domingo, 4 de septiembre de 2016

Trampa De Gemelas: Capítulo 39

Pero no había razón para mostrarse tan negativa. Su hijo era un niño razonable y podían arreglar aquello entre ellos.

—Creía que te gustaba el rancho —dijo.

—Me  gusta  mucho.  Y  me  daba  pena  pensar  que  no  iba  a  ver  más  a  Fargo  o  a  Pedro. Pedro me gusta mucho. Pero una casa en un árbol y Disneylandia...

—Puedes hacer una casa en un árbol del rancho —propuso Paula—. Y decirles a los  amigos  que  has  hecho  aquí  en  esta  calle  que  vengan  a  verte.  Y  en  el  pueblo  hay  campo  de  fútbol  y  podemos  organizar  que  vayas  a  jugar.  Y  no  veo  por  qué  no  podemos ir a Disneylandia. Es posible que a Pedro también le apetezca venir.

Feli comió otra cucharada de cereales y pensó un momento.

—Me perdería el principio del entrenamiento —comentó.

A  Paula le  pareció  que  ya  ofrecía  menos  resistencia.  Tomó  un  sorbo  de  café  y  contestó con franqueza.

—Sí, me temo que te perderías algunos días de entrenamiento.

Feli la miró.

—¿Y puedo invitar a Joaquín y a Lautaro a que vengan de visita al rancho?

Paula sonrió.

—Estoy  segura  de  que  podemos  arreglarlo,  aunque,  por  supuesto,  tendríamos  que hablarlo con Pedro.

—Sí. claro, es su casa.

—Exacto.Otra cucharada de cereales. Y después otra.

—Vale, mamá. Vámonos al rancho.

Paula se sintió aliviada.

—Bien.

El niño la apuntó con la cuchara.

—¿Pedro es tu novio?

Paula estuvo a punto de atragantarse con el café.

—¿Por qué lo preguntas?

—Te has puesto roja.

Ella tomó un sorbo de café.

—No me vas a contestar, ¿Verdad? —gruñó Feli—. Mira, a mí no me importa que  tengas  novio.  Yo quería  a  papá  y  tú  también.  Pero  ahora  él  está  en  el  cielo  y  tú  eres viuda y las viudas pueden tener novio, siempre que él se lleve bien con sus hijos.

—¿Quieres decir... un novio como Pedro?

Feli asintió.

—¿Y sabes qué? Quiero otro tazón de cereales.


Paula  se  untó  anti  mosquitos  y  dejó  el  frasco  sobre  la  mesa.  Acercó  otra  silla,  colocó  los pies  descalzos  encima,  se  recostó  en  el  respaldo  de  la  suya,  miró  las estrellas y sonrió.Era agradable estar al lado de la piscina. La brisa le enfriaba las mejillas, un coro de grillos lanzaba su canción interminable y podía oír el agua chocar suavemente en los lados de la piscina. Las luciérnagas cruzaban el césped como linternas minúsculas en la oscuridad.

—O sea, que el mes que viene vamos a Disneylandia —dijo la voz de él detrás de ella.No  era  la  voz cálida  y  seductora  que  recordaba  Paula de  la  otra  vez  que  había  estado sentada allí, pero tampoco sonaba amenazadora y odiosa.Miró un instante su figura grande.

—Siéntate —propuso. Y señaló la silla que había a su lado. Pedro  se  sentó  y  ella  captó  débilmente  el  aroma  de  su  loción  de  afeitar.  El  brazo bronceado de él rozó el de ella, que sintió inmediatamente su calor.Lo  miró.  El  parecía  observar  los  pies  descalzos  de  ella.  Su  mirada subió  lentamente por las piernas y la falda ligera de verano, por el vientre y los pechos.La miró a los ojos.

—Aparte del ojo morado y de la venda, pareces bastante saludable —comentó.

—Sí,  me  siento  bien,  gracias  —repuso  ella—.  Y  sí,  nos  vamos  a  Disneylandia  a  finales de julio. O al menos se va Feli con uno de nosotros.

—Sí, ya me lo ha dicho.

Seguía mirándola y Paula sintió la boca seca y tragó saliva.

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