Pero no había razón para mostrarse tan negativa. Su hijo era un niño razonable y podían arreglar aquello entre ellos.
—Creía que te gustaba el rancho —dijo.
—Me gusta mucho. Y me daba pena pensar que no iba a ver más a Fargo o a Pedro. Pedro me gusta mucho. Pero una casa en un árbol y Disneylandia...
—Puedes hacer una casa en un árbol del rancho —propuso Paula—. Y decirles a los amigos que has hecho aquí en esta calle que vengan a verte. Y en el pueblo hay campo de fútbol y podemos organizar que vayas a jugar. Y no veo por qué no podemos ir a Disneylandia. Es posible que a Pedro también le apetezca venir.
Feli comió otra cucharada de cereales y pensó un momento.
—Me perdería el principio del entrenamiento —comentó.
A Paula le pareció que ya ofrecía menos resistencia. Tomó un sorbo de café y contestó con franqueza.
—Sí, me temo que te perderías algunos días de entrenamiento.
Feli la miró.
—¿Y puedo invitar a Joaquín y a Lautaro a que vengan de visita al rancho?
Paula sonrió.
—Estoy segura de que podemos arreglarlo, aunque, por supuesto, tendríamos que hablarlo con Pedro.
—Sí. claro, es su casa.
—Exacto.Otra cucharada de cereales. Y después otra.
—Vale, mamá. Vámonos al rancho.
Paula se sintió aliviada.
—Bien.
El niño la apuntó con la cuchara.
—¿Pedro es tu novio?
Paula estuvo a punto de atragantarse con el café.
—¿Por qué lo preguntas?
—Te has puesto roja.
Ella tomó un sorbo de café.
—No me vas a contestar, ¿Verdad? —gruñó Feli—. Mira, a mí no me importa que tengas novio. Yo quería a papá y tú también. Pero ahora él está en el cielo y tú eres viuda y las viudas pueden tener novio, siempre que él se lleve bien con sus hijos.
—¿Quieres decir... un novio como Pedro?
Feli asintió.
—¿Y sabes qué? Quiero otro tazón de cereales.
Paula se untó anti mosquitos y dejó el frasco sobre la mesa. Acercó otra silla, colocó los pies descalzos encima, se recostó en el respaldo de la suya, miró las estrellas y sonrió.Era agradable estar al lado de la piscina. La brisa le enfriaba las mejillas, un coro de grillos lanzaba su canción interminable y podía oír el agua chocar suavemente en los lados de la piscina. Las luciérnagas cruzaban el césped como linternas minúsculas en la oscuridad.
—O sea, que el mes que viene vamos a Disneylandia —dijo la voz de él detrás de ella.No era la voz cálida y seductora que recordaba Paula de la otra vez que había estado sentada allí, pero tampoco sonaba amenazadora y odiosa.Miró un instante su figura grande.
—Siéntate —propuso. Y señaló la silla que había a su lado. Pedro se sentó y ella captó débilmente el aroma de su loción de afeitar. El brazo bronceado de él rozó el de ella, que sintió inmediatamente su calor.Lo miró. El parecía observar los pies descalzos de ella. Su mirada subió lentamente por las piernas y la falda ligera de verano, por el vientre y los pechos.La miró a los ojos.
—Aparte del ojo morado y de la venda, pareces bastante saludable —comentó.
—Sí, me siento bien, gracias —repuso ella—. Y sí, nos vamos a Disneylandia a finales de julio. O al menos se va Feli con uno de nosotros.
—Sí, ya me lo ha dicho.
Seguía mirándola y Paula sintió la boca seca y tragó saliva.
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