lunes, 5 de septiembre de 2016

Trampa De Gemelas: Capítulo 49

—Una semana o dos no son nada.

—Eso  no  es  cierto.  Dos  semanas  es  tiempo  suficiente.  Es  demasiado.  Feli  te  adora; no necesitas tener la oportunidad de ganártelo ni nada de eso. Está loco por tí y es más que hora de que sepa que eres su padre.

Pedro se sentó en la cama con los brazos alrededor de las rodillas.

—¿Y quién tiene la culpa de que no sepa quién soy? No es mía, Pau.

—Estupendo —musitó  ella—.  Si  quieres  echarme  la  culpa  a  mí,  está  bien.  Que  tú no lo supieras es culpa mía y lo acepto. Y es verdad que durante más de diez años ha sido culpa mía que Feli no supiera quién eras, pero en las dos últimas semanas no. Eso ya es cosa tuya. Y tienes razón, sólo son dos semanas, pero son dos semanas en  las  que  tú,  mis  padres,  Fede,  Melina y  yo  le hemos  estado  mintiendo.  Y  ya  sabes  que a mí no me salió bien mentir. Sé por experiencia el daño que puede hacer mentir y no quiero volver a verlo.

Pedro la  miró  y  ella  vio  dolor  en  sus  ojos,  y  también  miedo.  Su  irritación  desapareció en el acto.

—Todo irá bien —musitó.

Él lanzó un juramento y apartó la vista.

—¿Y  si  me  odia?  Es  un  niño  feliz  que  piensa  en  tu  marido  como  en  su  padre. Puede odiarme por intentar ocupar el lugar de tu esposo.

Paula se subió la sábana hasta las axilas y cruzó las manos.

—Tú no vas a ocupar el lugar de Manuel, sino el tuyo, el que te pertenece en su vida.  Un  lugar  muy importante.  Y  yo  conozco  a  Feli muy  bien  y  no  creo  que  te  odie.  Al  principio  le  gusta tomarse  tiempo  con  las  cosas  para  acostumbrarse  a  ellas,  pero  después  se  alegrará  de construir  una  relación  contigo,  de  tenerte  ahí  para  ayudarle a crecer.

—¿Y si te equivocas?

—No  me  equivoco;  pero  si  me  equivocara,  tendríamos  que  tomar  las  cosas  como   vengan.   Si   le   enfurece   por   alguna   razón   descubrir   que   eres   su   padre,   lidiaremos con ello y se le pasará. Pedro seguía sin mirarla.

—¿Tú estarás a mi lado cuando se lo diga?

—Si tú quieres, si.

—Te necesito allí. De hecho, creo que es justo que se lo digas tú.

—¿Justo?

—Bueno,  no  es  la  palabra  apropiada.  Creo  que  es  buena  idea  que  se  lo  digas  tú.  Eres  su madre  y  será  más  fácil  viniendo  de  tí.  Tú  se  lo  dices  y  después  yo  le  digo  que... no sé, que soy muy feliz de tenerlo por hijo. Y después de eso, él me dirá... lo que tenga que decirme.

Paula respiró aliviada. Por fin llegaban a alguna parte.

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