miércoles, 28 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 59

—Si, es la mejor obra de teatro que he visto en mi vida.

—Seguro que es la primera vez que la veías —dijo el hombre—. Yo ya la he visto tres veces y me la sé de memoria.

—¿Cuál es tu niño? —preguntó la mujer.

—He venido a ver a Franco Alfonso, uno de los indios.

—Nosotros a Julia Baker, nuestra hija. Es la que en lugar de decir sus líneas ha seguido comiendo… cualquiera diría que no come suficiente en casa.

Paula rió y charló  unos segundos más con la pareja. Después, salió al estacionamiento y esperó a Pedro y a Franco. Se pusieron en marcha enseguida. Cuando llegaron a la cabaña prepararon sopa para entrar en calor y unos bocadillos. Franco estuvo muy comunicativo todo el tiempo, pero al final se marchó a dormir. Los dos adultos se quedaron a solas y se pusieron las chaquetas para salir al porche y disfrutar del resto de la velada.

—Lo ha hecho muy bien —dijo ella con orgullo.

—Bueno, no ganará ningún Oscar, pero no ha estado mal.

—La vida consiste en algo más que ganar premios, Pedro. Se ha divertido, ha aprendido algo nuevo y ha estado con sus amigos. Pero me sorprende que Noelia no apareciera.

—A mi también. Es una buena madre… seguramente estará enfadada conmigo. No esperaría que presentara una contra demanda.

—Tal vez se sienta amenazada.

—No tiene motivos para ello. Siempre será su madre. Nadie puede sustituirla.

Paula tragó saliva. Era verdad.

—Pedro… ¿Podrías llevarme a ver a mi hija?

Pedro se sintió como si acabaran de darle un martillazo en la cabeza. No esperaba que Paula  se lo pidiera, pero en el fondo no era de extrañar; a fin de cuentas era hija suya y era lógico que quisiera asegurarse personalmente de que estaba bien.

—Pensaba que te contentarías con saber que es feliz…

—Yo también lo pensaba. Pero tú la has visto, has oído su risa y siento tanta envidia que necesito verla… Solo una vez. Te prometo que no interferiré en su vida. Además, no es mucho pedir —dijo.

—Pau, ya he roto una docena de leyes y regulaciones estatales al conseguir la dirección de sus padres. No puedo darte esa información. Iría contra todas las normas de la adopción de niños —le recordó.

—Lo sé, pero no la he visto desde que nació y no puedo dejar de pensar en ella. Ya no puedo ser su madre. Pero verla, aunque solo sea unos segundos… significaría muchísimo para mí.

Pedro se sintió atrapado. Por una parte comprendía a Paula y compartía su angustia; pero por otra, era ayudante del fiscal y no podía permitir que rompiera una ley que precisamente estaba pensada para proteger a los pequeños.

—Si quieres, te prometo que me marcharé de Denver después de verla — continuó ella.

—¿Como? ¿Marcharte? ¿Por que?

—Porque no tengo nada aquí. Eva es mi única amiga. Cuando mi compañera de celda salga de la cárcel, me gustaría viajar con ella al sur. No sé, ir a algún lugar más cálido y empezar una vida nueva.

—Yo soy amigo tuyo…

—Lo sé. Y te lo agradezco.

—¿Que me lo agradeces? —preguntó, incrédulo.

—Si. No tengo muchos amigos, ¿Sabes?

Pedro no quería que se marchara. Así que propuso que entraran en la casa con intención de charlar con ella y sacarle esa idea de la cabeza. Sin embargo, ella se negó.

—No, entra tú. Yo me quedaré un rato fuera. No me esperes.

—Puedes sentarte junto a la ventana si quieres…

—No tengo nada en contra de tu casa. Es preciosa, pero las ventanas son demasiado pequeñas. Y no puedo ver el exterior cuando es de noche. En cambio, aquí puedo contemplar las estrellas y me siento libre.

—Podría encender la luz del porche…

—No, estaré bien. Aquí se respira una tranquilidad increíble… es un lugar maravilloso. Si fuera mío, no saldría nunca de aquí.

Pedro pensó en la posibilidad de mudarse a la cabaña. Sabía que a Franco le encantaría, y si conseguía la custodia compartida, prefería criar a su hijo en el campo en lugar de hacerlo en un piso de la ciudad. Además, sería perfecto para Paula. Porque ya no podía imaginar su vida sin ella.



—¿Y si no estoy de acuerdo?

Ella se encogió de hombros.

—Entonces no la veré. No te preocupes, no tengo intención de sacar el tema cada vez que nos veamos —le aseguró.

—No se… No estoy seguro de que sea lo apropiado.

—Piensa en lo que te he pedido, Pedro. Solo quiero verla.

Pedro sabía que no era una respuesta satisfactoria, pero era la única que podía darle por el momento. Estaba confundido. No solo por el asunto de su hija, sino por sus sentimientos hacía Paula. Creía haberse enamorado de ella, pero también se había enamorado de Noelia y su relación había fracasado. Ni siquiera sabía si querría vivir con él. Y no sabía que hacer para convencerla. A no ser que le propusiera el matrimonio.

—Empiezo a tener frio. Sera mejor que me vaya a la cama —dijo ella entonces—Buenas noches, Pedro.


Él se quedo en el porche, pensando. Ni había tenido ocasión de pedirle que se casaran ni, por lo visto, iban a hacer el amor. La vida podía ser muy complicada.

Otra Oportunidad: Capítulo 58

El miércoles, Paula se saltó la hora de la comida para poder salir antes del trabajo. A Patricio no le molestó en absoluto. Además, sabía que iba a ver al hijo de Pedro.

—Yo tengo tres nietos —le comentó—. Dos tocan en la banda del colegio y a veces voy a verlos. El tercero juega en el equipo de fútbol del instituto. Si un día te apetece ver un partido, dímelo…

—Me encantaría…

Eva tenía razón. Había llegado el momento de abrirse a los demás y mantener relaciones sociales normales. Si Patricio le ofrecía su amistad, la aceptaría.

Pedro pasó a recogerla a la hora esperada. Franco iba en el coche.

—Hola, Pau. Voy a ser un indio… —dijo el chico.

—Eso me han dicho. ¿Has estado practicando?

Franco asintió con entusiasmo.

—Si, y hasta tengo que pronunciar unas palabras. Pero no llevare arco y flecha. La profesora ha dicho que los indios no llevaban armas en las fiestas.

—Y es verdad. En las fiestas no se llevan cosas así.

Pedro detuvo el coche en el estacionamiento del colegio, que para entonces ya estaba lleno de vehículos. Entraron en el edificio y llevó a su hijo con la profesora mientras Paula esperaba en el vestíbulo y se dedicaba a contemplar los trabajos de los alumnos, que decoraban las paredes, y las fotografías. Sabía que su vida habría sido muy diferente si no la hubieran condenado por aquel delito. Ahora estaría con su hija, tal vez asistiendo a un acto parecido. Pedro apareció justo entonces.

—Siento haber tardado. Una de las madres se ha acercado y me ha dado una conferencia sobre preparación de tartas y la necesidad de participar en los actos del colegio.

Un momento después, cuando entraron en el salón de actos, Paula se estremeció. Estaba lleno, abarrotado. No se le había ocurrido pensar que hubiera tanta gente, y no estaba segura de poder soportar el encierro.

—Ven, hay espacio libre junto a las ventanas. Nos quedaremos de pie —sugirió él.

Ella tomó aliento e intento controlarse. Los niños empezaron con sus actuaciones poco después, y Pedro se giró para ver como se encontraba.

—¿Todo bien? —preguntó.

Paula asintió y se concentró en la obra. Era bastante divertida y Franco lo hizo muy bien. Muchos niños olvidaron lo que tenían que decir, pero a nadie le importó. Al final, la profesora invitó a todos los presentes a tomar unos refrescos. Pedro pasó un brazo por encima de los hombros de Paula y la llevó hacia la puerta.

—Puedes esperar fuera mientras voy a buscar a Franco. No nos vamos a quedar.

—Así que esta ahí, señor Alfonso…

Era una mujer joven, que sonrió a Paula.

—¿Usted es la señora Alfonso?

—No, es Paula Chaves—respondió él—. Siento haber olvidado su nombre…

—Soy Beatríz Cummings.

La mujer estrechó la mano de Paula.

—Hace un rato hable con el señor Walker sobre las fiestas del colegio — continuó—. Vamos a dar una en Navidad y necesitamos que todos contribuyan con algo.

—¿Le parece bien un par de docenas de magdalenas? —preguntó Paula, sonriendo.

—¿Dos docenas? Me parece magnífico.

La mujer lo apuntó en una libreta y se marchó. Pedro miró a Paula con horror.

—No sé hacer magdalenas. Y mucho menos dos docenas…

—Vamos, no puede ser tan difícil.

—En serio. No he hecho magdalenas en toda mi vida.

Ella frunció el ceño. No cocinaba desde hacía años, pero no se le daba mal. A Sergio siempre le habían gustado sus platos.

—Esta bien, te ayudaré.

—Te tomo la palabra. ¿Sabes donde he dejado el coche? Espérame allí… iré a buscar a Fran y nos marcharemos. He pensado que podíamos cenar en la cabaña. ¿Te parece bien?

—Me parece perfecto, pero si volvemos esta noche. Mañana tengo que trabajar.

—Bueno, si es un problema podemos quedarnos en Denver. Pero de todas formas te traería mañana por la mañana.

—No sé. Es que no tengo ropa adecuada para ir a trabajar…

—Podemos pasar antes por tu casa. Venga, espera en el coche. Vuelvo enseguida.

Pedro se marchó y en ese momento una pareja se acercó a Paula.

—Los niños han estado encantadores, ¿Verdad?

Ella asintió.

Otra Oportunidad: Capítulo 57

Pedro tiró de ella en dirección contraria al coche.

—¿Adonde me llevas?

—A casa.

—Pero el coche…

—Venga, ya lo recogeré mañana. Vámonos.

Paula se dejó llevar. En realidad le apetecía dar un paseo, pero pensó que Pedro tenía razón y que tal vez fuera buena idea que visitara a un psicólogo. Aunque también cabía la posibilidad de que se curara con el tiempo, cuando asumiera que ya no estaba en la cárcel y que era una mujer libre. Cuando llegaron al piso, Pedro llamó por teléfono a casa para oír los mensajes del contestador. Tardo tanto tiempo que después se disculpó.

—Lo siento. No imaginaba que hubiera tantos… Pero no me extraña, teniendo en cuenta que Mariano Winters llegó a Denver esta tarde.

—¿Te ha llamado algún periodista?

—Un par, además del abogado defensor y de Noelia. Pero al final no me has contado lo que quería mi ex mujer…

—Que me alejara de tí —respondió.

Pedro suspiró.

—Ha sido una niña mimada toda su vida. El divorcio le hirió el orgullo y quiere que volvamos a vivir juntos, pero no va a suceder. La vida con ella era estar de fiesta en fiesta. Incluso se enfadaba cuando no podía ir porque tenía trabajo —explicó—. Y razonar con Noelia no sirve de nada… Para ella, lo único importante son las relaciones sociales.

—Pero seguro que se enorgullece de tu trabajo…

—¿Es que tú te enorgulleces?

Paula comprendió lo que quería decir.

—La culpa de lo que paso la tuvieron Adrián Denning y Mariano. Tú también estabas allí, pero eras demasiado joven e inexperto para saber nada.

—Yo no estoy tan seguro.

—De todas formas, has madurado y has desarrollado un profundo sentido de la justicia. Cualquier persona se sentina orgullosa de tí. Y eso me incluye.

Pedro se acercó a ella y la besó. Paula se apretó contra él y lo abrazó con fuerza. Ya no sentía ningún agobio con el contacto físico. Bien al contrario, se sentía más libre que nunca. Y disfrutaba tanto que habría querido estar así hasta el último de sus días.

—Tal vez deberíamos comprar una tienda de campaña e instalamos en mitad del campo —bromeo él.

—¿Para que? Tengo una cama perfecta…

—Pero tenemos la costumbre de empezar a besarnos en la calle y con frío.

—¿Lo dices por lo de la cabaña? Solo fue un beso y luego entramos.

—¿Solo un beso? Yo estaba seguro de haber oído las campanas del paraíso…

Ella rió con suavidad.

—Lo dudo mucho. Pero es cierto, no fue solo un beso. Fue un espectáculo.

—¿Y esta noche?

—¿Quieres que hagamos una competición a ver si sale mejor que el otro día?

—A menos que tengas una idea más interesante…

—No. Como ya he dicho, tengo una cama perfecta en casa.

—Entonces, a que estamos esperando.

Otra Oportunidad: Capítulo 56

—Precisamente por eso voy a todos los actos en los que Franco participa. Hasta ahora solo ha sido una fiesta de preescolar y otra en septiembre de este año, pero me he prometido que seré un buen padre.

—¿Noelia también asistirá?

—No lo sé.

—Bueno, por lo menos tú creciste en la misma casa. Nosotros nos mudábamos cada dos o tres años y nunca tuve un hogar verdadero —comentó—. Cuéntame más cosas de tu infancia.

Paula quería saberlo todo; conocer todos los detalles, tristes y alegres, de la vida de Pedro. Quería que le hablara de su madre, de la situación de su padre, de sus amigos, de sus motivos para elegir la carrera de Derecho. Y cuando él empezó a hablar, fue como si abrieran las puertas de una presa que llevara mucho tiempo cerrada. Hablaba tranquilamente, entrando en detalles y contestando a todas sus preguntas. Así pasaron gran parte de la velada, hasta que terminaron de cenar en el restaurante chino. Por fin, él le contó que había elegido la carrera de Derecho después de que a un vecino lo estafara su casero.

—Vaya, ahora lo entiendo —dijo ella.

—Quería ayudar a la gente y a la justicia. Y a medida que estudiaba, me fui interesando más y más por los casos penales. Comprendí que en los tribunales podría hacer algo más que luchar contra pequeños delincuentes como ese casero.

—Así que al final has resultado una especie de caballero andante. Hace ocho años no lo habría imaginado.

—Bueno, es evidente que no soy perfecto.

—No te preocupes. Eso es agua pasada. Has encontrado a mi hija y para mí es lo más importante del mundo —dijo con sinceridad—. Vuelve a contarme como es…

Pedro le dió todos los detalles. Le dijo que tenía el pelo largo y oscuro, que era muy bonita y que su sonrisa era maravillosa. Le habló de su voz y de como se dirigía a sus amigos. Y cuando terminó de hablar, la miró directamente a los ojos. Paula tuvo la impresión de que buscaba algo. Tal vez, la absolución. Quizá, el perdón.

Cuando llevaron las típicas galletas de la suerte, Paula abrió la suya y miro el papel que tenía dentro.

—Léelo en voz alta —dijo él.

—«La fortuna premia a los audaces» —leyó ella, arrugando la nariz—. Vaya, que lastima. Me habría gustado que dijera otra cosa. No sé, algo así como que me espera un largo y maravilloso viaje…

—¿Y adonde te gustaría ir?

Ella lo pensó un momento y sonrió con timidez.

—A San Francisco. Me divertí mucho allí.

—También podemos divertirnos en Denver.

—Venga, lee tu galleta…

Pedro la rompió y sacó el papel, que desdobló.

—«La verdad triunfará» —leyó.

—Menuda cosa —se burlo ella—. ¿Eso es lo mejor que sabes hacer?

—Por lo visto, si. ¿Nos marchamos?

Ella asintió.

Al salir del local, Paula respiró a fondo. Se habían sentado junto a la ventana y no había sufrido ningún ataque de pánico. Pero sabía que su mejoría se debía a él. Pedro la llevó al coche y ella se paró en seco.

—Discúlpame. Precisamente estaba pensando que me he comportado muy bien en el restaurante… pero no soy capaz de entrar en el coche en este momento.

Él se apoyó en el vehículo y le apartó un mechón de la cara.

—¿Quieres que vayamos andando a tu casa? Solo esta a unas manzanas de aquí.

—¿Y que hacemos con tu coche?

—Vendré a buscarlo cuando me marche.

—Eso es una tontería. Dame un minuto y me recuperaré.

—¿Has pensado en la posibilidad de ver a algún especialista para superar tu miedo?

—¿A un psicólogo, quieres decir?

—Si, a alguien que pueda ayudarte.

—Tal vez cuando ahorre un poco de dinero. No tengo seguro medico y ya sabes que dentro de unas semanas tendré que dejar el piso y buscar otro. El asunto de la claustrofobia no está actualmente entre mis prioridades.

—Pero yo podría…

Ella alzó una mano.

—No, no sigas por ese camino. Ya has hecho demasiadas cosas por mí. No podría pedirte nada más —afirmó.

Él la tomó de la mano.

—Hablemos de esto en el calor de tu departamento, si es que todavía quieres que te acompañe…

Otra Oportunidad: Capítulo 55

Veinte minutos después, se miró en el espejo del cuarto de baño y sonrió al recordar que Pedro  había visto a su hija. De hecho, había arriesgado muchas cosas para ayudarla. Y siempre le estaría agradecida por ello.

—¿Preparada?

Él se levanto del sofá cuando salió.

—Si. Y hambrienta…

Paula ya había recuperado su buen humor. No permitiría que las maldades de Noelia enturbiaran su relación con Pedro. Ni el posible futuro que tuvieran. Pero no quería pensar en eso. Era demasiado complicado. Y en ese momento solo quería disfrutar de la noche. En cuanto pidieron la cena, ella se interesó por lo sucedido en la fiscalía.

—Al final no me has explicado en que consiste lo de la suspensión temporal.

—No es nada importante. Una simple medida administrativa.

—¿Es normal?

Él la miró a los ojos.

—No, pero no es preocupante.

—¿Podrían despedirte por eso?

—No es probable.

—Pero si posible…

—No.

—¿Y cuándo vas a volver a ver a Franco?

—Pronto. El miércoles iré a una representación escolar en la que participa. Creo que hace el papel de indio…

—¿De indio? ¿No de vaquero?

—De indio. Aunque creo que no es jefe.

—¿Y eso es importante?

—Para él, no. ¿Quieres venir?

—Me encantaría. ¿Siempre vas a los actos escolares?

—Siempre que puedo.

—Mi padre nunca venía a los míos. El ejército era lo primero para él —explicó.

—El mío tampoco. La botella era su prioridad.

Paula parpadeó con sorpresa. Nunca habría imaginado que su padre fuera alcohólico.

—Oh, lo siento mucho…

Él la miró y la tomó de la mano.

—Bueno, con el paso del tiempo he aprendido a perdonarlo.

—Pero en su momento debió de ser muy duro para tí. Yo siempre me sentí como si fuera la única niña del mundo que no tenía a nadie.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 54

—Mira, no sé que te habrá dicho —añadió Eva—, pero sea lo que sea, averígualo por tu cuenta y no creas ni una sola de sus palabras.

—Es un buen consejo. ¿Cómo te has vuelto tan sabía? —preguntó.

Eva rió.

—Es gracias a todas esas fiestas a las que asisto. Ahora distingo a una bruja a varios kilómetros de distancia. Podría contarte historias que te dejarían con los pelos de punta.

Paula intentó prestar atención a su amiga, pero estaba demasiado preocupada. En cuanto salió de trabajar, corrió al autobús. Quería llegar a casa cuanto antes para llamar por teléfono a Pedro y hablar con él. Sin embargo, no fue necesario. Acababa de bajar del autobús cuando lo vió, sentado en el interior de su coche. Había estacionado enfrente del edificio y la estaba esperando. Camino hacía el vehículo y llamo a la ventanilla. Él le abrió la portezuela.

—Hola.

—Llegas pronto… —dijo él.

—Es que el autobús ha venido muy deprisa. ¿Que haces aquí?

—He venido a llevarte a cenar. Y esta vez no será una simple pizza. Tengo muy buenas noticias para tí—respondió.

—¿Has encontrado a mi niña…?

—En efecto.

—No te creo… ¡Cuéntamelo todo!

—¿Aquí?

—No, claro, supongo que no. Subamos al piso. No puedo creer que la hayas encontrado. Es increíble…

—Subamos y te lo contaré.

Salieron del coche y entraron en el edificio. Paula estaba tan emocionada que el trayecto en ascensor no le molestó. En cuanto entraron en el piso, se volvió hacía Pedro y lo miró.

—¡Cuéntamelo!

—Es una niña feliz de siete años que esta en segundo de enseñanza básica. Tiene una sonrisa preciosa —dijo él.

—¿La has visto? ¿Está realmente bien?

Paula empezó a llorar sin poder evitarlo.

—Eh, no llores… te contaré todo lo que sé, aunque no es mucho. Pero si, la he visto. Y la he oído reír y hablar con sus amigos.

—No puedo creerlo…

Se sentía tan débil que tuvo que sentarse en el sofá.

—¿Quieres que salgamos a celebrarlo? —pregunto él.

—Dímelo todo. ¿Como la has encontrado? ¿Te vió? ¿Hablaste con ella?

—Pedí unos cuantos favores y conseguí la dirección de sus padres adoptivos, así que fui a echar un vistazo al vecindario. Si hubiera sido un barrio malo, tal vez habría averiguado algo más; pero es un barrio bastante decente, con casas bonitas, jardines y muchas bicicletas y juguetes por las calles.

—¿Y que pasó?

Tom apareció en ese momento para ver quien había llegado. Se metió entre las piernas de Pedro y saltó al regazo de Paula. Pero en ese momento no se sentía con ganas de acariciar al animal.

—¿No quieres sentarte? —preguntó ella.

Pedro se acomodó a su lado y sonrió.

—Llegué poco después de las doce y estaba a punto de marcharme cuando ví que se acercaba un autobús escolar. Por lo visto, hoy salían antes de clase… entonces ví a tu hija, que iba con dos amigos. Caminó hasta la entrada de la casa y salió su…

—Su madre —lo interrumpió—. Sí, dilo, no te preocupes. Es cierto. Es la mujer que la ha cuidado todos estos años. Su verdadera madre en todos los sentidos. Pero me alegra que sea felíz.

—Parece que lo es. Tiene amigos y una madre de aspecto encantador.

Paula asintió y se recostó en el asiento, perdida en sus pensamientos. Todavía la recordaba de recién nacida. Pero ahora tenía siete años, salía con amigos y viajaba en un autobús escolar. Se preguntó si le gustaría el colegio, cuales serian sus asignaturas preferidas y si sus padres serian severos o indulgentes.

—Muchísimas gracias, Pedro.

De repente, recordó su encuentro con Noelia y lo miró.

—¿Es verdad que te han suspendido de empleo por llevarme a San Francisco?

—Vaya, ¿Como lo has sabido?

—Noelia vino a verme al trabajo y me lo contó. También me dijo que ha presentado una demanda para que no puedas ver a Franco.

—Maldita sea… ¿Por que diablos ha ido a verte?

—¿Es cierto o no?

Pedro se levantó y empezó a caminar de un lado a otro. Se detuvo junto a la ventana y la miró.

—Esteban me ha obligado a tomar una baja temporal y me ha exigido que me mantenga alejado del caso de Mariano Winters. Yo conocía los riesgos, así que no me ha extrañado demasiado. Hemos hecho lo correcto.

—Pero no esperabas que te descubriera…

Paula se levantó y él se encogió de hombros.

—Bueno, a fin de cuentas no hemos quebrantado ninguna ley.

—No habremos comprometido la investigación, ¿Verdad? Quiero que se lleve su merecido.

—No, no hemos comprometido nada. Pero Esteban se ha enfadado. Quiere que todo vaya como la seda. Es un caso importante para él.

—¿Y que hay de Franco?

—Hoy he hablado con mi abogado. Han anulado la orden de alejamiento.  Noelia la presentó para vengarse de mí… pero no permitiré que se salga con la suya. He presentado una contra demanda para que Franco este conmigo la mitad del tiempo por lo menos —la informo.

—Entonces, ¿Solo ha venido a verme para molestarme?

—Para eso y porque en el fondo cree que puede volver conmigo.

—¿Y no es verdad?

Pedro la miró con sorpresa.

—No me digas que la has creído.

Paula asintió con expresión de vergüenza.

—Pues no, no es verdad —continuo él—. ¿Como puedes pensar eso después del fin de semana pasado?

—No quería creerlo, pero lo dijo de un modo tan seguro…

—Noelia y yo siempre tendremos a Franco en común. Sin embargo, eso es todo.

—Dime una cosa… ¿Tengo tiempo para ducharme antes de cenar? —preguntó, por cambiar de conversación.

—Por supuesto. ¿Que te apetece?

—No sé, cualquier cosa. Tal vez podríamos ir a un restaurante chino.

—Muy bien. Conozco uno bastante bueno en la zona.

Mientras se duchaba, Paula se maldijo por no haber seguido el consejo de Eva y haber creído a Noelia. Tenía que empezar a confiar otra vez en las personas adecuadas. Además, Pedro era el hombre más importante de su vida después de Sergio.

Otra Oportunidad: Capítulo 53

Por primera vez, Paula se preguntó si su reserva no sería un error. Siempre se contenía porque no quería ser cotilla. Pero eso no significaba que los demás no le interesaran.

—¿Y que otra cosa podría pensar?

—Tal vez, que mis habilidades sociales no son como antes de que me encerraran —respondió—. O que necesito tiempo para recuperarme.

Paula estaba a punto de continuar cuando vió que cierta persona avanzaba hacía ellas a través de las filas de plantas.

—Oh, no… creo que voy a tener problemas.

Eva alzó la mirada.

—Vaya, eso si que es una mujer elegante. ¿Quién es?

—La ex mujer de Pedro. Y no le caigo muy bien.

—¿La conoces?

—Solo de vista. Piensa que soy una mala influencia para su hijo.

Antes de que Eva pudiera hablar, Noelia llegó a su lado.

—¿Podría hablar un momento con Paula a solas?

—No —respondió Eva.

Noelia no esperaba esa respuesta y se sorprendió, pero miró a Paula con cara de pocos amigos.

—Quiero hablar contigo en un lugar más tranquilo.

Paula se limpió las manos con un paño.

—Casi es mi hora de comer. Puedes acompañarme si quieres.

—No tienes por que ir con ella, Paula…

—Estoy segura de que podré oír lo que tiene que decir.

Paula y Noelia se alejaron. Cuando llegaron al estacionamiento, se giró un momento para mirar a la ex mujer de Pedro. Era preciosa.

—Han suspendido a Pedro—dijo Noelia de repente.

—¿Qué?

—Por culpa del viaje a San Francisco. A su jefe no le ha gustado nada — contestó—. ¿Hasta dónde piensas llegar para vengarte de él?

—No quiero vengarme de él.

—¿Ah, no? Pues estás haciendo un gran trabajo. Incluso has conseguido que yo presente una demanda para impedir que vea a Franco.

—¿Impedir que vea a Franco? ¿Por que?

—Por las compañías que frecuenta últimamente, por supuesto.

—Noelia, yo no he matado a nadie —dijo con tranquilidad.

—Tal vez no. Pero pasar ocho años en la cárcel cambia a cualquiera.

—Sí, claro. Y también perder a tu hija y a tu prometido.

—¿A tu hija? —preguntó, sorprendida.

—Estaba embarazada cuando me enviaron a prisión. Tuve que entregarla en adopción porque me condenaron a cadena perpetua. Tú, en cambio, tienes a tu hijo. Eres una mujer afortunada. Deberías recordarlo para no juzgarme a la ligera. Yo no tengo nada.

—Por culpa de Pedro y de Adrián Denning. Yo diría que tienes motivos de sobra para vengarte de ellos.

—Tal vez, pero no es mi estilo. Además, Pedro va a encontrar a…

Paula no terminó la frase.

—¿A quién? ¿A tu hija? Dudo que pueda acceder al expediente de adopción. A no ser, claro esta, que se salte unas cuantas leyes… como hizo al llevarte a esa entrevista con Mariano. Es extraño que se comporte de ese modo. Él siempre ha creído en el sistema legal. Lo de la suspensión le habrá afectado.

—O tu intención de impedirle ver a Franco —puntualizó ella—. Pero ¿Que quieres de mí,  Noelia?

—Que te mantengas alejada de Pedro.  Es mío.

—¿Tuyo? Pensaba que se habían divorciado.

—Pero no estaremos separados mucho tiempo.

Paula se preguntó si Noelia estaría loca o si verdaderamente creía que tenía posibilidades de volver con su ex marido. Sin embargo, no conocía a Pedro lo suficiente. Tal vez hubiera algo entre ellos, algo que no le había contado.

—No confundas su sentimiento de culpabilidad con el amor —continuó Noelia—. Solo intenta lavar su conciencia. Dile que ya no lo necesitas y desaparecerá inmediatamente de tu vida. Pero díselo pronto, antes de que sea demasiado tarde.

—¿Demasiado tarde?

—Limítate a hacerlo.

Noelia giró en redondo y se marchó de repente.

Paula se quedó allí, en el estacionamiento, mirando como se alejaba. Noelia había conseguido llenarla de dudas, y ahora no estaba segura de que el fin de semana con Pedro hubiera significado algo.

Cuando volvió al trabajo, Eva preguntó:

—¿Tenía algo importante que decir?

—No.

—Pues tienes un aspecto lamentable. Como si hubieras perdido a tu mejor amiga.

Paula negó con la cabeza.

Otra Oportunidad: Capítulo 52

—Sí. Al parecer, el fiscal quiere que se mantenga lejos del caso y el desobedeció la orden.

—Comprendo.

Noelia necesitaba tiempo para pensar. No esperaba un giro tan repentino de los acontecimientos. Cuando Mariano apareciera en Denver, la prensa saltaría sobre ellos. Afortunadamente, sus padres estaban en Florida. Y con un poco de suerte nadie caería en la cuenta de que Mariano era de su familia. Ni la propia Rosana parecía haberlo relacionado.

—Bueno, entonces iré a casa de Pedro a hablar con él… Por cierto, no llevo el teléfono de Paula Chaves encima. ¿Podrías dármelo?

—Claro…

Rosana abrió una libreta y le copió el número en un papel.

—Espero que Pedro descanse un poco —dijo con una sonrisa—. Estoy segura de que volverá al trabajo la semana que viene, y le toca ir a los tribunales…

—Si, por supuesto —murmuró Noelia.

En cuanto llego al vestíbulo del edificio, Noelia se dirigió a las cabinas telefónicas. Saco el papel que le había dado Rosana y marcó el número.

—Vivero Talridge. ¿Dígame?

—¿Vivero Talridge? —preguntó, sorprendida.

—Si, soy Patricio. ¿Que puedo hacer por usted?

Noelia intentó pensar. Cabía la posibilidad de que Rosana se hubiera equivocado de número.

—¿Está Paula Chaves?

—Si, espere un momento. La llamaré.

—No, no hace falta. Si puede darme la dirección de su casa, iré a verla cuando termine de trabajar. ¿Sabe a que hora sale?

—A las cinco en punto.

Noelia no tenía intención de esperar tanto tiempo. Miró el reloj y vió que casi eran las doce. Tal vez pudiera encontrar a Paula cuando fuera a comer.


Paula no podía concentrarse. Miró la tierra en la que estaba plantando y se preguntó si habría puesto fertilizante suficiente. Era como si de repente hubiera olvidado todo lo aprendido. No dejaba de dar vueltas a lo sucedido durante el fin de semana. A su extraño encuentro con Mariano y especialmente a la experiencia amorosa con Pedro. Cada vez que pensaba en ello se ruborizaba. Había sido la noche más apasionante de su vida. Su relación con Sergio palidecía por comparación. Y eso le incomodaba. Sergio había sido su amor. Querían casarse, tener hijos, envejecer juntos. ¿Como era posible que estuviera comparándolo con otro hombre? Por supuesto, ahora era mayor y había cambiado. Tal vez no fuera una mujer de mundo, pero había dejado de ser la jovencita ingenua a la que habían condenado. Ahora sabía mucho más y podía defenderse. Como decía su amiga Marisa, «lo que no te mata te hace más fuerte».

En ese instante, Eva la miró.

—Si no te conociera mejor, pensaría que estas soñando despierta. ¿Vas a contarme lo que has hecho durante el fin de semana?

Eva la había estado presionando toda la mañana, pero Paula no había soltado prenda.

—Ví a Mariano y no salió muy bien. Pero el resto fue… interesante.

—¿Interesante? ¿Estuviste en San Francisco y solo fue interesante? Deberías haber visitado todos los bares de la ciudad y haberte soltado el pelo.

—Bueno, me divertí.

—Venga, suéltalo ya…

Paula la miró.

—Yo nunca pregunto por los detalles de tus relaciones —le recordó.

—Pero si preguntaras, te lo diría —respondió su amiga.

—En la cárcel aprendí a no hacer preguntas.

—Pues tendrás que aprender a hacerlas. ¿Como vas a saber las cosas si no preguntas? Además, me duele que no quieras hablarme de tí. Quiero ser tu amiga, pero eres tan reservada… ¿Es que no sientes curiosidad por mi vida? Eso es lo normal, lo lógico entre personas que se aprecian. Y también es normal que quiera saber más de Pedro Alfonso.

Paula volvió a mirar a Eva.

—¿Crees que no quiero ser tu amiga porque no hago preguntas?

Otra Oportunidad: Capítulo 51

—Esta en el colegio, ¿Es que lo habías olvidado? No puedo sacarlo de allí y llevármelo solo porque mi jefe me esta complicando la vida. Además, no sería buen compañía. Últimamente, las cosas no me salen muy bien.

—Pero estás haciendo lo correcto —afirmo—. No lo dudes.

Pedro pensó que disfrutaría más su baja temporal si podía estar con Paula. Tal vez siguiera el consejo de Rose y se marchara a la montaña a pasar unos días. Solo tenía que comprar comida, llenar el frigorífico y los armarios y asegurarse de que había gas suficiente.

Si Paula no hubiera empezado a trabajar en el vivero, le habría propuesto que se marcharan juntos. El fin de semana había sido maravilloso. No habían dejado de hacer el amor una y otra vez a lo largo del domingo y estaba loco por verla de nuevo. Pero no sabía como se sentiría. Tal vez se hubiera arrepentido.Pensó en el pasado y volvió a sentirse culpable por lo sucedido. Adrián y él habían estado tan ciegos que se habían saltado las normas y habían condenado a una mujer inocente. Sin embargo, ahora tenía algo importante para Paula. Había localizado el expediente de su hija. Y con un poco de suerte, le perdonaría sus pecados.

Se dirigió a la oficina del condado y caminó hasta el mostrador de la sección de archivos. Elena Baylor alzó la mirada.

—¿En que puedo servirle?

—Soy Pedro Alfonso. Me dejó un mensaje durante el fin de semana… ¿Ha averiguado algo?

La mujer miró a su alrededor con desconfianza.

—Si, pero no sé si…

—No ponga expresión sospechosa. Nadie se dará cuenta de que he estado aquí si se comporta con naturalidad y me trata como a cualquier otra persona.

—Pero podría perder mi trabajo.

—No. Nadie sabrá nada. Descuide.

Elena Baylor sacó un papel del bolsillo y lo dejó sobre el mostrador.

—Lo he llevado encima todo el tiempo y me pesaba como si fuera de plomo. Es todo lo que puedo hacer por usted.

—Muchas gracias.

—Espero que sea de ayuda…

Él asintió y se marcho sin mirar el papel. Por suerte para él, Elena era una mujer de cierta edad que se había enternecido al conocer la terrible historia de Paula. Legalmente, Pedro  no tenía derecho a pedir información sobre la niña. Pero el instinto maternal de Elena y su sentido de la justicia habían pesado más.

Cuando entró en el coche, desdoblo el papel. Solo incluía dos nombres y una dirección, sin número de teléfono: José y Rebecca Bradley. Calle Nicoletti, 7712. Denver. Sacó un mapa de la ciudad y buscó la calle. Minutos después, ya estaba en marcha. Podría averiguar bastantes cosas de la familia con un simple vistazo al vecindario donde vivían. Y a media tarde, con un poco de suerte, vería a la niña cuando volviera del colegio. Así podría tranquilizar a Paula.




Noelia tomó aliento cuando el ascensor llegó al piso que quería. Había ensayado lo que iba a decir. Si Pedro tenía la esperanza de seguir viendo a Franco, tendría que hacerle caso. No iba a rendirse sin presentar batalla. Además,  Martín le había proporcionado el arma perfecta. O Pedro cambiaba de actitud, o se llevaría al niño a Londres.


—Hola, Rosana. ¿Pedro está en el despacho?

Roana la miró.

—No, me temo que no…

—¿Está en los tribunales?

La secretaria sacudió la cabeza y frunció el ceño con gesto de inseguridad.

—Bueno, supongo que puedo decírselo… se ha marchado a casa.

—¿A estas horas? ¿Es que está enfermo?

—No. Ojala lo estuviera. Le han dado una baja temporal.

—No lo entiendo. No me había comentado nada…

—Porque ha sido inesperado. Y no precisamente voluntario.

Noelia la miró con sorpresa.

—¿De que estás hablando?

—Creo que ya he dicho demasiado.

—Mira, Rosana, Pedro y yo nos seguimos llevando bien a pesar del divorcio —dijo, intentando mantener la calma—. De hecho, he venido a hablar con él sobre… Paula Chaves. Sé que esta trabajando en su caso.

Noelia solo lo dijo para confundir a Rosana y tirarle de la lengua. Y lo consiguió.

—Si, ese es el motivo de sus problemas con el señor Johnson. Paula y él estuvieron en San Francisco este fin de semana, para interrogar a Mariano Winters.

—¿Han encontrado a Mariano?

Noelia empezó a perder la calma. Habían encontrado a su primo y no solo no le había dicho nada sino que se había marchado a San Francisco con esa mujer.

—Sí, llegara a Denver esta tarde. Los papeles del traslado llegaron hace unas horas. Lo detuvieron el viernes por la noche.

—¿Y Pedro tomó un avión para interrogarlo?

Otra Oportunidad: Capítulo 50

Pedro entró en el despacho al lunes siguiente con energías renovadas. Una funcionaria de la oficina del condado había dejado un mensaje durante el fin de semana para decide que habían localizado el expediente de la hija de Paula. Tenía intención de pasar a verla más tarde y obtener la información que necesitaba. Acababa de empezar a trabajar cuando Esteban entró en el despacho.

—¿Se puede saber que diablos estás haciendo? ¿Como es posible que llevaras a Paula Chaves a ver a Mariano Winters? ¿Es que te has vuelto loco?

Pedro se levantó para enfrentarse a su jefe.

—Veo que las noticias vuelan.

—Me han llamado de San Francisco. Mariano estará en Denver mañana y he empezado a rellenar los documentos necesarios. ¿Por que fuiste a interrogarlo? ¿Y por que te llevaste a esa mujer?

—Porque quería que se vieran. Y aquí no habría tenido muchas posibilidades.

—Su familia contratara a los mejores abogados de la ciudad, ya lo sabes. No permitirán que nadie se le acerque antes del juicio.

—Exactamente. Pero ella ha pasado ocho años en la cárcel por culpa suya. ¿No crees que tenía derecho a hablar con él?

—No dejes que las emociones se interpongan en tu trabajo, Alfonso. Podrías poner en peligro todo el caso.

—Vamos, Esteban… sabes que eso es una tontería. No he puesto nada en peligro. Tú no formabas parte del equipo que la envió a prisión, pero yo sí. Y va a pasar mucho tiempo antes de que lo olvide.

—Hacer de caballero andante no cambiara el pasado. Mantente lejos de este caso, Pedro. Tú y Denning tuvieron su oportunidad hace ocho años y no lo hicieron muy bien. Voy a acusar a Winters de asesinato y no permitiré que se salve por algún legalismo.

—Conozco mi trabajo —espetó.

—¿En serio? Pues lo de este fin de semana no lo demuestra. A partir de ahora estás de baja temporal —afirmó.

—¿Por llevar a Paula a ver a Winters a otro Estado? Venga ya, Esteban. En ese momento ni siquiera se habían presentado cargos contra él.

—No, por arriesgar la reputación de la fiscalía de Denver.

—¿Y cuanto tiempo durara esa baja temporal? —pregunto con ironía.

—Ya te avisaré cuando puedas volver.

Esteban lo miró y salió del despacho.

Pedro oyó que se detenía un momento para hablar con Rosana y que le ordenaba que desviara las llamadas a Ramiro o a Cecilia y que transfiriera los informes oportunos. Incluso tuvo el mal gusto de recordarle que había firmado un acuerdo de confidencialidad con el contrato, por si tenía la tentación de ser demasiado leal con Pedro.

Rosana apareció poco después.

—¿Jefe?

—Me temo que tengo que marcharme.

—¿Puede ordenarte eso?

—Si, pero olvidara todo el asunto cuando surja alguna noticia más interesante y entonces podré volver —respondió—. Ya lo verás. Me echará de menos.

—No lo dudo en absoluto. A fin de cuentas tú haces casi todo el trabajo de la fiscalía —observó Rosana—. ¿Quieres que desvíe las llamadas de la oficina del condado a tu casa?

Pedro asintió.

—Eres una joya, Rosana…

—Lo sé —dijo ella, sonriendo.

—Pase lo que pase, quiero que sepas que trabajar contigo ha sido un placer.

—Eh, no digas eso. Suena como si fuera una despedida y no lo es. Llévate a Franco a la cabaña y descansa un poco. Hace tiempo que necesitas unas vacaciones.

domingo, 25 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 49

Noelia cerró de un portazo y cruzó el vestíbulo hasta llegar al salón.

—¡Maldito sea! —exclamo mientras se servía un whisky.

Aquella noche había oído más tonterías de las que podía aguantar. Había pensado que ir a la fiesta sería divertido, pero el juez Creighton no había dejado de interrogarla sobre el súbito interés de Pedro por los procesos de adopción de niños. Luego, su amiga Malena le había preguntado por la ausencia de Martín e incluso había insinuado que ya no estaba interesado en ella. Y tres personas afirmaban haber visto a su ex marido con una rubia; obviamente, con Paula Chaves.

Siempre había supuesto que Pedro y ella volverían a estar juntos. Había esperado mucho tiempo, con paciencia, y sabía que los últimos meses no habían sido fáciles para él. Además, su trabajo no estaba tan bien pagado y apenas tenía dinero para mantener su piso y pagar los caprichos y parte de la manutención de Franco. Pero Pedro no había vuelto a su lado.

Avanzó por el salón, se quitó el abrigo y lo arrojó a un sofá con un gesto brusco pero sin derramar una sola gota de whisky. Después, se acercó al teléfono y marcó su número. Cuando saltó el contestador, colgó. No le gustaba dejar mensajes. Se pregunto si estaría con aquella mujer y lo maldijo de nuevo. Acto seguido, se pregunto donde se habría metido Martín y su humor empeoro todavía más. Se suponía que solo iba a estar una semana en Londres, pero ya llevaba dos y no la había llamado ni una sola vez. De repente tuvo miedo. Tal vez era cierto que se había cansado de ella. Y si Pedro no cambiaba de opinión, se quedaría sola. La idea le pareció insoportable. Apreciaba realmente a Martín. Tenían muchas cosas en común: los mismos amigos, la misma forma de vida, las fiestas, la vida social. En cambio, Pedro siempre había preferido la casa de la montaña.

—Después de todo lo que he hecho por él, resulta que quiere más a la naturaleza que a mí —dijo con amargura.

Miró el reloj e intento calcular que hora sería en Londres. Pero no importaba. Lo que tenía que decir era demasiado importante para esperar. Marcó el número del hotel donde se alojaba Martín y esperó. Contestó al segundo timbre.

—¿Te… he despertado, cariño? —preguntó.

—¿Noelia? ¿Que tal estas?

Noelia esperó un par de segundos. Martín no le había dedicado ninguna expresión de cariño. Aquello empezaba a ser preocupante.

—Estoy bien. Acabo de llegar a casa… he estado en una fiesta con la mitad de la sociedad de Denver. Pero sin tí no era lo mismo. Te echo de menos.

—Las cosas se han complicado un poco. De hecho, ha surgido un asunto inesperado…

—¿Inesperado? Cuéntamelo todo.

Noelia se aferró al brazo del sofá, hecho un trago de whisky e intento mantener la calma.

—Pensaba hablar contigo mañana o al día siguiente. Es posible que tarde en volver a Denver… excepto para hacer las maletas. Me han ofrecido un empleo aquí, en Londres.

Noelia pensó que el mundo se hundía bajo sus pies.

—¿Londres? Martín, no puedes vivir en Londres.

Martín rió.

—Es una oportunidad fantástica. Sería un estúpido si la rechazara.

—¿Y que hay de mi?

El silencio que siguió fue tan largo que ella se sintió muy incómoda.

—Me refiero a que estábamos saliendo y todo eso… —continúo.

—Noelia, te pedí que te casaras conmigo y nunca me diste una respuesta. He sido paciente, cariño, pero todo tiene un límite. Creo que la separación será buena para nosotros. Podremos saber lo que queremos.

—Comprendo.

—Esta es la primera vez que me llamas, de hecho. Empezaba a preguntarme si habrías notado que me había ido. ¿Que tal esta Pedro, por cierto?

—No lo sé. Se ha ido fuera a pasar el fin de semana. Franco está conmigo.

—¿Y que tal está Fran?

—Bien. He presentado una demanda para quedarme con su custodia e impedir que Pedro lo vea.

—¿Por que?

Noelia notó la sorpresa en su tono de voz. Tal vez había sido algo impulsiva, pero no quería que su hijo creciera cerca de Paula Chaves.

—Pedro está saliendo con una mujer que es poco apropiada para él. Quien sabe lo que puede pasar si no intervengo. Tenía que proteger a mi hijo.

—¿A tu hijo? ¿O a tí misma?

Noelia apretó el auricular.

—¿A que te refieres?

—No es ningún secreto que quieres que Pedro vuelva contigo, aunque no entiendo porque. Acepta que se ha marchado. Cásate conmigo.

—Pero si vas a vivir en Londres…

—Te encantaría esta ciudad. Es un lugar maravilloso y sorprendente, lleno de cosas nuevas. Y esta relativamente cerca de todas las capitales importantes de Europa… nos divertiríamos mucho. Además, no seria para siempre. Podemos volver a Denver cuando nos cansemos —declaró.

—Deja que lo piense, cariño. Me has dado una buena sorpresa…

—Volveré dentro de una semana para hacer las maletas. Necesito una respuesta para entonces, Noelia.

Ella rió con nerviosismo.

—¿Eso es un ultimátum?

—Si no vas a casarte conmigo, tendré que seguir con mi vida. No quiero vivir solo y tener que esperar a que algún día decidas si soy mejor que Pedro.

—No se trata de eso, Martín…

—Te llamaré cuando vuelva a Denver.

Martín colgó y ella se quedó con el teléfono en la mano, mirándolo. Estaba tan nerviosa que culpó de todos sus males a Pedro y se preguntó que podía hacer para que el juez le impidiera ver a Franco. Recordó los comentarios del juez Creighton y se dijo que debía investigar que interés podía tener su ex marido en los procesos de adopción. A esas horas ya era algo tarde para hacer llamadas telefónicas, pero dedicaría el día siguiente a investigarlo.

Otra Oportunidad: Capítulo 48

Entraron en el local y empezaron a bailar enseguida. Él pasó los brazos a su alrededor y ella apoyó la cabeza en el pecho de Pedro.

—Es muy agradable —murmuró ella.

—Lo dices como si te sorprendiera…

—Es que estar aquí, contigo, me sorprende.

Pedro la miró y pensó que habría dado cualquier cosa por cambiar el pasado. Le acarició la espalda para intentar animarla, pero ella se quedó helada y se apartó de él durante unos segundos.

—Oh, lo siento. No debería haber reaccionado así —dijo Paula.

—Nunca te haría daño.

—Lo sé.

—Entonces, ¿que te pasa? ¿Por que rehúyes el contacto?

Paula tardó un poco en contestar.

—Dos años después de que me enviaran a la cárcel llegó un guardia nuevo. Un día respondí de forma inadecuada y decidió darme una paliza para dar ejemplo a las demás. Dos de las presas salieron en mi defensa y se organizó un pequeño motín… fue bastante desagradable —le explicó.

—¿Y tú? ¿Que hiciste?

—Me lo perdí casi todo. El guardia me pegó un puñetazo tan fuerte que me dejó inconsciente y estuve cuatro días en el hospital.

Pedro se estremeció al pensar en el horror de la cárcel.

—Y ahora tienes miedo de los hombres…

—No. Bueno, si, un poco. Pero no de tí… es decir, lo tenía al principio — confesó—. Pero ya no tengo miedo.

Pedro bajó la cabeza y le dió un beso leve en los labios.

—Me siento como si acabaran de hacerme un regalo precioso.

Los dos se quedaron en silencio, sin hacer otra cosa que bailar abrazados. Al cabo de un par de canciones, cuando los músicos se detuvieron para descansar un momento, él miro a su alrededor y dijo:

—Podríamos tomar algo hasta que vuelvan a tocar.

La llevó a una de las mesas y se sentaron. Pidieron un par de copas y Paula sonrió.

—Me estoy divirtiendo mucho, Pedro. Gracias por todo.

Pedro la miró y su corazón se aceleró. Pero no tuvo ocasión de corresponder a sus palabras con un halago, porque los músicos volvieron un minuto después y ella quiso que siguieran bailando.

—Eva siempre quiere que la acompañe a bailar. Tal vez debería aceptar, porque es más divertido de lo que recordaba —le dijo.

—Yo puedo llevarte a bailar siempre que quieras.

—¿Todas las noches?

—Si te apetece, si. Te deseo, Paula—respondió él—. Estar contigo todas las noches sería un sueño para mí.

—Eso solo lo dices porque ahora estas de buen humor. Es la música, las copas…

—No es la música ni las copas. Hace tiempo que te deseo, Paula. ¿Tengo alguna opción de que sientas lo mismo por mí?

—Eso cambiaría todo entre nosotros.

—Los cambios no son siempre malos.

—No, pero a veces asustan.

—Yo nunca haría nada que te asustara.

—Entonces, sí.

Pedro la miró con asombro. No estaba seguro de haber escuchado bien. Paula lo notó y sonrió.

—Solo he hecho el amor con un hombre, y ha pasado mucho tiempo desde la última vez. No estoy segura de que realmente me desees, pero créeme: estoy totalmente segura de que te deseo.

Él no pudo contenerse más. Se inclinó sobre ella, la beso¡ó y la abrazó con todassus fuerzas, como si pretendiera sentir todo su cuerpo.Poco a poco, los dos comprendieron que estaban en un establecimiento público y que no podían llegar más lejos. Pedro odiaba tener que apartarse, pero pensó que sería mejor que subieran a alguna de las habitaciones.

—Vamos —dijo, sorprendido con su tono ronco de voz.

Aquella mujer lo volvía loco. Y se preguntó si podría saciar el deseo que sentía. Paula lo siguió al interior del ascensor. Subieron con otra pareja y no pudieron seguir hablando, pero tuvo la impresión de que podían oír los latidos de su corazón. Estaba tan excitada que no podía creerlo. Iba a acostarse con Pedro. Iban a tocarse, a acariciarse, a hacer el amor. Jared le había devuelto su libertad y ahora estaba a punto de devolverle la pasión. No sabía si estaba preparada para eso. Pero quería hacerlo. Miró a Pedro, contempló su bello perfil y la fuerte línea de su mandíbula y estuvo a punto de reír de felicidad. Cuando llegaron a su piso, salieron al corredor.

—¿En tu habitación o en la mía? —pregunto él.

—No importa.

—Entonces, en la mía. Tengo una cama digna de reyes.

Pedro abrió la puerta y la invitó a entrar. Paula estaba tan nerviosa que, cuando por fin entraron, lo abrazó y lo besó.

—Te parecerá una tontería, pero tengo tanto miedo que he pensado que un beso serviría para animarme —declaró.

—Pues has tenido una gran idea.

Pedro la besó con apasionamiento y ella se entregó del mismo modo. En poco tiempo, su ropas estaban esparcidas por el suelo y los dos se acariciaban en la cama y alimentaban poco a poco la escalera del deseo.

—Abre las cortinas, por favor —dijo ella al cabo de un rato—. No quiero que la luz esté encendida, pero me gustaría verte.

Él obedeció y descorrió las cortinas. La luz de la ciudad iluminó levemente la habitación. No era intensa; podían verse, pero dejaba tantas sombras como para mantener las sombras del misterio. Pedro se sentó en la cama y le apartó un mechón de cabello.

—¿Estás segura de que quieres hacerlo?

—Si, Pedro. Estoy completamente segura.

Paula extendió los brazos, lo agarró y lo atrajo hacia ella.

Otra Oportunidad: Capítulo 47

—No es para tanto. En el restaurante chino donde comimos te has portado muy bien. Pero espera un momento… acabo de acordarme de que a una manzana de aquí hay un café que tiene terraza. Podemos cenar allí.

—Pero hace frío…

—Eso no importa. Aquí instalan calefactores en la calle para que la gente pueda comer fuera. Pero si es incomodo, iremos a otra parte.

Minutos más tarde, cuando ya estaban sentados en la terraza, Paula pensó que lo de los calefactores era un gran invento. Estaban solos, y las maquinas calentaban lo suficiente como para no tener frio.

—Magnífico —dijo ella, sonriendo a su acompañante—. Gracias por este día tan maravilloso. Creo que no lo olvidaré nunca.

—Me alegra que te hayas divertido, porque yo me lo he pasado en grande.

Pedro estaba tan sorprendido como ella de lo bien que se llevaban. No habían hecho gran cosa. Solo pasear, ver tiendas, compartir experiencias normales. Justo lo que nunca había podido hacer con Noelia. Miró a Paula. Su felicidad era tan evidente que deseó hacerla feliz hasta el fin de sus días.

—¿Que vas a comer tú? —preguntó ella, levantando la vista del menú—. Todo parece tan bueno que pediría un poco de cada plato, pero no me lo podría comer.

—Bueno, te recomiendo que pidas algún pescado fresco, de temporada.

—Pediré pez espada. A mi padre lo trasladaron a San Diego cuando yo tenía diez años y pasamos una temporada allí. Al principio no quería probarlo porque estaba convencida de que sería peligroso, pero luego me gusto mucho.

Pedro rió y ella lo miró.

—¿Sabes una cosa? No se casi nada de tí. Siempre te cuento historias de mi vida —continuó ella—, pero tú no dices gran cosa. Yo pensaba que los abogados eran más comunicativos.

—Oh, es que ya hablo demasiado en mi trabajo….

—No lo dudo, pero ¿Por que no hablas más conmigo? ¿O es que siempre eres así? Anda, cuéntame algo de tu infancia.

—¿De mi infancia? No hay mucho que contar. Crecí en Denver, estudié… y luego fui a la universidad, saqué el titulo de Derecho y empecé a trabajar en la fiscalía. Mi vida no ha sido nada interesante.

—Es un resumen muy corto. ¿Y que me dices de los amigos de aquella época? ¿Todavía los ves? ¿Que querías ser cuando eras pequeño? Y no me digas que querías ser abogado, porque sospecho que te habría gustado ser bombero o vaquero.

—Sí, claro, quería ser vaquero. De hecho, tenía varios amigos que vivían en ranchos y se pasaban la vida hablando de caballos y de rodeos…

—¿Y aprendiste a montar?

—Me temo que no.

Pedro ni siquiera había podido ir a visitar a sus amigos. Su padre siempre se había negado a llevarlo, y él estaba loco por ir al rancho de Javier Haversham y aprender a montar a caballo.

—Si las cosas hubieran sido distintas, podrías haberte convertido en ranchero…

—Si, pero me gusta mi trabajo. Puedo ayudar a la gente con cosas importantes.

Paula se quedó en silencio y él la miró con tristeza. Por desgracia, su trabajo también podía destruir la vida de personas inocentes. Al final, ella dijo:

—Me alegra que trabajes en la fiscalía. De no haber sido por tí, todavía estaría en la cárcel.

—No creas. La mayoría de los jueces y abogados que conozco son personas realmente comprometidas con la justicia.

—La mayoría, pero no todos —puntualizó ella—. Sin embargo, no quiero hablar del pasado. ¿Sabes lo que me apetece? Volver al hotel en tranvía.

—No llegan tan lejos. Pero podemos tomar uno hasta el fin de la línea y luego parar un taxi —propuso.

—Perfecto.

El tranvía estaba prácticamente vacío, así que se sentaron en uno de los bancos y Pedro la tomó de la mano. Su piel era tan suave que se preguntó si el resto de su cuerpo seria igual y decidió pensar en otra cosa. Pero no lo consiguió. Paula le gustaba demasiado. Deseaba abrazarla. Besarla. Hacerle el amor durante toda la noche. Pero probablemente, ella solo quería volver a su habitación y tal vez darse una ducha antes de meterse en la cama. Sola. Maldijo su suerte y maldijo sus emociones. Se sentía como un adolescente en su primera cita con una chica. Y no quería complicar su relación con el deseo sexual.

Cuando llegaron al hotel, él se encargo de las bolsas. Al pasar por el vestíbulo, oyeron la música que procedía del bar y volvieron la vista hacía el. Varias parejas estaban bailando en la pista.

—¿Te apetece tomar algo y tal vez bailar un poco? —preguntó Pedro.

Ella estuvo a punto de aceptar. Pero bajó la mirada, observó sus pantalones y su jersey y negó con la cabeza.

—No estoy vestida para eso.

—Estas maravillosa, Pau. Se trata de bailar, no de hacer un pase de modelos…

Pedro llamó a un botones, le dió las bolsas y dijo:

—Por favor, llévelas a mi habitación. Es la 1730. Si hay algún problema, estaremos en el bar.

Otra Oportunidad: Capítulo 46

En la calle hacía frío, pero el día estaba despejado. Además, la temperatura de San Francisco era mucho más elevada que la de Denver. Paula echó un vistazo a su alrededor y le pareció extraño que estuvieran en un lugar tan bonito y que su vida fuera, en comparación, tan difícil.

—Todavía no puedo creerlo. He perdido ocho años de mi vida por la falta de escrúpulos de ese hombre. ¿Cómo puede haber gente tan miserable?

Pedro la tomó del brazo.

—Olvídalo, Paula. Si te obsesionas con eso, solo conseguirás llenarte de amargura y emponzoñar tu vida. Ese hombre cometió un error. Todos lo cometimos. Pero ahora sabemos la verdad y se hará justicia —declaro él—. Tienes que ser fuerte.

—Para tí es fácil de decir. No has perdido ocho años por culpa de un canalla como ese. Ni has tenido que entregar a tu hijo en adopción.

—Encontraré a tu hija —afirmó.

—¿Qué?

Paula lo miró con asombro.

—He dicho que encontraré a tu hija. Y me aseguraré de que está bien —añadió, con tono solemne.

—¿Puedes hacerlo?

Paula habló en un murmullo. Para ella era tan importante que ni siquiera se atrevía a albergar esperanzas al respecto. Pero necesitaba saber que su hija se encontraba bien y que vivía con una buena familia.

—Técnicamente no, pero al infierno con las leyes… Si puedo localizarla, lo hare e investigaré su situación —respondió.

—¿Y si no está bien?

—Entonces haremos lo que sea necesario por remediar la situación.

—Oh…

Paula sintió una punzada de dolor. Quería que su hija volviera a su lado, pero sabía que eso era imposible. Había pasado demasiado tiempo y no tenía derecho a aparecer de repente y trastocar su vida.

—En cuanto sepa algo, te lo diré —continúo él—. Pero no será hoy… nuestro vuelo no sale hasta mañana, así que deberíamos tranquilizarnos un poco y disfrutar del tiempo que nos queda. Venga, Paula, vamos a buscar esos tranvías…

El resto del día quedo grabado en la mente de Paula como uno de los mejores de su existencia. Pedro hizo lo posible por lograr que se olvidara de Mariano,  y lo consiguió.

Volvieron al hotel para ponerse ropa más cómoda e inmediatamente fueron en busca de los tranvías. Ella nunca había subido a uno, y le encanto subirse y apretarse contra él cuando avanzaban entre los automóviles o tomaban una curva y el conductor tocaba la campana. Además, las vistas de la bahía de San Francisco desde lo alto de la calle Hyde le parecieron espectaculares. El agua era de un color azul intenso, cuajado de diminutas velas blancas. Durante el paseo por el centro se llevo la sorpresa de que los precios eran aún más caros que en Denver. Echaron un vistazo a los escaparates, entraron en una librería y compraron varios libros. Ella pensó que se sacaría el carne de una biblioteca en cuanto regresaran. En la cárcel se había acostumbrado a leer porque la lectura era la única forma de escapar del encierro.

Comieron en Chinatown y dieron un paseo por la Pequeña Italia antes de dirigirse al paseo marítimo y ver el famoso muelle 39, con sus tiendas de ropa y sus fotografías de películas viejas. Después, entraron en una chocolatería. Ella compró un par de cajas de bombones y salió para esperar pacientemente a Pedro, que se quedó dentro.

—¿Que has comprado? —preguntó ella.

Pedro alzó una bolsa más pequeña que la suya.

—Una tableta para Fran. Creo que le gustará.

Se quedaron junto al mar hasta que se hizo de noche y empezó a hacer frío. Entonces, él preguntó:

—¿Te apetece que vayamos a cenar y nos retiremos pronto al hotel?

—Me parece perfecto.

—Podríamos cenar en uno de los restaurantes de Pescadores de la zona.

—De acuerdo…

Paula lo miró. Pedro llevaba un buen rato cargando con las bolsas de libros, así que preguntó:

—¿Quieres que las lleve yo?

—No, no hace falta.

Él la tomo del brazo con su mano libre y caminaron hacía la parte más vieja del paseo. Las luces de los distintos restaurantes iluminaban los muelles. Eligieron uno y entraron. Era sábado por la noche y estaba lleno de gente, de modo que Paula se apretó contra Pedro e intentó controlar su claustrofobia. Por fortuna, una de las paredes era un inmenso ventanal que daba al mar y daba la impresión de que se encontraban en el exterior. Pero eso no evito su pánico. Mientras esperaban a que les dieran una mesa, se empezó a sentir más y más nerviosa.

—¿Estás bien? Si quieres podemos ir a otro sitio…

—Si, por favor —dijo, agradecida por la oferta.

Cuando salieron, ella se disculpó.

—Discúlpame. Tengo tantos miedos que ni siquiera puedes llevarme a cenar…

Otra Oportunidad: Capítulo 45

—Así que lo sabías… durante todos estos años he intentado convencerme de que no estabas informado, de que no eras capaz de permitir que me encerraran por un delito que no había cometido —respondió Paula.

Todavía no podía creerlo. Mariano había sido amigo de Sergio.  No era lógico que se comportara tan mal con ella.

—¿A que se refiere? —pregunto el detective, mirándola—. ¿Quién es usted?

—Ya se lo explicaré más tarde —dijo Pedro—. Mataste al hombre que vivía contigo. Dejaste que culparan a Paula y desapareciste. Todos pensaron que el muerto eras tú… pero cuando nos dimos cuenta de que seguías con vida, supimos que ella era inocente. Su juicio se ha anulado. Está libre desde hace semanas.

—Ella mató a Tomás. Lo hizo para vengarse de la muerte de Sergio. Si estas buscando a un asesino, la tienes a tu lado.

—Yo ni siquiera conocía a Tomás —afirmo ella, acercándose a la mesa—. ¿Sabías que Sergio y yo esperábamos un niño? Me lo quitaron porque yo estaba en la cárcel. Sergio murió por tu culpa y mi hija vive con extraños por el mismo motivo. Solo por eso, espero que te encierren hasta el fin de tus días. ¿Cómo pudiste hacerme eso? Pensaba que éramos amigos…

—Yo no voy a ir a la cárcel. Quiero un abogado.

Mariano intentó levantarse, pero el detective lo empujó por los hombros para que se sentara otra vez.

—Los jueces decidirán sobre tu futuro —dijo Pedro—. Y no ganaras nada si insistes en responsabilizar a Paula de un delito que no cometió.

—Ella no es nadie. En cambio, mi familia es muy importante en Denver.

—Pero nadie esta por encima de la ley.

—Maldita sea, ¿Que importa ya? Sergio era amigo mío y lo echo de menos, pero está muerto y lo del accidente no fue culpa mía. No debió permitir que condujera estando borracho —declaró.

Paula lo miró con creciente enfado.

—Crece de una vez. No culpes a los demás de tus propios actos. Luis declaró que tu te empeñaste en conducir… tú lo mataste y luego asesinaste al otro hombre. Puede que tu familia sea importante, pero tu eres escoria.

—¡Bruja! Alejaste a Sergio de mí… teníamos intención de hacer muchas cosas juntos cuando saliéramos de la universidad. Pero apareciste tu y lo estropeaste todo.

—¿Cómo? —pregunto ella, sorprendida—. Serio era amigo tuyo, Mariano. Te apreciaba tanto que nos íbamos a quedar en Denver solo porque quería estar cerca de tí.

Mariano la miró.

—Pero las cosas cambiaron. La noche en que murió hablo conmigo y me dijo que quería salir con más gente, que no era lógico que solo saliéramos él, tú y yo. Y ni siquiera podía ver a Tomás porque mi padre se habría enterado de que yo era homosexual. Me habría desheredado —declaró—. Todo es culpa tuya, Paula. Merecías ir a la cárcel.

—Claro. Por eso te marchaste de la ciudad. Para que la culparan a ella — intervino Pedro.

—Solo lo hice para salvarme. Tenía dinero ahorrado y podía marcharme a donde quisiera.

—Comprendo. Pero eso no explica porque mataste a Tomás…

—Yo no he matado a nadie. Exijo un abogado. No diré nada más hasta que no hable con mi abogado —insistió.

—Tenías la oportunidad, los medios y la conexión con la víctima. Solo tenemos que investigar un poco más y te enfrentaras a una acusación por asesinato —le advirtió Pedro—. Sera mejor que colabores con nosotros. Es posible que el juez sea clemente contigo.

Paula miró a Pedro.

—No quiero que hagas un trato con él. Quiero que pague por lo que ha hecho.

—Eso no pasara nunca, pequeña —Mariano se burló—. Soy un Winters y ese apellido tiene mucho peso en Denver. Además, nadie podrá demostrar nada. Saldré bajo fianza dentro de un par de días.

—Te equivocas. El juez ha rechazado la fianza.

La seguridad de Mariano flaqueó. Pero se recuperó enseguida.

—No hablaré si no es en presencia de mi abogado.

—¿Quien era Tomás? ¿Como se apellidaba?

—Quiero un abogado.

Pedro hizo varias preguntas más, pero Mariano se atuvo a su cantinela.

Cuando por fin salieron de comisaria, Paula dijo:

—Así que eso era todo. Dejo que me condenaran porque Sergio se había enamorado de mí. Y pensar que lo tenía por un amigo…

—Tengo la impresión de que Mariano está loco. Pero eso no lo va a salvar.

Paula se detuvo y lo miró.

—Prométeme que lo procesaran.

—Haré lo que pueda.

—No. Quiero que me lo prometas.

Pedro la miró a los ojos durante unos segundos.

—Esta bien, Paula. Te lo prometo.

Otra Oportunidad: Capítulo 44

Pedro sonrió.

—Si, me lo han dicho muchas veces.

—No me extraña, porque lo eres —dijo entre risas.

Él la miró y preguntó:

—¿Que vas a decirle a Mariano?

—No lo sé, no estoy segura. ¿Sabes lo que me gustaría? Darle un par de bofetadas. Pero sospecho que no lo permitirían.

—No. Pero si fuera legal, dejarían que tú se las dieras antes que nadie.

—Entonces le preguntaré porque me traicionó de ese modo. Sé que no me apreciaba tanto como a Sergio, pero permitir que me condenaran por asesinato y me llevaran a la cárcel… eso es demasiado.

—Espero que tenga las respuestas que necesitas.

Cuando les sirvieron el desayuno, Pedro preguntó si quería dar una vuelta por San Francisco después de hablar con Winters.

—No lo sé, la verdad. No sé como me sentiré después de verlo —respondió—. Es la primera vez que vengo a California y supongo que debería aprovechar la oportunidad… pero será mejor que esperemos hasta después. ¿Y tú? ¿Ya habías estado aquí?

—Un par de veces. Es una ciudad muy bonita. Si luego te apetece, te la enseñaré y disfrutaremos del fin de semana antes de regresar a Denver.

—Había pensado que podríamos volver esta misma noche si terminamos pronto. De ese modo podrías ver a Franco mañana…

—Fran no me espera, así que podemos quedarnos.

—Esta bien. En tal caso, quiero montar en tranvía.

Pedro asintió.

—Trato hecho. Te enseñaré Chinatown y pasearemos por toda la ciudad… lo malo es que esta llena de cuestas —le recordó.

—Pero antes, Mariano.

—Desde luego. Antes, Mariano Winters.


Pedro y Paula llegaron a comisaría a las nueve y media exactamente. El detective Benson los saludó, comprobó los documentos de Pedro y los llevó a una sala de interrogatorios. Para no tener complicaciones, él presentó a Paula como su ayudante. Habrían tenido problemas si el agente hubiera reconocido su nombre.

—Winters insiste en decir que se llama Juan Wiley —explicó Benson—. Pero hemos investigado su pasado y no hemos encontrado nada anterior a siete años. ¿Quieren que los acompañe?

Pedro asintió.

—¿Ya ha pedido un abogado?

—No, todavía no. Insiste en que nos hemos equivocado de persona. Es un hombre muy frío, con mucha confianza en si mismo. Denos las pruebas que necesitamos y lo encerraremos por asesinato.

—Pero habrá que trasladarlo a Colorado…

—El papeleo ya está en proceso. Si es el hombre que busca, es todo suyo.

Benson abrió la puerta de la sala de interrogatorios y dijo:

—He traído a unas personas que tal vez te conozcan.

Pedro siguió al agente y miró a Mariano. No lo conocía bien, pero lo había visto en una ocasión y pensó que los ocho años transcurridos habían mejorado su aspecto.

—No creo que nos hayamos visto antes —dijo él.

—Tal vez no te acuerdes de mí, pero estaba saliendo con tu prima Noelia cuando nos conocimos…

Pedro se acercó a la mesa y dejó el maletín encima.

—Yo no tengo primas.

—Hola, Mariano. Tal vez no te acuerdes de Noelia, pero seguro que te acuerdas de mí —dijo Paula, acercándose.

El hombre palideció al verla y dijo:

—Quiero un abogado.

—Por supuesto —dijo el detective—. Pero antes tendrás que hablar con estas personas. Han viajado desde Denver solo para verte.

—No. Quiero un abogado ahora mismo.

—¿Quién era el hombre al que mataste? —preguntó Pedro.

—Yo no he matado a nadie. Ella lo mató —dijo, apuntando a Paula—. Pensaba que estabas en la cárcel. ¿Que haces aquí?

Otra Oportunidad: Capítulo 43

—¿Sigues ahí? —pregunto él.

—Sí.

—No te preocupes por lo que piense mi ex mujer. Lo único que importa aquí somos nosotros. ¿Cómo te sientes tu?

Ella dudó un momento antes de contestar.

—Bueno… me divierto mucho contigo.

—Y yo.

—Tal vez deberíamos dejarlo así.

—O explorar un poco las posibilidades —sugirió él.

—Pensé que estabas harto de relaciones después de tu matrimonio…

—No estoy diciendo que nos apresuremos. Solo digo que me gusta estar contigo. Y me encanta que vayamos a compartir todo un fin de semana. ¿A tí no?

—Sí. Supongo que sí.

Paula se sentía muy atraída por Pedro. Pero estaba dominada por la inseguridad y ni siquiera sabía si conseguiría superar sus miedos y empezar a vivir otra vez.

—Anda, pide que te suban un vaso de leche caliente e intenta dormir un poco —propuso Pedro—. Te llamare a las ocho de la mañana. Desayunaremos e iremos a comisaria. Que duermas bien…

—Igualmente.

Paula colgó el auricular cuando Pedro cortó la comunicación. Después, llamó a recepción y pidió que le subieran un vaso de leche caliente. Pero no tuvo el efecto deseado. Ya no se trataba únicamente de los fantasmas del pasado, sino de los del presente. Pensó en el paseo por el zoológico, en Franco, en la casa de la montaña, en él beso. Y fue precisamente el recuerdo de los labios de Pedro lo que al final la tranquilizó y permitió que se quedara dormida.

Pedro se levantó y empezó a caminar de un lado a otro. La llamada de Paula lo había sorprendido. Normalmente era un hombre cauto, incluso tímido, y no hablaba de cosas demasiado personales. Pero aquello era diferente. Quería más. Quería una relación de verdad. Le gustaba la idea de compartir su vida con ella.

Se acercó a la ventana y contempló los edificios de San Francisco. Había muchas luces encendidas, y se pregunto como era posible que hubiera tantas personas despiertas a horas tan intempestivas de la noche. Se dijo que seguramente eran trabajadores y pensó en el sistema judicial y en su empleo. El caso de Paula había trastocado todas su creencias. Habían cometido un error imperdonable con ella y quería ayudarla a vivir otra vez y a disfrutar de todas las cosas que se había perdido. Llevarla a cenar, a bailar, al cine, a ver conciertos, tal vez a esquiar. Pero sobre todo quería respuestas. Encontrar a su hija y asegurarse de que estaba bien. Sabía que el riesgo era elevado. Si la localizaba, cabía la posibilidad de que Paula quisiera presentar una demanda e intentara recuperar su custodia. Al fin y al cabo, la habían obligado a entregarla en adopción en virtud de un delito que ni siquiera había cometido. Pensó en Franco y se preguntó como se sentiría si se lo robaran. Después, contempló la calle y dijo, en voz alta:

—Mariano Winters, tienes muchas preguntas que contestar.

Paula  ya estaba preparada cuando Pedro la llamo a la mañana siguiente. Se encontraron en el ascensor y bajaron al vestíbulo. Luego, entraron en la cafetería y se quedaron en silencio. Ella miro a su alrededor. No sabía que decir. La reunión con Winters era tan importante que todo lo que se le ocurría le parecía intrascendente o vano.

—¿Tardaremos mucho en ver a Mariano?

—He llamado a la policía hace un rato y me han dicho que podremos verlo en cuanto lleguemos.

—Entonces, vámonos.

—No, tenemos tiempo de desayunar. No nos esperan hasta las nueve y media, más o menos.

—Pero no tengo hambre.

—Yo sí.

Pedro la sorprendió cuando se inclinó sobre ella y la tomó de la mano.

—Sé que llevas mucho tiempo esperando este momento, pero Winters no se va a marchar a ninguna parte. Además, anoche no comiste nada. Tienes que alimentarte.

Ella suspiró.

—Esta bien… pediré una tostada.

—Pues yo pediré un plato completo. Huevos fritos, panceta, café y bollos. Sera mejor que disfrutes de tu tostada, porque tendrás que esperar a que termine— bromeó.

—¿Nadie te ha dicho que puedes ser un tipo muy manipulador?

viernes, 23 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 42

—No lo sé. Quiero respuestas. Por ejemplo, como pudo asesinar a alguien y permitir que me culparan a mí. Todavía no lo entiendo. Debía de odiarme mucho…

—O eso, o solo quería salvar el pellejo.

Paula estaba sobre ascuas cuando Pedro pasó a recogerla alrededor de las siete. Rosana había comprado billetes en el vuelo de las diez a San Francisco.

Abrió la puerta y se dirigió al dormitorio para recoger lo que necesitaba para pasar el fin de semana en California. No sabía si soportaría estar encerrada en un avión, y no había comido nada por miedo a sentirse enferma.

—¿Has sabido algo más? —preguntó ella.

—No, nada. Hablaré con el departamento de policía cuando lleguemos. ¿Eso es todo lo que te vas a llevar?

—Sí, no necesito nada más. Pero me siento mal por el pobre Tom. No me gusta dejarlo solo en el piso.

Salieron de la casa y subieron al coche.

—Bueno, así disfrutara más de tu compañía durante la semana.

—¿Que tal esta Franco? ¿No se ha enfadado al saber que estarás fuera este fin de semana? —preguntó mientras se dirigían al aeropuerto.

—Está decepcionado, pero no es la primera vez que hay un cambio de planes. Lo comprenderá.

—Siempre y cuando no lo decepciones muy a menudo…

—¿Que insinúas?

—Nada. Es que mi padre siempre utilizaba el trabajo para justificar sus ausencias. O no me quería mucho o no sabía que hacer con una niña.

Pedro la miró.

—Si no lo sabía, habría sido mejor que no tuviera hijos.

—No lo sé. Cuando mis padres se casaron, pensaron que tenían toda una vida por delante. No fue culpa suya que mi madre muriera cuando yo solo tenía cinco años. De haber vivido, las cosas podrían haber sido muy diferentes…

—La vida puede ser muy dura en ocasiones.

—Sí. Supongo que todos nos limitamos a hacer lo que podemos.

—Bueno, sé que este fin de semana voy a echar de menos a Franco. Pero esto también es importante —dijo Pedro.

—Te agradezco que me lleves contigo. Seguramente no podré verlo cuando lo trasladen a Colorado…

—Antes del juicio, lo dudo. Pero después dependerá de él.

—Gracias, Pedro.

El viaje transcurrió sin incidentes. Paula se sentó junto a la ventanilla y contempló las estrellas para no pensar en su claustrofobia. Además, a treinta mil pies de altura no tenía posibilidad alguna de salir a dar un paseo. Pidió un refresco para tranquilizarse y pensó en el encuentro con Mariano Winters. No sabía si sería capaz de hablar con él, pero en cualquier caso le estaba muy agradecida a Pedro. Estaba haciendo todo lo posible por ayudarla. Se giró y lo miró. En ese momento, Pedro estaba trabajando con unosdocumentos que llevaba en el maletín. Su expresión era tan tranquila y segura que sintió envidia. Le habría gustado tener su confianza en si mismo.

Cuando llegaron a San Francisco, estaba física y emocionalmente agotada. Era la primera vez que visitaba California, y se llevó una pequeña desilusión cuando tomaron la autopista. A fin de cuentas, las autopistas eran iguales en todo el mundo. No había nada que ver.

Pedro había reservado dos habitaciones en un hotel del centro, y en poco tiempo Paula se encontró en la cama, sola. Pero no podía dormir. Pensaba una y otra vez en el verano del juicio, en los ocho años de cárcel, en la perdida de su hija. Y al final, cansada de dar vueltas sin conciliar el sueño, se dejo llevar por un impulso y descolgó el teléfono para llamar a Pedro.

—¿Dígame?

—Soy Paula. ¿Te he despertado? No puedo dormir…

—No, que va, estaba revisando unos documentos. He hablado con la policía y ya tienen a Mariano bajo custodia. Desgraciadamente, ahora se pondrá en contacto con un abogado y no podremos verlo a solas. Nos guste o no, la justicia debe prevalecer.

—Bueno, se trata precisamente de eso. De hacer justicia.

Pedro permaneció unos segundos en silencio.

—Sé que la vida es injusta y que a muchas personas buenas les ocurren cosas malas —dijo él—. Pero si puedo equilibrar un poco la balanza, quiero intentarlo.

—Supongo que Noelia se enfadara mucho al saberlo —dijo ella—. No en vano, Mariano es primo suyo.

—Lo nuestro le molesta bastante más.

Paula se estremeció.

—¿Lo nuestro?

—Sí. Ella cree que…

—¿Que?

—Que hay algo entre nosotros.

Esta vez fue Paula quien se quedó callada. Le habría gustado pensar que podían mantener una relación duradera, pero había demasiadas cosas entre ellos, demasiadas sombras del pasado.

Otra Oportunidad: Capítulo 41

Pedro saludó a su secretaria cuando entro en la oficina al día siguiente. Pero Rosana lo miró con una expresión tan tensa que preguntó:

—¿Ocurre algo?

—Me temo que sí. Un agente judicial te esta esperando en el despacho.

Pedro entró con curiosidad y saludo al funcionario. Tomo los documentos que le dió y espero a que se marchara para abrirlos. Eran de Noelia. Pretendía cambiar su acuerdo sobre la custodia del niño y restringir su relación con Franco a visitas esporádicas, con el argumento de que era una influencia negativa para él. Además, la orden incluía la exigencia judicial de que se mantuviera lejos de su hijo hasta que el caso se viera en los tribunales.

 No podía creer la actitud de Noelia, ni que hubiera conseguido una orden en tan poco tiempo. Pero su familia tenía muchos contactos. El juez Perle era amigo de sus padres y probablemente había hablado con él tras saber que Paula los había acompañado a la casa de la montaña. Lamentablemente, había olvidado advertir a Franco que no le dijera nada a su madre.

Pensó en el beso que se habían dado, pero enseguida se dijo que eso no tenía nada que ver. No había nada de malo en ello. La responsabilidad era exclusivamente de Noelle. Y si quería jugar duro, lo harían a su modo. Descolgó el teléfono y llamo al abogado que le había gestionado el divorcio. Tras hablar con él, marco el numero de su ex mujer.

—Sé porque llamas y no quiero hablar contigo —dijo ella.

—Solo quiero que sepas que he presentado una apelación para que suspendan la orden del juez. Y pienso pedir la custodia de Franco.

—¿Qué? ¡No puedes hacer eso!

—Puedo y voy a hacerlo. Cuando mi abogado presente los hechos ante el tribunal de familia, anularan la orden. Y lo de la custodia lo digo muy en serio. Ya no me voy a contentar con verlo los fines de semana.

—Eres una mala influencia para él.

—Basta de tonterías, Noelia. No soy una mala influencia. Y si piensas manipular el asunto de Paula, te advierto que el tiro te saldrá por la culata. Cuantas veces tengo que decirte que no mató a nadie. Era inocente y anularon el juicio.

—Será mejor que hablemos con calma. Pero no por teléfono. Quedemos esta noche para cenar.

—Estoy ocupado.

—¿Que pasa? ¿Estás viendo otra vez a tu pajarito? —se burló.

—No voy a hablar contigo de eso. Ni ahora ni en ningún otro momento.

—Entonces nos veremos en los tribunales. Y que decidan los jueces. Pero no te vas a salir con la tuya, Pedro. Tengo mejores referencias que tú para cuidar de Franco. Trabajas tanto que ni siquiera tienes tiempo para cuidar de él —le recordó—. ¿Y que vas a hacer? ¿Dejarlo al cuidado de una niñera todos los días? Yo le puedo dar una vida de verdad, una vida familiar. La justicia fallara a mi favor.

Noelia colgó antes de que Pedro pudiera contestar. Pensó que su esposa tenía razón en ese aspecto. En efecto, él tenía que trabajar y no podía estar todo el día con Franco. Aunque fuera una situación normal en la mayoría de las familias, Noelia era millonaria y además contaba con la ayuda del juez Perle y con el poder de su familia. Si tenían que elegir a alguien, la elegirían a ella. Tendría que asegurarse de que su abogado encontraba un juez imparcial. Uno que no se dejara influir por los Winters. Había llegado el momento de tener un papel central en la vida de Franco.


El viernes por la tarde, Patricio se asomó a la puerta de su despacho y dijo:

—Te llaman por teléfono…

—¿Quien será?

—Espero que no sean periodistas —dijo Eva—. Pero si lo son, cuelga.

Paula se acercó y contestó la llamada.

—¿Dígame?

—Paula, soy Pedro. La policía de San Francisco acaba de llamar. Me han dicho que han localizado a Mariano y que lo tendrán en una hora, así que saldré en el primer avión. ¿Quieres acompañarme?

Paula se estremeció. Por fin lo habían atrapado. Podría hablar con él, encontrar respuestas, saber lo que había sucedido.

—Sí, sí, claro que sí. ¿Cuándo nos marchamos?

—Le he pedido a Rosana que compre los billetes. Supongo que tomaremos el primer avión de la noche… pero volveremos el domingo, a tiempo de que vuelvas al trabajo. Te llamare cuando llegues a casa y te diré a que hora paso a recogerte.

—Perfecto. Supongo que estaré en el piso hacía las seis.

Paula regresó al trabajo en una especie de estado letárgico. La policía iba a detener a mariano. Todo el mundo sabría la verdad. Tendría la prueba definitiva de que ella no había matado a nadie.

—¿Malas noticias? —preguntó Eva.

—Todo lo contrario, creo. La policía de San Francisco esta a punto de detener a Mariano Winters. Pedro me ha llamado para preguntar si quiero acompañarlo…

Eva miró a su amiga.

—¿Y que le vas a decir a ese hombre?

Otra Oportunidad: Capítulo 40

Pedro se dirigió a la cocina y se maldijo por haberla puesto nerviosa. La había invitado a la casa con la esperanza de aprovechar los dos días para ganarse su confianza. Pero tema miedo de haberlo estropeado todo.

—¿Puedo ayudarte? —preguntó Paula desde la puerta.

—¿Quieres barquillos con el chocolate?

—Por supuesto. ¿Que sería de un chocolate caliente sin barquillos?

—Están en el armario de arriba.

Paula entró en la cocina y abrió el armario.

—Y dime, ¿Que vamos a hacer mañana? —preguntó ella—. Te advierto que no tengo botas de montaña…

—Desayunaremos y luego saldremos a dar un paseo. Pero no será nada agotador, descuida. Además, Franco no lo soportaría —respondió él—. Nos divertiremos un poco, veremos el arroyo y volveremos a la hora de comer.

—Si la casa fuera mía, viviría aquí. ¿Hay pistas de esquí en la montaña?

—Si, muy cerca de aquí. ¿Sabes esquiar?

—Sergio me llevó un par de veces a esquiar cuando estábamos en la universidad. Pero me temo que no era muy buena… —dijo con una sonrisa.

—¿Donde creciste, por cierto?

—Por todo el país. Mi padre era militar y lo trasladaban constantemente, así que no teníamos residencia fija.

—¿Ya ha muerto?

Pedro lo daba por sentado. Todavía recordaba la soledad de Paula en el juicio.

—Sí, murió cuando yo estaba en la facultad. Mi madre había fallecido años antes, así que solo estábamos él y yo. Y trabajaba tanto que no podía dedicarme demasiada atención.

—¿No tenías abuelos?

Ella negó con la cabeza.

—Era hija única y mi padre, huérfano. En cuanto a mis abuelos por parte de madre, fallecieron poco después que ella.

Pedro lo lamentó mucho. No solo estaba sola en el mundo, sino que Adrián y el habían contribuido a que, además, perdiera a su hija. Cuando sirvieron el chocolate, se marcharon al salón. Paula se sentó en uno de los sillones. Pedro pensó que pretendía mantener las distancias, y no le extrañó.

—Cuéntame como encontraste esta casa y que haces cuando estas aquí. Supongo que en invierno irás a esquiar, pero en verano…

Pedro le conto que en primavera salían a pasear por el campo, y que en verano, cuando hacía calor, nadaban en las pozas del arroyo. Por lo visto, a Franco le encantaba.  Y disfrutaba de la visión de las ardillas y de los ciervos que de cuando en cuando se acercaban a la casa. Paula escuchó y rió. Pedro estaba asombrado con ella. Ya no parecía la mujer a la que había llevado a cenar a aquella pizzería. Sus ojos brillaban de alegría, sus mejillas estaban levemente sonrosadas por el frío y el corte de pelo aumentaba su belleza. La encontraba fascinante. Quería saber más cosas de ella. Conocer sus sueños, sus deseos. Saber si deseaba tener más hijos o tener un jardín. Disfrutar de su risa todos los días de su vida.

—Se está haciendo tarde —dijo ella al cabo de un rato—. Será mejor que me acueste.

Ella se levantó y llevó la taza vacía a la cocina. Pedro oyó que abría el grifo de la pila, miró el reloj y conto las horas que faltaban para verla otra vez, por la mañana.


—Papá prepara las mejores crepes del mundo —dijo Franco.

Estaban sentados en la cocina, desayunando. Pedro miró a su hijo y se preguntó cuanto tiempo faltaba para que creciera y se diera cuenta de que su padre era un hombre como todos los demás, con sus virtudes y sus defectos. Por desgracia, no tardaría mucho. Los niños crecían muy deprisa. Pero entretanto, disfrutaba enormemente de su adoración.

—Estoy deseando probarlas —dijo ella—. ¿Con que las sirve? ¿Con mermelada?

—Sí. A mí me gusta mucho la de fresa. ¿Y a tí?

—Yo prefiero la de uva.

Pedro los miro y sintió una intensa envidia de su hijo. Se llevaba maravillosamente bien con Paula, y tenía la gran ventaja de que ella nunca le preguntaba por su vida ni por su pasado. Tal vez se estuviera engañando al pensar que podían mantener una relación. Cabía la posibilidad de que solo se mantuviera a su lado hasta que encontraran a Mariano, y de que nunca llegara a confiar en él. Pero la idea le encantaba.

Paula intentó no mirar a Pedro. Era demasiado consciente de la presencia de Franco y no sabía lo que el niño le podría contar más tarde a Noelia. Sin embargo, de vez en cuando cedía a la tentación y lo miraba. No podía creer que la hubiera besado la noche anterior, ni a decir verdad, que la hubiera invitado a pasar el fin de semana con ellos. Al parecer, su interés iba más allá del sentimiento de culpabilidad. Ahora solo tenía que averiguar si quería que la deseara. Pero era demasiado pronto para pensar en una relación. Tenía que labrarse un futuro. Y no podría olvidar totalmente el pasado hasta que encontraran a Mariano Winters.

Franco se mostró  muy entusiasta cuando por fin salieron a pasear, y no dejaba de indicarle los sitios que visitaba con su padre cuando llegaba el verano. La temperatura había bajado mucho y a pesar de la luz del sol tenían que moverse para no quedarse helados. Pero ella estaba encantada. El paisaje era precioso y se divirtió mucho. Por fin, volvieron a la casa, comieron y subieron al coche para regresar a Denver. Cuando llegaron a la ciudad, Franco preguntó:

—¿Puedo subir a tu piso y ver al gato?

Pedro miró a Paula, que asintió. No tenía ningún deseo de alejarse de ellos.

—Claro que sí. Seguramente se sentirá solo y se alegrara de vernos… ¿Pero tienes tiempo?

—Tenemos tiempo de sobra —respondió su padre—. Fran no tiene que volver con su madre hasta después de cenar.

Paula observó a Pedro y pensó que él tampoco quería poner fin al día.

Otra Oportunidad: Capítulo 39

—¿Por que me has invitado a venir, Pedro? —preguntó ella, contemplando las llamas.

—Porque pensé que te vendría bien un cambio.

—¿Un cambio? Solo llevo un par de semanas en libertad.

—Pero sé que te gusta estar al aire libre.

—Si, es verdad. Detesto estar encerrada.

—Mañana iremos al arroyo. Baja por una de las laderas de la montaña y es muy bonito. En primavera, cuando se derrite la nieve de las cumbres, lleva tanta agua que puedes oírlo a un kilometro de distancia.

—¿La propiedad es muy grande?

—Tengo unas cinco hectáreas, más o menos. Dos alrededor de la casa y otras tres al otro lado de la carretera. No es demasiado, pero sirve para mantenerse lejos de los vecinos —respondió.

Paula se puso tensa y caminó hasta la ventana para echar un vistazo al exterior e intentar tranquilizarse. Sin embargo, fuera estaba tan oscuro que no pudo ver nada.

—No me importaría dar un paseo —dijo.

—¿Ahora? Ya es de noche…

—Bueno, me contentaría con salir al porche.

—Pero hace frio.

—Así disfrutaremos más del fuego cuando volvamos a entrar.

Paula tomó su chaqueta, se la puso y salió de la casa. La luz del interior iluminaba los alrededores cuando se apoyo en la barandilla. Pensó en todo lo que había sucedido y se pregunto como habría sido su vida si Sergio no hubiera muerto. Seguramente se habrían marchado de la ciudad, sobre todo al saber que estaba embarazada.

—Espero que estés bien, hija mía —murmuró.

Pensaba en ella todos los días. Y su angustia no había dejado de aumentar desde que había salido de la cárcel. Ahora era una mujer libre. Se había demostrado su inocencia y tenía base legal para presentar una demanda e intentar recuperar a su pequeña. Nada impedía que volvieran a estar juntas, que rieran, que prepararan perritos calientes en una cocina como la de Pedro, que cantaran canciones. Sus ojos se llenaron de lágrimas. La vida había sido muy injusta con ella. Sabía que tenía que asumirlo y seguir adelante, pero era difícil. Unos minutos después, Pedro apareció a su lado. Estaba tan perdida en sus pensamientos que no lo había oído.

—Llevas mucho tiempo fuera. Deberías entrar.

—Entraré enseguida.

Pedro se acercó y la abrazó.

—No llores, Paula. Siento tanto lo sucedido…

Paula alzó la cabeza. Y antes de que supiera lo que estaba pasando, se besaron. Hacía muchos años que no la besaban. Sintió amargura y dolor, pero también un intenso placer que creía perdido. Fue como si de repente volviera a vivir. Las manos de Pedro no le hacían daño; simplemente, la acariciaban. Su cuerpo no era una amenaza; solo era fuerte y tranquilizador. Su boca no la denigraba: la trataba como si fuera el bien más valioso del mundo. Pero no tardó en volver a la realidad. Se estaban besando como un hombre y una mujer. Aquello no era una demostración de simple amistad. Se deseaban. Y cuando por fin se apartaron el uno del otro, se sintió más despierta que en ocho años. Más libre que nunca. Sin los miedos de siempre. Incluso tuvo la impresión de que el tiempo se había detenido.

Ella lo miró y se estremeció.

—Hace frío. Volvamos dentro —dijo él.

—Si tienes frío después de ese beso, será que no has sentido lo mismo que yo — afirmó ella con humor.

—Yo diría que he sentido exactamente lo mismo. Pero se ha levantado viento…

Paula respiró a fondo y asintió.

—Esta bien. Entremos.

Pasó a su lado y se dirigió a la entrada de la casa. Tenía que encontrar algún tema de conversación, lo que fuera. Porque cuando estuvieran dentro, nada la defendería de sus besos.

Pedro cerró la puerta y la siguió al interior. No podía creer que la hubiera besado y que ella hubiera respondido con el mismo apasionamiento. La deseaba. Más de lo que había deseado a nadie en mucho tiempo. Pero debía tomárselo con calma; no quería arriesgarse a perderla. Ni siquiera sabía si Paula era capaz de mantener una relación con uno de los hombres que habían contribuido a enviarla a la cárcel.

—¿Te apetece un chocolate caliente? —preguntó.

De repente se sentía como si fuera un jovencito adolescente. Solo quería que Paula estuviera contenta. Pero no tuvo mucho éxito: ella se alejó en dirección a la chimenea y se cruzó de brazos, tensa.

—Si, un chocolate estaría bien.

—Entonces, vuelvo enseguida…

Otra Oportunidad: Capítulo 38

—La cárcel no era tan mala cuando hacía buen tiempo —continuó—. Pasaba mucho tiempo en los huertos. Pero el invierno era muy duro. No podíamos salir.

—Ojalá pudiera borrar esos años, Paula —dijo él—. Siento muchísimo lo que te ha pasado.

—Pero me has sacado de allí, que es lo que importa —observó—. Esos años son años perdidos para siempre. No puedo volver al pasado, ni recuperar a mi hija, ni devolver la vida a Sergio, ni estudiar Magisterio otra vez. Sin embargo, soy libre. Y aunque no llegues a entenderlo del todo, es una sensación maravillosa.

—Creo que puedo entenderlo. No en el mismo sentido, por supuesto, pero… bueno, no importa.

—Claro que importa. ¿A que te refieres?

Pedro se apoyó en la barandilla del porche y contempló las montañas.

—Me casé con Noelia por varios motivos. Y cuando me divorcié, tuve la impresión de que había estado en una cárcel que yo mismo me había construido — declaró—. Ahora soy libre, como tú. E intento no cometer los mismos errores, no dejarme llevar por cosas que en realidad son intrascendentes.

—No sé si te entiendo…

Él se giró y la miró.

—Mi familia no tenía dinero. Estudié en la universidad gracias a una beca y estaba loco por salir de la pobreza. De hecho, tu caso fue mi primer caso importante… y no lo hice bien porque estaba demasiado preocupado en impresionar a Noelia y a su familia.

—¿Para que te aceptaran?

—Algo así. Mariano Winters es primo de Noelia.

Paula se sintió como si le hubieran pegado un puñetazo en el estómago.

—¿Qué? ¿No se supone que eso sería incompatible desde un punto de vista profesional? ¿Cómo pudiste trabajar en el caso si mantenías una relación con un familiar de la víctima?

—En aquella época solo estaba saliendo con Noelia. Nos comprometimos más tarde, en las Navidades de ese año, y nos casamos al verano siguiente. No había incompatibilidad alguna. Además, yo no tuve mucho que ver con la investigación.

—De modo que se casaron y las cosas no salieron bien…

—No. De pequeño, siempre quise vivir como los Winters. Envidiaba su suerte y su dinero, pero la realidad resulto algo diferente… me aburrían las fiestas constantes y la necesidad de Noelia de estrenar un vestido nuevo todos los días. Yo quería concentrarme en mi trabajo y ella no me dejaba.

—¿Tan importante es tu trabajo para tí? —preguntó con curiosidad.

—Lo creas o no, me hice abogado para ayudar a la gente. El sistema funciona casi siempre. No lo hizo contigo, pero…

—¿Pero?

—Tus circunstancias fueron excepcionales. Si Adrián no hubiera estado tan preocupado por las elecciones, si el juez hubiera sido otro, si tu abogado hubiera demostrado más profesionalidad… quien sabe lo que habría pasado.

—Me habrían dejado en libertad —dijo ella—. Lo sabes de sobra. Reabriste el caso por eso. Porque sabías que yo era inocente.

—Lo sospechaba. Pero ahora tengo ocho años más de experiencia y no cometería los mismos errores. Lo malo es que no puedo cambiar el pasado.

Paula suspiró y se encogió de hombros.

—Nadie puede cambiarlo. Simplemente tuve mala suerte, ¿Verdad?

Franco apareció en ese momento.

—¿No vas a venir a ver mi dormitorio? Luego podríamos ir a dar un paseo…

—No, ahora no, Fran. Falta poco para que oscurezca —dijo su padre.

—Pero dijiste que saldríamos… quiero enseñarle a Pau el arroyo…

—Ahora no —insistió—. Es tarde.

—¡No es justo!

Franco pegó una patada a la puerta de la casa.

—Te diré una cosa… ¿Que te parece si ayudas con la cena? —preguntó su padre.

—¿Y tomaremos perritos calientes?

—Por supuesto —respondió—. Espero que te gusten los perritos calientes, Paula. A mi hijo le encantan…

—No me extraña. Seguro que su madre no se los sirve a menudo —dijo con ironía.

Pedro y Paula se miraron y sonrieron. Ella se sentía completamente a salvo con él. Y deseaba explorar la relación que se había establecido entre los dos.

—Noelia ni siquiera sabría prepararlos. Se llevaría un gran disgusto si supiera que los comemos…

Paula rió. No podía imaginar a Noelia Winters en el campo, disfrutando de unos sencillos perritos calientes. Un sentimiento de euforia reemplazo a su preocupación anterior. No podía cambiar el pasado, pero podía disfrutar del presente. Y durante aquel fin de semana, su presente eran Pedro y Franco Alfonso.

Ella estaba a sus anchas cuando metieron a Franco en la cama. La cena había resultado encantadora, a pesar de su miedo a que el pequeño tostara demasiado los perritos y los quemara. Había oscurecido y la luz del fuego creaba un ambiente romántico en el salón, muy tranquilo ahora que Franco se había dormido.