viernes, 16 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 20

Pero debía dejar de compararlos. Martín le gustaba y a veces le dedicaba un afecto sincere. Sin embargo, todavía deseaba a Pedro. Y se habría vuelto a casar con él al minuto siguiente si se lo hubiera pedido. Ese era el único motivo por el que daba largas a Martín. Tenía la esperanza de recobrar a su ex esposo. Y ahora había surgido la oportunidad perfecta. Martín se marchaba de viaje a Londres y estaría fuera varias semanas. Noelia solo tenía que encontrar la forma de recobrar el afecto de Pedro.

Como todos los domingos por la noche, cuando lo llevaba de vuelta a casa, Pedro dió un beso de despedida a su hijo. Franco se alejó escaleras arriba y él sintió una punzada de cariño en el corazón. Le habría gustado verlo con más asiduidad, pero se contentaba con aquellos encuentros esporádicos. Noeliae era una buena madre y sabía cuidar del pequeño.

—¿Te apetece un coñac, cariño? —preguntó Noelia.

—No, tengo que marcharme.

—Oh, vamos, quédate un poco más. No subiré a ver si se ha dormido hasta dentro de unos minutos. Tomate algo. Esta semana he estado muy sola.

Pedro se giró y la observó con detenimiento. Estaba preciosa con aquel conjunto de blusa y falda larga, de color verde. El cabello le enmarcaba la cara con un tono intensamente rojizo y sus ojos y su piel parecían brillar. Había hecho un gran trabajo con el maquillaje. En ese momento recordó una cara bien distinta. No había sabido nada de Paula desde que la dejó en el motel unos días antes. Esperaba que lo llamara, pero el teléfono había permanecido en silencio y nunca había mensajes en el contestador cuando volvía a casa y lo comprobaba. Sacudió la cabeza. Se estaba obsesionando con una desconocida.

—Me quedare un rato, pero no quiero coñac. Esta noche tengo que trabajar.

—Siempre has trabajado en exceso —murmuró ella, mientras se servía una copa y se sentaba en el sofá—. Trabajar demasiado es una forma perfecta de volverse aburrido. Y tú nunca habías sido aburrido, querido… ¿Te acuerdas de cuando nos casamos?

Pedro la miró a los ojos.

—Por supuesto que sí.

—Íbamos a tantas fiestas y nos divertíamos tanto…

Era cierto. Pedro la acompañaba por el placer de que lo invitaran a las fiestas de la alta sociedad y porque quería agradar a su joven esposa.

—Pero hemos crecido, Noe. Seguro que ya no te apetecen tanto como antes.

Pedro se sentó a su lado y ella frunció el ceño.

—Todavía me gusta divertirme. En realidad, las cosas cambiaron cuando Fran nació.

—¿Culpas a Fran?

—No, claro que no. Pero nada volvió a ser lo mismo.

—Ya no salíamos tanto, es cierto, pero solo porque yo tenía que trabajar más para manteneros y para abrirme camino en la fiscalía. Llego un momento en que preferí dedicar mi tiempo a eso y no a la frivolidad de las fiestas.

—Pero si yo tenía dinero de sobra… No necesitábamos tu sueldo.

—Tal vez. Sin embargo, quería contribuir —dijo él—. Ese es un asunto en el que nunca nos hemos entendido, ¿Verdad, Noe? Aunque ya no importa.

—Haces que suene como si tuviéramos cien años.

—Algunas veces me siento como si los tuviera.

—¿Por qué? ¿Por ese asunto de Mariano?

Él asintió.

—¿De verdad crees que está vivo?

—Sí, lo está.

—¿Seguro?

—Seguro. Enviamos una fotografía al Departamento de Policía de San Francisco e investigaron en la calle California, donde los Burroughs afirmaban haberlo visto — explicó —. Lo reconocieron más de diez personas, aunque ahora se hace llamar Juan Wiley y ha desaparecido.

—¿Y eso es prueba suficiente?

—También han averiguado que llego a la ciudad hace siete u ocho años. Y que es homosexual —respondió.

—Sin embargo…

—Eso no es todo, Noe —la interrumpió—. Sus huellas dactilares encajan con las que se tomaron en el departamento de Mariano. Las pruebas son tan contundentes que el juez ha dejado en libertad a Paula Chaves.

—Lo sé. Todo Denver lo sabe. No han dejado de repetirlo por televisión… le han dado tanta publicidad que Esteban no tendrá problemas para conseguir la reelección.

—Eso espera.

En ese instante sonó el teléfono móvil de Pedro. Miró la pantalla, pero no reconoció el número. Así que se excusó, se levanto y se acercó a la ventana para contestar.

—¿Dígame?

—Siento molestarte.

Era Paula.

—Te dije que me llamaras si me necesitabas para algo. ¿Qué ocurre?

—Estoy en la comisaria del noreste. Me han parado por la calle, y como no tengo documento de identidad me han detenido porque creen que me dedico a la prostitución. Es increíble —protesto—. ¿Podrías responder por mí?

—Llegaré enseguida.

Pedro confirmó la dirección y colgó.
—Tengo que marcharme —dijo a Noelia.

—¿Y eso?

—Han detenido a Paula Chaves y tengo que sacarla de comisaria.

Noelia se levantó.

—Ví la información en la televisión y pensé que esa mujer estaría encantada de salir en los medios, pero parece que me equivoqué. ¿Por qué te ha llamado a tí por teléfono? ¿Y cómo es que tiene tu número? —preguntó.

—Mira a tu alrededor, Noelia. Tienes una casa preciosa y un hijo maravilloso, sin mencionar tu dinero y todo el tiempo del mundo para gastarlo. ¿Qué harías si mañana te lo quitaran? ¿Cómo te sentirías si te encerraran en una celda y te condenaran a perpetuidad por un delito que ni siquiera has cometido?

Ella se estremeció.

—Adrián y yo cometimos un error muy grave hace ocho años y una mujer inocente terminó en la cárcel por culpa nuestra. El número de teléfono se lo he dado yo. Y le he dicho que me llame en cualquier momento si me necesita.

—¿Y qué piensas hacer? ¿Corregir el pasado?

—Ojala fuera tan sencillo. Pero no puedo devolverle los años perdidos.

—Ni puedes ni tienes porque intentarlo, Pepe. Solo hacías tu trabajo. Esas cosas pasan.

Pedro se dirigió a la puerta. La comunicación entre Noelia y él había dejado mucho que desear cuando acababan de casarse; no tenía nada de particular que ahora, años después, fuera todavía peor.



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