miércoles, 14 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 13

Un par de semanas después, Pedro estaba en su despacho. Intentaba concentrarse en un informe, dejar de oír el tic tac del reloj de pared y no pensar en los minutos que faltaban para las dos, pero no lo conseguía. Dejó los documentos en la mesa, se levantó, caminó hasta la ventana y dio un puñetazo al marco. Debería estar en el juzgado. Debería ser él quien presentara la petición. Debería protagonizar el último acto para obtener la liberación de Paula Chaves. Pero en lugar de eso estaba atrapado en el despacho, como si fuera un día normal y corriente, mientras Esteban Johnson presentaba los hechos al juez que iba a liberar a una mujer inocente. Por supuesto, Esteban había insistido en hacerlo en persona. Era conveniente de cara a las elecciones, que estaban a la vuelta de la esquina.


Pedro se giró y caminó de un lado a otro. Había querido llamar a Paula para informarla al respecto, pero Esteban le prohibió que se pusiera en contacto con ella. Las dos semanas anteriores habían sido muy ajetreadas. Las pruebas de ADN demostraron que el cadáver no era el de Mariano Winters, la policía seguía buscando al hombre de California y Esteban Johnson llegó a la conclusión de que había pruebas suficientes para pedir la anulación del caso y la liberación de Paula Chaves. El fiscal creía, al menos públicamente, en su inocencia.

Pedro insistió en presentar la petición. Deseaba estar junto a ella y demostrarle que había hecho lo posible por enmendar el error cometido. Sin embargo, Esteban no lo veía de ese modo. Le recordó que él ni siquiera había sido la mano derecha de Adrián Denning durante el juicio, y que toda la responsabilidad era exclusivamente del ex fiscal. Además, quería que los ciudadanos de Denver vieran que el titular del cargo llevaba el caso en persona y corregía las malas prácticas de su predecesor. Al pensar en ello, se dijo que lo único que importaba era la libertad de Paula. Una mujer de la que solo conocía los datos del expediente y las pocas cosas que había notado durante la entrevista en la cárcel. Pero su cara le encantaba. Sus ojos tenían una expresión misteriosa que no alcanzaba a entender.  Se preguntó que deseos tendría ocho años atrás, antes de que se interpusieran los jueces y abogados y destrozaran sus planes. La habían condenado a cadena perpetua y había tenido que dar a su hijo en adopción. Seguramente no imaginaba que estaba a punto de perder su vida y a Franco.  Supuso que odiaría con todas sus fuerzas a las personas que habían intervenido en aquel juicio. Y que sus noches estarían llenas de pesadillas de las que, tal vez, no conseguiría librarse.

Pedro alzó la mirada para ver la hora. Las dos y diez. En ese momento, ella estaría esperando, y Esteban presentando las pruebas ante el magistrado. Su mente recordó los procedimientos de ese tipo de casos. Esteban presentaría la información que él le había proporcionado. La comparación de las huellas que la policía de Denver había guardado, afortunadamente para Paula, en sus archivos: ahora sabían que en la casa de Mariano se habían encontrado dos grupos de huellas. El primero coincidía con las de Juan Wiley. El segundo, con las del cadáver. A continuación, Esteban  mencionaría la declaración de Noelia en el sentido de que su primo no llevaba pendiente ni tenía agujero en la oreja. Luego seguiría con las pruebas de ADN y, tras la demostración de que el muerto no era Mariano Winters, desaparecerían los cargos contra Paula. Después, revisarían las pruebas circunstanciales. En primer lugar, que la pistola no le pertenecía y que solo se había encontrado cerca de su casa. En segundo lugar, que no había huellas de ella ni en el arma ni en la casa de Mariano. El juez estudiaría los hechos, escucharía la recomendación del fiscal y con toda probabilidad pronunciaría las palabras que devolverían la libertad a una mujer inocente.

Se preguntó si Paula le estaría agradecida. Y si él mismo llegaría alguna vez a perdonarse por haberle robado ocho años de su vida. Alcanzó el teléfono y llamoóa su secretaria.

—¿Ya ha vuelto Esteban?

—No, todavía no. Me dijiste que te avisara en cuanto volviera y pienso hacerlo —respondió Rosana, con paciencia.

Pedro colgó, se sentó y contempló todo el trabajo atrasado. No conseguía concentrarse, de modo que espero, se levantó de nuevo y empezó a caminar otra vez. A las tres menos veinte sonó el teléfono.

—Esteban acaba de llegar —dijo Rosana.

Pedro salió disparado y unos segundos después estaba en el despacho del fiscal.

—¿Que tal ha ido?

—Como la seda —respondió su jefe—. No ha tardado ni diez minutos. Pero luego he tenido que hablar con la prensa.

—¿Con la prensa?

—Por supuesto. Querían conocer los hechos y han preguntado sobre tí. Querían saber hasta donde llega tu responsabilidad en el error, si fuiste tú o Adrián Denning quien se dejó presionar por la familia de Winters y si se manipularon las pruebas para obtener una condena.

Esteban miro a Pedro y continuó:

—Solo ha sido lo típico en estos casos. Después han preguntado si estamos buscando al verdadero asesino y quien era el muerto. Me temo que tendremos que dar prioridad al caso… Como mínimo, debemos averiguar la identidad de la víctima.

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