domingo, 11 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 1

—La señorita Winters quiere verlo —dijo Rosana cuando Pedro Alfonso descolgó el auricular del teléfono.

—Que pase.

Pedro colgó y se levantó. Casi se alegraba de tener una excusa para descansar un rato, aunque habría preferido que la interrupción se debiera a otra persona. Había estado leyendo la declaración que le había llevado uno de sus ayudantes, pero era tan incompleta que aun había varias preguntas que necesitaban respuesta. Tendrían que volver a llamar al individuo en cuestión.

—Hola, querido.

Noelia se detuvo un segundo en la entrada.

—Hola, Noelia. ¿Qué haces por aquí? ¿Franco está bien?

Pedro pensó que no había cambiado; seguía tan aficionada al drama como siempre, e intento recordar porque se había vuelto completamente loco por ella en el pasado. Fuera como fuera, había pasado mucho tiempo.

Camino hacía ella y Noelia le dió un beso en la mejilla, como siempre. Era un gesto rutinario que no significaba nada. Su relación había concluido, oficialmente, dieciocho meses antes. Ahora solo era la madre de su hijo. Noelle había insistido en ser algo más, pero él no quería. El fuego y la pasión habían desaparecido.

—Franco está bien. La guardería le encanta, aunque no entiendo por que… a mí no me gustaba el colegio. Salvo cuando íbamos de excursión u organizaban bailes —dijo ella, echando un vistazo al despacho.

—Es un poco joven para ir a bailes —le recordó, con ironía.

Pedro esperó hasta que Noelia se sentó en una de las butacas que estaban de cara a la mesa y se cruzo de piernas para ofrecerle una visión completa. Era típico de ella. Pero hizo caso omiso y se acomodó a su lado.

Noelia pasaba con bastante frecuencia por el despacho; sobre todo después del divorcio. En general quería que la acompañara a algún acto social, aunque recientemente había empezado a salir con un hombre que se llamaba Martín y ya no lo necesitaba.

—Entonces, ¿Qué haces aquí? —pregunto él.

—¿Es que no puedo venir a verte?

—Últimamente vienes más que cuando estábamos casados. Estoy muy ocupado, Noelia. Si es una visita de cortesía, deberíamos esperar hasta la próxima vez que pase a recoger a Franco—respondió.

En realidad, Pedro no tenía ninguna intención de perder el tiempo con su ex. Cuando estaba con su hijo, quería disfrutar de él. Lo último que le apetecía era compartir esas horas con una mujer que todavía se aferraba al sueño imposible de que se enamoraran de nuevo.

Ella lo observó con detenimiento, como si estuviera calculando de que humor estaba.

—Martín se marcha a Londres este fin de semana —declaro—. Yo tengo que ir a una fiesta, y te agradecería que me acompañaras.

Pedro se recostó en el asiento y la miró. No se rendía nunca. Le había dicho de mil maneras posibles que ya no estaban casados, que no quería revivir viejos tiempos y que no quedaba amor entre ellos. Pero ella insistía de todas formas. Él solo lamentaba que su hijo no viviera en su casa. Lo echaba mucho de menos. Al divorciarse, había pensado que era muy pequeño y que sería mejor que creciera con su madre. Ahora, en cambio, ya no estaba tan seguro. Sin embargo, conocía bien a su ex y sabía que no cedería en ese punto. Incluso era capaz de utilizar a Franco  para extorsionarlo y conseguir que volviera con ella.

—Acompáñame —insistió Noelia—. Así cambiaras de aires y te divertirás un poco. Trabajas demasiado.

El argumento era tan viejo como su relación. Cuando estaban casados, ella siempre protestaba porque en su opinión pasaba demasiado tiempo en el despacho.

—Además, te pierdes todos los cotilleos… —continúo—. ¿Te acuerdas de Alberto y Ricardo Burroughs? Esos amigos de mis padres…

Pedro  asintió.

—Sí, me acuerdo de ellos. Siempre iban a la fiesta de Año Nuevo.

—En efecto. Me los encontré hace unos días y me contaron la historia más estrafalaria que puedas imaginar —dijo.

Él espero. Era obvio que tenía algo que decir, y como conocía sus trucos, permaneció en silencio. A Noelia le gustaba hacerse de rogar y eso podía llevarle toda la tarde. Pero si demostraba desinterés, iría al grano y dejaría de molestar.

—¿Es que no sientes ninguna curiosidad?

—¿De lo que digan unos amigos de tus padres? Claro que no.

Ella se encogió de hombros.

—De todas formas era una tontería. Me dijeron que hace dos semanas vieron a Mariano en San Francisco.

—¿Cómo? Eso es imposible… murió hace ocho años.

Recordó la escena del juicio como si estuviera allí. La acusada, una mujer joven, estaba muerta de miedo. Todavía podía ver el brillo de ira y de pánico en sus ojos. Aun podía escuchar su alegato de inocencia.

Aquel había sido su primer caso de asesinato desde que empezó a trabajar para la fiscalía. Había terminado la carrera de Derecho como número uno de su promoción, pero decidió dedicarse a la justicia en lugar de comprometer sus energías en campos menos problemáticos y mejor remunerados de su profesión. Era demasiado joven, demasiado idealista, demasiado entusiasta.

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