—Lo quería entonces y lo quiero ahora —repuso Paula, incómoda.
Eran las cinco de la tarde y estaban sentados en la cocina. Feli olía a jabón y champú, de la ducha posterior al fútbol.
—Me gusta Pedro y lo quiero mucho. Pero no nos vamos a casar y tienes que aceptarlo.
—Pero si lo quieres, ¿Por qué no se pueden casar? Es tu novio, ¿Verdad?
Paula recordó que la sinceridad era la mejor táctica... aunque no siempre resultara fácil.
—Era mi novio, pero hemos roto.
—¿Porqué?
Ella abrió la boca para intentar explicárselo... y volvió a cerrarla. No podía explicarle a un niño por qué quería a Pedro pero no podía casarse con él.
—Lo nuestro no ha salido bien. Eso es todo lo que necesitas saber.
—Pero puede que vuelvan a ser novios. Si tú...
—Feli.
El niño conocía aquel tono de voz y sabía que no había nada que hacer.
—¿Qué? —preguntó con cierta rabia.
—El matrimonio no es algo que puedan decidir los niños. ¿Comprendes?
Él se mordió el labio inferior y bajó la vista.
—Sí.
—Pedro y yo te queremos mucho y cuidaremos de tí estemos casados o no.
—Pero papá dijo...
—¡Basta!
Paula comprendió que tendría que hablar con Pedro antes de marcharse. Tenía que hacerle entender que debía dejar de darle todos los caprichos a Feli. Paula empezaba a notar ya cambios en su hijo... el tono quejumbroso cuando no conseguía lo que quería, la exigencia de que los adultos de su vida hicieran lo que a él le apetecía... Aquello no era bueno.Y sabía que cuando ella se fuera empeoraría aún más. Sin ella allí para equilibrar el tema, Feli estaría cada vez más seguro de que él dirigía el mundo. Después de todo, tenía a Pedro para que le recordara constantemente que sólo tenía que insinuar que quería algo e inmediatamente sería suyo.
—Siento que te hayas llevado una decepción —dijo—. Lo siento de verdad. Pero a veces las cosas no salen como uno quiere.
Cuando Feli se acostó aquella noche, buscó a Pedro en su estudio. Cuando entró, él no levantó la cabeza de la pantalla del ordenador.
—Pedro, tengo que hablar contigo.
Él lanzó un gruñido y siguió moviendo el ratón con los ojos fijos en la pantalla.
—Yo creo que ya lo hemos dicho todo.
—Ahora no se trata de nosotros, sino de Feli.
—Feli... —seguía con el ratón—. Ahora te acuerdas de él...
Paula sintió furia, pero se esforzó por reprimirla. Tenía un objetivo y perder los estribos no le iba a ayudar a lograrlo.
—Eso ha sido una crueldad —dijo.
Y esperó a que él dejara el maldito ratón y la mirara—. Yo siempre pienso en Feli antes que en nada más.
—Está decepcionado —dijo él en tono acusador.
Paula reprimió una réplica airada y procuró usar un tono de voz razonable.
—Piensa un poco en eso, ¿De acuerdo? ¿Por qué está decepcionado?
—Porque tú no quieres hacer lo correcto, por eso.
—No. Porque tú le prometiste algo que no puedes darle, algo que no tenías derecho a prometerle.
Sabía que empezaba a acalorarse, así que guardó silencio y respiró hondo varias veces.
—Sé que estás enfadado conmigo porque te mentí todos esos años y también porque no quiero casarme contigo. No puedo retroceder y cambiar el pasado y no me casaré contigo porque tú no puedes perdonarme. Por lo que tendremos que llevar vidas separadas y buscar el modo de educar a nuestro hijo de modo que pueda ser... un adulto productivo y feliz.
Hizo una pausa y él siguió sin decir nada. Paula levantó las manos y las dejó caer con frustración.
—He intentado explicarte antes que no puedes darle todo lo que desea porque entonces él acaba esperando que siempre conseguirá todo lo que quiera.
Él siguió guardando silencio. La miró de arriba abajo.
—Está bien —dijo al fin—. Sí. Puede que tengas cierta razón.
—No se trata sólo de todo lo que compras —se atrevió a insinuar ella, sorprendida de que le diera la razón.
—Creo que he estropeado lo nuestro, ¿Verdad? —comentó él, sorprendiéndola aún más—. ¿Por hablar con él antes de haberlo hecho contigo?
Paula asintió.
—Le diste la idea de que casarnos o no casarnos dependía de él.
Pedro se movió en su silla.
—Sí, supongo que sí —frunció el ceño—. En el futuro pensaré dos veces en lo que tiene o no tiene derecho a opinar él. Y dejaré de comprarle juegos electrónicos.
Paula no pudo reprimir una sonrisa.
—Me parece bien.
—Y otra cosa...
—¿Sí?
—¿Puedes quedarte hasta que acabe el entrenamiento de fútbol? Creo que a Disneylandia podremos ir solos sin problemas. Pero necesito tiempo para buscar a alguien que venga a cuidar de él durante el día.
—Tiene amigos en la calle de mi madre —sugirió ella—. Puedes dejarlo allí hasta que salgas del trabajo. Seguro que ella está encantada.
—Buena idea —casi sonrió él.
—Hablaré mañana con ella, si quieres.
—Sí. ¿Y te quedas hasta que acabe el fútbol?
—De acuerdo.
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