viernes, 9 de septiembre de 2016

Trampa De Gemelas: Capítulo 55

—Pero  mamá,  yo  creía  que  te  gustaba  papá.  Cuando  me  contaste  que  era  mi  padre, me dijiste que lo amabas cuando eras muy joven.

—Lo quería entonces y lo quiero ahora —repuso Paula, incómoda.

Eran las cinco de la tarde y estaban sentados en la cocina. Feli olía a jabón y champú, de la ducha posterior al fútbol.

—Me gusta Pedro y lo quiero mucho. Pero no nos vamos a casar y tienes que aceptarlo.

—Pero si lo quieres, ¿Por qué no se pueden casar? Es tu novio, ¿Verdad?

Paula  recordó  que  la  sinceridad  era  la  mejor  táctica...  aunque  no  siempre  resultara fácil.

—Era mi novio, pero hemos roto.

—¿Porqué?

Ella  abrió  la  boca  para  intentar  explicárselo...  y  volvió  a  cerrarla.  No  podía  explicarle a un niño por qué quería a Pedro pero no podía casarse con él.

—Lo nuestro no ha salido bien. Eso es todo lo que necesitas saber.

—Pero puede que vuelvan a ser novios. Si tú...

—Feli.

El niño conocía aquel tono de voz y sabía que no había nada que hacer.

—¿Qué? —preguntó con cierta rabia.

—El matrimonio no es algo que puedan decidir los niños. ¿Comprendes?

Él se mordió el labio inferior y bajó la vista.

—Sí.

—Pedro y yo te queremos mucho y cuidaremos de tí estemos casados o no.

—Pero papá dijo...

—¡Basta!

Paula comprendió que tendría que hablar con Pedro antes de marcharse. Tenía que  hacerle  entender  que  debía  dejar  de  darle  todos  los  caprichos  a  Feli.  Paula  empezaba a notar ya cambios en su hijo... el tono quejumbroso cuando no conseguía lo  que  quería,  la  exigencia  de  que  los  adultos de  su  vida  hicieran  lo  que  a  él  le  apetecía... Aquello no era bueno.Y  sabía  que  cuando  ella  se fuera  empeoraría  aún  más.  Sin  ella  allí  para  equilibrar  el  tema,  Feli estaría  cada  vez  más seguro  de  que  él  dirigía  el  mundo.   Después de todo, tenía a Pedro para que le recordara constantemente que sólo tenía que insinuar que quería algo e inmediatamente sería suyo.

—Siento  que  te  hayas  llevado  una  decepción  —dijo—.  Lo  siento  de  verdad.  Pero a veces las cosas no salen como uno quiere.

Cuando  Feli se  acostó  aquella  noche,  buscó  a  Pedro  en  su  estudio.  Cuando  entró, él no levantó la cabeza de la pantalla del ordenador.

—Pedro, tengo que hablar contigo.

Él lanzó un gruñido y siguió moviendo el ratón con los ojos fijos en la pantalla.

—Yo creo que ya lo hemos dicho todo.

—Ahora no se trata de nosotros, sino de Feli.

—Feli... —seguía con el ratón—. Ahora te acuerdas de él...

Paula sintió  furia,  pero  se  esforzó  por  reprimirla.  Tenía  un  objetivo  y  perder  los  estribos no le iba a ayudar a lograrlo.

—Eso ha sido una crueldad —dijo.

Y esperó a que él dejara el maldito ratón y la mirara—. Yo siempre pienso en Feli antes que en nada más.

—Está decepcionado —dijo él en tono acusador.

Paula reprimió una réplica airada y procuró usar un tono de voz razonable.

—Piensa un poco en eso, ¿De acuerdo? ¿Por qué está decepcionado?

—Porque tú no quieres hacer lo correcto, por eso.

—No.  Porque  tú  le  prometiste  algo  que  no  puedes  darle,  algo  que  no  tenías  derecho a prometerle.

Sabía que empezaba a acalorarse, así que guardó silencio y respiró hondo varias veces.

—Sé  que  estás  enfadado  conmigo  porque  te  mentí  todos  esos  años  y  también  porque no quiero casarme contigo. No puedo retroceder y cambiar el pasado y no me casaré  contigo  porque  tú no  puedes  perdonarme.  Por  lo  que  tendremos  que  llevar  vidas separadas y buscar el modo de educar a nuestro hijo de modo que pueda ser... un adulto productivo y feliz.

Hizo una pausa y él siguió sin decir nada. Paula levantó las manos y las dejó caer con frustración.

—He intentado explicarte antes que no puedes darle todo lo que desea porque entonces él acaba esperando que siempre conseguirá todo lo que quiera.

Él siguió guardando silencio. La miró de arriba abajo.

—Está bien —dijo al fin—. Sí. Puede que tengas cierta razón.

—No  se  trata  sólo  de  todo  lo  que  compras  —se  atrevió  a  insinuar  ella,  sorprendida de que le diera la razón.

—Creo  que  he  estropeado  lo  nuestro,  ¿Verdad?  —comentó  él,  sorprendiéndola  aún más—. ¿Por hablar con él antes de haberlo hecho contigo?

Paula asintió.

—Le diste la idea de que casarnos o no casarnos dependía de él.

Pedro se movió en su silla.

—Sí,  supongo  que  sí  —frunció  el  ceño—.  En  el  futuro  pensaré  dos  veces  en  lo  que tiene o no tiene derecho a opinar él. Y dejaré de comprarle juegos electrónicos.

Paula no pudo reprimir una sonrisa.

—Me parece bien.

—Y otra cosa...

—¿Sí?

—¿Puedes  quedarte  hasta  que  acabe  el  entrenamiento  de  fútbol?  Creo  que  a  Disneylandia podremos  ir  solos  sin  problemas.  Pero  necesito  tiempo  para  buscar  a  alguien que venga a cuidar de él durante el día.

—Tiene  amigos  en  la  calle  de  mi  madre  —sugirió  ella—.  Puedes  dejarlo  allí  hasta que salgas del trabajo. Seguro que ella está encantada.

—Buena idea —casi sonrió él.

—Hablaré mañana con ella, si quieres.

—Sí. ¿Y te quedas hasta que acabe el fútbol?

—De acuerdo.

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