con Pedro.
—No tengo hambre —dijo ella—. Y no quiero ir a un restaurante a hablar de asuntos privados de mi familia, pero estoy preparada a escuchar lo que quieras decirme, y éste me parece un buen sitio —se sentó, temiendo que las piernas le fallaran.
Pedro  dió un paso adelante y le rodeó los hombros con el brazo. Ella se puso rígida mientras su instinto de protección le decía que tenía que huir de allí, pero la imagen de su padre la detenía.
—Entiendo tu preocupación —le dijo él, sonriendo y mirándola fijamente a los ojos—, pero tengo hambre y conozco un sitio donde la comida es estupenda y la intimidad está asegurada. ¿Vamos?

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