domingo, 25 de septiembre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 48

Entraron en el local y empezaron a bailar enseguida. Él pasó los brazos a su alrededor y ella apoyó la cabeza en el pecho de Pedro.

—Es muy agradable —murmuró ella.

—Lo dices como si te sorprendiera…

—Es que estar aquí, contigo, me sorprende.

Pedro la miró y pensó que habría dado cualquier cosa por cambiar el pasado. Le acarició la espalda para intentar animarla, pero ella se quedó helada y se apartó de él durante unos segundos.

—Oh, lo siento. No debería haber reaccionado así —dijo Paula.

—Nunca te haría daño.

—Lo sé.

—Entonces, ¿que te pasa? ¿Por que rehúyes el contacto?

Paula tardó un poco en contestar.

—Dos años después de que me enviaran a la cárcel llegó un guardia nuevo. Un día respondí de forma inadecuada y decidió darme una paliza para dar ejemplo a las demás. Dos de las presas salieron en mi defensa y se organizó un pequeño motín… fue bastante desagradable —le explicó.

—¿Y tú? ¿Que hiciste?

—Me lo perdí casi todo. El guardia me pegó un puñetazo tan fuerte que me dejó inconsciente y estuve cuatro días en el hospital.

Pedro se estremeció al pensar en el horror de la cárcel.

—Y ahora tienes miedo de los hombres…

—No. Bueno, si, un poco. Pero no de tí… es decir, lo tenía al principio — confesó—. Pero ya no tengo miedo.

Pedro bajó la cabeza y le dió un beso leve en los labios.

—Me siento como si acabaran de hacerme un regalo precioso.

Los dos se quedaron en silencio, sin hacer otra cosa que bailar abrazados. Al cabo de un par de canciones, cuando los músicos se detuvieron para descansar un momento, él miro a su alrededor y dijo:

—Podríamos tomar algo hasta que vuelvan a tocar.

La llevó a una de las mesas y se sentaron. Pidieron un par de copas y Paula sonrió.

—Me estoy divirtiendo mucho, Pedro. Gracias por todo.

Pedro la miró y su corazón se aceleró. Pero no tuvo ocasión de corresponder a sus palabras con un halago, porque los músicos volvieron un minuto después y ella quiso que siguieran bailando.

—Eva siempre quiere que la acompañe a bailar. Tal vez debería aceptar, porque es más divertido de lo que recordaba —le dijo.

—Yo puedo llevarte a bailar siempre que quieras.

—¿Todas las noches?

—Si te apetece, si. Te deseo, Paula—respondió él—. Estar contigo todas las noches sería un sueño para mí.

—Eso solo lo dices porque ahora estas de buen humor. Es la música, las copas…

—No es la música ni las copas. Hace tiempo que te deseo, Paula. ¿Tengo alguna opción de que sientas lo mismo por mí?

—Eso cambiaría todo entre nosotros.

—Los cambios no son siempre malos.

—No, pero a veces asustan.

—Yo nunca haría nada que te asustara.

—Entonces, sí.

Pedro la miró con asombro. No estaba seguro de haber escuchado bien. Paula lo notó y sonrió.

—Solo he hecho el amor con un hombre, y ha pasado mucho tiempo desde la última vez. No estoy segura de que realmente me desees, pero créeme: estoy totalmente segura de que te deseo.

Él no pudo contenerse más. Se inclinó sobre ella, la beso¡ó y la abrazó con todassus fuerzas, como si pretendiera sentir todo su cuerpo.Poco a poco, los dos comprendieron que estaban en un establecimiento público y que no podían llegar más lejos. Pedro odiaba tener que apartarse, pero pensó que sería mejor que subieran a alguna de las habitaciones.

—Vamos —dijo, sorprendido con su tono ronco de voz.

Aquella mujer lo volvía loco. Y se preguntó si podría saciar el deseo que sentía. Paula lo siguió al interior del ascensor. Subieron con otra pareja y no pudieron seguir hablando, pero tuvo la impresión de que podían oír los latidos de su corazón. Estaba tan excitada que no podía creerlo. Iba a acostarse con Pedro. Iban a tocarse, a acariciarse, a hacer el amor. Jared le había devuelto su libertad y ahora estaba a punto de devolverle la pasión. No sabía si estaba preparada para eso. Pero quería hacerlo. Miró a Pedro, contempló su bello perfil y la fuerte línea de su mandíbula y estuvo a punto de reír de felicidad. Cuando llegaron a su piso, salieron al corredor.

—¿En tu habitación o en la mía? —pregunto él.

—No importa.

—Entonces, en la mía. Tengo una cama digna de reyes.

Pedro abrió la puerta y la invitó a entrar. Paula estaba tan nerviosa que, cuando por fin entraron, lo abrazó y lo besó.

—Te parecerá una tontería, pero tengo tanto miedo que he pensado que un beso serviría para animarme —declaró.

—Pues has tenido una gran idea.

Pedro la besó con apasionamiento y ella se entregó del mismo modo. En poco tiempo, su ropas estaban esparcidas por el suelo y los dos se acariciaban en la cama y alimentaban poco a poco la escalera del deseo.

—Abre las cortinas, por favor —dijo ella al cabo de un rato—. No quiero que la luz esté encendida, pero me gustaría verte.

Él obedeció y descorrió las cortinas. La luz de la ciudad iluminó levemente la habitación. No era intensa; podían verse, pero dejaba tantas sombras como para mantener las sombras del misterio. Pedro se sentó en la cama y le apartó un mechón de cabello.

—¿Estás segura de que quieres hacerlo?

—Si, Pedro. Estoy completamente segura.

Paula extendió los brazos, lo agarró y lo atrajo hacia ella.

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