viernes, 16 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 16

—Porque quiero creer en la justicia, la verdad y la honradez. Necesito encontrar una forma de arreglar las cosas, una reparación… de lo contrario, no podré aceptar más casos. ¿Qué pasaría si volvemos a condenar a una persona inocente? Mi fe en la justicia también ha sufrido un duro golpe. Tengo que equilibrar la balanza.

—¿Y qué hay de lo que yo necesito? Tal vez no necesite que me recuerden lo que he perdido. Puede que no quiera ayudarte a limpiar tu mala conciencia. Pero nada de lo que hagas puede devolverme la vida que tú me quitaste.

—No fui solo yo. También estaban los miembros del jurado y…

—Adrían Denning los convenció de que yo era culpable —lo interrumpió.

—Ven a cenar conmigo —insistió él—. Iremos a un lugar público.

—Una cena no servirá para…

—¿Eso es un «íi»? ¿O un «no»?

—¡Está bien! Está bien. Te veré aquí a las seis.

Paula dió media vuelta y se alejó hacía el centro comercial. Estaba bastante alterada, pero supuso que lograría relajarse antes de que llegara la hora de la cena.

Noventa minutos más tarde, hecho un trago del cappuccino que había pedido y se lamio los labios para quitarse la crema. Mientras miraba su bebida, sacudió la cabeza. Había estado una hora de compras y solo había comprado unas pocas cosas. Así que había decidido descansar un rato y tomarse un café antes de su cita con Pedro. Pero en aquel sitio no tenían café normal y corriente. Solo capuchinos, irlandeses y unas cuantas combinaciones con nombres extranjeros que ni sabía pronunciar. Se sentía tan extraña que se pellizco una mano por ver si estaba dormida. No era un sueño. Estaba en el mundo real y era libre de verdad. Miró las bolsas que llevaba y pensó que los precios habían subido mucho en los últimos años. Había comprado ropa para ir bien vestida a las entrevistas de trabajo, pero todavía tenía que alquilar un piso, o una habitación, y sus posibilidades no llegaban a tanto.  Al día siguiente iría a una agenda de empleo y empezaría a buscar.

Se miró los elegantes pantalones, que se había dejado puestos. Le quedaban perfectamente, al igual que la camisa de seda. En cuanto a la chaqueta, de verano, tendría que aguantar hasta que cobrara su primer sueldo y pudiera comprar algo más adecuado para los duros meses del invierno de Denver. Si es que se quedaba allí, por supuesto. Y no iba a decidirlo en ese momento. Pensó que aceptar la oferta de Pedro había sido una buena idea. Por lo menos se ahorraría el dinero de la cena. Echo otro trago y se encogió de hombros. Le parecía extraño que fueran a cenar juntos. Ni siquiera sabía de que podían hablar.Terminó el cappuccino, recogió sus cosas y caminó hacía el estacionamiento.

 El coche de Pedro estaba en el mismo sitio, como si se hubiera quedado allí. Al verla, él salió del interior y abrió el maletero.

—Puedes meter tus compras en el maletero. Así no tendremos que llevarlas con nosotros.

Paula aceptó el ofrecimiento. Pero se apartó enseguida para mantener las distancias. La presencia de Pedro la abrumaba. Era muy alto. E irradiaba tanta energía que bastaba para alterarla.

—Hay un restaurante bastante bonito a un par de manzanas de aquí. Podríamos ir si te parece bien —comento él.

—Como quieras.

—No has comprado mucho. ¿Has encontrado todo lo que necesitabas?

—Sí.

—Me gusta lo que llevas. Te queda mucho mejor que esos vaqueros tan grandes…

Ella asintió. Se sentía como si de repente fuera una adolescente tímida que no supiera que decir, así que se limito a caminar a su lado. Cuando llegaron al restaurante, él le abrió la puerta y la tocó levemente en la espalda para invitarla a entrar. Paula se estremeció.

—No voy a hacerte daño, Paula —dijo Pedro, intentando tranquilizarla.

Ella lo miró.

—No me gusta que me toquen.

Sus caras estaban a pocos centímetros de distancia. Paula pudo observar las líneas de sus iris, la sombra de su barba y su sensual labio inferior. Incluso le pareció que su aliento era dulce y suave cuando le acarició la mejilla.

—Intentaré recordarlo.

Unos minutos después, cuando ya se habían sentado, Pedro se dirigió al camarero.

—Traiga una botella de champagne.

Paula lo miró con sorpresa y Pedro se encogió de hombros.

—Se que habrías preferido celebrarlo con cualquier otra persona, pero es tu primera noche en libertad y creo que merece una botella de champan.

Ella asintió y echó un vistazo al tranquilo y elegante restaurante. Era un lugar pequeño, de paredes cubiertas de paneles de madera, manteles de lino y cubertería de plata. Pedro no la había llevado a un establecimiento del montón. Contempló a los clientes que entraban, comían o pedían sus platos. El día anterior estaba en el comedor de la cárcel de mujeres; hoy, en un restaurante de lujo. Volvió a mirar a Pedro y vió que la había estado observando.

—Gracias —dijo ella a regañadientes.

Odiaba sentirse agradecida con él. A fin de cuentas le había destrozado la vida. Pero el detalle de llevarla a cenar y de pedir champan era demasiado bonito para dejarlo pasar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario